Bazán y Guzmán, Álvaro de1
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De regresó a Cartagena con sus cinco galeras, divisó a una división de corsarios berberiscos, a los que como siempre atacó, tras un duro combate les apresó tres fustas, al mismo tiempo que represó a otras tres españolas que habían caído en sus manos, arribando al puerto de destino con gran alegría de todos. | De regresó a Cartagena con sus cinco galeras, divisó a una división de corsarios berberiscos, a los que como siempre atacó, tras un duro combate les apresó tres fustas, al mismo tiempo que represó a otras tres españolas que habían caído en sus manos, arribando al puerto de destino con gran alegría de todos. | ||
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Cuando la rotura de relaciones y declaración de guerra con Inglaterra, en el mes de julio del año de 1561 el Rey le vuelve a enviar una Orden a don Álvaro, que entre otras cosas dice: « …los corsarios de aquellos paises deben ser ahorcados como robadores y contravenidores de los conciertos echos y personas que van contra la voluntad de sus Reyes y señores naturales, executándolos luego en la mar con todo rigor…»
En este mismo año de 1561 el bajá de Argel, había ido conquistando sus zonas aledañas, pero al llegar e intentar cruzar el río Muluya, los moros del Rif le hicieron retroceder, pero no cejó el bajá, ya que desde Argel le quedaban muy lejanas las tierras del sur de España, por lo que bojeando las costa descubrieron el peñón de Vélez de la Gomera, habitado por unos pocos pescadores, no se lo pensaron y desembarcaron haciéndose fuertes en él, levantando muy cuidadosamente una gran fortaleza que resultaba harto difícil de conquistar y para asegurar su defensa, como el peñón quedaba en las horas de bajamar unido a tierra por un pequeño terraplén, decidieron protegerlo ya en tierra firme construyendo un Al-Galá o castillo en su lengua, que traducido al español es un Alcalá.
Desde aquí comenzaron a hacer mucho daño, ya que cualquier buque mercante a pesar de ir armado, era víctima de su proceder por la cercanía que le proporcionaba el Peñón, esta indefensión obligó a correr la voz entre los mercaderes y mareantes, lo que llevó a decidir a remediar la situación, pero los mismos que la sufrían, así el Prior y Cónsules de la Universidad en el año de 1562 piden al Rey la autorización para construir una armada con ocho galeras y una fragata. S. M. siempre a punto de recibir cualquier ayuda en sus múltiples frentes abiertos, no tardó nada en autorizar la formación naval, y a pesar de estar disponibles don Antonio de Zúñiga y don Álvaro de Portugal, nombró como su capitán general a don Álvaro de Bazán y como recaudador del impuesto de la Avería a don Juan Gutiérrez Tello.
Con fecha del día 8 de mayo del mismo año de 1562, se escribe y firma el Rey la Real cédula de concesión del cargo, que dice entre otras cosas: «…siendo informado de los daños que estos años pasados an rescivido el Prior y Cónsules de la Universidad de los mercaderes de Sevilla, y otros tratantes, ansí en las Indias como en Levante y Poniente, y los nuevos que al presente se tienen de la galeras y fustas que el alcaide de Vélez de la Gomera tienen armadas para andar por el Estrecho de Gibraltar, por estar como está tan cerca del para hacer el daño pudiese…habemos acordado que anden ocho galeras y una fragata harmadas para el dicho heffeto a costas de averías por las partes susodichas por cierto tiempo; y acatando la fidelidad, avilidad y suficiencia y celo que vos Don Alvaro de Bazan, cuias son las vilas del Viso y Santa Cruz, teneis de servirnos, avemos determinado de os elegir y nombrar como por la presente os elegimos y nombramos por nuestro Capitán General de las dichas…y que administreis en ellas por vos y por vuestros oficiales la nuestra Justicia cevil y criminal todo el tiempo que andovieren en nuestro servicio…y os obedezcan y tengan y acaten por tal nuestro Capitán General y cumplan vuestros mandamientos so las penas que de nuestra parte les pusieredes las cuales Nos por la presente les ponemos y avemos por puestas y por condenados en ellas lo contrario aciendo y vos damos poder y facultad para las executar conforme a Justicia en las personas y bienes de los que remisos e inobedientes fueren… Item, allende lo susodicho es nuestra voluntad que todas las presas y cavalgadas que se hicieran con las dichas galeras, ansí por Mar como por Tierra, se repartan en la manera siguiente: quel quinto que pertenece a Nos como Rey y Señor, sea del Capitán General porque dello le hazemos merced, y de los demás que nos puede pertenecer de las dichas presas y cavalgadas hazemos merced al dicho Capitán General y a los Capitanes de las Galeras y soldados y gente de guerra dellas para que se repartan entre todos conforme a derecho y leis de estos Reinos juntamente con lo demás que a ellos podria pertenecer…Item, si en las presas y cavalgadas que se hicieren, se tomaren algunos esclavos que sea obligado el dicho General y la gente de las dichas Galeras a dar dellos los que se quieren tomar que sea utiles para el remo y de diez y siete años arriba en treinta ducados de oro, los quales el nuestro Contador de las dichas Galeras les libre y aga pagar de qualquier dinero que oviere de contado y sino dentro de algun termino conviniente y que se hechen luego a la cadena y los asienten en los libros de la dicha contaduria por la Averia…Otrosi, si el dicho General tomare algunos Moros o Turcos todos los Arraeces que tomare los han de enviar a esta corte a vuen recaudo para que se manden lo que ubiere de hacer dellos y el contador a de tener cuidado que se haga ansi y de avisarnos dello. Y los otros moros o Turcos que fueren de rescate de hasta ciento cincuenta ducados y dende arriba reservamos que se puedan tomar y tomen para los gastos de las dichas Galeras para que se pongan en ellas al remo…»
Como se puede apreciar y eso que solo es una parte importante para nuestra biografía, la extensión de las Órdenes era exhaustiva por parte del Rey, nada dejaba al azar todo detalladamente explicado. Si como esto lo tenía que dictar todo, no nos extraña que: ‹ las cosas de palacio van despacio ›, teniendo en cuenta la cantidad de territorios que con Felipe II llegó a tener España, nos parece casi agotador el trabajo que debía desarrollar en su despacho.
La plaza de Orán estaba siendo sitiada por las tropas de Torghut Dragut, siendo necesario llevar refuerzos, para ello se formó una escuadra de 23 galeras al mando de don Juan de Mendoza, se habían reunido en Málaga las fuerzas y de aquí zarparon cargadas con rumbo a la fortaleza, pero al poco de estar en la mar se levantó un fuerte temporal de Levante, que por ser ya otoño avanzado su fuerza fue en aumento, tragándose en pocos minutos a 20 de ellas en el mar de Alborán. Solo se salvaron tres y con su capitán al frente perecieron unos cuatro mil hombres. Este desastre pasó a la Historia como ‹ La catástrofe de la Herradura ›
Don Álvaro se encontraba en la bahía de Cádiz preparando su escuadra, cuando por el efecto el viento y la mar de Levante arribaron las tres galeras que se habían salvado, siendo las Soberana, San Juan y Mendoza, las cuales con sus dotaciones y tropas quedaron a sus órdenes. Siendo como era la peor época del año para ir navegando con las galeras, don Álvaro dio la orden de zarpar al amainar el temporal con rumbo al cabo de San Vicente, por haber tenido noticia que el pirata ‹ Pata de Palo › navegaba a la espera de alguna Flota, pero terminado el reconocimiento nada encontró y regresó a la bahía de Cádiz.
Al arribar le esperaba una Orden de don Felipe II para que embarcara a un centenar de arcabuceros y se pusiera rápidamente con rumbo a Orán, ya que la plaza llevaba entre unas cosas y otras más de siete meses resistiendo el asedio. Al llegar a sus aguas se encontró con una numerosísima escuadra otomana, evitando el encuentro por inconveniente y en dos noches seguidas, las de los días 22 y 23 de mayo del año de 1563 intentó sin éxito forzar el bloqueo, por ello con estas fechas envía cartas al Rey, pidiéndole permiso para intentarlo una tercera vez.
Pero no recibió noticia, porque el previsor de don Felipe II ya se había adelantado y se estaba formando otra escuadra de galeras en el fondeadero de Cartagena, que al mando de don Francisco de Mendoza acudió en su auxilio, zarpando a mediados del mes de mayo, consiguiendo arribar y unirse a la escuadra de don Álvaro quedando éste a las órdenes de Mendoza, con una escuadra fuerte formada en ese momento por treinta y cuatro buques.
La unión de las fuerzas navales españolas se hizo fuera de la vista de los enemigos, aprovechando la noche para acercarse a la plaza de Orán, al amanecer del día siguiente atacaron las galeras españolas a las turcas, por lo inesperado de su llegada no pudieron oponerse con todo su valor y fuerza, ni por ello evitar una rápida pérdida de sus buques y hombres, lo que causó el pánico entre las huestes de Dragut, que salieron desperdigados en todas direcciones a su mejor saber y entender. A tanto llegó la sorpresa que el mismo Dragut se salvó por la velocidad de su caballo. Don Álvaro fue el que capturó al único buque de la jornada, enfrentándose con su galera capitana a un galeón turco, tomándolo al abordaje no dejando enemigo sano a su bordo.
Pero como previsor que era don Álvaro, escribió con fecha del día 8 de junio al Presidente del Consejo de las Indias, comunicándole los acontecimientos: «…El socorro de Orán es acabado, porque como los Turcos descubrieron la Armada, huyeron luego todos los de tierra y los de mar, dexandose los de tierra en las empalizadas cinco piezas de artilleria y tres que tenían ya embarcadas en un navío de alto bordo que yo tomé y otra en la playa que aun no habían embarcado: las Galeotas se fueron todas en dos bandas, diez y nueve la vuelta de Poniente y ocho al de Levante; zabordaron en tierra cinco Fragatas de hasta siete bancos que también las dexaron con otras muchas barcas que tenían para el servicio del campo; la batería que hicieron en Mazalquivir fue muy grande y cierto los de dentro se defendieron muy bien y es razón que S. M. les haga toda merced. Aquí habemos hallado ocho Galeras que con treinta y cuatro que veníamos, estamos agora cuarenta y dos, y pues ya ay tantas y los corsarios es de creer que irán de buelta del Poniente, me parece que seria de gran importancia que estas cuatro Galeras llevase a juntar con las otras para rehacellas todas de buena gente, porque yo les truxe toda la mejor y la que allá quedó fue el desecho, digo de la gente de remo, y es de creer pues ya no hay cerco de Orán que iran algunos corsarios la buelta de Poniente; yo escribo a S. M. advirtiéndole desto, V. S. haga allí la diligencia que más le pareciere convenir al servicio de S. M.…»
Como contestación don Felipe II le escribe y entre otras cosas le dice: «…el cuidado y diligencia con que nos servistes en ella os tenemos en servicio, y así la voluntad con que somos ciertos lo habeis hecho, que es la que siempre habéis acostumbrado, de lo cual ternemos memoria para favoreceros y haceros merced como es razón…»
La cuestión del Peñón de Vélez de la Gomera se iba retrasando, ya que como ejemplo no había casi un solo día de descanso y viéndose don Álvaro con fuerzas suficiente para intentarlo, por la anterior desbandada de los turcos, se decidió a salir y poner rumbo al Peñón, al arribar los buques enemigos salieron huyendo, esto le dio confianza y desembarcó a quinientos arcabuceros al mando de don Sancho de Leiva, los cuales tomaron la fortaleza de Alcalá, pero ya casi convencido de su éxito, comenzaron a acudir fuerzas por tierra que hizo imposible mantener la fortaleza, dándose la orden de abandonarla, para ello don Álvaro acercó sus galeras lo suficiente para batir a los enemigos, consiguiendo reembarcar a todos sus hombres y ciando, se separaron lo suficiente del alcance del fuego enemigo, virando para poner rumbo a la ciudad de Málaga.
No por ello pasó a reposo, pues llegó una nueva orden de don Felipe II, por la cual se debía de ir a proteger a una Flota de Indias, ya que los corsarios ingleses, franceses y escoceses estaban a la espera del deseado botín, razón suficiente para zarpar lo más rápido posible y arribar al cabo de San Vicente. Esto le llevaría en las próximas fechas a cruzar su espada por primera vez con los isleños de Albión.
Corriendo el otoño del año de 1563, don Álvaro tuvo ese primer encuentro con los ingleses. Pero mejor que relatarlo, pensamos que es más importante pasar a transcribir su carta a don Felipe II, en la que le cuenta lo ocurrido:
«…El savado pasado a los veinte deste, me llegó un correo del Corregidor de Gibraltar al Puerto de Santa María, donde estaba de imbernada con las Galeras de mi cargo, con aviso de cómo 8 naos Inglesas con gran desvergüenza, se avian movido dentro del puerto de aquella Ciudad a tomar una Nao Francesa que allí estaba surta y la avian tirado muchas piezas de Artilleria y abordola y como realmente la tomaran si la Nao Francesa, metiéndose debaxo del Artilleria no fuera favorecida con muchos cañonazos que del Castillo y de la Ciudad tiraron a los Ingleses y como las dichas naos le prendieron un Alguacil y se lo tuvieron preso en las dichas naos como todo lo verá V. M. por las copias del testimonio y carta que escrivio, que serán como esta, visto lo qüal y la calidad del delito que en lo susodicho cometieron y el atrevimiento con que quebrantaron aquel Puerto tan en deservicio de V. M. y de la autoridad de su Justicia y contra las pazes que V. M. tiene con los Príncipes de a quellos Reynos, yo apreste con toda prisa 5 Galeras de las de mi cargo y sali en busca de las dichas al Estrecho y oy martes 23 del presente ube vista de las dichas 8 naos que yban a la vela la buelta de Levante tres leguas del monte de Gibraltar, y dándolas caza, ellas se pusieron en huida puestas en horden y todas juntas, hechas sus cinturas al árbol para pelear; como llegue cerca de esta Galera Capitana, les hize tirar sin pelota dos piezas de Artilleria y capealles para que amaynasen; nunca lo quisieron hacer, aunque espere gran rato; gue necesario tiralles de cañonazos y a fuerza de Artilleria les hizo que lo hiziesen; tengo presa toda la gente y aquí he pedido al Corregidor la ynformacion que contra ellos tiene hecha, para juntar centenciallos y castigallos conforme a la Justicia como V. M. me lo tiene mandado por su Instrucción.
Despues desta escrita se ha hallado muchas mascaras en las naos inglesas, y dice un Muchacho que se las ponían quando tomavan algún navio y se ha hallado pan de Caçaui, que es de Santo Domingo y algunos Panes de Azucar de la dicha Isla o de las Indias y les vieron echar a la mar de las Galeras, Cochinilla y otras cosas que no se pudieron determinar, por donde se entiende ser de Corsarios; de lo que todo se hiciere será V. M. avisado…»
La actuación de don Álvaro llegó a toda Europa, principalmente a Inglaterra, desde donde se pedían explicaciones al Rey de España, cuando éste ya había firmado la Paz Chateau-Cambresis con el Rey de Francia, sin obligarle a la pretensión inglesa de que le fuera devuelta Calais. Todo porque ya había fallecido la esposa de don Felipe II la reina de Inglaterra doña María Tudor, y la actual reina Isabel I tenía un gran encono con su padrastro, siendo la causa de muchas de las acciones que esta Reina tomó contra el Rey de España.
Por otra parte, para don Álvaro no eran santo de su devoción los ingleses, pues ya los conocía de su anterior estancia en las Antillas, pero como corsarios, de ahí que estuviera al día de saber con quién se media y los sinsabores que le traerían a España, por otra parte, aunque había actuado en defensa de un buque francés, a éstos no les perdonaba la acción de Muros cuando tuvo que combatir contra ellos estando a las órdenes de su padre y los consideraba unos ingratos e insolentes sin medida. Por eso en su escrito al Monarca recalca lo de las máscaras, el pan de Santo Domingo y ya los prejuzga como a piratas, sabiendo de antemano cual sería la sentencia.
Efectivamente fueron la mayor parte pasados por las armas, unos ahorcados y otros arcabuceados, dejando solo a unos pocos para el remo, quedándose además con todos los vasos, ya que para las Leyes dictadas por don Felipe II, al ser súbditos de reyes con los que tenía firmada la Paz, se convertían en piratas y sus penas estaban muy claras, mientras que los buques al no llevar bandera reconocible, se quedaban en poder del Monarca para sufragar por medio de su venta los gastos ocasionados por su ataque.
Cuando ya las penas máximas se habían cumplido por la rapidez en los juicios y por ende de las sentencias, llegaron las peticiones de Inglaterra con algo ya imposible, siendo éstas; que se le entregaran todos los tripulantes y sus capitanes, o que al menos lo hicieran con los enviados al remo, y por supuesto que se le devolvieran sus buques a la Reina. (Esto ya de por sí aclaraba quien los había enviado, ya que la mayor parte de los buques de esta nación, eran siempre propiedad de la Reina, porque los pagaba de su peculio personal, por lo que se hacía un hincapié especial sobre ellos) A todo esto no se tienen noticias de que nada se hiciera, pero de lo que si hay una cierta constancia, es que don Felipe II estuvo satisfecho un tiempo por el gran triunfo conseguido, lo era casi personalmente ya que él y solo él había dictado las ejemplares Leyes al respecto de la piratería.
De nuevo a finales del mismo año de 1563, se recibieron alarmantes noticias de que Solimán, fuera de sí por las últimas derrotas de sus jefes navales, estaba organizando otra gran escuadra para volver a recuperar todo lo perdido en el Mediterráneo occidental. Llegadas a don Felipe II éste llamó a Cortes en la ciudad de Monzón, como siempre era para pedir dinero para poder armar una escuadra e ir en busca del Turco. Al concluir éstas se puso en camino a la ciudad Condal, donde le llegaron más noticias al respecto, en forma de ayuda y apoyo de los venecianos, caballeros de Malta y los Estados Pontificios, ante esta ayuda el Rey no la dejó caer en saco roto.
Con fecha del día 24 de febrero del año de 1564, escribió a don Álvaro para que se presentase en la ciudad Condal. Al mismo tiempo con fecha del día 31 de enero próximo pasado, don Álvaro había escrito a S. M. porque había notado en sus buques del tráfico con Indias, ciertas anomalías que ocurrían en la ciudad de Sevilla y quería ponerlo en su conocimiento pero en persona. Por lo que la llegada del correo Real le vino de perlas e inmediatamente se puso en camino a la audiencia con don Felipe II.
Primero habló don Álvaro (don Felipe sabía muy bien manejar a sus hombres) éste le contó que al parecer corrían las propinas, sobre todo en el abastecimiento de los víveres, lo cual no tendría mayor importancia si no fuera porque la mayor parte de ellos estaban corruptos, lo que causaba malestar entre las dotaciones, sin olvidar las enfermedades que padecían por culpa de ello. Al terminar su exposición (de la que tomó nota el secretario para pasar posteriormente S. M. a tomar medidas). El Rey le contó lo que sabía sobre Solimán y que debía de organizar una escuadra en las costas de Andalucía, cuando ésta estuviera presta, debía de acudir a la ciudad de Barcelona.
Conocedor del problema, se puso en camino a las costas cantábricas donde tanto su padre como él tenían gran ascendente, al llegar a Vizcaya fue recorriendo la costa de posta en posta, contratando o embargando cuanto buque le parecía idóneo para la escuadra, como se lo había mandado el Rey, de aquí pasó a Asturias, Galicia y ya con treinta buques y cuatrocientos buenas bogas, se trasladó por mar a Cádiz, pasando por obligación a la ciudad de Sevilla, porque la escuadra era mantenida por el Gremio de Mercaderes, al no estar don Álvaro habían dejado de pagar a las dotaciones, diciendo en su defensa, que la escuadra no estaba cumpliendo con los objetivos que se le habían fijado. Adelantó el dinero de su peculio y alistó las doce galeras, con las que zarpó de la ciudad con rumbo a la de Cádiz, donde recibió la orden de arribar a la ciudad de Málaga, por haber zarpado el resto de buques con rumbo a la ciudad Condal, puerto de reunión de toda la escuadra.
Con todos estos viajes y traslados, no pudo hacerse a la mar hasta el día 6 de junio de la bahía de Cádiz con rumbo a Málaga, de donde volvió a zarpar ya con rumbo a la ciudad Condal; en el crucero se encontraron con una galeota argelina, a la que capturaron siendo remolcada y arribando a Cartagena, donde dejaron a los prisioneros y los libertados, desde donde escribió al Rey, diciéndole entre otras cosas: «…tomaronse entre heridos y sanos 45 turcos y Moros, libraronse de la cadena 80 Christianos y Mochachos y un Biejo, que avian tomado en los Alfaques, por yndustria de un Francés que se les espió, del cual mande oy hacer justicia…Por el despojo de los soldados an avido en la Galeota parece que venía rica de presas que avian hecho; yo se lo he dejado todo por ser la primera Galeota que an tomado debajo de mi mando…»
Cuando arribó a la ciudad Condal, le comunicaron que la escuadra no era necesaria, pues al parecer Solimán no se había movido todavía de Constantinopla, por lo que el riesgo de que atacara las costas de la península itálica o el levante español, dado ya lo avanzado del verano no le sería posible. Enterado el Rey ya de este acontecer y para no perder la ocasión, dio el mando de la escuadra a don García de Toledo, pasando don Álvaro como segundo jefe, con la orden de conquistar el peñón de Vélez de la Gomera.
Ahora fueron llamadas otras escuadras, por lo que al final la expedición se componía de; 57 al mando de don García de Toledo, a las que se sumaron las 22 de don Álvaro, 14 de Portugal, a las órdenes de don Francisco de Barreto y 5 de Malta. Con un ejército de dieciséis mil hombres, más quinientos portugueses y doscientos cincuenta arcabuceros sin sueldo y solo como amigos de don Álvaro.
Se terminaron de reunir en la ciudad de Málaga, de donde zarparon arribando el día 31 de agosto a aguas del Peñón, el día 1 de septiembre don Álvaro pasó con un bote a reconocer la roca, en esta acción se acercó tanto a ella que los arcabuceros moros le causaron varias bajas de los que estaban en su entorno, pero a él no le dio ningún impacto, continuando impávido hasta bojear todo el islote y saber de verdad por donde se le podía atacar. Al llegar a la Capitana se formó Consejo de Guerra de Jefes, acordándose dividir el ejército en dos, uno a las órdenes de don Sancho de Leyva y el otro al de don Francisco de Barreto, desembarcando a la cabeza el mismo don García de Toledo, ocupando rápidamente la fortaleza de Alcalá.
La escuadra enfilo las proas de las galeras y comenzó un duro fuego de artillería sobre las murallas, éstas al principio resistieron, pero como el fuego no cesaba incluso turnándose en él por divisiones los buques, comenzó a ceder y se abrieron grandes boquetes, por lo que viendo el Alcaide moro que ya no había solución, en la noche del día 5 á 6 de septiembre abandonaron la fortaleza los pocos supervivientes que se valían, siendo asaltada el mismo día 6 al amanecer, al poco entraban en ella todos los jefes, habiendo apresado tan solo a trece moros que se quedaron para defenderla pero por estar todos heridos.
Don García de Toledo quiso cegar la desembocadura del río Tetuán, pero los jefes pusieron excusas por lo avanzado de la estación, lo que decidió a don García dejar a don Álvaro para reforzará el Peñón, con la artillería de sitio que se había llevado desde la ciudad Condal. Para ello se dejó una fuerte guarnición, que fueron izando las piezas al mismo tiempo que otros recomponían la muralla. Se dieron mucha prisa en ello porque eran conocedores de que por tierra se acercaba un ejército de unos nueve mil moros y don Álvaro solo contaba con siete de sus galeras, viendo la obra terminada zarpó con rumbo a Málaga.
Al arribar escribió una carta al secretario del Rey don Francisco de Eraso, en la que le explica: « Por la carta que escribo a S. M. entenderá V. M. como hice en el Peñón lo que don García de su parte me dejó ordenado, y acabando esto me vine como me lo ordeno. Suplico a V. M., pues no tengo quien más merced me haga en mis cosas, se acuerde de hacérmela en esta coyuntura, pues es acabada la jornada en acordar a S. M. me haga merced, pues, como V. M. sabe, desde Barcelona trabajo en ella, yendo allí por la posta, y a Vizcaya y a Laredo y al Puerto a mi costa a hacer la armada de las chalupas y la gente de buena boga, y ansi mismo hice que don Joan, mi hermano, sirviese en esta jornada con trescientos soldados, algunos de mis galeras; pero los más eran amigos y llevados míos, que sin sueldo ninguno anduvieron en ella y V. M. podrá saber el trabajo y diligencia que puse en embarcar el artillería con que se batió el Peñón en mis Galeras en Barcelona y desembarcarla en Vélez y después subir al Peñón mucha parte della y todas las municiones que venían en la armada, y ansi mismo todo lo que traian las quince chalupas y una urca, que también lo desembarqué yo y subí con mi gente. Y si yo pensara que D. García se acordara de mis negocios, como V. M. se lo encargó en Barcelona, poca necesidad tuviera yo de repetir esto aquí, pues él era dado el hacerlo. Mas yo prometo a V. M. que parece piensa más en deshacer estas galeras que no avisar de los que sirven, y ansi suplico a V. M. se acuerde de hacerme merced, como siempre pues soy tan su servidor. Y guarde nuestro Señor y acreciente la Ilustre persona y estado de V. M. como su servidores deseamos. De galera sobre Málaga a 17 Septiembre de 1564. Servidor de V. M. Don Alvaro de Bazán »
Fechada el día 22 del mismo mes el Rey le contesta, entre otras cosas: «…el cuidado y diligencia que habeis puesto, así en que se subiese y metiese en el Peñón la artillería y otras cosas que quedaron fuera cuando se vino nuestra armada, como en lo que más se ha ofrecido en esta jornada, y os ha ordenado de nuestra parte D. García de Toledo, que es como lo soleis hacer…»
Todo esto viene, porque don Álvaro se consideraba el jefe de la expedición, pero el Rey nombró a don García de Toledo quedando don Álvaro de segundo. Durante la navegación se perdieron dos galeazas moras fáciles de poderse apresar, pero las diferencias de opinión entre uno y otro impidieron su captura, lo que no le gustó a don Álvaro en absoluto, ya que quizás fue en toda su vida de marino los únicos buques que le burlaron, por no desobedecer a su Jefe y esto es lo que provoca la reacción de don Álvaro. Aunque el Rey, pasa a lisonjearle pero sin darle nada a cambio económicamente. Es una gran forma de ahorrar de la Hacienda Real.
Pero el Rey sigue con las suyas, ya que le vuelve a enviar otra carta, en la que le dice: «…debía de ser de su cuenta la reparación de la popa de su galera…» a lo que don Álvaro le contesta: «…ya la primera reparación que había sufrido fue toda de su cuenta á excepción de 70 ducados que abonó el fondo de averia, los cuales estaba dispuesto á reintegrar, y que en la que se estaba verificando, no solo había manifestado que corría con los gastos, sino que no había querido firmar los libramientos para que se pagase por dicho fondo »
Con la conquista del Peñón había mejorado la situación en el Mediterráneo, pero estaba lejos de ser la definitiva, ya que el Bajá de Tetuán no disponía de fuerza naval suficiente, pero en cambio daba constantemente asilo a los turcos que depredaban por el Mare Nostrum, a cambio de parte del botín que estos habían realizado, ya que el río Martín (Uad-el-Gelu) daba acceso a la ciudad permitiendo así poder guarecerse tierra adentro de la escuadra española, por lo que la idea de don García de cegar el río no cayó el saco roto para el Rey, pues así podían ser cogidos en la mar con menos problemas si no tenían acceso por el cauce a la ciudad, por esta razón S. M. le encargó a don Álvaro que prepara lo necesario para cegarlo. (Esta misión no se la encargó a don García)
Así el Rey le escribe con fecha del día 27 de septiembre del año de 1564, pidiéndole aclaración de la posibilidad de llevar a buen término la operación sin tener que formar de nuevo una gran escuadra, con inusitada rapidez don Álvaro le contesta con fecha del día 3 de noviembre siguiente, en la que le viene a decir, que le bastan con armar seis de sus galeras, considerándolas suficientes para la misión a parte de transportar dos chalupas cargadas con piedra y cal, siendo estas protegidas por otros dos buques sevillanos, para dar refuerzo a las bandas de las que se tenían que sumergir en el centro.
Por carta fechada el día 27 de diciembre del año de 1564, le respondía al rey don Felipe II, por recibir una carta de éste en la que le indicaba que debía de darse más prisa en la preparación de la acción de cegar el río Martín, por lo que directo y sincero como un buen caballero que era, entre otras cosas le dice: «…V.M. tenga entendido que el zelo con que yo he servido y sirvo a V. M. no merece que se le ponga ninguna dolencia, pues es cierto que de ninguna cosa tengo más particular cuidado, y esto suplico a V. M. tenga así entendido de mí…»
(Como se puede apreciar por la respuesta, le está diciendo que desde la silla se ve todo fácil y bonito, pero sobre el terreno las cosas son muy diferentes; aclarando que él no está pensando en otra cosa que en servirle, ni se ha ido a su casa a descansar, ni ha dejado un minuto de estar presente para acelerar el progreso, de lo que además entiende y no poco)
Efectivamente el retraso se produce necesariamente, porque las galeras estaban oficialmente de invernada, por ello con solo una dotación de mantenimiento insuficiente para hacerse a la mar. Para solucionar los problemas está en todas partes, por una comprando de su peculio los buques para hundir, así como la cal y la piedra; a los que preguntaban para donde era aquello, se les respondía que para reforzar don Álvaro el peñón de Gibraltar, guardando el secreto de la misión. Por otra parte se desplaza a Sevilla, donde va reclutando a los marineros y buenas bogas para sus galeras, ya que la flota arrumbará al Peñón y allí abordaran los buques sus hombres en total sigilo, a los que se añadirán algunos de Tarifa a las órdenes de sus parientes, formando casi una expedición familiar.
Cuando ya todo estuvo listo, zarpó de Sanlúcar de Barrameda con rumbo al Peñón el día 12 de febrero del año de 1565. Pero nadie se explica como la tripulación de un buque inglés supo la verdadera misión, zarpando a continuación de la escuadra de don Álvaro, dos días después se encontraba subiendo por el río Lucus (El-Khos) poniéndose en contacto con el Baja El-Araish, quien supo por su aviso de que algo se estaba gestando contra él, sobre todo por quien iba al mando, pero el Bajá no sabía a dónde podría acudir, ya que desde Tetuán a Fhedala habían cinco puntos distintos y distantes a donde se podían dirigirse. Pero no se anduvo con imprevisiones, pues puso en conocimiento de los Bajas más cercanos lo que se les podía venir, así aviso al de Ar-Zila, Tetauen, Sale y El-Kunitra, para entre todos poder acudir en socorro del que fuera afectado.
A su vez el movimiento de tropas moras no pasó desapercibido a los gobernadores de las ciudades de Tánger y Ceuta, entonces en manos de los portugueses, quienes avisaron a don Álvaro de lo que estaban haciendo. Así se enteró don Álvaro de la filtración, pero no se arredró ya que viajo a Ceuta y se puso de acuerdo con el Gobernador, regresó a Gibraltar y pidió a sus vecinos que le ayudaran, en menos de un día se incorporaron otros ciento cincuenta arcabuceros a sus galeras, saliendo el día 6 de marzo de Gibraltar pero los vientos eran contrarios a pesar de ellos consiguió arribar de nuevo a Ceuta, punto más importante por el acuerdo con el Gobernador, advirtiéndole que no pasara a realizarlo antes de que él llegara a su punto de destino.
Permaneció a la espera de que rolara el viento y el día 8, volvió a hacerse a la mar, presentándose en la amanecida del día 9 en la desembocadura del río Martín, al fondo en el límite de la vista se apreciaba la alcazaba de Tetuán, se esperó a que se hiciera la hora exacta con la que había concertado con el Gobernador de Ceuta, éste al llegar la hora acordada realizó una salida con cuatro mil hombres, de infantería y caballería, todos muy bien armados como si fueran a conquistar más territorio, mientras que zarpaba una flotilla de sus buques, para realizar un amago de desembarco en el mismo lugar donde posteriormente se alzó (curiosamente) la población de Dar-Riffien.
Llegaron las noticias de los movimientos de los portugueses al Bajá, quien a la cabeza de sus tropas se puso en camino para combatirlos. Al mismo tiempo salían de la desembocadura del río Martín unos moros para avisar al Bajá de la presencia de las naves españolas, pero no pudieron dar con él y avisarle del peligro por no estar en su alcazaba. Un tiempo precioso que le robó la victoria, por la astucia de don Álvaro y el favor de los portugueses.
La división se acercó a tierra al noroeste de cabo Negro, donde desembarcó a su hermano don Alonso y cuatrocientos arcabuceros, quienes en muy poco tiempo ahuyentaron a los pocos moros que quisieron oponerse. Mientras don Álvaro había trasbordado a un bote y con él estaba sondando la desembocadura, para fijar exactamente donde debían ser hundidos los buques, localizadas las posiciones ordenó por señales convenidas que avanzaran las chalupas, que las había puesto al mando del ingeniero de Zuazo don Esteban de Guillisastegui.
Al llegar al lugar comenzaron a barrenar las dos chalupas, hundiéndose en el mismo centro del río donde el fondo era más profundo, pasando después las galeotas a terminar de cerrar entre aquellas y la orilla. Al tocar las aguas dulces de la desembocadura los materiales cargados en las naves comenzaron a fraguarse, de esta forma se levantó un verdadero dique que tardó muchos años en poder ser abierto de nuevo.
Cuando ya se empezaba el reembarque de los arcabuceros, los moros de Tetuán ya se habían dado cuenta de lo que intentaban por lo que venían en loca carrera a pie y a caballo contra ellos varios miles de hombres. Razón por la que el reembarque se iba retrasando, ya que debían de hacer frente a los moros, que conforme pasaba el tiempo cada vez eran más y ya los superan ampliamente en número. Don Álvaro vio que no era bueno que se retrasaran, ordenando a sus hombres de armas que le acompañaran, para lo que embarcaron en los botes y esquifes de las galeras, quienes les dejaron en la orilla pasando a formar una barrera de cuerpos, que manejaban las espadas en todos los ángulos posibles, causando tantas bajas en tan poco tiempo que los moros quedaron frenados y dando media vuelta se pusieron en fuga, así se dio tiempo a que las galeras de nuevo se acercaran a tierra y embarcaran todos los arcabuceros; aprovechando la desbandada y antes de que se lo pensaran de nuevo, los caballeros embarcaron regresando a sus galeras.
En este combate en tierra, se dice que tanto don Álvaro como don Alonso, se comportaron con tanto valor que llegaron a combatir espalda contra espalda y «…que cierto fue cosa de milagro pudieran escapar, según eran muchas las pelotas y saetas que tiraban los enemigos, los cuales, a la retirada, parece serían número de qüatro mil Peones y mil lanças…»
Ya a bordo se supo, que habían caído en combate cuatro españoles, (entre ellos el Alguacil de la galera Almirante) más otra treintena de heridos. Los enemigos no se pudieron contar, lo que si se supo posteriormente es que se habían quedado encerrados catorce buques berberiscos, que se vieron forzados a desmontarlos para volverlos a montar ya en la playa, pero esto fue mucho más largo en el tiempo. Don Álvaro puso rumbo a Ceuta, Tánger y Cádiz, desde donde escribió al Rey dándole la buena nueva.
De regresó a Cartagena con sus cinco galeras, divisó a una división de corsarios berberiscos, a los que como siempre atacó, tras un duro combate les apresó tres fustas, al mismo tiempo que represó a otras tres españolas que habían caído en sus manos, arribando al puerto de destino con gran alegría de todos.