Bazán y Guzmán, Álvaro de2

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Al desembarcar se le entregó una Real Carta, por la que se le comunicaba que el Gran Maestre de la Orden de San Juan de Jerusalén, el francés Jean Parisot de La Valette pedía ayuda a don Felipe II, pues ya le habían llegado noticias de que una escuadra turca con cuarenta mil hombres iba con rumbo a la isla de Malta.

Razón por la que el Rey le ordenaba aumentar su escuadra y arribar lo antes posible a Barcelona donde don García de Toledo tomaría el mando de todas ellas y en las de don Álvaro debían de transportarse a cuatro mil hombres de los Tercios. La isla tenía en esos momentos en torno a las treinta y dos mil almas, de ellas solo ocho mil estaban con capacidad de repeler el ataque, pero la diferencia era abrumadora a favor de los turcos.

Don Felipe II mando a sus embajadores que dieran la noticia, por lo que inmediatamente se incorporaron los estados de Venecia, las del Papa y Génova. Mientras don Álvaro, envió caballeros para reforzar sus galeras a Sevilla y Puerto de Santa María, reuniendo en poco tiempo unas cuantas más, arribando al puerto de Cartagena, quedando formada la escuadra en total con diecinueve galeras, aquí embarco a mil hombres, pasando a Málaga donde descansaron unos días, zarpando el 29 de junio de 1565 con rumbo a las plazas de Orán y Mazalquivir, donde desembarcó a las tropas, víveres y municiones como refuerzo.

Regresó a Cartagena donde embarcó a otros mil quinientos hombres, zarpando con rumbo a la ciudad Condal, a su arribada al puerto de Palamós se le incorporaron otras dieciséis galeras al mando de don Gil de Andrade, unidas pusieron rumbo a Génova donde embarcaron otros mil quinientos hombres al mando de don Sancho Londoño, pasando a Nápoles donde llegó el 20 de julio, zarpando con rumbo a Messina donde se encontraron con el resto de fuerzas, pero hasta el 5 de agosto no arribaron todas, reuniendo en total cuarenta galeras.

Ante la diferencia de opinión entre los distintos generales don Álvaro les llamó a Consejo de Guerra el mismo día, estando presentes: don Álvaro, General de las galeras del Estrecho; don Sancho de Leyva, al mando de las de Nápoles, al de las sicilianas don Juan de Cardona; el coronel de Infantería española de Nápoles don Sancho de Londoño; el lombardo Maestre de Campo de Infantería y por las galeras genovesas el Marqués de Estepona, a los que se unieron los mandos de las tropas; Conde de Altamira, Diego de Guzmán, Gonzalo de Bracamonte, Francisco de Valencia, Guillén de Rocafull, Gil de Andrade y marqués de Castellón y los de los estados incorporados: por los Estados Pontificios, Pompeyo Colonna; el señor de Piombino don Jacobo de Appiano; por Saboya, el general Ligny; Brocado de Cremona, Álvaro de Sande y Arcanio de la Cornia, como Jefe de todos ellos, don García de Toledo.

El Consejo era en sí un mar de dudas, pues se sabía la fuerza de los turcos y entre todos ellos no llegaban a la mitad en hombres y menos en buques, por lo que solo hablaron Pompeyo Colonna, Álvaro de Sande y Leyva, quienes dudaban de hacer un ataque a Túnez y ver si los turcos desplazaban unidades para aprovechando mayor igualdad, pasar a socorrer a Malta, pero en el fondo todos con muchas dudas.

Viendo la situación don Álvaro de Bazán tomo la palabra: «…como todas las galeras no estaba al completo de dotaciones, propongo que se refuercen hasta alcanzar las sesenta unidades, dejando el resto aquí, embarcar a diez mil hombres y desembarcarlos en la isla con sesenta libras de pan cada uno en los sacos, que carne ya encontrarían en tierra…Allí se juntarían seguramente otras gentes de la isla, con lo que los turcos levantarían el asedio no osando aguardarlos…»

Esta propuesta fue desechada por los menos osados, pues se basaban en: «…que la operación de desembarco era lenta…que las gentes, si ponían pie en tierra, quedaban abandonadas a sus propias medios…que habría que proveerlos de acémilas y artillería…, que irían cansados…» don Álvaro les dejó hablar y ante tanta pasividad les espetó: «Tengo aprendido de Horacio, y la propia experiencia me lo ha confirmado, que en las empresas, después de haber pesado las circunstancias, hay que dejar siempre algo a la fortuna»

Don García de Toledo, no estaba muy de acuerdo con ese plan decidiendo dar fin al Consejo. Pero pasó a ver otros, pues se reunió con los pilotos y los prácticos de mar, pero todos le decían lo mismo, que no se podía llevar a buen término el desembarco y que la mejor solución era abandonar a los Caballeros de San Juan de Jerusalén.

Mientras iban pasando los días y nada se hacía. Pero de pronto un día se levantó don García y decidió llevar a efecto el plan rechazado de don Álvaro, dando las órdenes oportunas y tan rápidamente cumplidas, que la escuadra zarpaba el día 21 de agosto, con todas las fuerzas de tierra para desembarcar.

Pero mientras también el tiempo se había echado encima, razón por la que a los dos días de salir se levantó un temporal, que los devolvió a las costas de Sicilia, donde de nuevo se reunieron el 29, pero don Álvaro ordenó reparar inmediatamente las averías de sus buques, al mismo tiempo estuvo visitando a los generales, que tenían la moral al nivel de las olas, consiguiendo no obstante levantarles los ánimos, de forma que zarparon casi inmediatamente de terminar las reparaciones y el 7 de septiembre a dos leguas de Malta la Vieja desembarcaban las fuerzas.

Éstas tenían ante sí unos acantilados que había que trepar por ellos, pero justo por este motivo los turcos no pudieron ver la llegada de la escuadra; los soldados sufrieron mucho para poder ascender aquellas terribles pendientes, ya que iban cargados como había dicho don Álvaro más todas sus armas, pero la sorpresa fue, que al aparecer en la cumbre las primeras compañías, los famosos jenízaros en vez de ir a por ellos e impedir que tomaran posiciones, levantaron el sitio y se dieron a la fuga. Bien es cierto, que el jefe de los turcos el famoso Dragut que había estado cuatro años al remo en galera cristiana, había caído muerto de un certero tiro en la cabeza unos días antes, lo que había mermado considerablemente la moral de los turcos.

Añadiendo, que el plan se desarrolló como don Álvaro lo había planificado, lo que nos demuestra que no solo era un hábil marino, sino como entonces se les titulaba, un hombre también de armas de tierra, por lo tanto cumplía a la perfección el nombre de Capitán de Mar y Guerra. Hubo también un detalle en todo esto, que nos lo narra un escritor de la época y nos dice:

«…llevando el de Bazán en los calces de su galera capitana por bandera un Cristo crucificado y muy envuelta el asta en que estaba, tanto que era menester trabajar en estarla desdoblando por no correr entonces ningún viento, y ya que la desdoblaran, se avía tan plegado como sino la desdoblaran, ella misma se desdobló y extendió de forma que se notó y tuvo por milagro…»

Visto el éxito, la escuadra se dirigió al puerto, donde fue entrando el 14 de septiembre de 1565, una vez más la isla de los Caballeros se había salvado. Fueron recibidos todos los generales por el Maestre de la Orden, Jean Parisot de La Valette, dando una gran muestra de aprecio a todos ellos, por la agraciada ayuda dada y tan oportunamente, yendo a la cabeza su Jefe don García de Toledo, pero de pronto se fijó en don Álvaro, quien se había mantenido en una segunda línea muy discretamente y sin mediar palabra:

«…echándole los brazos a la espalda, en fraternal abrazo con palabras amorosas que había sido informado de que el socorro que le habían dado con la Armada católica había sido por su buen parecer y consejo, por lo que le quedaba en gran obligación, quedando cargo de satisfacerle y servirle y aquella religión con escribírselo a S. M. dándole cuenta dello»

Con la excusa de que las galeras de don Álvaro pertenecían a particulares, don García de Toledo le dio orden de regresar a su mar, con la frase: «…para que cese el pagamento por parte de S. M. y orne al de avería…»

Con esta orden, zarpó de Messina el 28 de noviembre, con rumbo a la ciudad de Barcelona por pensar que en ella se encontraría el Rey, arribando el 9 de diciembre, cargando de paso víveres frescos para sus dotaciones y pidiendo audiencia con el Monarca, se le comunicó que había ya salido hacía Madrid, regresó a los buques y verificó que todo se cumplía, una vez terminado el trabajo zarpó de nuevo con rumbo a Cartagena, donde dejaban caer las anclas el 16 siguiente.

Decidido a mantener una audiencia con el Monarca, dejó a su hermano Alonso al mando de la escuadra y en el duro transporte de postas, comenzó su viaje a la Villa y Corte, pues quería saber que iba a ser de su persona, de su escuadra y que debía de hacer, así durante el traqueteado viaje fue pensando en preguntas y respuestas. Llegó a la Corte y pidió la audiencia con S. M., éste no le hizo esperar y comenzó la conversación. Lo primero que se oyó don Álvaro, es que su escuadra desde que zarpó para la expedición a Génova con los Tercios, los Mercaderes de Sevilla avisaron al Rey que cancelaban los pagos de la escuadra que ya no les pertenecía y que no pagarían un maravedí de ella, por ello no dejó de ser una excusa de don García darle la orden de regresar a cubrir sus mares, sabiendo que la escuadra ya era del Rey.

Así S. M. le dio orden de regresar urgentemente al Puerto de Santa María, para incorporar a su escuadra más buques y hombres, pasando lo antes posible de nuevo a Nápoles o Sicilia, e incorporarse de nuevo a la escuadra de don García de Toledo, por lo que ya con las cosas aclaradas y las Reales cédulas en la mano con sus órdenes concretas, le escribió a don García para comunicarle su regreso a sus órdenes, pero entre otras muchas cosas entresacamos la ironía de don Álvaro, que no conociendo lo anterior no es de menester ni viene a cuento, pero sabedor don Álvaro de que se lo había quitado de encima, quizás por haber demostrado en exceso su valía no lo tenía con buen agrado a sus órdenes don García de Toledo, por ello don Álvaro le dice: «por no detenerme e yr a servir a V. E. me voy sin llegar a Valladolid a ver a mis hijas…» Lo cual era cierto, porque si de algo es bien seguro, es que cuando recibía una orden la llevaba a cabo sin pararse en visitas a nadie, pues ya solo en su cabeza estaba la de prestar un buen servicio a su Rey.

Don Álvaro que ya había combatido contra buques de las fuerzas turcas, se dio cuenta que las galeras capitanas de sus escuadras, así como las de sus capitanes más cercanos, los bogantes no eran cristianos castigados al remo, sino escogidos turcos que en caso necesario abandonaban el remo y defendían a su jefe como un soldado más. Por ello él también empezó a seguir ese rumbo, causa por la que sus expediciones le costaba mucho tiempo prepararlas por no ser fácil encontrar a los buenas bogas a sueldo, como fue el caso en esta ocasión en la que necesitaba a setecientos de ellos para sus galeras, lo que fue retrasando su partida, aparte de esperar la terminación de algunas de ellas y como es natural cargarlas con todo lo necesario, por lo que no pudo zarpar hasta mediados de abril de 1566.

Pero los males nunca vienen solos, pues por tres veces intentó salir y arribar a Málaga, pero los vientos y corrientes de los Levantes en el Estrecho le obligaban a retroceder, de hecho en una de ellas encontrándose ya a la altura de Punta Europa, los vientos y la mar lo devolvieron al cabo de Santa María, pero como los males no duran siempre, por fin a principios de mayo pudo hacerse a la mar, sabiéndose que el 4 del mismo fondeaba en Málaga, donde rápidamente se cargaron las galeras con víveres y armas, así como varios centenares de soldados de los Tercios destinados a Génova.

Ya todo listo zarpó la escuadra, en esa época las aguas estaban tranquilas en todos los conceptos, pues se habían limpiado previamente de todo tipo de enemigos, aún así una nave argelina tuvo la desgracia de cruzarse en su camino, siendo capturada, liberando a veintiséis cristianos y capturando otros tantos musulmanes, arribando a las costas de Liguria el 31 de mayo, donde se le dio la orden de transportar tropas de un punto a otro de la península itálica, navegando mucho entre los puertos de Nápoles, Sicilia y Malta, zarpando siempre de su base en Génova, transcurriendo así el resto de 1565 y hasta principios de 1567.

Al regresar de la isla de Malta con tres mil soldados alemanes, que eran repatriados: «…por no ser gente apta para la mar y haber enfermado…», recibió una orden de don García Álvarez de Toledo para regresar a España, llegándole otra de S. M., confirmándole la orden, en la que entre otras cosas le dice: «…las fustas y galeras de Argel han hecho grande daño y tomados muchos navíos en el Estrecho y fuera del, y últimamente tres navío que venían de las Indias y que además tenían ánimo de esperar la Flota…»

Viendo lo necesario que era la presencia de buques de S. M. en estas aguas, se puso a rumbo inmediatamente. Pero ya era tal su fama que ni siquiera le permitieron combatirlos, pues solo al ver sus velas se refugiaron todos los piratas y corsarios manteniéndose a buen resguardo, dejando limpias con su sola presencia las aguas.

Tranquilizados los ánimos de los mercaderes al ver la escuadra, don Álvaro escribió al Rey, con fecha del 22 de junio de 1567, en ella le pide le mantenga en el mando de las Galeras, añadiendo le fuera otorgada una encomienda de Santiago para recuperar sus múltiples gastos, ya que su hacienda estaba pasando un mal momento por los continuos servicios a S. M. El Rey conocedor por completo de todos sus sacrificios, le nombró Capitán General de las Galeras del Reino de Nápoles, dejando el mando de las del Estrecho y le concedía la encomienda de Santiago, pero como debía de permanecer el año enclaustrado para podérsela entregar, don Felipe II le exonera de ellos, ya que lo prefiere tener en la mar por mejor servicio de Dios y del Rey.

Del larguísimo escrito extraemos la parte importante, que dice: «Por parte de D. Alvaro de Vaçan, caballero de la dicha Orden, nos ha sido hecha relación que después se le dio el abito ha andado a la continua ocupado en el servicio de Dios y nuestro…, a cuya causa no ha podido ir a ese convento a estar en aprobación el tiempo que es obligado, ni tampoco lo puede hacer al presente por ir por nuestro mandato al reyno de Nápoles a servir en el cargo de nuestro Capitán General de las Galeras de aquel Reyno, …mandaremos resceviéredes la profesión expresa que es obligado, no embargante que no haya residido en ese convento el tiempo de la aprobación…»

Para no incumplir la norma de la Orden, viajó hasta el Monasterio de Uclés, donde a toda prisa y casi sin dormir, se le hicieron todas las ceremonias indispensables y al estampar en la Real cédula a su dorso, todo lo necesario para que S. M. estuviera conforme, salió a los dos días de haber entrado, con destino a su nueva Escuadra. Al mismo tiempo, don Felipe II había nombrado a su hermano don Juan de Austria, Capitán General de la Mar, para que fuera ejercitándose en el manejo de escuadras, siendo transportado a Cartagena base principal de todas las galeras, como consejero nombró a don Álvaro, como la persona más apta precisamente en el manejo de esos buques por su larguísima experiencia.

Al salir del Monasterio contrajo de nuevo matrimonio con don doña María Manuel de Benavides, quinta hija del V conde de Santisteban del Puerto, don Francisco de Benavides y de su esposa, doña Isabel de la Cueva Bazán V señora de Solera, de quien vendrían al mundo tres hijos varones, siendo el primogénito el futuro don Álvaro de Bazán y Benavides, que siguió la estela de sus ancestros llegando al grado de Capitán General de la Mar. Siendo el cuarto de los insignes e inolvidables don Álvaro de Bazán.

El Rey recibió noticias de la organización de una gran armada que se estaba formando en Constantinopla, por lo que añadió al nombramiento de don Álvaro de Capitán General de las Galeras de Nápoles, la Real cédula fechada el 31 de mayo de 1568, con el nombramiento de consejero del Reino. El tiempo trascurrió rápido, ya que la actividad era incesante por cortar de nuevo el flujo de turcos al Mediterráneo occidental, por sus grandes dotes el Rey de nuevo por Real cédula fechada en junio de 1568, le entregaba la encomienda de Villamayor, por «…acatando los muchos y buenos servicios que D. Alvaro de Baçaz nos ha hecho a Nos y a ella, y esperando que hará de aquí en adelante…»

A principios de 1569, el Rey envió correo a don Juan de Austria para que pasase a España a combatir el alzamiento de los moros en el reino de Granada, para ello le requería que se allegara con al menos veinticuatro galeras para cortar el suministro de las regencias norteafricanas a los sublevados. Se dividió la escuadra, una al mando de don Luis de Requesens con once de ellas, y otras catorce al mando de don Álvaro, pero éste se quedó unos días en Génova terminando de aprestar su escuadra.

La de don Luis zarpó de Civitavecchia con rumbo a la ciudad Condal, pasando por el canal entre las islas de Córcega y Cerdeña, para navegar a resguardo de los vientos de la época del año casi siempre de Norte, pasado éste variaron el rumbo al litoral Ligurio para navegar bojeando protegidos por la cercanía a tierra, al estar a la altura del cabo Corona, viendo que los vientos no eran muy fuertes, viraron de nuevo con rumbo directo al cabo de Creus, a las pocas horas de estar en él separándose de tierra se desató un infernal viento de Mistral, que removió las aguas de tal forma que los bajeles no pudieron soportar, destrozando la escuadra casi por completo.

El resultado fue, que cuatro se fueron al fondo con toda su gente, otras seis aparecieron después de correr el temporal como pudieron en la isla de Cerdeña, pero en muy mal estado y solo la Capitana pudo arribar con grandes esfuerzos a la isla de Menorca, donde se recuperó la gente y se esperó a que amainara el temporal, pasando directamente a Palamós.

Encontrándose en el puerto los moros al remo se sublevaron, casi logrando hacerse con el botín de la galera e intentaron llevarla a su tierra, pero los hombres de armas y parte de las que quedaban de los Tercios dominaron la situación, como ejemplo se les juzgó y a treinta de ellos se les ajustició.

Le llegaron las malas noticias a don Álvaro estando en Génova, zarpando inmediatamente para socorrer a los que pudiera, arribando a Cerdeña y recogiendo en las suyas a toda las dotaciones que se habían salvado, dando remolque a las naves estropeadas, las dejó en Cagliari donde con mucha prisa y muchos brazos, consiguió rehabilitar a cinco de ellas, que quedaron incorporadas a su escuadra, zarpando con rumbo a Mallorca, donde le informaron que el Comendador había zarpado con rumbo a Palamós y lo que allí había ocurrido, pensando que podía ser necesaria su presencia volvió a zarpar con rumbo a Palamós donde arribó sin ningún contratiempo, a su llegada ya todo había terminado.

Aquí ya de acuerdo con don Luis, puso rumbo con la escuadra a su mando a las aguas de Málaga, donde como siempre cumplió su comisión, que no fue muy llamativa en cuanto a combates, pero si muy pesada por el constante cruzar por aquellas aguas para impedir recibieran los sublevados cualquier ayuda, aún así apresó en los meses que duró la campaña, cuatro bajeles de poco tonelaje, pero por poco que fuera de haber tenido las aguas libres los enemigos se hubiera multiplicado y su sola presencia evitó que el conflicto se alargara, ya que en tierra las cosas al principio no fueron muy bien. La misión de vigilancia comenzó en mayo y terminó en noviembre de 1569, siendo seis meses en los que solo hubo descanso en cuatro ocasiones que tocaron tierra para reabastecerse.

Escudo del marquesado de Santa Cruz.

Don Felipe II, viendo lo que don Álvaro estaba realizando y sobre todo, lo que se pide a un militar su gran eficacia, con fecha del 19 de octubre de 1569, por una Real Cédula le expedía el título de Marqués de Santa Cruz de Mudela, que pronto se quedaría para la Historia recortado y como Marqués de Santa Cruz, con todos los beneplácitos que llevaba el título.

Al concluir la campaña pasaron a Cartagena a reparar los vasos, regresando a Nápoles lo antes posible, aprovechando su viaje embarcaron en su galera Marco Antonio Colonna y el Licenciado Roda, arribando el 14 de enero de 1570, donde desembarcaron sus famosos viajeros y él pasó a construir más galeras, así como a revisar las que poseía, para dejarlas alistadas a la perfección para la primavera siguiente.

Al mismo tiempo, en Constantinopla se estaba terminando de formar una de las mayores escuadras, estando compuesta por unas ciento setenta galeras, cincuenta fustas o galeazas y un número parecido de velas menores, transportando en todas ellas un ejército de sesenta mil hombres con mucha artillería.

Alarmados todos los países del Mediterráneo, el Papa Pío V pidió a don Felipe II que le enviara cuanto pudiera de todas sus escuadras, porque había conseguido unir a las de Venecia, Malta, más las suyas, y las que esperaba del Rey Católico. El Papa había pedido se reunieran en la isla de Sicilia y allí acudieron, nombrando como jefe de todas las Armadas españolas a don Juan Andrea Doria, quién puso todas las suyas, se le unieron las de Génova, Malta, Saboya, Sicilia y las de Nápoles al mando de don Álvaro.

Pero el Rey don Felipe II que estaba en todo, envío correo a don Álvaro para que acudiera a reforzar la Goleta, por si las fuerzas turcas como maniobra de distracción intentaban tomarla. Nada más recibir la orden se lo comunicó a Andrea Doria quien le dio el permiso para reforzar la plaza, cargó de transporte a un Tercio de Nápoles y con sus veinte galeras se desplazó al lugar. Como siempre llegó muy oportunamente, pues en la mar se encontraba una escuadra al mando de Uluch, a la sazón Baja de Argel quien con sus veinticinco galeras había comenzado a dar sitio a la plaza.

Don Álvaro cargado como iba de infantería ni se preocupó del enemigo en una primera instancia, lo que al Baja no le sentó bien el desprecio, pues parecía que se desentendía de él a pesar de ser quien era considerándolo inaceptable, esta actitud que no quiso tolerar y más delante de todos sus hombres, decidieron permanecer a la espera de su salida de nuevo a la mar, para atacarle con toda su furia y demostrarle que no era tan insignificante.

Desembarcó a la infantería, todos los víveres, pólvora y artillería que llevaba para reforzar la fortaleza, cumplida su orden, como siempre hizo, salió y tropezó con cuatro velas turcas a las que dio caza e incorporó a su fuerza, al mismo tiempo se le puso delante la capitana, que sin dudarlo fue atacada por él con su galera, tras un duro enfrentamiento la rindió incorporándola igualmente a su escuadra. Ante esto Uluch con su Sultana se vio impotente y a fuerza de remo se pusieron en franca huida; don Álvaro les persiguió hasta que los vio entrar en el puerto de Bizerta. Sabiendo que de allí no saldrían por no tropezar con él, puso rumbo a Sicilia donde al arribar se incorporó a la escuadra de don Andrea Doria.

Pero Juanetín Doria [1] no estaba muy de acuerdo con el proceder de don Álvaro, aunque como se verá no utiliza el correo directamente al Rey, sino a su Secretario, al que le escribe una carta en la que entre otras cosas le dice: «…ha llegado a lamentarse con el secretario de Estado Antonio Pérez este mismo mes de 1570, solicitándole a su amigo que medie ante el Rey, y que Su Majestad envíe una Cédula a don Álvaro ordenando al rebelde que le obedezca; y no punto por punto como ahora hace, sino de continuo»

Antonio Pérez le contesta:

«Os adelanto que no se hará así. Demasiados bríos tiene el de Santa Cruz para soportar, sin revolverse, que le amusguen. Su Majestad sabe bien cuánto de fiel le es, pero no como un perro, sino como orgulloso hombre de honor.»

(Lo de ‹punto por punto›, es porque don Álvaro sino recibía la orden del Rey para cada ocasión, nunca se dejaba mandar por el genovés.)

Mientras el Papa había cometido un error, ya que había nombrado a Marco Antonio Colonna general de las galeras Pontificias, pero además como Generalísimo de toda la escuadra conjunta. Para comunicarlo, el 1 de septiembre Colonna llamó a consejo de Guerra a todos los mandos, reuniéndose en su galera: don Juan Andrea Doria, don Álvaro de Bazán, don Carlos de Avalos, marqués de Torremayor, Polo Ursinos, Próspero y Pompeyo Colonna y Sforza Palaviecini, para comunicar su nombramiento por el Papa a todos y pedir opinión para llevar a buen término la campaña.

Ante esto don Andrea Doria se negó rotundamente, a estar a las órdenes de alguien al que no consideraba un buen marino, llegando incluso a amenazar a Colonna con ponerse en camino para hablar con el Rey Católico, lo que el general en jefe le impidió, pero al mismo tiempo quedó turbado por la reacción de don Andrea e irresoluto en definir la táctica a seguir, porque solo uno de sus generales le había dado un consejo. El genovés para evitar males mayores se quedó en Nápoles, pero no anduvo inactivo, sino que pasó revista a toda la flota, sacando en conclusión que la mayor parte de las naves: «acabarían con ellas el primer soplo de tramontana»

Como siempre el único que había aportado algo fue don Álvaro, comportándose como lo hizo toda su vida; aun sabiendo que era mejor general Doria, no le gustaba enfrentarse a sus jefes y solo mediaba para él concluir la campaña con éxito; así en un momento de calma dijo: «…primero que cesaran los conciliábulos y se acudiera en socorro de Famagusta y Nicosia, pues, aun cuando no había que soñar en derrotar definitivamente a los turcos, dadas las diferencias de fuerzas, una acción, por ligera que fuesen, siempre aliviaría algo la situación angustiosa de los sitiados, y hasta tal vez se consiguiera pasarles vituallas de boca y guerra, imprescindibles si había de evitarse un desastre» Como siempre se le tachó de audaz y sin sentido, sobre todo por Andrea Doria.

Después de pensarlo mucho tiempo que era muy valioso, salió la escuadra con rumbo al Adriático, pero pronto comenzaron a tener epidemia sobre todo en las galeras venecianas, lo que aumentó las dudas de Colonna, terminando de solucionar el problema, la llegada de la noticia de que el 9 de septiembre Nicosia había caído en manos de los turcos, esto fue el final de tan trágico encuentro de diferentes escuadras, ello llevó a realizar una aparición sobre Candía, donde al regreso cada escuadra se separó para volver a su puerto base. Queriendo la fatalidad que en el viaje de vuelta se levantase un fuerte temporal, que se llevó al fondo a cuatro galeras del Papa con toda su dotación.

Al disolverse la Santa Alianza, (como la llamó el Papa), don Andrea Doria zarpó con rumbo a Messina y de aquí a España, donde arribó mediado octubre para explicarle al Rey lo sucedido, ya que al saber la noticia del nombramiento de Generalísimo de Colonna por el Papa, don Andrea intentó hablar con Pío V, pero éste le negó la audiencia tantas veces como la pidió, razón por la que Doria argumentó al Monarca, que la culpa de la falta de entendimiento entre los generales la había provocado el Pontífice, por elegir a un general que estaba falto de conocimientos militares y sobre todo náuticos, con esas carencias no le era posible a don Andrea aceptar a un Jefe, ya que el desastre estaba asegurado.

(Esto es lo que al año siguiente motivó a don Felipe II para que no se repitiera cuando de nuevo se formó la Santa Liga, para ello se adelantó y tomó el mando absoluto de la organización, decidiendo darle el mando de Generalísimo a su hermanastro don Juan de Austria. La prueba está en la comparación de lo que se consiguió en esta ocasión y al año siguiente de 1571)

Al mismo tiempo, don Álvaro arribó a Nápoles con su escuadra y gran amargura por no haberse seguido su consejo, que como ya apuntó él en su momento igual la capital de Chipre no hubiera caído tan rápido. En el fondo se sentía culpable por haber obedecido y no haberse ido él con sus galeras a aminorar la angustia de aquellos hombres y mujeres, que ahora eran unos muñecos de trapo en manos de los turcos. Tan pesaroso estaba, que al pasar unos días y en contra de su costumbre, dio de baja a las dotaciones que no necesitaba de su escuadra, pasando a revisar como siempre en la invernada los buques y en esta ocasión ver la posibilidad de armarlos mejor con artillería, así como aumentar la flota con nuevas construcciones.

Incorporamos someramente la defensa de Chipre, porque nos parece que tiene mucho que ver en posteriores actuaciones, aparte de aclarar ese punto de vista, que queda enturbiado por algunas de las acciones que los venecianos cometieron posteriormente incluso con los españoles, al formase la Santa Liga contra el turco.

Quedaba solo por vencer la ciudad de Famagusta, que estaba sitiada desde la caída de Nicosia en septiembre por las fuerzas de Beyler-Bey, contra el defensor veneciano Marco Antonio Bragadín. Los atacantes llegaron a alcanzar el número de setenta mil, por tan solo cuatro mil defensores, siendo algo menos de la mitad de ellos comerciantes que ahora por la necesidad empuñaban las armas, pues su vida dependía de que se portaran más como soldados y a ello se pusieron.

Viendo Marco Antonio que sus fuerzas se reducían, dio la orden de demoler los torreones exteriores y pasar a defenderse mejor en la segunda muralla, mucho más pequeña y por lo tanto se podía acudir a un punto muy rápidamente. Siempre mirando a la mar en espera del ansiado socorro que nunca les llegó. Como era de esperar la escasez de alimentos comenzó a hacer mella en la población y se declaró una epidemia de peste, solo les quedaba morir.

En esos momentos el turco Beyler-Bey, el 9 de agosto de 1571, le envío una embajada de rendición muy honrosa por la gran capacidad de resistencia que habían demostrado, dejando en libertad a Marco Antonio Bragadín y todos los que pudieran con sus enseres viajar a Venecia. Ante esta prometedora expectativa confiando en la palabra del turco decidió rendir la ciudad.

Pero los musulmanes tiene una máxima: «Las promesas hechas a los cristianos carecen de valor» Por esta razón entraron a saco en la ciudad, mandando a todos los que seguían vivos a la esclavitud, las mujeres pasaron a formar parte de los harenes, después de ir de mano en mano de la soldadesca. Y como premio a su valor a Marco Antonio Bragadín se le sometió a tormento sin razón ninguna, pero no se pararon ahí, sino que lo desollaron vivo y su piel rellenada de paja y excrementos, para que los moros disfrutaran de su victoria.

Sabido todo esto por los venecianos, se dieron por conocedores que de ninguna forma se podían fiar de los turcos y en este caso con su Sultán, Selim II ‹El Idiota›, no se podría llegar a un acuerdo, ya que era casi seguro que a la menor ocasión sería roto en perjuicio de los venecianos, por lo que a la segunda sí quisieron ayudar muy firmemente a su derrota, aunque ya Chipre nunca volvería a sus manos.

Siendo conocedor don Felipe II del desastre de la anterior organización, planteó la cuestión sin ambages, tomando por anticipado la decisión de nombrar Generalísimo de la Santa Liga, a don Juan de Austria. Con esto decidido se lo comunicó al Papa, quien no tuvo opción de oponerse y éste lo comunicó a Génova, Venecia y los Caballeros de San Juan, quienes tampoco se opusieron a que un Príncipe fuera el General al mando de la coaligada escuadra.

Por lo que el 20 de mayo de 1571, se firmaron las capitulaciones o acuerdos de todos y quedó formada la Santa Liga, el problema se planteó con el segundo al mando, ya que don Juan quiso poner a don Luis de Requesens, pero de nuevo el Papa con el apoyo de los demás menos España, querían nombrar a Marco Antonio Colonna, prolongando las capitulaciones con un nuevo punto en el que quedó nombrado. Todo por consejo del mismo don Luis de Requesens, para ceder algo a quienes les iban a apoyar.

La escuadra quedó formada por: noventa galeras, veinticuatro galeazas y cincuenta fragatas o bergantines, que aportó España, divididas a su vez en: quince de las de España, treinta de Nápoles, diez de Sicilia, once de Juan Andrea Doria, cuatro de Lomelino, cuatro de Negron, dos de Grimaldi, dos de Estefano Mari, una de Vendinelo Sauli, tres de Malta, tres de Génova y tres de Saboya; doce galeras y seis fragatas los Estados Pontificios y ciento sesenta galeras, seis galeazas, veinte fragatas y dos naves con nueve mil hombres, la República de Venecia. Siendo un total de doscientas sesenta y seis galeras, seis galeazas, veintitrés naos, más cuarenta y cinco fragatas.

Como se ve la pretensión de Venecia de nombrar como segundo a Colonna por la razón del número de sus buques es lógica, pero un historiador de la época nos dice: «…que esa pretendida superioridad numérica más constituyó un estorbo que una ayuda, pues los muchos bajeles causan extorsión si no van bien provistos de gente y aun la que lleva carece de la adecuada instrucción…La Señoría mandó dotaciones escuálidas no solo de gente de pelea, sino de marineros con poca disciplina y miserablemente aparejados…»

La infantería a bordo la componían: seis mil seiscientos cuarenta y dos españoles; más mil quinientos catorce, que fue obligado repartir entre las galeras venecianas. Siendo en total, ocho mil ciento sesenta. De italianos, dos mil setecientos diecinueve, pero al igual que España tuvieron que abordar las galeras venecianas otros dos mil cuatrocientos ochenta y nueve. Con un total de cinco mil doscientos ocho. De alemanes cuatro mil novecientos ochenta y siete, yendo exclusivamente en las galeras de César de Avalos, aunque en su capitana, fueron incorporados unos cuantos españoles. Se quedó en este número, porque estando embarcados sufrieron de mareos que les debilitaron tanto, que cinco mil de ellos fueron desembarcados en Messina. Y a todos estos hay que sumar, los aventureros y caballeros que iban como guarda del Príncipe y de los señores principales, que ascendían a mil ochocientos setenta y seis. A pesar de solo llevar a seis pajes don Juan de Austria, pero incluso estos bien armados para su custodia personal, del número dado antes los que exclusivamente estaban destinados a cubrirle eran, trescientos setenta. Y el total de efectivos de la escuadra era de veinte mil doscientos treinta y uno.

Notas

  1. Conviene decir aquí, que don Juan Andrea Doria, no era el famoso pues había fallecido el 25 de noviembre de 1560 a las diez de la mañana, a punto de cumplir los noventa y cuatro años de edad, heredando todos sus bienes y el mando de la escuadra personal su sobrino Juan Andrea Doria, que era hijo de Gianettino Doria, quien a su vez falleció en 1547, siendo en vida nombrado el sucesor de don Juan Andrea Doria, su hermano, por ello al fallecer éste se volcó en instruir a su sobrino, convirtiéndose en su heredero directo.

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