Trafalgar combate 21/X/1805

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Combate Naval de Trafalgar X/21/1805



Bandera del San Juan Nepomuceno en Trafalgar.
Bandera de la Real Armada Española. Museo del Ejército. Toledo.

Contenido

No es este el combate que más nos gusta tratar por varias razones: consideramos que al no tener el mando supremo, no somos responsables de las decisiones del almirante comandante en jefe, los nuestros sólo cumplieron las órdenes, una frase dice: ‹Los que obedecen bien, nunca se equivocan› y eso fue precisamente lo que hicieron los españoles, pagar con su sangre y su vida las indecisiones del mando que les toco en suerte, ‹maldita suerte›; nos quedamos con la frase de Apodaca, cuñado de Churruca, quien le dijo al oficial encargado del sepelio: «Varones ilustres como éste no debían estar expuestos á los peligros de un combate, sino conservados para los progresos de la ciencia de la navegación»

Los pactos de familia con Francia siempre nos fueron funestos; la sagrada familia como se llamaba a Carlos IV y su triunvirato, tampoco fue precisamente un momento glorioso de la historia de España, el todo poderoso Manuel Godoy, Príncipe de la Paz, jugando a dos bandas, tratando de evitar lo inevitable, nos metió en una guerra que no hacía honor a su título, como después se demostró, tampoco era un lechado de virtudes y menos en temas navales.

La Armada desde la salida forzada del Marqués de la Ensenada', (maniobra política británica, como todos sabemos) había ido cayendo en un abandono casi total, sobre todo por el equivocado concepto del ministro de marina don Pedro Varela, tal fue el error de su nombramiento, que se intento subsanar nombrando a un general de la Armada de muchos merecimientos y conocimientos, don Juan de Lángara, pero desgraciadamente no sólo los enmendó, si no que conociéndolos los aumento, se puede decir en su descargo que su ancianidad le produjo, indolencia, falta de actividad, debilidad personal, falta de memoria y decadencia física; luego el error no es de él sino más bien de quien lo puso en ese lugar; consecuencia primera fue la falta de instrucción en las dotaciones de los buques, ¡cómo no! reducción de los presupuestos ¡llegaron a deberse a todos los componente de la corporación hasta cuatro años de salarios!, dándose algunos casos de llegar a más de doce.

El 11 de octubre de 1805 desde Cádiz, el brigadier don Cosme Damián Churruca escribía a su hermano diciéndole entre otras cosas: «Estos son los trabajos de los que servimos al Rey, que en ningún grado podemos contar sobre nuestros sueldos…» ¿cómo estarían los buques?, en frase del Baylío Valdés: «…resultado en uno y otro haber dejado, el cuerpo cadavérico y la Armada tan inútil, que sólo sirve para gastar…»

Poco más se puede añadir, pues todos eran conscientes de la situación, bueno, de la mala situación, en que se hallaban nuestras fuerzas navales para enfrentarnos al incipiente imperio británico, el cual si alguna virtud tiene precisamente es la constancia, justo la contraria a la española que fue y es el individualismo, aquí podríamos citar la frase ‹Todos los españoles llevamos un Rey en la barriga›, de ahí que en este combate como en tantos otros, cuando el enfrentamiento era de uno a uno o contra dos, los nuestros siempre salían victoriosos, (como muestra un botón; don Blas de Lezo) pero otra cosa es guardar la línea de batalla y a las ordenes de un extranjero, (bastante desprestigiado, incluso por su Emperador), esto nunca ha gustado ni a mandos ni a subordinados.

En cuanto al desequilibrio de fuerzas morales y orgánicas no es preciso subrayar a donde puede llevar una alianza con un regicida.

España entró en esta guerra aliada de Francia el 12 de diciembre de 1804, causado (por el apresamiento por los británicos, en plena paz, (una villanía más de las muchas que se aprovecharon) de las cuatro fragatas de la división Bustamante) y se desencadenó el glorioso 2 de mayo de 1808.

Conozcamos un poco a los marinos

Dibujo de Pierre Charles Jean Baptiste de Villeneuve, jefe de la escuadra combinada franco-española.
Pierre Charles Jean Baptiste de Villeneuve

Vicealmirante Jefe de la escuadra combinada.

Los grandes vencidos también tienen su historia personal, aunque parezca que la Historia se complace en olvidarlos. En Trafalgar, el gran vencido en su tiempo y ante el tribunal de la Historia fue el vicealmirante Pierre Charles Jean Baptiste de Villeneuve, nacido en Valensoles (Bajos Alpes), en 1763 y muerto en Rennes en 1806.

Guardiamarina a los quince años, fue capitán de fragata en 1793. Ascendiendo a contralmirante en 1796, participó en la expedición a Egipto, mandando la retaguardia de la escuadra francesa en la batalla de Abukir, de cuyo desastre pudo salvar cuatro navíos conduciéndolos a Malta.

Uno de los pocos marinos de verdad que se incorporaron a la Revolución, aunque sin comulgar psicológica e ideológicamente con sus postulados. En 1801 Napoleón le nombra comandante de las fuerzas francesas en Martinica, ascendiéndole a vicealmirante en 1804 y encomendándole la dirección suprema de las fuerzas navales que debían hacer posible el desembarco francés en Gran Bretaña.

Vuelve a vacilar, (en Abukir y en las Antillas, ya lo hizo) perdiendo la ocasión de batir a la escuadra británica fraccionada, al enfrentarse con el almirante Calder a la altura de Finisterre, donde los españoles llevaron la peor parte, al perder tres de nuestros navíos, recuperando sólo uno, pero dando comienzo a dar la orden de sus famosos virajes, en esta ocasión fue de darlo en redondo, dejando a retaguardia a los españoles solos. Por eso después se le obligó a intercalar los buques de ambas naciones.

En esta ocasión Napoleón hizo publicar una nota en el Moniteur, especie de periódico oficial del Imperio, entre otras cosas decía: «Si un hombre de carácter y valor, frío y audaz, se reencuentra un día, se verá de lo que son capaces los marinos franceses.», esta era una dura crítica contra el almirante, quien por su lentitud y sus indecisiones comprometía los planes del Emperador para desembarcar en el Reino Unido.

El almirante, profundamente herido en su honor de marino y haciendo alusión a la nota del Moniteur, escribía al ministro francés de Marina: «Si es verdad que no hace falta más que audacia y carácter, yo no dejaré de demostrarlos en la primera ocasión propicia.»

Estas palabras no revelan solamente su irritación; traicionan también la turbación del almirante a la hora de medirse con un temible adversario como lo era Nelson; obcecado por su amor propio herido y sin carácter ni serenidad para subordinarlo todo a la realidad, de la superioridad británica en todos los sentidos, ordenó la salida de Cádiz, lo cual era contrario al parecer de los marinos españoles, expuesto en el dramático consejo de guerra a bordo del navío insignia Bucentaure.

Esta decisión del almirante, costó a Francia y España la pérdida de diecisiete navíos, de los que sólo cuatro pudieron ser conservados por los vencedores; el resto se hundió frente al cabo Trafalgar, causando la pérdida de miles de vidas.

Napoleón, al recibir la noticia del desastre, juró no perdonar jamás a Villeneuve. Este, habiendo sido puesto en libertad, volvió a Francia en abril de 1806 con la esperanza de rehabilitarse; camino de París, se hizo preceder de una carta; pero la respuesta del ministro que recibió en ruta, hundió totalmente su moral, hasta el extremo de llevarle al suicidio.

Federico Gravina y Nápoli.

Ignacio María de Álava Sáenz de Navarrete.

Antonio de Escaño y García de Cáceres.

Baltasar Hidalgo de Cisneros de la Torre.

Cosme Damián de Churruca y Elorza.

Dionisio Alcalá Galiano.

Almirante Jefe de la escuadra británica.

Horacio nació en Burnham Torpe (Norfolk) el 29 de septiembre de 1758. Hijo de Eduardo Nelson y de Catalina Suckling, emparentada con los Walpole. Su padre rector de aquella parroquia, proporcionó a su hijo una buena aunque somera educación, en Norwich, Downham y Nort Walsham.

Sin embargo quien desempeñó el papel más importante en su vida, fue su tío el capitán Mauricio Suckling, oficial de intendencia de la Marina Real. Debido a la intervención de éste, entró a los once años como grumete en el navío Raisonnable.

Pero habiéndose solventado las diferencias que a la sazón existían entre España y Reino Unido, el capitán Suckling le embarcó en un velero que hacía la ruta de la India y a su regreso, le ejercitó en la dura escuela de la navegación de cabotaje, entre las brumas, los vientos, las rocas y los escollos de los mares del norte.

En 1772 tomó parte en la expedición ártica del capitán Phippo y luego se embarcó de nuevo para la India. Su prolongada vida en la mar despertó en él la ambición del heroísmo. El 9 de abril de 1777, después de servir en la fragata Worcester, fue admitido en la Marina Real con el grado de teniente.

Merced a sus conocimientos navales y a su habilidad para atraerse simpatías, en 1779 le fue confiado el mando de la fragata Hinchinbroock. Contaba en ese momento con veintiún años. Quizá todavía no maduro, no se distinguió mucho en las operaciones de la guerra de independencia norteamericana, aunque sus jefes, como el almirante Hood, ya le consideraban como un gran experto en la táctica naval.

Por otra parte, su hoja de servicios, sin grandes hechos de armas, le acreditaba como un oficial de marina inteligente, disciplinado, estudioso y con una enorme ansia de superación.

Acabada la guerra en 1783 se trasladó a Francia, para estudiar la marina de sus adversarios más calificados. Allí estudió las tácticas y estrategias navales desarrolladas por los oficiales reales, un núcleo de los cuales había de formar y desarrollar después la marina de la República, del Consulado y del Imperio; entre estos oficiales se encontraba el que había de ser su adversario en Trafalgar y es probable que directa o indirectamente se conocieran.

Algunos años más tarde recibía el mando de la fragata Boreas, prestando sus servicios en las Indias Occidentales, América; aquí se casó con Frances Nisbert en 1787.

Sus informes sobre el contrabando, que como hemos visto fue uno de los puntos cruciales del enfrentamiento entre España y el Reino Unido, llamaron frecuentemente la atención del Almirantazgo, el cual, en 1793, al estallar la guerra contra Francia, le otorgó el mando del navío Agamemnon incorporado a la escuadra del almirante Hood.

Al mando de este buque participó (con Gravina como aliado) en la toma de Tolón, conquista de Córcega y en otras operaciones en el Mediterráneo occidental, donde demostró gran iniciativa personal y destacadas dotes de mando.

Ante Calvi, en 1794, fue herido en el ojo derecho, quedándole inutilizado para la visión. Su figura se iluminó repentinamente para sus compatriotas, por su destacadísima intervención en la victoria obtenida por el almirante Jervis, sobre la flota española en el cabo de San Vicente el 14 de febrero de 1797 al mando del Captain.

Sin embargo, la satisfacción que podía experimentar nombrado ya contralmirante, se truncó cuando fue herido de gravedad en el fracasado intento de desembarco en Santa Cruz de Tenerife, el 24 de julio de 1797.

En esta acción perdió el brazo derecho, al levantar el brazo para dar una señal de ataque fue herido por un impacto directo de un cañón, en la isla se conoce a la pieza con el nombre de Tigre.

Repuesto de su herida e incorporado de nuevo al servicio activo, el 10 de abril de 1798 fue destinado por su Gobierno, para vigilar el destino de la flota francesa concentrada en Tolón.

Pasó al Mediterráneo con tres navíos y cinco fragatas. La escuadra francesa burló el bloqueo a causa de un incidente fortuito y se dirigió a Egipto. La persiguió a lo largo de éste mar y el 1 de agosto la destrozaba en la batalla de Abukir.

Esa victoria, decisiva para la suerte de la expedición napoleónica, le valió el título de barón del Nilo y la consolidación definitiva de su fama de gran marino. Entre 1798 á 1800 intervino en los asuntos del reino de Nápoles, retenido por su misión y por sus amores con lady Hamilton, esposa del embajador británico, a quien había conocido en 1793, cuando su primera estancia en el Mediterráneo.

Esta parte de su vida es sumamente novelesca y cinematográfica. Pero en todo caso su amor por lady Hamilton, ocupó lo más profundo de su corazón como lo demuestra el relato de su muerte. Al morir gloriosamente, en olor de celebridad, sólo tuvo presente a sus dos amores, Britania y lady Hamilton.

En 1800 regresó al Reino Unido y el 1 de enero de 1801 fue ascendido a vicealmirante. Meses más tarde recibía la misión de forzar el bloqueo que Francia ejercía sobre los países neutrales, logrando romperlo después del combate y bombardeo de Copenhague, el 2 de abril de 1801.

Continuó prestando algunos servicios de flotilla, hasta que al firmarse la paz de Amiens en 1802, se retiró a su finca de Merton, en el Surrey.

La nueva guerra entre su país y Francia, le hizo entrar de nuevo en liza. En 1803 tomó el mando de la flota del Mediterráneo, bloqueando a la escuadra francesa.

Pero la francesa logró de nuevo burlar su vigilancia y pasar al Atlántico. Por pura intuición supuso que Villeneuve, había preparado una operación de diversión dirigiéndose a las Antillas, a cuyos mares marchó persiguiéndole.

Regresando las dos escuadras sin haberse enfrentado, la franco-española arribó a Cádiz, pasando por ello a tomarse unos días de descanso en Merton, partiendo el 13 de septiembre para ponerse al frente de su escuadra y esperar a su adversario, la flota combinada.

Era el primer acto de su drama personal en Trafalgar.

Una bala, disparada desde el navío francés Redoutable, le acertó estando en el alcázar del Victory. Murió exclamando: «Gracias a Dios, he cumplido con mi deber.»

Vicealmirante, Segundo Jefe de la escuadra británica.

Nació Cuthbert Lord Collingwood en Newcastle-upon-Tyne en 1750. Ingresó en la marina cuando tenía trece años, ascendido a teniente de navío en 1775, después de asistir al combate naval de Bunker Hill, en la guerra de la independencia de los Estados Unidos de América.

En 1797 era capitán de navío y en 1799 contralmirante. Tomó parte importante en diversas victorias de la Marina Real, entre ellas la ganada en Brest en 1794 por lord Howe y la de cabo San Vicente en 1797, por el almirante Jervis.

En 1801 ya de vicealmirante, mandaba una división de cinco buques en el bloqueo de Ferrol. También fue jefe de las fuerzas de bloqueo de Cádiz en 1805, reforzadas después por las escuadras de Bickerton y de Calder, hasta asumir el mando de todas Nelson, reuniendo veintisiete navíos con los que entraron en combate en Trafalgar. El día del combate mandaba la segunda línea, enarbolando su insignia en el Royal Sovereing, al que le seguían once navíos más, cortando la línea el primero.

Quedo tan destrozado su buque que tuvo que abandonarlo y transbordar a la fragata Euryalus.

Por su comportamiento en este combate y su historial anterior, fue nombrado par del Reino con el título de barón Collingwood de Caldhune y Herhpoole, en el condado de Northumberland y ascendido a almirante, concediéndosele además una pensión de 2.000 libras anuales. Sostuvo una interesante correspondencia con Álava.

Se hallaba bloqueando Cádiz cuando tuvo lugar el ataque y rendición, de la escuadra francesa del almirante Rosilly y por ello cursó una felicitación al general Morla, gobernador de Cádiz en estos sucesos, diciendo:

«Por la energía del pueblo debe ver el continente de Europa que hay aquí una excepción, en las usurpaciones que han obligado a muchos estados a una degradada dependencia y que se ofrece el ejemplo de lo que es capaz una nación cuando se halla unánime.»

Ocupó más tarde las islas Jónicas, aceptando el mando de la escuadra del Mediterráneo a pesar de su mal estado de salud. Falleció en 1810, en la mar, frente a Mahón, a bordo del navío Ville de Paris.

Preliminares

Como curiosidad de las penalidades de la situación, don Federico Gravina había escrito al Príncipe de la Paz demandándole 500.000 reales solo para poder vestir a la gente de mar de la escuadra, una vez recibidos le responde.

Existe un escrito en AGMAB, Expediciones a Europa, leg. 211 (minuta); BRAH, Col, JPG, ms. 11/8313 d) copia.

«N.º 199. Excmo. Sr. Muy Sr. mío: Se ha recibido ya por mano de D. Benito de la Piedra en la tesorería de la escuadra de mi mando los quinientos mil reales que V. E. me anuncia en su orden de 2 del corriente. Los haré invertir desde luego en vestir la gente de mar necesitada, y conforme al método que V. E. se sirve prevenirme.

Reitero a V. E. las más justas gracias por los desvelos e interés que se toma en proteger mis atenciones hacia estos leales y útiles vasallos de S. M. a pesar de las actuales escaseces.

Dios guarde a V. E. muchos años. Navío Príncipe, en Cádiz, 8 de octubre de 1805. Sr. Príncipe de la Paz»

En el consejo del 8 de octubre de 1805, reunido por Villeneuve estuvieron; don Federico Gravina, teniente general comandante en jefe de la escuadra española; don Ignacio María de Álava, también teniente general y segundo al mando, don Antonio de Escaño, jefe de escuadra y mayor general de la misma, don Baltasar Hidalgo de Cisneros, también jefe de escuadra, don Enrique Mac Donnell, don Ángel Rafael Hore y Dávila y don Dionisio Alcalá Galiano, brigadieres; por parte francesa Pedro Esteban Dumanoir de Pelley y Carlos Renato Magon de Closdire, los dos almirantes y Cosmao Kerjulien, Maistral y Lavillegris, capitanes de navío, más el capitán de fragata ayudante comandante de la Armada, Prigny. De las notas recogidas en este consejo, solo nos quedan las de don Antonio Alcalá Galiano en sus memorias.

El documento original en español del acta de la Junta de Generales a bordo del Bucentaure, estaba guardado junto al resto de documentos del combate en una carpeta del Almirantazgo, siendo trasladado al Archivo Central del Ministerio de Marina en 1850, de donde actualmente están desaparecidos, ello nos ha obligado a traducir el existente de la misma enviado por Villeneuve y que se guarda en Francia, suponiendo sean iguales ya que en el francés al final pone: «Pour copie conforme à l´original, Villeneuve. Es copia, Gravina (rubricado) y dice así:

«Hoy 16 de vendimiario del año XIV. Reunidos previa invitación del almirante Villeneuve a bordo del Bucentaure: el almirante Gravina, comandante en jefe de la escuadra española; el vicealmirante Álava, los jefes de escuadra Escaño y Cisneros y los brigadieres Mac Donnell, Hore y Galiano; los contralmirantes Dumanoir y Magon, los capitanes de navío Cosmao, Maistral y Lavillegris, y el capitán de fragata Prigny, ayudante comandante de la Armada, al efecto de concertar los medios de partida y conocer la situación de los buques de la escuadra combinada desde el punto de vista militar. El almirante Villeneuve ha hecho conocer, bajo secreto, que la intención de S. M. I. expresada en sus Instrucciones, era que la escuadra combinada diera a la vela a la primera ocasión favorable, y que donde quiera que se encontrara al enemigo con fuerzas inferiores lo atacase sin dudar, forzándole a una acción decisiva.
Seguidamente el Almirante ha comunicado las informaciones que obraban en su poder sobre las fuerzas del enemigo, así como las noticias del Embajador de España en Portugal y del Comisario de Tánger, así como de los vigías y barcos de la costa, resultando que, según unos, los enemigos tenían treinta y un navíos al menos, y según los otros, se hace subir este número hasta treinta y tres, de los cuales ocho son de tres puentes.
Después de esto, el almirante ha rogado a cada uno de los que integran esta conferencia, tengan a bien dar su opinión sobre las circunstancias en que se encuentra la escuadra combinada. Todos han reconocido que los navíos de las dos naciones aliadas están en su mayor parte mal armados, con tripulaciones poco aptas, que muchos de estos navíos no han podido aún ejercitar su personal en la vida marinera y que los navíos de tres puentes Santa Ana, el Rayo y el San Justo de 74 cañones, armados precipitadamente y apenas salidos del arsenal, pueden, en rigor, formar parte de la escuadra, pero no están en condiciones de rendir los servicios militares que serán susceptibles de prestar cuando estén completamente organizados.
Todas estas observaciones sobre el estado de la escuadra combinada han hecho reconocer unánimemente que la flota enemiga que se encuentra en estos parajes próximos es mucho más fuerte que la nuestra, la cual se encontrará además forzada a dar batalla en el momento desfavorable de su salida de puerto. Todos han estado de acuerdo que era necesario esperar la ocasión favorable de que se habla en las Instrucciones, la cual puede producirse porque el mal tiempo aleje a los enemigos de estos lugares, o por la obligación en que se encuentre de dividir las fuerzas de su escuadra para proteger su comercio en el Mediterráneo y sus convoyes que pueden verse amenazados por las escuadras de Cartagena y Tolón. Pero a pesar de estas observaciones, los oficiales de las dos marinas han testimoniado el deseo que tendrán siempre de combatir al enemigo, cualquiera que sea su fuerza, en cuanto S. M. I. lo desee, y han invitado al almirante Villeneuve que se haga intérprete cerca de Ella para asegurarle su completa adhesión. Los almirantes han terminado esta conferencia renovando la orden de estar preparados para poder dar la vela a la primera señal sin perder momento.
Prigny, Galiano, Hore, Lavillegris, Maistral, Cosmao, Macdonnell, Cisneros, Magon, Dumanoir Le Pelley, Álava, Gravina, Villeneuve. copia conforme al original, Villeneuve (rubricado)»

(Al menos al Emperador no se le informó si es que de verdad sucedió, sobre el altercado entre Alcalá Galiano y Magon, como figura en otras fuentes. Lo incomprensible de este acuerdo, es que Villeneuve cambiara de opinión y forzara la salida de la escuadra, cuando en este documento parece estar convencido de la proximidad de la tormenta. Lo que nos lleva a pensar que ordenó la salida al saber que el 18 estaba en Madrid el almirante Rosilly, si éste llegaba y la escuadra no había salido, Villeneuve tendría los días contados ante su Emperador, provocando la decisión de salir prácticamente sin esperanzas de victoria, y lo peor, es que todos lo sabían.)

(Aclarar que de los tres navíos españoles mencionados como no a propósito para el combate, solo el Rayo se perdió y como resultado de salir al día siguiente a rescatar al Santa Ana; el San Justo fue posteriormente elegido por Rosilly para incorporarlo a su escuadra fondeada en la bahía de Cádiz, no estarían tan mal)

Al parecer el enfrentamiento entre Magon y Alcalá Galiano provocó la intervención de Gravina. En carta de Gravina a Villeneuve le indica lo siguiente: «Sabéis, señor almirante, que los navíos españoles han sido siempre los primeros en entrar en fuego y los últimos en retirarse. Nos habéis pedido consejo y os lo hemos dado lealmente. Si resolvéis atacar a los ingleses, no tendréis que esperarnos.»

En este consejo consiguieron los españoles, hacer valer su opinión para que los buques de ambas naciones fueran intercalados, (razón que admitió el almirante Villeneuve), para evitar en lo posible, lo ocurrido en el reciente combate de Finisterre, aunque no se consiguió del todo por la decisión, después en el combate del contralmirante Dumanoir, que a su vez fue provocada por la orden de su Almirante de «virar por redondo a un tiempo» cambiando el orden de la línea de batalla, convirtiendo a la vanguardia en retaguardia y a esta en vanguardia, cuando la orden llego a la cabeza; en ella estaba el San Juan Nepomuceno, su comandante don Cosme Damián Churruca exclamo: «La flota está perdida. El almirante francés no sabe lo que hace. Nos ha comprometido a todos.»

En opinión de G. Desdevises du Dezert en su obra «La Marina española durante Trafalgar», dice de los jefes franceses «Procedentes en su mayor parte de la revolución, eran ordinarios, osados, bruscos y déspotas, por lo que desdeñaban la aristocracia de los marinos españoles y los miraban como gentes anticuadas y supersticiosas.»

(Añadimos: Buenos compañeros para el combate ¿No?)

Las Escuadras

Española:
Navío Puentes Porte (cañones) Comandante Insignia
Santísima Trinidad IV 144 Francisco Javier Uriarte. Baltasar Hidalgo de Cisneros.
Príncipe de Asturias III 118 Rafael de Hore. Mayor General Escaño Federico Gravina y Nápoli.
Santa Ana III 122 José Gardoqui. Ignacio María de Álava.
Rayo III 100 Enrique McDonnell.
Argonauta II 98 Antonio Pareja.
Montañés II 76 Francisco Alsedo.
Neptuno II 93 Cayetano Valdés.
San Agustín II 84 Felipe Jado Cagigal.
San Justo II 87 Miguel Gastón.
San Juan Nepomuceno II 82 Cosme Damián Churruca.
San Francisco de Asís II 82 Luis Flores.
Bahama II 78 Dionisio Alcalá Galiano.
San Ildefonso II 80 José Vargas.
San Leandro II 71 José Quevedo.
Monarca II 86 Teodoro Argumosa.
Orden y composición de la Armada franco-española a su salida de Cádiz el 19 de octubre de 1805.
Escuadra combinada.
Escuadra de Observación.
Al mando del teniente general don Federico Gravina.
Navío Puentes Porte (cañones) Comandante Insignia
San Juan Nepomuceno II 86 Cosme Damián Churruca.
Berwick II 74 Filhol Camas.
Príncipe de Asturias III 118 Rafael de Hore. Mayor General Escaño Federico Gravina y Nápoli.
Achilles II 74 Deniéport.
San Ildefonso II 80 José Vargas.
Argonaute II 74 Epron.
Swift-Sure II 74 Villemandrin.
Argonauta II 102 Antonio Pareja.
Algeciras II 74 Le Tourneur. Magon.
Montañés II 76 Francisco Alsedo.
Aigle II 74 Courrége.
Bahama II 84 Dionisio Alcalá Galiano.

Fragatas: Themis, de 40 cañones (Jugan), Hermione, de 40 cañones (Mahé). Bergantín Argus, 16 cañones (Taillard).

Cuerpo de la Línea.
Vanguardia.
Segunda escuadra, al mando del teniente general don Ignacio María de Álava.
Navío Puentes Porte (cañones) Comandante Insignia
Pluton II 74 Cosmao.
Monarca II 86 Teodoro Argumosa.
Fougueux II 74 Boudouin.
Santa Ana III 122 José Gardoqui. Ignacio María de Álava.
Indoptable II 80 Hubert.
San Justo II 87 Miguel Gastón.

Fragata, Rhin, de 40 cañones (Chesneau)

Centro.
Primera escuadra, al mando del almirante Villeneuve, general en jefe de la escuadra combinada.
Navío Puentes Porte (cañones) Comandante Insignia
Redoutable II 74 Lucas.
San Leandro II 71 José Quevedo.
Neptune II 74 Maistral.
Bucentaure II 80 Magendie. Mayor General Prigny. Villeneuve
Santísima Trinidad IV 144 Francisco Javier Uriarte. Baltasar Hidalgo de Cisneros.
Héros II 74 Poulain.
San Agustín II 84 Jado Cajigal.

Fragata, Hortense, de 40 cañones (Lameillerie). Bergantín Furet, 18 cañones (Dumas).

Retaguardia.
Tercera escuadra, al mando del contralmirante Dumanoir.
Navío Puentes Porte (cañones) Comandante Insignia
San Francisco de Asís II 82 Luis Flores.
Montblanc II 74 La Villegris.
Dugay-Toufet II 74 Touffet.
Formidable II 80 Le Tellier. Dumanoir.
Rayo III 100 Enrique McDonnell.
Intrepide II 74 Infernet.
Scipión II 74 Béranger.
Neptuno II 93 Cayetano Valdés.

Fragata, Cornélie, de 40 cañones (Martinenq)

Escuadra Británica.
Los buques de la escuadra británica, a las órdenes del Almirante Horacio Nelson.
Línea a las órdenes del Almirante Horacio Nelson.
Navío Puentes Porte (cañones) Capitán Insignia
Victory III 103 Thomas M. Hardy. Horacio Nelson
Témeraire III 102 Eliah Harvey.
Neptune III 104 Thomas Freemantle.
Leviathán II 82 Henry W. Bayutun.
Britannia III 108 Charles Bullem. Conde de Northesk
Conqueror II 82 Israel Pelew.
Orion II 82 Edward Codrington.
Ajax II 82 John Pilfold.
Minotaur II 82 Moore Mansfield.
Spartiate II 82 Francis Laforey.
Africa II 72 Henry Digby.
Agamemnon II 72 Edward Berry.
Línea a las órdenes del Vicealmirante Cuthbert Collingwood.
Navío Puentes Porte (cañones) Capitán Insignia
Royal Sovereing III 112 Edward Rotheram. Cuthbert Collingwood
Prince III 104 Richard Grindall.
Dreadnought III 104 John Coun.
Tonnant II 90 Charles Tyler.
Belle-Isle II 90 William Hargood.
Revenge II 82 Robert Moorsons.
Mars II 82 George Duff.
Defiance II 82 Philip Durham.
Defence II 82 George Hope.
Colossus II 82 James M. Norris.
Achilles II 82 Richard King.
Bellerophon II 82 John Cooke.
Swiftsure II 82 William Rutherford.
Thunderer II 82 John Stockham.
Polyphemus II 68 Robert Redmill.

Fragatas: Eurygalus, de 40 cañones (Henry Blackwood), Siryus, de 40 (William Prowse), Phaebe, de 40 (Blanden Capell) y Nayard, de 40 (Thomas Dundas)

Goleta, Picle, de 20, (John Lapenotiere) y balandra, Entreprenante, de 6 (Robert Young)

Instrucciones previas al combate.

Villeneuve:

El general Mathieu Dumas nos documenta de lo dictado por el almirante de la flota combinada:

«Si el enemigo se haya a sotavento respecto a nosotros, dueños de nuestros movimientos, formaremos nuestro orden de batalla y arribaremos sobre él todos a la vez.
Cada buque nuestro ataca al que tiene enfrente en la línea enemiga y no debe titubear en abordarlo si las circunstancias lo favorecen. Haré muy pocas señales, pero todo lo espero de cada capitán…
El que no se hallase en el fuego no estará en su puesto y una señal para que acudiese sería un baldón y una deshonra para él. Si el enemigo, por el contrario, se presenta a barlovento de nosotros y manifiesta la intención de atacarnos, debemos esperarlo en una línea de batalla cerrada…
El enemigo no se limitará a formarse en una línea de batalla paralela a la nuestra y venir a trabar un combate de artillería, cuyo éxito depende a veces de la mayor pericia, mas de seguro cabe siempre a la mejor suerte; se afanará por envolver nuestra retaguardia o cortar nuestra línea y atacar los buques nuestros desamparados, con grupos de sus buques para envolverlos y vencerlos; en ese caso un capitán que manda debe hallar en sí mismo, en su propio denuedo, en su amor de gloria, las inspiraciones que le han de guiar, sin esperar las señales del almirante, que empeñado en el combate, se halla envuelto en el humo y puede carecer hasta de la posibilidad de hacer señales.»

Nelson:

«A bordo del Victory y frente a Cádiz, diez de octubre de 1805. A la par que es poco menos que imposible, conducir al combate una escuadra de cuarenta navíos, con vientos variables y una atmósfera nebulosa, o en otras circunstancias que pueden presentarse, sin una pérdida de tiempo que dejaría probablemente que, se malogre la ocasión de empeñar al enemigo en términos que, hiciesen decisivo el combate, he resuelto que la escuadra, exceptuando el navío del comandante en jefe y del segundo comandante, ocupe una posición tal, que el orden de batalla sea el de marcha: esto se conseguirá formando dos columnas de a dieciséis navíos cada una y teniendo una división de vanguardia, compuesta de ocho de los navíos de dos puentes y más veleros.
Así podría siempre formarse, si es necesario, una línea de veinticuatro navíos, uniéndose a una de las columnas que el comandante en jefe quiera. El segundo comandante, en cuanto yo le haya dado instrucciones, tendrá la dirección absoluta de su columna, para empezar el ataque de los buques enemigos y le seguirá hasta que queden apresados o destruidos. Si se descubre la escuadra enemiga al viento en línea de batalla y que las dos columnas y la división de vanguardia puedan alcanzar esa línea, ésta probablemente tendrá tal extensión, que la cabeza no podrá acudir en socorro de la cola.
Por tanto, es verosímil que haré la señal al segundo comandante de cortarla hacía el duodécimo navío, contando desde la cola o por donde pueda, si no puede llegar a esa altura. Yo con mi columna atacaré hacía el centro y la división de vanguardia atacará dos, tres o cuatro navíos más arriba del centro, de manera que tenga la seguridad de atacar el navío del comandante en jefe de la escuadra enemiga, buque que es preciso apresar a todo trance. El plan general de la escuadra británica debe ser el de estrechar todos los buques enemigos desde el segundo o el tercero más allá del comandante en jefe (suponiendo a éste en el centro hasta la cola de la línea)
Quiero suponer que veinte bajeles de la línea enemiga no hayan sido atacados; mas pasará mucho tiempo antes que puedan hacer un movimiento que, les traiga a poder atacar una parte de la escuadra británica o a socorrer a sus compañeros, lo que hasta imposible sería sin confundirse con los buques empeñados. También quiero suponer que la escuadra enemiga cuente con cuarenta y seis navíos y que la nuestra no tenga más que cuarenta. Si tienen menos, un número proporcionado de su línea quedará cortado; pero nuestros buques deben ser más numerosos en una cuarta parte que los bajeles cortados.
Hay que dar algo a la fortuna: nada es seguro en un combate naval; es su ley más que en cualquiera otro trance; las balas se llevan nuestros palos y nuestras vergas, lo mismo que los del enemigo las nuestras; mas tengo confianza que conseguiremos la victoria antes de que la vanguardia del enemigo pueda acudir en socorro de la retaguardia y en ese caso la escuadra británica se hallará en disposición de recibir los veinte navíos intactos que vengan de refuerzo o de perseguirlos si intentan escaparse. Si la vanguardia vira viento adelante, los navíos capturados deberán pasar a sotavento de la escuadra británica.
Si el enemigo vira viento atrás, la escuadra británica deberá situarse entre el enemigo y los navíos que habrán apresado y sus propios buques desamparados. Si el enemigo se acerca, en ese caso ningún recelo hay del resultado.
En todos los casos posibles el segundo comandante, dirigirá los movimientos de su columna en un orden tan ceñido, como las circunstancias lo permitan.
Los capitanes deberán mirar su columna respectiva como el centro de reunión; mas en el caso que las señales no puedan verse o entenderse claramente, todo capitán habrá cumplido si barlovea su buque con un enemigo»

(Nelson suponía la escuadra combinada más fuerte de lo que era.)

«Las divisiones nuestras serán dirigidas juntas hasta tiro de cañón de la línea enemiga; entonces haré probablemente la señal a la columna de sotavento de arribar y de ir con todo aparejo fuera hasta las bonetas, con el fin de alcanzar lo más pronto posible la línea enemiga y de cortarla por el duodécimo navío, empezando desde la cola.
Es posible que algunos bajeles no consigan cortar por el punto que es de desear que lo hagan; mas estarán siempre en disposición de ayudar a sus compañeros.
Si algunos hay que se encuentren echados hacía la cola de la línea, completarán la derrota de los doce navíos enemigos.
Si la escuadra enemiga vira viento atrás todos a un tiempo o deja arribar para correr largo, los doce navíos que formarán en la primera posición la retaguardia del enemigo, deberán ser siempre el punto de mira de los ataques de la columna de sotavento, a menos que otra cosa mande el comandante en jefe, lo que no es de creer, porque la dirección absoluta de su columna de sotavento, después que las instrucciones del general en jefe hayan sido bien entendidas, debe quedar al almirante que mande la columna.
Lo demás de la escuadra quedará a las órdenes del comandante en jefe, que cuidará que los movimientos del comandante su segundo tengan toda la libertad posible.»

La lectura de estos documentos históricos deja entrever la causa primordial del resultado, dando una idea cabal de la extraordinaria distancia que mediaba entre el jefe francés y el británico. Las de Nelson parecen casi la narración anticipada y exacta de lo que ocurrió en el combate, no en balde llevaron la iniciativa desde el avistamiento, mientras el francés como era su costumbre, a esperar a sotavento en su particular «Guerra Galana», no por galante, sino por galo.

Momentos después de dar la orden de ataque, se retiro a su camarote para realizar sus oraciones y dejó escrito esto:

«Quiera Dios Todopoderoso, al cual yo venero, conceder la victoria a mi patria, para el bien de toda Europa y conceda también que todos cumplan de tal modo que nadie tenga nada malo que reprocharse y conceda también que después de la victoria sean los sentimientos humanitarios el rasgo predominante en toda la flota inglesa. Por mi parte hago gustoso el sacrificio de mi vida a Dios, que es quien me la ha concedido y le pido que me bendiga por haber servido a mi patria fielmente. Á Dios me entrego y le entrego la justa causa que estoy encargado de defender. Amén. Amén. Amén» Después escribió su testamento, firmando como testigos Blackwood y Hardy.

Toda una premonición ó previsor hasta la muerte ¿No? Lo que no se puede decir del jefe enemigo.

Salida

Villeneuve decidió salir el 19 por haber saltado viento de Levante, favorable para dejar la bahía; pero estando en plena maniobra volvió la calma, por ello hubo de esperar al día siguiente, cuando al refrescar el viento permitió a toda la flota combinada ponerse en franquía. Al estar todos fuera roló el viento al Sudoeste, aumentando de fuerza, obligando a coger rizos. La escuadra debió navegar en cinco columnas paralelas; pero tanto por las continuas variaciones de viento, como la falta de entrenamiento de varios navíos, la formación era muy irregular.

Para inducir a salir a la escuadra combinada, lo cual constituía su máxima obsesión, Nelson había llevado su escuadra lejos de Cádiz a unas treinta millas al Este, dejando sus fragatas vigilando el puerto.

Una de ellas, la Euryalus, descubrió la salida de los buques e inmediatamente viró para informar a su almirante, enarbolando la señal 370 del código, que significa: «Los enemigos están saliendo del puerto» Esta señal fue vista por la corbeta Weatzle que la pasó a la Picle y a través de la Phoebe y la Naiad y de los navíos Defence, Colossus y Mars llegó a conocimiento de Nelson dos horas más tarde.

Pasemos al parte del general don Antonio de Escaño, quien nos dice:

«Apenas fuera de la boca del puerto la armada combinada el viento escaseó hasta el S.S.O., tan fuerte y con tan malas apariencias, que una de las primeras señales que salieron del navío Bucentaure, en que tenía arbolada su insignia el almirante, fue la de encargar que se navegase con dos rizos tomados a las gavias. Esta circunstancia produjo necesariamente una gran dispersión hasta las dos de la tarde, que felizmente se llamó el viento al S.O., y claros y despejados los horizontes, se mandó por señal la formación de cinco columnas y la de unión.
Una fragata avanzada indicó dieciocho velas enemigas a la vista y en consecuencia de esta advertencia se navegaba con los zafarranchos hechos y preparados a entrar en combate. A las tres se viro por redondo a un tiempo y nos pusimos en demanda del estrecho, conservando la misma formación de cinco columnas, en que estábamos antes de este movimiento.
Después de haberlo ejecutado, avistamos cuatro fragatas enemigas, que por una orden del almirante Villeneuve fueron cazadas por las nuestras y en este navío se mandó al Aquiles, Algeciras y San Juan, como dependientes de la escuadra de observación, que reforzasen a los cazadores, con la prevención de que antes de anochecer quedasen reunidos al cuerpo fuerte de la armada.
A las siete y media de la noche nos dio un navío francés, aviso de que el Aquiles había reconocido dieciocho navíos enemigos, que estaban en línea de batalla y seguidamente empezamos a ver y no a mucha distancia, varios tarros de luz que no podían salir sino de las fragatas enemigas, que estaban interpuestas entre las dos armadas.
A las nueve hizo señales la escuadra inglesa al cañón y por el intervalo que corrió entre el fogonazo y el ruido, que fue de ocho segundos, distaba dos millas de nosotros. Indicamos por señales de faroles al almirante francés, que era preciso formar la línea de batalla sobre los navíos sotaventados, la misma que repitió después al cañón aquel jefe; en esta formación amanecimos el veintiuno con enemigos a la vista en numero de veintisiete navíos, siete de ellos de tres puentes, a barlovento nuestro y en línea de batalla de la mura contraria.
A las siete de la mañana arribaron los enemigos en diferentes columnas y sobre nuestra escuadra con dirección al centro y retaguardia, por lo que el almirante Villeneuve ordenó una virada por redondo a tiempo, resultando de este movimiento que quedase a retaguardia la escuadra de observación del mando del general Gravina.
A esto siguió la señal hecha por el almirante francés de que ciñese el viento el navío de la cabeza y la de que todos siguiesen sus aguas, lo que obligó a que arribase la armada para su alineación.
El general Gravina prescribió a la escuadra las señales más oportunas, para que se ejecutasen estos movimientos con aquella celeridad y prontitud que exigían las circunstancias y al aproximarse el enemigo mandó estrechar las distancias y rectificar el orden. A las doce menos ocho minutos de la mañana, un navío inglés de tres puentes con insignia al tope de trinquete atravesó nuestra línea por el centro, sosteniéndole en su ejecución los navíos que venían por sus aguas.
Todos los demás cabezas de columna de la escuadra enemiga practicaron lo mismo; una de ellas dobló nuestra retaguardia; cruzó otra tercera por entre el Aquiles y el San Ildefonso y desde este momento la acción se limito a combates sangrientos particulares, a tiro de pistola la mayor parte de ellos, entre toda la armada enemiga y la mitad de la nuestra, resultando como consecuencia necesaria algunos abordajes»

Este primer parte dado en día después de la acción, debía ser sucinto, como lo es, en sus pormenores. El general Escaño, deseoso de suministrar al gobierno un conocimiento exacto de las evoluciones que precedieron al momento de entrar en combate, dirigió el 17 de diciembre de 1805, un oficio en que relata con claridad notable, los movimientos de las escuadra beligerantes desde la salida de Cádiz.

Para facilitar la explicación de la forma en que atacaron los enemigos y poder reflexionar, sobre las causas a que se debe atribuir su ventaja, a pesar del valor y serenidad con que fueron recibidos, pasamos a la descripción copiada íntegra; remitía el general cuatro planos señalando las mismas diferentes posiciones.

«Cuatro fueron las posiciones que tuvo la escuadra combinada.
Dibujo de la primera posición de los buques de las dos escuadras realizado por el Mayor General de la Española don Antonio de Escaño.
Plano primero de Escaño. Cortesía del Museo Naval. Madrid.
En la primera posición estaban los enemigos en línea de vuelta encontrada y a barlovento de la escuadra combinada: ésta, navegando en otra línea sin sujeción a puestos, ciñendo el viento por estribor, según se había formado en la noche, cuando se vieron y oyeron, señales de estar inmediata la escuadra enemiga.
El general Villeneuve hizo señal desde su navío, el Bucentaure de formar la línea de batalla natural de la misma amura, lo que se ejecutó. Los enemigos en este tiempo empezaron a arribar en dos columnas, dirigiéndose la una a atacar la retaguardia y la de barlovento al centro.
Dibujo de la segunda posición de los buques de las dos escuadras realizado por el Mayor General de la Española don Antonio de Escaño.
Plano segundo de Escaño. Cortesía del Museo Naval. Madrid.
La segunda posición la produjo el movimiento, que hizo la escuadra combinada de virar por redondo a un tiempo, ciñendo el viento por babor, el navío que quedase de cabeza y los demás le siguieron orzando en sus aguas sucesivamente.
Los cabezas de los enemigos, observando que los combinados cambiaban de mura, variaron el rumbo de corte a que navegaban para dar caza al centro y la nueva retaguardia que resultaba del movimiento de la escuadra combinada.
Dibujo de la tercera posición de los buques de las dos escuadras realizado por el Mayor General de la Española don Antonio de Escaño.
Plano tercero de Escaño. Cortesía del Museo Naval. Madrid.
La tercera posición, se tomó para restablecer el orden en la escuadra combinada: con este fin era preciso que navegase casi toda a un largo, la marcha estaba del O., y el viento por aquella parte muy flojo, lo que causó que los navíos que iban ciñendo el viento anduvieran poco y los que iban con largo, aún con las gavias en facha, se apelotonaron: en tales circunstancias fue necesario que arribasen todos a un tiempo para restablecer el orden, como si el viento se hubiera alargado, cuyo movimiento, hecho sin uniformidad; produjo una línea curva e imperfecta.
Notaron los enemigos que esta evolución les alejaba la retaguardia de los combinados y dividieron sus columnas para poder atacar por muchos puntos y no exponer su escuadra a que, fuese batida parcialmente si conservaba su primera formación: la columna que dirigía el almirante Nelson en el rumbo que estableció se propasaba del navío Trinidad, a quien se proponía atacar y esto al parecer dio lugar para que, arribando sobre el centro, navegasen sus columnas con el viento abierto por estribor y que la mayor parte de la vanguardia de la escuadra combinada recibiera fuego y lo hiciera a la columna de barlovento de dicho almirante.
Dibujo de la cuarta posición de los buques de las dos escuadras realizado por el Mayor General de la Española don Antonio de Escaño.
Plano cuarto de Escaño. Cortesía del Museo Naval. Madrid.
La cuarta posición, fue que la escuadra combinada, sin haber podido concluir el restablecimiento del orden, tuvo que orzar para recibir al enemigo y a pesar de que las fragatas señalaban, que la línea tomaba demasiada extensión, el resultado fue que los navíos tuvieron, que ponerse en facha para evitar abordarse y muchos salieron de sus puestos y doblaron a sotavento por faltar un lugar en que colocarse. En esta forma estaba la escuadra combinada cuando empezó el ataque.»


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