Oquendo y Dominguez de Segura, Miguel de Biografia

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Biografía de don Miguel de Oquendo y Domínguez de Segura



Almirante General del Mar Océano.

Padre de don Antonio de Oquendo.

Orígenes

Vino al mundo en la ciudad de San Sebastián a lo largo del año de 1534.

Hoja de Servicios

Siendo nacido en la costa muy pronto se alistó en diferentes buques, con los que navegó por los mares del Norte, incluso se dice que llegó a Terranova, así como en balleneros donde como es natural aprendió las cosas de la mar, pasando después a alistarse en los buques de la Corona o en aquellos alquilados por ella para misiones de guerra, con lo que terminó el círculo al aprender a manejar las armas, tanto las individuales como las embarcadas como dotación de bajeles.

Por ello ya nos lo encontramos en el año de 1582, siendo capitán general de la escuadra de Guipúzcoa al mando de diez buques, tomó parte muy activa en el combate naval de San Miguel, estando a las órdenes de don Álvaro de Bazán, con una escuadra que al final solo estaba compuesta por veinticinco buques, contra la armada francesa de Felipe Strozzi, que en total eran unos sesenta buques, (seis ingleses aprovechando la indecisión de Strozzi huyeron) que apoyaba al prior de Ocrato, pretendiente a la corona portuguesa contra los derechos del rey don Felipe II.

Las fuerzas del prior y francesas trataban de conquistar todo el archipiélago de las Azores, para establecer en él una base de operaciones contra las costas de Portugal y las líneas de comunicación con la Península y nuestras posesiones de Indias, así como los territorios del Brasil.

Oquendo con su escuadra formó la vanguardia de la escuadra, siendo el que pasó el aviso de la cantidad y donde se encontraban, al ver los enemigos la formación española comenzaron a navegar, pero sin decidirse a atacar a pesar de la importante diferencia a su favor, de hecho se avistaron el día veintitrés y no se entabló combate hasta el día veintiséis.

La escuadra de Guipúzcoa estaba compuesta por los buques y mandos siguientes: La Concepción, del maestre don Pedro de Evora. Quinientas veintiocho, tn. Nuestra Señora de Iziar, maestre don Domingo de Olavarrieta. Doscientas cuarenta, tn.; Buenaventura, maestre don Juan Ortiz de Isasa. Ciento noventa y dos, tn; San Miguel, maestre don Antonio de la Jus. Doscientas cuarenta y cuatro, tn.; Catalina, maestre don Juan de la Bastida. Trescientas veinte, tn.; Juana, maestre don Pedro de Garagarza-Galagarza. Trescientas cincuentas y tres, tn.; San Vicente, maestre don Domingo de Tausida. Trescientas sesenta y tres, tn.; San Vicente, maestre don Juan Pérez de Mutio. Trescientas catorce, tn.; María, maestre don Juan de Segura. Doscientas ochenta y nueve, tn.; Nuestra Señora de la Peña de Francia, maestre don Cristóbal de Segura. Trescientas veinte seis, tn.

Para no inclinar la balanza a ningún lado, pensamos que lo mejor es pasar al documento que don Miguel escribió al Rey dándole cuenta de lo sucedido en el combate: «Muy ilustre señor: A los 20 de éste, á la tarde, llegamos á tener vista del Morro del Nordeste de San Miguel, y le doblamos este día, ecepto D. Cristóbal que no pudo, y se le esperó hasta otro día, y todos juntos navegando la via de Punta Delgada, que es la ciudad de esta isla de San Miguel, descubrimos la mar toda llena de naves, y en el puerto de San Miguel ó Punta Delgada; y como fuimos descubiertos de ellos, comenzaron á hacerse á la vela y salir á la mar, y en poco espacio se pusieron en orden 56 navios de guerra; y vistos por nuestra armada, mando su Señoria hacer la vuelta de la mar, y este día se acabó con esto, que fue á los 21 dia sábado. Domingo mañana amanecieron ambas armadas á la vista, obra de poco más de dos leguas una de otra: el enemigo, que venia deseoso de verse con la nuestra y muy confiado de la victoria, comenzó este dia á enviar navios corredores á descubrir y reconocer nuestra armada, los cuales lo hicieron ansi, y según agora lo hemos entendido de ellos, les causó mucho contento las nuevas que les llevaron los tales navios de que los nuestros eran de ruin suerte y mal artillados, y que había bien poco en vencernos, y que era una armadilla de nonada; y con esto se pasó este dia.

Otro dia amanecimos á vista y no muy lejos la una de la otra, é hicieron señales los contrarios de batalla, y vistos por el Marqués, nos pusimos en orden, y mandó que le esperásemos, y asi no osó por entonces pasar adelante más de ponérsenos de barlovento, travesados los unos y los otros, y así estuvimos hasta después de comer, y en este tiempo anduvieron sus pataches de una nao en otra, y dende á rato comenzaron á arribar sobre nuestra armada todas las naos grandes del enemigo, siguiendoles los demás. Yo en este tiempo me hallé el mas cercano de ellos, y me rodearon la Capitana y Almiranta y me dieron una ruciada de artillería, á las cuales se le respondió con la misma fruta, y no osaron abordar, y visto por el Marqués el atrevimiento, se atravesó con los dos galeones del Rey San Martín y San Mateo, é yo me puse con el mio en hilera, y tomamos toda la demás de la armada á nuestro abrigo, y asi puestos en esta buena orden, pasó el enemigo por nuestro barlovento con todas sus naves gruesas, disparando toda la artillería de la banda, y los galeones, como la traian brava, hubo una buena escaramuza, y no hubo mosquetes ni arcabuces, y con esto pasó este dia. De nuestra nao se hizo con la poca artilleria lo que pudimos, de suerte que el Marqués quedó contento.

Otro dia cada uno procuró de apercibirse lo mejor que pudo, y amanecimos á vista, y se pasó el dia sin batalla ni escaramuza, con algunos cometimientos, y fue dia del bienaventurado Santiago, que cierto pensamos tener batalla este dia, y no hubo lugar, porque no nos pudimos acercar por falta de aire.

El dia de la bienaventurada Santa Ana, 26 de Julio, por la mañana, amaneció nuestra armada sobre Villafranca, tres leguas á la mar, y con muy poco aire en la calma de la tierra, y el enemigo amaneció cuatro leguas mas allá, donde gozaba de muy buen aire, con el cual en poco tiempo se puso con nosotros y hizo señales de batalla; é vista por el Marqués su determinación, se puso travesado como el dia antes y en muy buen orden, poniendo su frente muy fuerte con las naves atrás dichas y todas las demás en buena orden. Ellos esperaron hasta comer, y en acabando, con una brava determinación dieron arriba la banda sobre nosotros, y comenzaron á abordar á los galeones y á los demás, y dar tanta batería, que parecía cosa extraña, la cual duró hasta la noche, y su capitana fue presa por la nuestra, en la cual había muchos personajes de gran suerte, y entre ellos Musir de Stroci y el Conde de Linoso. El Musir murió en el combate y el Conde herido de muerte, y acabó de morir ayer con otros muchos caballeros de suerte.

El galeón San Mateo tuvo á bordo dos galeones franceses, Capitana y Almiranta, y le mataron mucha gente y lo tenían muy trabajado. Visto por mí que corria gran peligro, é que si nos le tomaban nos desbarataba á todos, librándome lo mejor que pude, di vuelta para él para le socorrer, y llegué á tiempo de muchisima necesidad, y me encajé con mi nave entre el dicho galeón, y las Almiranta del contrario, con todas las velas en el tope, de suerte que con el ínterin se apartaron los dos galeones San Mateo y Almiranta francesa, y San Mateo se fue libre de su peligro y no poco contento. Yo me amarré con la dicha Almiranta, que era una de las más bravas de toda la armada, y traia 30 tiros de bronce grandes y 300 hombres tirados y marineros, y toda la gente de guerra eran soldados viejos; y la primera ruciada que le dimos en abordarlo, le matamos 50 hombres, los mejores que tenia, de que cobraron mucho temor y espanto, porque tenían estos hombres y otros para saltar en el galeón, muy escogidos, armados de punta en blanco, con otros tantos tiradores, según que todo lo cuenta un personaje y tres soldados que tenemos en la nao, que vinieron pidiendo misericordia y la hallaron; y fue saqueada la dicha Almiranta por nuestra gente de mar y guerra, y puesta mi bandera de campo en su popa, y sus insignias en la nuestra, colgadas á uso de guerra; y en este discurso las naos crecidas de su armada iban yendo y viniendo, y me daban gran batería de tiradores y artilleria, y con la de un lado respondí á ellos con la mitad de los tiradores, sin hacer falta al enemigo de casa.

Se acabó el dia, y algo antes me dieron un cañonazo debajo de la mar, y nuestra nao se iba aplomando, y ni mas ni menos la francesa, porque la habíamos roto todo el costado con mucha bateria, y no se supo por la gente de guerra que nuestra nao estaba rota, antes mandé que no diesen á la bomba, porque entendía que antes se acabaría el dia y la batalla que la nao se nos anegase, y si la gente de guerra que combatia bravamente supiera que la nao se iba hinchendo de agua, cesare el combate, se rindiera mi nave; fuera muy pujante y diera en que entender. Y asi se acabó el dia, y ambas naves, llenas de agua en cantidad de mas de una braza de alto, se apartaron, habiéndome desamarrado alguno los cabos en que la tenia atada, y se cree que aquella noche iria á fondo. Matóse toda la gente, que no le quedaron sino muy pocos, y á nosotros nos mataron é hirieron poco mas de treinta, y luego todos echaron á huir, cada uno por su cabo, dejando su Capitana y otra nave en nuestro poder, y desembarazados y sin gente esta Almirante y una urca, y era grandísima riza y matanza en los demás, de suerte que los suyos me parece serán mas de 1.200 muertos, heridos y presos, y en los nuestros se cree no lleguen a 700.

Esta victoria se debe atribuía á Nuestro Señor, que mas parece cosa de su mano que de hombres humanos, por la gran fuerza que traían y por el poco recado que nosotros teníamos.

D. Antonio, de que nos vió, fue á la Tercera en un patache, el cual preguntaba á todos los que venían á su poder, si el galeón San Martín venia con esta armada, que parece tenía tratado con los portugueses lo estorbasen lo posible, y si no viniera era todo perdido, de las cuales estoy ya sano del todo, y Nuestro Señor fue servido darnos fuerzas en aquel dia para todo el tiempo que duró la batalla, y de librarme de tantos peligros sin lesión alguna, y plega á Dios sea para su santo servicio.

Andamos con tiempo contrario sobre esta isla, que no nos deja tomar puerto, y tenemos harta necesidad por causa de los heridos y aun de los sanos, la cual está D. Antonio, ecepto el castillo; hallas ancha sin quebrar cabeza ni sin resistencia alguna, y porque el Marqués envía entera relación de ésta, no digo más. Nuestro Señor. Fecha en la mar, cuatro leguas del Morro del Nordeste de esta isla de San Miguel, á 29 de Julio de 1582. — Muy ilustre Señor. — B. M. á V. md. Muy cierto servidor. — Miguel de Oquendo.»

Ya al año siguiente cuando se decidió poner fin a la conquista total de las islas Terceras, volvió a estar presente con su escuadra y al mando toda ella del mismo don Álvaro de Bazán, acompañando al capitán Marolin a practicar el reconocimiento de la costa y del lugar de desembarco en la isla Tercera, que da nombre al archipiélago, siendo el que desembarco y conquistó junto a otras fuerzas la isla.

En el momento de realizarse el bojeo de la costa ya pertenecía por orden de don Álvaro a lo que se podría llamar el Estado Mayor del marqués de Santa Cruz. Después tomó parte activa en el apoyo naval a las operaciones de limpieza que tuvieron como resultado, la rendición total de todas las fuerzas enemigas.

Cuando la Gran Armada contra Inglaterra en 1588, uno de los consejeros en quien fiaba el rey para neutralizar la falta de conocimientos marineros del duque de Medina Sidonia, era precisamente don Miguel de Oquendo, que junto con don Juan Martínez de Recalde, debían conducir la flota, pero como subordinados. Ambos fueron nombrados Almirantes, tenientes de la armada.

La escuadra penetro en el Canal como si fuera una muralla con una navegación que impresionaba a todos, en vanguardia de aviso la escuadra de naves ligeras, al mando de don Antonio Hurtado de Mendoza, por capitana la nao Nuestra Señora del Pilar de Zaragoza; le seguían las cuatro galeazas al mando de don Hugo de Moncada en la San Lorenzo; comenzaba el cuerpo fuerte, a distancia le seguían formando tres cuerpos principales en la vanguardia, con el ala derecha al mando de don Juan Martínez de Recalde divido a su vez en dos partes, una con quince naos gruesas y galeones, con capitana en el San Juan, la segunda de trece naos menores, detrás de ellos navegaban seis urcas y cuatro pataches, como reserva al mando de Juan Gómez de Medina, en la Gran Grifón; la segunda parte del ala derecha iba el galeón del Gran Duque de Toscana, capitaneado por don Gaspar de Sosa, con doce naos divididas en dos grupos de seis y como retaguardia cinco zafras; en el centro iba el galeón San Martín con don Alonso Pérez de Guzmán, con treinta naos en tres divisiones, la primera de dieciocho con el galeón San Mateo en su centro, a la derecha de éste la capitana de Leyva en La Rata Coronada y a la izquierda el galeón San Luis. Detrás del centro iban los ocho galeones del mando de don Pedro de Valdés, con capitana en el Nuestra Señora del Rosario, y a continuación veinte carabelas para aviso y refuerzo de tropas del centro. El ala izquierda al mando de don Miguel de Oquendo, con su nao Santa Ana en la parte izquierda el galeón San Marcos en el centro en el que iba don Francisco de Bobadilla y como segunda parte como jefe don Diego Flores de Valdés, en el galeón San Cristóbal y la escuadra de Levante al mando de don Martín de Bertendona, en la nao La Ragazona. El resto de unidades de estas escuadras, iban a retaguardia de ellas dejando en el centro a la escuadra de transporte formada por urcas resto de buques menores y para poder ocupar el puesto de algún compañero que fuera dañado o se perdiera.

El momento crucial del encuentro se produjo el jueves día diez de julio (estos datos son del calendario gregoriano, lo ingleses aún tardarían casi dos siglos en adoptarlo, por eso en las fuentes británicas, este día era el sábado veinte de julio), cuando se encontraron frente Plymouth sin ver ningún buque enemigo, lo que llevó a Recalde, Oquendo y Bertendona a intentar convencer al Duque de que se atacara este puerto tan principal, pues si lograban entrar podrían dar buena cuenta de sus enemigos, lo que a su vez dejaría el paso franco al desembarco, pero Medina Sidonia seguido de don Pedro fueron poniendo impedimentos y al final el Duque, se reforzó con la orden de Rey de no atacar si no le atacaban, pues su misión principal era dar escolta a los Tercios de don Alejandro Farnesio. (Aquí se perdió la ocasión de oro, ya que aunque bien protegido el puerto era factible desbordarlo y dentro estaba lo mejor de la escuadra inglesa, ya que estaban esperando que pasara la española para atacar como los traidores, por la espalda, en este caso por las popas)

Unas líneas más arriba hemos dicho —en el ala izquierda algo más retrasada que el centro, al mando de Juan Martínez de Recalde, con veinte buques de las escuadras de Andalucía y Vizcaya—. Pero al mismo tiempo en ese ala izquierda, se dividía al igual que la derecha en las dos escuadras, así la de don Pedro de Valdés al mando de la de Andalucía, formaba a la derecha y a su izquierda la de Juan Martínez de Recalde con su capitana el galeón San Juan, con la de Vizcaya. La formación adoptada era la vieja y clásica de las galeras, (muy poco apropiada para buques con artillería en las bandas), es decir, que cada una mantenía a cinco buques en línea de fila, con sus compañeros a su banda diestra, y la escuadra de Guipúzcoa al mando de Miguel de Oquendo, capitana nao Santa Ana con el mismo dispositivo, pero algo más alejados de su ala derecha de Valdés, por lo que éste quedaba casi sin posibilidad de movimiento, dado que detrás del centro, iban los buques menores solo protegidos por los grandes buques del resto de las escuadras a su retaguardia, lo que hacía my complicado (por no decir imposible) salir de la formación y poder prestar ayuda a otro buque que la necesitara.

Y precisamente esto es lo que pasó: Estaba arribando el galeón San Salvador de la escuadra de Oquendo, que incomprensiblemente se le había enviado de descubierta, cuando era el buque que transportaba al mayor parte de todos los fondos de moneda para asistir a la escuadra. Sucedió que un buque de la escuadra flamenca porque su capitán no había cumplido una orden superior, se le ordenó que regresara a puerto, éste enfadado decidió embarrancar el buque saltando así a tierra la dotación y por un dispositivo de mecha que le llevaba a la santabárbara hizo explosión, esto desorganizó un poco las línea de la escuadra, momento que el almirante Howard, viendo el desconcierto ordena a su buques atacar la retaguardia española.

Medina Sidonia y Recalde fuerzan vela y se arrumba a impedir que sea capturado el San Salvador, conocedores de su valor. Pero con esta maniobra el centro pierde poder, ya que a ellos les siguen unos cuantos galeones más, lo que aún produjo mayor debilidad en la línea, viendo esto Howard intenta meterse desde la retaguardia por el centro hasta la primera línea, como la escuadra de Valdés estaba más cerca recibe la orden de cortar el paso al almirante inglés, dada su situación (ya explicada) al intentar virar a la diestra aborda a otro buque, lo que le causa graves daños en la proa dificultando mucho que el buque hiciera caso al timón, de hecho el bauprés desapareció e incluida un ancla.

De esta forma en vez de servir de ayuda, pasa a necesitarla. El galeón San Salvador se ha prendido fuego, dándosele remolque se le lleva al centro de la formación, donde los pontones se encargan casi de vaciar al galeón, poniendo así a salvo gran parte del tesoro que portaba, haciendo explosión un tiempo después, pero todos advertidos no causó ningún daño a ninguno. Caso parecido le sucedía al Santa Ana de Recalde, por lo que de nuevo se moviliza todo el centro para prestarle ayuda, pues estaba siendo acatado por siete enemigos, que abandonaron su segura presa al ver venírseles encima los refuerzos, consiguiendo incluso salvar parte de la artillería y casi toda la tripulación, ya controlado esto el Duque se queda mirando al Nuestra Señora del Rosario de Valdés, que al no poder gobernar bien está siendo arrastrado por la corriente justo en dirección contraria a la escuadra, por lo que a cada minuto estaba más lejos y más cerca de los ingleses.

Los ingleses dejaron pasar a los españoles y se lanzaron en su seguimiento atacándoles con el viento favorable, por retaguardia. A las dos de la mañana se efectuó el contacto artillero y en ese momento la Luna iluminó el cuadro.

El propio don Alonso Pérez de Guzmán, Capitán General de la Gran Armada contra Inglaterra, nos dice: « La artillería jugó un papel muy importante en los dos campos, pero la enemiga no nos afectó mucho, por disparar desde muy lejos. . . El San Juan sucumbió solamente al ser atacado por los tres mejores barcos de la flota inglesa. . .El San Salvador, fue destruido por un acto de sabotaje y no por los cañones enemigos. Aquí los ingleses prácticamente no intervinieron »

De paso apuntar para deshacer un mito, que la escuadra española al salir de Lisboa estaba formada por ciento veintisiete buques, de los que cinco se quedaron en Ferrol, entre ellas las cuatro galeras; tres, se perdieron por accidentes; cuatro, en combate y veintiocho por los temporales, regresando a la Península en mejor o peor estado noventa y dos.

El buque de Oquendo fue incendiado, sufriendo algunas explosiones parciales, pero a pesar de lo agotados que estaban todos a bordo, trabajaron con denuedo para conseguir apagarlo, pasando posteriormente los calafates y carpinteros a reparar todo lo posible, de forma que se mantuvo a flote hasta lograr llegar a Pasajes, siendo el día veinticuatro de septiembre.

Don Miguel de Oquendo sobrevivió poco tiempo, puesto que llegó muy mermado de facultades y aún su propia nave saltó por los aires unos días después, lo que es seguro que le aceleró el óbito, que se produjo antes de terminar el mismo año de 1588. Se bajara que la causa pudo ser lo que hoy se denomina una « depresión », lo que no es de extrañar en personas de su carácter, que sabiendo que en el momento adecuado se podía habar cambiado el final de la empresa, nadie le hizo caso, resultando un fracaso que afecta solo a los responsables.

Ninguno de los dos tenientes con mando naval; don Juan Martínez de Recalde y don Miguel de Oquendo y Domínguez de Segura, sobrevivieron a la empresa pero el duque de Medina Sidonia, sí. Cada lector se sirva.

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