Galera

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Zurita, Jerónimo.: Anales de la Corona de Aragón. C. S. I. C. Institución ‹Fernando el Católico› Zaragoza, 1967. Facsímil de la Edición Príncipe de 1562 y la mejorada de 1585.
Zurita, Jerónimo.: Anales de la Corona de Aragón. C. S. I. C. Institución ‹Fernando el Católico› Zaragoza, 1967. Facsímil de la Edición Príncipe de 1562 y la mejorada de 1585.
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Galera



Homero ya nos da pistas en el siglo VII a.C. de la existencia de buques que con el tiempo llegó a ser la galera, pasando al siglo V a.C. cuando tuvo lugar el combate entre griegos y persas en Salamina en el 480 a.C., sin olvidar las naves fenicias que comerciaban llegando a Tartesos, de donde regresaban con la plata conseguida con su comercio, más tarde aparecieron las birremes, trirremes, quinquerremes y liburna romanas, y el dromón de Bizancio con su ‹fuego griego›, llegando a las Partidas de don Alfonso X, en el que se les describe como a tales buques de guerra, (las anteriores se diferenciaban sobre todo por llevar sólo un palo con vela cuadra) por ello hasta ser dadas de baja en la Real Armada en 1748, no hay ninguna duda que con las variables lógicas de los avances técnicos, fue el tipo de buque más longevo de la Historia Mundial Naval, perdurando en activo con mayor o menor fuerza 2.400 años.

En el caso de España aún volvieron a estar activas al comprar a la Orden de Malta por el rey don Carlos III, las nombradas San Luis y Concepción en 1785, las cuales permanecieron arrinconadas en Cartagena, hasta serle entregado el mando de ambas el 5 de junio de 1787 al capitán de navío don Antonio Montero y Rato, realizando con ellas en el Mediterráneo el corso contra los berberiscos, al terminar esta comisión regresó a Cartagena el 6 de noviembre seguido, siendo esta la última vez que se utilizaron las galeras en cometidos de guerra. La gran pena es que no se conservara ninguna.

Dibujo de la menor de las galeras del siglo XVII.
Galera Envidia de la categoría de sutil.
Del libro La Galera Envidia.

Don Diego Gelmírez por 1111 encargó dos para proteger de sarracenos su diócesis, con ello la catedral de Santiago de Compostela en aguas de Galicia, llegando a realizar ataques hacía el Sur para demostrarles que no eran dueños de la mar, lo que inmediatamente se tradujo en una importante disminución de las visitas a sus aguas. Lo peor fue no continuar por ese rumbo.

Nada o muy poco añadir a las incontables victorias de Roger de Lauria con estos buques, dándose el caso que el conde de Foix quiso concertar una tregua sobre la mar con Roger de Lauria, pero éste se negó y no pudo hacerla extensiva a la mar y a tierra; ante esto el conde le amenazó diciéndole «El rey de Francia puede armar trescientas galeras en menos de un año y el de Aragón jamás podría hacerle frente.», fue en este momento cuando se le atribuye la famosa frase a Lauria «Ya se yo que las podrá armar y más aún; pero yo, en honor de mi señor el rey de Aragón y Sicilia, si el rey de Francia arma trescientas, armaré cien, sin más ni menos. Ciento me son bastantes para oponerme a todo el poder de Francia, y yo os juro que con ellas sólo me basta para que ninguna galera ni nao ose surcar el mar sin guiaje del Rey de Aragón; y no sólo nao o galera, sino que ningún pez se atreverá á asomarse sobre la mar, como no lleve grabado en su cola el escudo de las armas de Aragón.» frase jactanciosa y que parece dicha por un engreído, incluso puede tomarse a risa, pero la fama de Lauria, su invencibilidad y feroz comportamiento con los vencidos, no era aconsejable dejarla caer en saco roto, de hecho nada sucedió.

Algo menos de tres siglos más tarde se libro la batalla de Lepanto, donde la galera fue sin ninguna duda su "caballo" de batalla, en la Marquesa iba un tal Miguel de Cervantes quien dijo: «La más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni verán los venideros.» A su vez fue la decadencia del buque, pues al casi desaparecer los conflictos en el Mediterráneo, fue decayendo su construcción, sobre todo por el gran coste de mantenimiento de los bajeles en sueldos.

Óleo de una galera con velas cuadras, forma con la que les facilitaba cruzar el Atlántico.
Galera con velas cuadras.
Procedencia desconocida.

En buque sufrió muchos cambios con el devenir de los siglos, quizás uno de los más importantes fue en 1546 al suceder algo que va a cambiar el tipo de boga en las galeras; en éste año la escuadra de galeras de España al mando de don Bernardino López de Mendoza en su navegar sufre un temporal, como consecuencia se pierden los dos tercios de remos en sus buques, al no llevar suficientes para todas las galeras, ordena que se pase a utilizar cada remo por tres hombres, por ello es el fundador y descubridor de la boga a galocha (hasta ese momento se efectuaba a tercerol (tres remeros) cada uno manejando un remo «boga a tercerol») explicando que «para suplir la falta de remos hago hacer los remos uno por banco y que lo boguen tres hombres» naciendo así la boga a «galocha», la cual por Real orden se fue implantando en el resto de escuadras, de forma que ya era generalizada a partir de pasado el medio siglo y como ha llegado al conocimiento de nosotros, pues existen pinturas anteriores a estas fechas de estos buques y siempre se les representa con la boga a galocha lo que es incierto como queda explicado. Como ejemplo claro en la capitana de la jornada de Túnez la galera en la que embarcaba el Rey don Carlos I iba a «cuarterol», o sea, cuatro hombres por banco cada uno con su remo, nada de ir a galocha y cuatro remeros por remo, craso error que a fecha de hoy se sigue arrastrando sobre todo en la representación plástica de combates de estos buques.

De proa a popa estaba dividida por: espolón, tamboreta y corulla (donde se llevaba la artillería gruesa) formando todo ello la arrumbada. Le seguía la cámara de boga, esta era variable dependiendo del número de remos, las hubo desde 17 á 31, y en algún caso se llegó a los 35, el mínimo de bogantes era de tres, llegando al máximo de siete, la crujía era el paso central de toda la cámara de boga de la arrumbada a la carroza con un ancho de un metro veinte centímetros, al mismo tiempo tanto a la diestra como a la siniestra había un corredor, desde el cual en combate se abría fuego sobre el enemigo, con una anchura media de unos 40 centímetros, se clasificaban según el número de remos (aunque varió mucho sus nombres) por la ordenanza de 1607, la Ordinaria era de veinticuatro, con cuatro remeros, la Patrona de veintisiete con cinco, la Capitana de veintiocho con seis; por la ordenanza de 1650, la Ordinaria de veinticuatro con cuatro, Patrona de veintiséis, con cinco, Capitana de veintiocho y seis, la Real siempre era de 31 o más, como se ve el cuerpo central en ambos casos estaba formado por las ordinarias o bastardas, sólo que más tarde llegaron a los veintiséis remos y cinco bogantes, siempre en la banda diestra solía faltar un remo, para dejar espacio al fogón donde se preparaba el alimento para la dotación y chusma, como norma desde el palo mayor a corulla los remeros eran uno menos que el resto. Los bogantes iban dando la cara a la carroza, o sea, a popa. El primer banco (el más cercano a la carroza) quedaba a la altura de la crujía, (más alto que el resto, aunque toda la cámara de boga formaba en sí una curva ascendiendo en sus extremos) era ‹de la espalda› donde iba el ‹espaldar›, bogante contratado a sueldo, sirviendo de guía al pitido del cómitre de la palada y el segundo ‹sotaespalda›, para evitar que nadie se quedara sin ver el ritmo de palada ordenado.

La boga se dividía según las necesidades en cuarteles, estos a su vez en dos o tres, en el primer caso se tomaba el palo mayor como centro, quedando con la denominación de proa o popa, en el segundo, proa, al que iba desde la corulla al esquife, media, de éste hasta al fogón y popa, de aquí a la carroza, de forma que para comisión de patrulla (caso de la guarda de la costa ante la rebelión de los moros en la Alpujarra) siempre en el segundo caso, bogando un cuartel de cada banda manteniendo una velocidad (sin viento) de unos tres nudos, así se conseguía que la chuma fuera más descansada y se navegaran muchas más millas.

El otro caso era con toda la palamenta, bien en boga de navegación con una velocidad de seis a siete nudos, o la de combate o arrancada pasando a los nueve o superior (esta sólo se podía mantener una media hora), siempre que la mar lo permitiera dado su bajo bordo, pues al ir a mucha velocidad solía meterse la proa contra la ola frenando el avance. Si a las buenas condiciones de la mar ayudaba el viento, se dieron casos de lograr dar los doce nudos. Dadas todas estas circunstancias, la norma era evitar el invierno en la mar, llamado invernada, siendo en Cartagena desde el día de San Demetrio (23 de octubre) hasta el de San Jorge (5 de mayo) cuando los vasos permanecían en tierra y de paso se reparaban.

El desplazamiento de una galera ordinaria o bastarda de veintiséis bancos estaba en torno a las 270 toneladas, con franco bordo de un metro y un calado de dos, su fondo casi plano, dado esto cuando se levantaban vientos duros, se abrían los escalamares (imbornales) para desalojar lo antes posible el agua embarcada, pues su flotabilidad era muy ajustada si se embalsaba sobre el vaso, de hecho los valores obtenidos oscilan en un margen de entre treinta y treinta y cinco centímetros, sólo evitaba dar un vuelco precisamente la palamenta, aunándose y no poco la ventaja de llevar velas latinas, por cazar mucho menos viento en la parte superior, facilitando el adrizamiento, cuando hocicaba en exceso la pieza de crujía se trincaba más atrás, evitando un cabeceo peligroso.

La carroza o espalda de dividía a su vez en la primera parte en el tabernáculo, lugar donde por ser más alto se guardaba el agua, sirviendo a su vez de zona donde se situaban los oficiales para el combate, dando reguardo a sus jefes y dirigiendo a las dotaciones de guerra, encargados a su vez de proteger un ataque en caso de que el enemigo lograra llegar a la escala. Le seguía la cámara o carroza, lugar donde se encontraban los mandos, el cual era cubierto con el tendal con diferentes telas dependiendo del calor o el frío, quedando toda ella mucho más elevada que el resto y detrás de ella la timonera, así el timonel recibía las órdenes directas sin intermediarios y siendo a su vez el lugar más alto del vaso.

Dibujo distribución interior de una galera. No varió mucho a lo largo de los siglos.
Dibujo distribución interior de una galera.
Procedencia desconocida.

En el interior del casco se distribuía todo lo necesario para las largas travesías y el combate, su distribución era variable, incluso según el constructor, por regla general de popa a proa era: gabón, cámara del capitán, escandelar, del alférez, repostería, despensa, pañol de velas, escandelar del teniente, pañol de jarcia, escandelar del capellán, escandelar del cirujano, camareta del cómitre, enfermería y el pañol de proa. En el siglo XVII su división era: Cámara de popa, Cámara del Consejo, estaba bajo cubierta, estancias del Capitán y teniente, las arcas ‹de medianía› y ‹Santa Bárbara›, despensas, almacén de pólvora, cuarto del medio donde se encontraba las velas y jarcias, dando paso a una escala para ascender a cubierta, continuaba con el espacio para oficiales de mar, capellán, cirujano, enfermería, boticaria y pañol de proa. Debajo de ellos el lastre con un promedio de quince toneladas de piedras en cestas y más cerca de proa se encontraban los proyectiles para las piezas que estaban arriba.

Solían estar aparejadas de dos palos, mayor y trinquete, éste desviado su anclaje a la diestra para no estorbar al cañón principal de crujía, pero inclinado a la siniestra para encontrar el punto de empuje sobre la crujía, el primero de unos veinticinco metros, el segundo algo más de dieciocho, ambos de una sola pieza, las entenas de dos piezas sólidamente unidas, la del mayor de aproximadamente cuarenta y dos metros, el trinquete unos treinta y seis, portaban diferentes tamaños y textura de velas para la mayor, para ser utilizadas con vientos flojo o duros, en este último caso incluso se llevaba una cuadra para armar, el trinquete sólo una denominada burda. Eran velas latinas y por tanto triangulares, con una superficie aproximada de 500 metros cuadrados.

Las piezas de artillería al principio fueron tres luego pasaron a cinco y en las Reales y Capitanas siete en la corulla, además se montaban dos piezas una por banda entre la corulla y el fogón, otras dos entre éste y la espalda también una por costado y dos más pequeñas en la misma espalda, con un gran sector de tiro. La pieza de crujía desde 1540 era una pieza de 40 libras, con un peso aproximado a los 2.500 kilos, en tiro tenso su alcance era de unos 325 metros, en el siglo XVII de 370, situándose el máximo en torno a los 1.500, a esa distancia era muy ineficaz. Los proyectiles de hierro fundido, llevando al final unos cuarenta, al principio eran tan solo 20. Se disparaba mediante mecha, pero hubo un tiempo en que para darle fuego a las bombardas, se utilizaba un hierro curvo el cual se ponía al rojo vivo mediante un hornillo llamado brancha.

A ambos lados de la pieza de crujía se portaban por regla general (aunque variaron mucho) el sacre o medio sacre, eran piezas de caza, todas en bronce con un peso de entre 500 á los 650 kilos, su calibre con pelotas de hierro de 2,5 a 3 libras, tenía un alcance en punto en blanco de unos 525 metros y máximo de 1.575, si eran sacres estos eran de 675 y 2.000, portando entorno a los 50 proyectiles y a los extremos se montaban los pedreros cortos, con un peso de 270 kilos, proyectiles de 10 libras y un alcance medio de 500 metros, su nombre indica el tipo de material del bolaño, con la intención de que éste al dar en las zonas de dura madera se fragmentase desperdigando sus trozos para causar más bajas al enemigo, por ello no se solía disparar hasta estar a unos 50 metros del blanco a batir.

Acuarela representando a la galera Real de Lepanto.
Acuarela de la galera Real de Lepanto. Rafael Monleón.
Cortesía del Museo Naval. Madrid.

En las bandas se llevaban (según épocas) entre seis y ocho piezas, casi siempre eran pedreros de borda, arma de tiro curvo con peso de 150 a 170 kilos, de 10 libras de bolaño, su alcance entre 60 a 80 metros, utilizando a veces una bomba, un proyectil hueco con más pólvora en su interior, efectuándose el disparo a dos fuegos, encendiendo ambos al mismo tiempo, para conseguir llegar sobre el enemigo sorteando la pavesada o protección lateral montada para guarecer a los infantes y bogantes.

El símbolo del mando era el fanal (aparte estandarte y banderas), de forma que si estaba presente la Real, nadie podía encender el suyo, en su ausencia lo hacia el capitán general de las de España, siguiéndoles en preferencia las de Nápoles, Sicilia, Cerdeña y Génova. Si no estaba toda la escuadra podía encenderlo el cuatralbo, por contra si la Real encendía los tres los demás podían hacerlo con dos y uno según el grado de mando. Algo parecido ocurría con el estandarte, si estaba la Real nadie podía izar el suyo, pudiéndolo hacer sólo la de mayor rango ya prefijado, pero incluso se demostraba al navegar, pues nadie podía sobrepasar a la Real o buque insignia.

En las grandes solemnidades o reunión de escuadras por algún acontecimiento especial, se enarbolaban en el calcés del palo mayor y en el trinquete unos pínelos o pénulos, banderas triangulares largas de unos cinco metros de longitud, en el pomo de la pena de la entena maestra un tordano de veintitrés metros, distinguiéndose por terminar en dos puntas, al igual que en el trinquete una flámula de quince, en lo alto de las batayolas se izaban las grímpolas y en la arrumbada los paveses de aparato. A veces como en el caso de Lepanto, se izaban banderas cuadras para ser utilizadas como guía de pertenencia a una escuadra, o por el general al mando para transmitir alguna orden.

Una vieja regla dice: «Dos galeras deben pelear contra tres enemigas; tres galeras deben pelear contra cuatro enemigas; cinco galeras deben pelear contra siete enemigas.» Según Pero Niño conde de Buelna: «Non facen la guerra broslados, nin forraduras, nin cadenas, nin fermalles; mas puños duros e homes denodados.» En el caso de la chusma muchos eran forzados y la vida muy dura, pocos de ellos por sentencias judiciales solían salir de ellas con vida, pero no mucho mejor estaban los mandos, pues por orden el capitán estaba obligado a buscar el combate, siempre que el enemigo no fuera muy superior forzándole a entablarlo si no eran más de dos contra una, en la mayor parte de los casos lo fueron una contra tres, de lo contrario era condenado a muerte, no pudiendo serle admitido el rehuirlo y menos aún perder su bajel contra un enemigo igual.

Estas fueron las galeras y sus hombres, no es de extrañar sirvieran durante tantos siglos a los diferentes países ribereños del Mediterráneo, cuna por otra parte de la verdadera navegación, quedando demostrado al ser desplazadas hasta Cartagena de Indias para controlar las costas de los ataques de corsarios y piratas bien entrado el siglo XVIII.

Bibliografía:

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Carrero Blanco, Luis.: Arte Naval Militar. 2 tomos. Madrid, 1943 y 1952.

Díez de Games, Gutierre.: Crónica de don Pedro Niño. Conde de Buelna. Impt. Antonio de Sancha. Madrid 1782.

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Laurencín, Marqués de.: Los Almirantes de Aragón. Datos para su cronología. Establecimiento Tipográfico de Fortanet. Madrid, 1919.

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Rosell, Cayetano.: Historia del Combate Naval de Lepanto. Y juicio de la importancia y consecuencias de aquel suceso. Real Academia de la Historia. Madrid, 1853. Obra premiada por unanimidad en el concurso del mismo y Academia.

Saralegui y Medina, Manuel de.: Una sorpresa en tierra y un desquite en la mar. Hijos de M. G. Hernández. Madrid, 1912.

Zurita, Jerónimo.: Anales de la Corona de Aragón. C. S. I. C. Institución ‹Fernando el Católico› Zaragoza, 1967. Facsímil de la Edición Príncipe de 1562 y la mejorada de 1585.

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