Deslobbes y Cortes, Juan Domingo Biografia

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Biografía de don Juan Domingo Deslobbes y Cortés

Capitán de fragata de la Real Armada Española.

Vino al mundo en la ciudad de Vitoria, a lo largo del año de 1760, siendo su padre don Juan José Deslobbles, natural de Bilbao y Alcalde Noble de Quintanopio y su madre, doña Ventura Cortés y Orcasitas, natural de Quintanopio.

Descendiente de familia acomodada elevó la petición de la Carta Orden de ingreso en la Compañía de Guardiamarina del Departamento de Ferrol, siéndole concedida sentando plaza el día dos de octubre del año de 1776, habiendo sido inaugurada el día trece de agosto anterior. Expediente de pureza de sangre. N.º 2.056

Al terminar sus estudios preliminares, en el año de 1779 se le ordenó embarcar en el navío Arrogante, que pertenecía a la escuadra del teniente general don Antonio de Arce, la cual zarpó para unirse a la del mando del general don Luis de Córdova, que junto a la francesa al mando del conde de D’Orvilliers, realizó la primera campaña del canal de la Mancha.

Al quedar reunida la escuadra combinada con sesenta y nueve buques en total, dio la orden el conde de formar la escuadra intercalando los buques de cada nación y quedando formada por una escuadra ligera de exploración la mando de La Touche-Treville, con cinco navíos, insignia el Couronne de 80 cañones, la vanguardia al mando del conde de Guichen compuesta por quince navíos, insignia en el Ville de Paris de 104 cañones, el centro al mando del mismo conde D’Orvillers compuesta de quince navíos, insignia el Bretagne de 110 cañones, la retaguardia al mando de don Miguel Gastón, compuesta por catorce navíos, insignia en el Rayo de 80 cañones y la escuadra de observación al mando de don Luís de Córdova compuesta por dieciséis navíos, insignia en el Santísima Trinidad de 114 cañones, poniendo rumbo al canal de la Mancha.

La combinada era portadora de un total de 4.706 cañones y veintiún mil setecientos treinta y cuatro hombres, dominando la embocadura del canal de la Mancha, obligando a retirarse a las fuerzas enemigas del almirante Hardy, que solo contaba con treinta y ocho de ellos, ante su inferioridad prefirió guarecerse en sus puertos y Arsenales, pero el navío Ardent de 74 cañones fue cazado por dos fragatas francesas, la Junon y Gentille, que colocándose de enfilada ambas fueron maniobrando y destrozando al navío, al que en ningún momento le permitieron poder hacer fuego por sus bandas, de ahí que pudiera ser rendido. Regresando en principio a la base francesa de Brest, mientras parte de la española se quedaba en ésta, el resto se hizo a la mar para arribar de nuevo a la bahía de Cádiz.

Donde al arribar se le notificó su ascenso a alférez de fragata, por Real Orden del día tres de julio del año de 1779. Permaneció a bordo del mismo navío hasta la llegada de la orden de trasbordo fechada el día quince de marzo del año de 1780, para embarcarse como oficial subordinado al navío Serio, éste pertenecía a escuadra de don Luis de Córdova, la cual zarpó de la bahía de Cádiz con rumbo al océano y el día nueve de agosto sobre el cabo de Santa María, participó en el apresamiento del gran convoy británico de más de cincuenta y cinco velas, escoltado por tres fragatas de guerra que pasaron a la Real Armada Española con los nombres de Colón, Santa Balbina y Santa Paula.

Este convoy era de vital importancia para los británicos, ya que en esos momentos estaban en guerra contra los independentistas de sus trece colonias, (los futuros Estados Unidos de Norteamérica) y precisamente su interceptación por la Armada española, provocó la pérdida del combate de Yorktown, siendo el principio del fin del poder británico sobre sus colonias. En esta captura se hicieron tres mil prisioneros de las dotaciones, más mil ochocientos soldados de las compañías reales de las Indias Orientales y Occidentales, evaluándose el botín capturado de mercancías y municiones, en un millón de duros (moneda de ocho reales de plata), convirtiéndose al mismo tiempo en una de las grandes victorias navales españolas, sobre la Marina Real Británica.

Posteriormente participó en los comienzos del gran bloqueo de Gibraltar, el cual consumía gran parte del esfuerzo de guerra de España, pero al mismo tiempo surgían otros conflictos y muy alejados.

Por ello recibió la orden de trasbordar a la fragata Nuestra Señora de la O, que pertenecía a la escuadra del brigadier don Francisco de Borja, con la que cruzó el océano, para participar en los combates sobre Guarico y Santo Domingo, al finalizar las operaciones militares regresó a la Habana, donde se le dio la orden de pasar a la escuadra del general don José Solano, con la que participó en doce salidas a la mar, una de ellas por ver si encontraban a los franceses que al mando del conde de Grases había mantenido el combate contra el almirante británico Rodney y por desgracia perdido, pero no pudieron prestar su ayuda ya que a nadie encontraron.

En una de sus arribadas a la Habana se le entregó la Real Orden del día veintiuno de diciembre del año de 1782, por la que era ascendido al grado de alférez de navío, continuando destinado en la capital de la isla de Cuba. Recibió la orden de embarcar el día trece de abril del año de 1783 en el navío Santo Domingo, con el que zarpó de la Habana con rumbo a Veracruz, al arribar quedó incorporado a la división del brigadier don Miguel de Souza, embarcándose el situado para transportándolo a la Habana, estando en éste puerto se le ordenó trasbordar al navío San Leandro, con el que cruzó de nuevo el océano arribando a la bahía de Cádiz el día veinticuatro de marzo del año de 1784.

Por Real Orden del día dieciséis de abril del año de 1785, se destinó a Mahón a la fragata Rosa de base en aquel apostadero, pasando a ser escogido por el teniente general don Antonio Barceló como su Ayudante, que se mantenía a la espera de saber si de nuevo ese año, debía de zarpar para volver a bombardear la plaza de Argel, que ya había sufrido los ataques de los años de 1783 y 84, pero ya no hizo falta pues se había puesto en contacto el Sultán de la Regencia para pedir la Paz al Rey de España.

Mientras llegaba esta grata noticia, las misiones de corso no cesaron, comenzando con la misma fragata y prosiguiendo con la Loreto, en que recibió la orden de trasbordar a la urca Clotilde el día catorce de marzo del año de 1786, siendo destinada a la Habana, con la que cruzó el océano y al arribar al puerto mencionado se le dio la orden de arribar a Veracruz, del cual zarpó con rumbo de nuevo a la Habana, al arribar se le ordenó trasbordar al navío Conde de Regla, siendo trasbordado a éste navío también el situado, zarpando de la Habana con rumbo a la bahía de Cádiz, donde arribó sin problemas de mención, se encontraba a bordo del navío el día dieciocho de febrero del año de 1788, cuando recibió la orden de sus superiores para desembarcar.

Por Real Orden del día siete de junio siguiente recibió la noticia de su ascenso al grado de teniente de fragata, unos días después elevó petición de licencia que le fue concedida, pasando por un tiempo a la ciudad de Barcelona, al presentarse de nuevo en su destino se le destinó a los Batallones de Infantería de Marina.

El día catorce de febrero del año de 1790 se le dio la orden de embarcar en la fragata Dorotea, zarpando de la bahía de Cádiz con rumbo a Cartagena, al arribar el buque quedó incorporado a la escuadra del mando del general don Francisco de Borja, que era la de evoluciones pasando toda ella a realizar ejercicios de mar en el Mediterráneo, al mismo tiempo que combatían la piratería norteafricana.

Pasado el tiempo marcado para las operaciones, se le ordenó al general por Real Orden del día treinta de mayo pasar con su escuadra a Cádiz, quedando incorporada a la del mando del general don José Solano y Bote, ya marqués del Socorro, por haberse declarado la guerra al Reino Unido con la que realizó la campaña de cabo de Finisterre, pero los enemigos vieron el rápido alistamiento de la escuadra que decidieron firmar la paz, así la escuadra ya sin misión puso rumbo a la bahía de Cádiz arribando el día ocho de septiembre.

De aquí zarpó con la escuadra de evoluciones a su base de Cartagena, donde se le dio la orden de trasbordar al navío San Vicente, con el que trasportó socorros a Orán por estar asediada por los berberiscos, al cumplir la misión regresó a Cartagena, nada más arribar se le dio la orden de trasbordar al navío Firme, zarpando con rumbo al puerto de Barcelona, donde fue cargado con parte de un regimiento de infantería para transportarlo a Mahón, al concluir la misión arribo a su puerto base el día treinta de abril del año de 1791.

El día doce de agosto siguiente se le ordenó embarcar en la fragata Florentina, con la que realizó la misión de transporte de tropas a la ciudad de Ceuta, ya desembarcada la tropa el comandante dio la orden de poner rumbo a Mogador, en este crucero divisaron una vela y comenzó la caza, ya que a los avisos previos por banderas y salvas el buque no hacía caso, lograron acercarse los suficiente para ver que portaba pabellón bátavo, suponiendo que iba de contrabando en apoyo de Ceuta abrieron fuego sobre el bergantín, éste al ver que no podía ganar distancia enarboló bandera blanca y se quedó al pairo, reacción que no se esperaba, pero sí se dio por lógica al ver la carga que transportaba, pues sólo iba cargado de pólvora. Nada que decir si una bala le acertaba en ella, esto convenció a su capitán a cambiar de pabellón.

En el año de 1793, al declararse la guerra contra la República Francesa, su fragata quedó incorporada a escuadra del general don Francisco de Borja, con la que zarpó en el mes de febrero, estando compuesta por veinticuatro navíos y nueve fragatas, entre lo navíos estaban los: Conde de Regla, insignia, San Agustín, San Joaquín y Mejicano.

En el navío Reina Luisa, que a la sazón era el insignia del general don Juan de Lángara, con el que zarpó del Arsenal de Cartagena a mediados del año de 1793 con rumbo a Tolón, uniéndose los dieciocho navíos y dos fragatas españolas a la escuadra británica del almirante Hood más la española del mando del general don Francisco de Borja, que por su ancianidad fue relevado del puesto por el recién llegado, quedando de Comandante en Jefe de la española, arribaron a la base francesa y el día veintisiete de agosto desembarcó la tropa y tomó el puerto, arsenal, fortalezas y plaza. De la escuadra británica entraron en él veintiún navío, de la española diecisiete y en su fondeadero se encontraban veintiuno de Francia, más los que estaban en grada construyéndose.

Casi en medio de un combate se le entregó la Real Orden, con fecha del día doce de abril del mismo año de 1793, por la que se le notificaba su ascenso al grado de teniente de navío, sin alterar para nada su destino actual.

Se continuó reforzando la plaza con nuevas unidades, entre ellos cuatro navíos napolitanos, formando al final más de dieciséis mil hombre el ejército desembarcado y que había ido tomando posiciones en los fuertes que daban protección a la base. El almirante Hood dividió el mando de las fuerzas ya que como jefe inicial de todas ellas se había designado a don Federico Gravina, pero se le dio solo el mando de las españolas y el resto al general O’Hara, británico.

Se encontraban cruzando las aguas de la población de Palamós el día veintisiete de de agosto, cuando arribó a incorporándose el navío Concepción al mando del general don José de Mazarredo, que había sido nombrado Comandante en Jefe de la escuadra, quedando Gravina como segundo de ella.

La plaza fue contraatacada por el ejército revolucionario francés, estando al mando del general Dugommier y entre sus jefes un joven comandante de Artillería llamado Napoleón Bonaparte, quienes atacaron con tantas unidades y fuerza, por medio de la artillería en tierra que inutilizó la de los buques, siendo tomados los fuertes de  Faraón, Malburque, Artiga y otros, lo que obligó al ejército aliado a reembarcar, siendo dirigida esta maniobra con el mayor de los aciertos por el Mayor General de la Escuadra española, el general don Ignacio María de Álava estando Cañas como su ayudante, siendo de los últimos en embarcar y lograron hacerlo en la fragata Florentina, con la que pudieron ponerse a salvo los últimos defensores.

Posteriormente en el año de 1795 tomo parte en la defensa de Rosas, cuando esta fue atacada por los revolucionarios franceses, estando una división española al mando de don Federico Gravina, uno de los días se divisó una vela a la que se le dio caza, siendo la fragata Efigemia de la reciente marina de la República, siendo capturada y marinada al puerto de Barcelona, Recibiendo la orden de regresar al Arsenal de Cartagena, donde lanzaron las anclas el día treinta del mismo mes.

En el año de 1795, se le dio la orden de trasladarse al puerto de Palamós, para ello embarcó de transporte en la corbeta Colón, al arribar se le otorgó el mando de una cañonera, permaneciendo en ella hasta la firma del tratado de Basilea en julio del año de 1795. Fue al poco tiempo cuando se le otorgó el mando del bergantín Vivo, con el que se le destinó a llevar pliegos por todos los reinos de la Península itálica así como a la misma Tolón para ser entregados a su Gobierno, hasta que recibió la orden de dirigirse a la bahía de Cádiz.

Desde aquí se le dio la orden de llevar unos pliegos secretos al apostadero de Montevideo, de donde regresó a la bahía de Cádiz  el día cuatro de julio del año de 1802, quedando desembarcado con destino en el mismo Departamento, hasta que le llegó la Real Orden del día cinco de octubre siguiente, por la que se le notificaba su ascenso al grado de capitán de fragata, siéndole entregado el mando de la fragata Asunción, recibiendo la orden de pasar de nuevo al Apostadero de Montevideo en el Mar del Plata.

Se encontraba ya en Montevideo cuando se le dio la orden de cruzar el cabo de Hornos, con rumbo a Valparaíso y el Callao, donde dejó los pliegos, quedando un tiempo en misión de guardacostas, ya que de nuevo regresó a Montevideo el día cinco de junio del año de 1804.

Ya declarada la guerra al Reino Unido, por la agresión en tiempos de paz a cuatro fragatas españolas al mando de Bustamante, él continuaba en las aguas americanas, en las que realizó multitud de cruceros en protección del tráfico marítimo español, ya que como era costumbre en la Marina Real, al entrar en guerra con España sus buques piratas se desperdigaban por los océanos para interrumpirlo y de paso hacerse más ricos a costa de los españoles.

El día seis de mayo zarpó la fragata Asunción, de 38 cañones y la corbeta Fuerte, de 14 del Apostadero de Montevideo, manteniéndose en cruceros entre el Cerro y Punta Piedras. Al poco tiempo de estar en esta misión se desató un fuerte temporal del SO. al OSO, permanecían en esta posición por haber sido avisados de la presencia de dos fragatas y un bergantín con pabellón americano, en cumplimiento de la orden de impedirlo se mantuvieron en la mar soportando los fuertes vientos y la mar gruesa que estos levantaron, sin tener problemas de mención sólo la incomodidad que da estar en un buque con esa mar.

El día veinte navegando en conserva, lo cual dice mucho de la habilidad de los comandantes y pilotos, se encontraban a sotavento del mismo Apostadero, eran casi las 1000 horas y navegaban con vuelta del S. con trinquete y gavias a dos rizos. A las 1500 el práctico de la fragata, que estaba continuamente sondando por lo peligroso de la zona, comentó que no podrían doblar la punta meridional del banco inglés, por causa de que el viento comenzaba a escasear, recomendado arribar en vuelta del NE.

Justo en ese momento la corbeta izó la señal de « riesgo en la derrota » lo que puso de manifiesto la arribada de inmediato, para lo que se redujo el trapo al trinquete y gavia con tres rizos, bajando la velocidad entorno a los seis o siete nudos, pero por falta de viento favorable tuvieron que mantener el rumbo, lo que inevitablemente se tradujo media hora más tarde, en sentirse una gran sacudida en la fragata, cuyos vigías no habían detectado nada, por la cerrazón y la continua lluvia que les rodeaba.

Como la corbeta seguía sus aguas, se le hizo señal del embarrancamiento por medio de una salva, pero la separación de ambos buques era muy corta, a pesar de la rapidez con la que se efectuó la maniobra evasiva, no la libró de embarrancar también, siendo tan duro el golpe que se desarboló de los palos mayor y mesana, así como daños en el timón, quedándole solo el trinquete, el cual viraron al viento para que no lo arrancara también, pero viendo venir una gran ola, lo volvieron a virar y del golpe de mar más la fuerza de la vela consiguió salir, aunque llevándose otro golpe en la popa que terminó por arrancar el timón, siendo arrastrados por la mar hasta que al sondar en un fondo de ocho brazas lanzaron una ancla, quedando fondeada como a una milla de distancia de la fragata que estaba pidiendo socorro.

Deslobbes mantuvo a los suyos con el mayor ánimo, de hecho otro golpe de mar tumbo a la fragata sobre un costado, como medio para enderezarla algo se tiraron al mar los palos incluido el trinquete, lo que surtió efecto al quitarle pesos altos, mientras parte de la dotación sin perder en ningún momento la compostura se mantuvo en las bombas, otra parte primero lanzó al mar todos los proyectiles, más todo aquello que ya en ese momento no servía, otros estaban salvando los víveres y subiéndolos a la cámara del comandante, mientras otros iban armando jangada (especie de balsa en la que se aprovechan los trozos de palos, vergas y botalón), en todo esto el comandante estuvo dando las órdenes oportunas, sin parar para nada en ningún sitio, solo comprobando como se iban cumpliendo.

Los que terminaron de subir los víveres se les ordenó cerrar y asegurar con clavos las portas de la artillería, cerrando posteriormente las escotillas a la cubierta, comenzando por las del sollado, intentando con ello hacer lo más estanco posible el casco y que el agua no subiera más. Justo en el momento en que ya la fragata había alcanzado su mínimo peso, un golpe de mar la desencalló, momento que Deslobbles dio la orden de armar bandolas, poniendo rumbo a la corbeta que se encontraba de través, pero como le había saltado el timón por uno de los golpes de mar, se aunó a ello la corriente, por lo que dio la orden de dejar caer un ancla, la cual fondeó bien y de momento soportó a la fragata, que solo se había separado algo menos de un cable de su punto de partida.

Los hombres de las bombas estaban ya casi al límite de sus fuerzas, por lo que dio la orden de que fueran relevados por otros, aunque en realidad ninguno había dejado de trabajar y todos a cual más cansado. Viendo que ya no había más solución que abandonar el buque, ordenó armar más jangadas, para lo que se utilizaron en esta ocasión todo tipo de artilugios de madera, incluyendo la pipería, los gallineros, puertas, mesas, sillas, etc. Para terminar de arreglarlo la noche se tiró encima.

Pero aun quedaba algo importante que hacer y se debía intentar, que no era otra cosa que hacer variar la posición de la fragata, para que a su sotavento se pudieran lanzar las jangadas, sin el oleaje que daba a barlovento, facilitando así el desembarco de la dotación, para ello se envío al alférez de fragata don Domingo de Mesa con seis hombre en el chinchorro, para que intentaran remolcador el buque, misión que resultó inútil, sumándose que al ser de noche un golpe de mar alejó al chinchorro.

Al perderlo de vista se pensó que se lo había tragado la mar, por lo que se decidió dar el mando del único bote al alférez de navío don José Miranda, para remolcar a la primera de las jangadas ya cargada con hombres, mientras con las propias dificultades del temporal, la parte de dotación iba embarcando en la balsa en el mejor orden, cuando de pronto se oyó un fuerte golpe, provocado por la rotura de las escotillas de la cubierta, siendo invadida por el agua en muy poco tiempo, el gritó de mando de Deslobbes controló la situación y nadie de la tripulación perdió los nervios, incluso los que estaban a punto de descender a la jangada regresaron a sus puestos, comenzando a disparar salvas para alertar de la necesidad urgente a la corbeta.

Deslobbes dio la orden de lanzar el resto de las jangadas al mar, mientras el bote se mantenía luchando contra el gran oleaje, situado en la aleta, cuando desde éste se verificó que se había picado un cable y el juanete se mareó a proa, viendo desde el bote que la proa de la fragata comenzaba a hundirse, gritaron a sus compañeros que aún cabían algunos más, pero solo uno se lanzó al mar donde fue recogido por los del bote. Comprobaron que ya nada podía salvar al buque, por lo que ciaron para alejarse de él.

Vieron en la oscuridad un farol, a pesar de poder ser tragados por el remolino del hundimiento, regresaron al mismo lugar pero al llegar la luz había desaparecido, además el bote no paraba de hacer agua, decidiendo su comandante que de no abandonar se irían al fondo, volvieron a ciar y al estar algo separados viraron con rumbo al NO. un cuarto al O, largando en ese momento la vela de la que era portador el bote, lo que les facilitó arribar a la isla de Flores a las 0300 horas. Los hombres del chinchorro, ya agotados y con solo dos remos, no pudieron soportar el trabajo, siendo la corriente la que arrastró al cascaron, teniendo la suerte de ser llevados a una playa, la cual verificaron al amanecer del día siguiente como la de Solís.

Al amanecer del día veintiuno de mayo, desde la corbeta estuvieron mirando a la posición última de la fragata, pero había desaparecido de la superficie, la corbeta no pudo acudir en su socorro puesto que toda la noche habían estado construyendo una espadilla y poniendo al buque en bandolas, al cerciorarse que por desgracia no había nadie, pusieron rumbo al puerto, pero el mal tiempo les impidió alcanzarlo hasta pasadas cuarenta y ocho horas, siendo ayudado por otros buques al conocer su estado, quienes terminaron de remolcarla hasta dejarla a salvo en Montevideo.

En el bote y el chinchorro se salvaron veintidós personas, los oficiales ya mencionados más los pilotos don José Freire y Andrade y don Antonio Acosta, todos los demás compañeros fueron tragados por la mar, siendo en total doscientos noventa y cuatro.

Entre ellos su Comandante, capitán de fragata, don Juan Domingo Deslobbes; teniente de navío, don Luís Journais; teniente de fragata, don Juan Fernández Alacón; alféreces de navío, don Francisco Aldao y don Manuel Coll-Padres; alféreces de fragata, don José Martínez Velasco y don Pedro Barreda; primer piloto, don Francisco Causino; contador, don Sebastián Vanc-Bla; médico, don Juan Lozela y los capellanes, don Pedro Ibáñez y don Domingo del Castillo.

Este desafortunado accidente, fue en su momento una muestra del valor de las dotaciones de los buques españoles, en ningún momento hubo el menor atisbo de abandonar, solo lo hicieron los que por orden pasaron a los botes y sólo uno se lanzó al agua buscando la salvación, no hay mejor hidalguía que la muestra de todos estos valientes, que soportaron estoicamente hasta el final de sus vidas.

Como epílogo, transcribir lo que escribe don Cesáreo Fernández Duro en su obra de los naufragios al respecto de éste:

« Las declaraciones que obran en la sumaria formada en Montevideo sobre este desgraciado suceso, enaltecen unánimes la sangre fría de aquel jefe; su dulzura en animar a los que decaían; la prontitud e inteligencia de sus disposiciones, y la entereza con que manifestó sería el último que saliera del buque »

Esto mismo le valió ser reconocido como un héroe de la Armada y como a tal ser merecedor de recuerdo, por lo que a pesar de no poder hallar su cuerpo, el Gobierno dio la orden de colocar una placa en el Panteón de Marinos Ilustres, estando colgada en la quinta capilla del Oeste, donde en su centro se encuentra el sepulcro del Teniente General don José María Bustillo y Barreda, primer conde de Bustillo.

Que reza así:

A la memoria

del Capitán de fragata

D. Juan Domingo Deslobbes

Muerto en el naufragio de la fragata “Asunción”

de su mando en el banco inglés en el Río de la Plata.

20 de mayo 1805

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Bibliografía:

Cervera Pery, José.: El Panteón de Marinos Ilustres, trayectoria histórica, reseña biográfica. Ministerio de Defensa. Madrid, 2004.

Cervera y Jácome, Juan.: El Panteón de Marinos Ilustres. Ministerio de Marina. Madrid, 1926.

Enciclopedia General del Mar. Garriga. 1957. Compilada por el contralmirante don Carlos Martínez-Valverde y Martínez.

Fernández Duro, Cesáreo.: La Armada Española, desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón. Museo Naval. Madrid, 1973.

Fernández Duro, Cesáreo.: Naufragios de la Armada Española. Establecimiento tipográfico de Estrada, Díaz y López. Madrid, 1867.

Guardia, Ricardo de la.: Notas para un Cronicón de la Marina Militar de España. Anales de trece siglos de historia de la marina. El Correo Gallego. 1914.

Válgoma, Dalmiro de la. Finestrat, Barón de.: Real Compañía de Guardia Marinas y Colegio Naval. Catálogo de pruebas de Caballeros aspirantes. Instituto Histórico de Marina. Madrid, 1944 a 1956. 7 Tomos.

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