Canas-Trujillo y Sanchez de Madrid, Manuel de Biografia

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Biografía de don Manuel de Cañas-Trujillo y Sánchez de Madrid

Teniente general de la Real Armada.

Ministro de Marina.

Orígenes

Vino al mundo en la población del Puerto de Santa María el 16 de enero de 1777, siendo sus padres, don Nicolás Francisco de Cañas Trujillo y García de Pastrana, Regidor de la población y doña Magdalena Sánchez de Madrid y Bacaro.

Hoja de Servicios

Sufrió la desgracia de perder a sus padres y una hermana todos juntos en el hundimiento del puente del Guadalete, pasando en principio a hacerse cargo de él su abuelo materno, por fallecimiento del tutor lo acogió una tía (hermana de su madre) doña Isabel Sánchez de Madrid, recibiendo una esmerada educación.

Viendo su inclinación a la vida marítima, se elevó un suplicatorio a S. M., para obtener la dispensa de edad para poder ingresar en la Corporación, recibiendo carta orden para su acceso, sentando plaza de guardiamarina en la Compañía del Departamento de Cádiz el 26 de mayo de 1791. Expediente. N.º 1.944.

Realizó con tanto esmero y altas notas sus lecciones teóricas que fue nombrado brigadier de su grupo, recibiendo orden de pasar a embarcar en el navío Conquistador, a la sazón buque insignia del general don Juan de Lángara para comenzar sus estudio prácticos, zarpando a mediados de 1793 con rumbo a Tolón, uniéndose a la escuadra británica del almirante Hood, al arribar a la base francesa desembarcó la tropa y tomó el puerto, arsenal, fortalezas y plaza.

Se le puso a las órdenes de capitán de navío don Antonio de Estrada, a quien se le encomendó la conquista de la población de la Malga. Encontrándose aquí (se enteró posteriormente) firmó S. M., la Real orden con fecha del 19 de octubre de 1793 con el ascenso a alférez de fragata.

Continuó en su puesto formando parte de las tropas desembarcadas, participando en todos los combates que como jefe de las tropas puestas en tierra ejercía de general en jefe don Federico Gravina, pasando por los diferentes combates en las montañas del Faraón, Malburque, Artiga y otras, fue tal su comportamiento que no pasó desapercibido a sus jefes, quienes de palabra le dieron las gracias.

La plaza fue contraatacada por el ejército revolucionario francés, al mando de Dugomier y entre sus jefes un joven comandante de Artillería llamado Napoleón Bonaparte, quienes atacaron con tantas unidades y fuerza que obligaron al ejército aliado a reembarcar, siendo dirigida esta maniobra con el mayor de los aciertos por el Mayor General de la Escuadra el general don Ignacio María de Álava, estando Cañas como su ayudante, siendo de los últimos en realizarla consiguiendo encontrar sitio en la fragata Florentina continuando embarcado, el buque puso rumbo al cabo Sepet é islas Hyères, arribando a principios de 1794 al Arsenal de Cartagena.

No le permitieron descansar, pues comenzó una serie de trasbordos de navíos, siendo el primero el Concepción, pasando al Mejicano, San Fernando, Salvador del Mundo, San Carlos, San Sebastián y San Telmo, con ellos navegó por todos mares de la península, Tierra Firme y las Antillas.

El 13 de enero de 1797 se encontraba embarcado en el navío San Francisco de Asís, al mando de don Alonso de Torres-Guerra, el cual se hallaba a unas diez leguas de la bahía de Cádiz, cuando fueron vistos por cuatro fragatas británicas, éstas pensando en la ventaja que les daba su mayor número y velocidad pusieron rumbo de vuelta encontrada, al estar a tiro de cañón comenzó un vigoroso combate contra los buques enemigos, el fuego del navío pronto se hizo sentir en los cascos británicos, por ello fueron intercambiando de lugar las enemigas pero se vieron obligadas a abandonar las aguas, por haber sufrido dos de ellas graves daños, comunicado su buen proceder por sus superiores, pronto recibió una Real orden con las Reales gracias.

Al poco de arribar llegó la noticia del fatídico encuentro naval del 14 de febrero seguido, por ello zarpó inmediatamente su navío formando parte de una división al mando del general Domingo de Nava para dar escolta al maltrecho Santísima Trinidad, pues en el mencionado combate fue el objeto principal de conquista británica, pero aún así escapó, aunque no cejaron en su persecución y aún tuvo que mantener otro combate en solitario en las aguas frente a Catin el 28 siguiente contra la fragata británica Terpsichore, una de las cuatro y tres corbetas enviadas por John Jervis para terminar con él, pero solo utilizando la artillería de popa la dejó fuera de combate, poco después consiguió la división localizarle y darle escolta hasta la bahía de Cádiz.

En el posterior bloqueo de la bahía de Cádiz por la escuadra británica, fue de los que participó con la lancha de su navío armada en cañonera en todas las acciones contra los enemigos que se dieron, sobre todo se distinguió en los ataques del 3 y 5 de julio.

El 5 de febrero de 1798 se encontraba embarcado en el navío Soberano, por causa de un temporal el comodoro británico tuvo que romper la formación de bloqueo, aprovechando el momento de desconcierto en la enemiga, el general al mando don José de Mazarredo ordenó su persecución, permanecieron ocho días en la mar sin obtener resultado alguno, por ser más rápidos los buques enemigos.

Zarpó de nuevo la escuadra con rumbo al Mediterráneo, donde se unió a la francesa del almirante Eustache Bruix, regresando juntas a la bahía de Cádiz y zarpando de este puerto con rumbo al Atlántico, pero al estar a la altura del cabo de San Vicente su buque comenzó a hacer agua, avisado el general de ello fue revisado por los calafates y carpinteros del buque insignia, quienes dictaminaron que en esas condiciones no era posible continuar viaje a Brest, dándole permiso para regresar a la bahía de Cádiz a reparar.

Comenzó un nuevo recorrido de embarques, pues fue trasbordando del navío América, a las fragatas Florentina, Asunción, Dorotea y Astrea y por último a la corbeta Duque de Clareuse, comisionadas para combatir el corso para contrarrestar la piratería ejercida por las regencias norteafricanas.

Se encontraba embarcado en el bergantín Ligero, cuando se destinó el buque al apostadero de Montevideo, pero en su viaje al pasar por las islas Canarias, tuvo que batirse con una balandra británica del porte de 16 cañones, siendo de superior porte al buque español, como añadido, el problema aumentaba considerablemente al tener la pólvora en mal estado, por ello no podía defenderse en buenas condiciones, llegándose a utilizar la que llevaban los hombres de los batallones, pero a pesar de todas estas contrariedades supieron salvarlas, consiguiendo al fin poner en fuga al enemigo con graves daños.

Después de estar más de nueve años con el grado de alférez de fragata, por fin, con fecha del 5 de noviembre de 1802, recibió una Real orden con su ascenso al grado de alférez de navío. (Por lo escrito hasta aquí, nos parece una injusticia total tardar ese tiempo en darle su ascenso.)

En 1804 pasó embarcado al bergantín Penélope, zarpando de Cádiz formando una división, con rumbo a la Capitanía General de Venezuela para restaurar la presencia de la Real Armada en aquellas aguas, en cuyos territorios ya se iba agudizando el intento de alzamiento de los insurgentes.

Al arribar se le otorgó el mando del balaux Sultán, permaneciendo en el desempeño de diferentes comisiones, una de ellas y muy importante, fue la de ayudar a repartir la vacuna contra la viruela en apoyo a la expedición Balmis y Salvamy por todos los puertos de Tierra Firme y las Antillas. Enfermedad que fue la culpable de provocar la mayoría de las muertes entre los indígenas por no estar inmunizados, siendo con diferencia la primera causa de muerte de éstos en aquellos territorios. Y no lo que otros cuentan sobre la “Leyenda Negra”, que más bien es una Leyenda como su propio nombre indica.

En esos instantes un tal Miranda, nacido español pero general de Francia, quiso levantar al pueblo con el grito de “Libertad”, siendo seguido por muchos, pero no eran esas sus intenciones, sino más bien aprovecharse de la sangre de los demás para adueñarse de varias islas. La respuesta española no se hizo esperar, el mismo Cañas a pesar de su bajo grado, se le entregó el mando de la división de pequeños buques afectos a aquel virreinato, actuando con tanta energía y fuerza que en poco tiempo dominó la situación.

En agradecimiento del Virrey y puesto en conocimiento del Rey, éste tuvo a bien enviarle una Real orden con fecha del 8 de diciembre de 1804, comunicándole que por sus muchos méritos en los combates pasados, se le ascendía al grado de teniente de fragata.

Se le destinó a Puerto Cabello y se le otorgó el mando del bergantín Penélope, pasado un tiempo trasbordo como comandante a la goleta Carmen, por esta época se declaró la insurrección en el Gobierno de la capital de Venezuela y desde las más altas instancia de los independentistas, al carecer de mandos adecuados a su causa ofrecieron a Cañas todo cuanto pidiese si se pasaba a su bando, pero él fiel a su juramento como siempre, a pesar de la amenaza de poder ser víctima su familia, a la que había dejado en la zona ahora levantada, ni siquiera contestó a estos cantos de sirena y con su buque puso rumbo a Curaçao desde donde zarpaba para cortar el tráfico de los insurrectos.

De nuevo sus jefes pusieron en conocimiento de S. M., los hechos que le arropaban con un ejemplar comportamiento de lealtad, así por Real orden del 19 de octubre de 1810, se le reconoce oficialmente su lealtad y méritos.

Se le otorgó el mando de la goleta Veloz, pasando al poco tiempo al bergantín Caimán, con ellos realizó transportes de tropas a Maracaibo, así como vigilancia de costas y control del tráfico marítimo, todo por haber sido nombrado por el Virrey; Mayor, Teniente y segundo Jefe de las divisiones volantes, para acudir a los puntos de mayor presión, en la provincia de Pamplona del Nuevo Reino de Granada.

Pasó a tierra, pues eran más necesarios los conocimientos de todos, formó y organizó un división mixta de Infantería y Caballería, con ella castigó duramente a los insurrectos en diversos combates, se reunió con la división del coronel Orbeto, desde donde unidos pasaron a los campos de Araure, donde quedó unido el ejército bajo el mando del brigadier Cevallos, dirigiéndose por los ríos Ajurre y Orinoco.

Al alcanzar la villa de San Carlos, le llegó también una Real orden del 24 de mayo de 1811 con su ascenso a teniente de navío, siendo confirmado como Gobernador político y militar de la misma villa. Continuó su campear por aquellas tierras, hasta noviembre de 1814 por pasar directamente a las órdenes del capitán general de Venezuela.

En un breve resumen: permaneció en tierra treinta meses, pasó por lugares donde el hombre no había estado jamás (solo él y sus hombres), zonas casi inaccesibles y participando en los combates de San Antonio de Tachira, San José de Cucuta, en la retirada que posteriormente se realizó de estos lugares, en el famoso sitio de cuarenta días de la ciudad de Grita, en los combates de Betixoque y Carache, en la conquista de la villa de Arande, en la más sangrienta de la contienda, Orcones, así como en otros lugares, poblaciones, villas y ciudades.

El capitán general de Venezuela en noviembre de 1815, le comisiona para hacerse cargo de una división de diferentes buques, regresando a su líquido elemento, todo para poder transportar un ejército a la isla Margarita y con los buques prestarles el apoyo debido.

Se formó la expedición y se reconquistó la isla, pero durante seis meses fueron apareciendo cada vez más y más buques insurgentes, por ello conseguir hacerles llegar víveres y pertrechos de guerra cada vez era más difícil por los continuos combates, provocando a su vez unas pérdidas constantes de hombres y daños en los buques.

Al mismo tiempo estaba transportando víveres y pertrechos de guerra, navegaba bojeando la costa hasta Cumaná abasteciendo a las tropas realistas. Por todos estos desvelos que no le dejaban un día sin acción y comunicado a S. M., recibió una Real orden del 26 de octubre de 1816 con su merecido ascenso a capitán de fragata.

Ante la manifiesta escasez de todo tipo de alimentos y pertrechos de guerra, se le comisionó para arribar a los Estados Unidos y comprar, desde buques, pasando por pólvora y fusiles, llegando a la ropa (algunas tropas andaban casi peor que los indios en el descubrimiento) y terminando por los víveres, consiguiendo de todo gracias a la caja de la Habana, regresando a éste puerto con todo lo demandado por las autoridades.

Al arribar se le dio el mando de la corbeta Ninfa, con la comisión de trasportar al nuevo capitán general a la isla de Puerto Rico, pasando posteriormente a Puerto Cabello, donde se le dio el mando de la división naval de esa zona para realizar cruceros de protección al tráfico marítimo en Tierra Firme, teniendo una participación importante con su buque en el bombardeo de Cumaná el 20 de mayo de 1818. Tanto abusó de su salud que se vio forzado a dejar el mando de su corbeta y pasar a recuperarse a un hospital en la Habana.

Restablecido de sus males que no eran pocos, se reincorporó al servicio en febrero de 1821, (indicándonos le costó recuperarse casi tres años), se le otorgó el mando de la corbeta María Isabel, permaneciendo en cruceros sobre la costa N., y S., de la isla en protección del tráfico y vigilancia, de los canales viejo y nuevo.

Protegió a un convoy con tropas, el cual zarpó de la Habana con rumbo a San Juan de Ulúa, destinadas a intentar recuperar la plaza de Veracruz arribando sin novedad. Regresó a la Habana y se le comisionó para dar protección a otro convoy de cincuenta velas, pero esta vez con rumbo a la bahía de Cádiz, pero al terminar su comisión volvió a la Habana, arribó el 17 de marzo de 1823 recibiendo la orden de desembarcar y pasar de nuevo a la península, regresando por falta de buques propios vía Estados Unidos, Irlanda y Reino Unido, desde donde lo transportaron a Gibraltar. (Complicada, pero al menos una curiosa forma de llegar.)

Salió del Peñón por carretera hacía su Departamento, pero fue apresado por el ejército francés de los «Cien mil hijos de San Luis» quienes tenia la ciudad de Cádiz bloqueada, trasladándolo al depósito de la ciudad de Jerez de la Frontera. Al llegar al acuerdo don Fernando VII con el duque de Angulema, éste le devolvió sus poderes absolutos siendo abolida la Constitución, dando fin a la segunda invasión francesa, por ello se le puso en libertad reincorporándose al Departamento de Cádiz.

Se encontraba en éste sin destino cuando le llego la Real orden del 14 de julio de 1825 con la grata nueva de su ascenso al grado de capitán de navío, permaneció en el Departamento hasta serle otorgado en enero de 1826 el navío Guerrero, zarpando de la bahía de Cádiz en misión reservada con rumbo a la isla de Cuba.

Al arribar a la Habana se incorporó a las fuerzas navales del general Laborde, quien estaba en una situación crítica, pues sus fuerzas navales era casi inexistentes quedando la isla a merced de los buques insurgentes, no pudiendo impedir llegaran refuerzos, pero este refuerzo significó mucho y pronto se notó su presencia.

Enarboló su insignia el general Laborde en el navío, pasando al puerto de Santiago de Cuba donde se reunió una pequeña división de buques, zarpando rumbo a Jamaica a mostrar bandera, teniendo un gran éxito la presencia naval, pues se calmaron los ánimos de los insurgentes; viendo el resultado se resolvió arrumbar al río Hacha con parecidos efectos y prosiguió a Santa Marta y Cartagena de Indias, puerto donde estaban reunidos la mayor parte de los buques separatistas, quienes ante la presencia del navío decidieron desarmar sus buques y algunos fueron hundidos, comprobando el resultado el general Laborde dio la orden de regresar a la Habana.

Conforme se podía fueron enviadas algunas fragatas desde la península a la isla, consiguiendo reunir una fuerza de un navío, cinco fragatas y una goleta, con la división al completo en agosto se puso a rumbo a La Guaira, pero los días 5, 6 y 7 de septiembre, en el abra de Charleston les sobrevino un huracán, el cual deshizo casi por completo toda la fuerza naval, pues de las fragatas ninguna llegó en condiciones de hacerse de nuevo a la mar y una la Constitución se dio de baja por inservible, el navío quedó mocho y con el timón inutilizado, por esta razón le costó setenta y dos días regresar a la Habana, perdiéndose tan solo la goleta Habanera.

En el Arsenal se pusieron a trabajar y se fueron habilitando los buques, ya contando con algunos y principalmente el navío, realizó el general Laborde una campaña sobre Tierra Firme, haciendo escala en Puerto Rico y Curaçao, como la vez anterior sirvió para calmar los ánimos de los insurgentes. Terminada esta nueva muestra de bandera se arrumbó a la Habana, desde donde volvió ha hacerse a la mar, en espera de la fragata Restauración proveniente de la península dando escolta a un convoy, verificado el encuentro en alta mar regresaron todos al puerto de la Habana.

A finales de 1829 quedó relevado del mando del navío, siendo trasportado a la península en la fragata Casilda, como era preceptivo desembarcó en Mahón para pasar la cuarentena, al terminar ésta fue transportado a la bahía de Cádiz quedando desembarcado en el Departamento, recibiendo la Real orden del 30 de octubre de 1830 con la noticia de su ascenso al grado de brigadier.

Permaneció un tiempo sin destino, hasta recibir la Real orden del 7 de mayo de 1833 nombrándole Comandante General del Arsenal de La Carraca. Fue un destino que le vino a su justa medida por su carácter de organizador y meticuloso, cuando precisamente estaba entrando la revolución industrial en los buques y España carecía de casi todo, pero supo estar por encima de su responsabilidad, tanto que, el General del Departamento don Cayetano Valdés elevó al Rey una elogiosa relación de lo mucho y bien que estaba cumpliendo en situación tan difícil, quizás la más difícil de toda la historia de la Real Armada, pues los adelantos eran tan rápidos que lo construido cinco años antes a fecha de hoy (1835) estaba anticuado e inservible.

En enero de 1836 fue nombrado Comandante General del Departamento de Cartagena, al suceder en el verano del mismo año el levantamiento contra el Gobierno, quedando la ciudad y el Arsenal en poder de la Junta, se negó a seguir los pasos de los alzados, quienes le ofrecieron de todo pero nada aceptó, para evitar derramamiento innecesario de sangre presentó su dimisión y se reincorporó a Cádiz.

Puesto en conocimiento del hecho el Ministro del ramo don Ramón Gil de la Cuadra, lo premió con el máximo nombramiento de su grado, siendo así Comandante General de las Fuerzas Navales en el Cantábrico. Con esta decisión dejó muy clara su posición de no reconocer más jefes que los naturales de la Corporación, al mismo tiempo, no era de los que medraba por conseguir otros méritos que no fueran los de su ejemplar carrera militar, siendo un gran orgullo y ejemplo para la Armada el haber contado con sus servicios.

Pasó a tomar el mando el 29 de noviembre de 1836, precisamente cuando la ciudad de Bilbao estaba atravesando uno de sus peores momentos. Rápidamente mandó construir cuatro puentes para unir las dos márgenes del río Nervión, facilitado al general Espartero poder llevar a buen término sus operaciones militares.

En la noche del 24 de diciembre, personalmente se puso al mando de las lanchas para dirigir el desembarco de un batallón de Cazadores entre el puente de Luchana y el monte de las Cabras, siendo tan efectivo que reconquistó posiciones permitiéndole mantener una perfecta protección a los ingenieros, logrando estos reconstruir el puente de Luchana durante la noche, por donde al día siguiente 25 de diciembre el ejercito realista consiguió entrar en Bilbao, cogiendo un gran botín en cuanto a armas, cañones y pertrechos de guerra.

Por estos desvelos, arrojo y valor demostrado, así como su significativa eficacia en las órdenes consiguiendo facilitar salvar a tan importante ciudad, el Gobierno lo ascendió casi de inmediato al grado de jefe de escuadra y las Cortes Constituyentes reunidas, lo nombraron «Benemérito de la Patria»

Al mismo tiempo se le confirmó en el puesto, participando directamente con sus fuerzas navales en los bombardeos de las poblaciones de Lezo y el puerto de Pasajes; participó en el transporte de tropas del ejército, sobre todo en el traslado de éstas entre la ciudad de Bilbao y San Sebastián.

En el verano de 1837 se puso al mando directo de sus fuerzas en todas las misiones encomendadas; verificó con éxito forzar la barra del río Bidasoa a pesar del fuego de la baterías de artillería que la protegían desde Fuenterrabía, facilitando así su rendición, lo mismo se hizo con las plazas de Irún y Oyarzun, donde desde el mar protegía en avance del ejército.

Prácticamente al acabar la guerra costera y ya no poder apoyar con sus fuegos al ejército, por decidir el general Espartero, ya nombrado Conde de Luchana internarse en tierra, éste le dirigió un escrito en agradecimiento de su buen hacer, el cual entre otras cosas dice así:

«Las operaciones de estos últimos días, me conducirán tal vez lejos de las costas del mar Cantábrico; pero al separarme de ellas, puede V. E. persuadirse llevo conmigo el más afectuoso recuerdo del interés, armonía y celo que han demostrado los individuos del cuerpo del digno mando de V. E., tanto en las acciones que tuvieron por resultado el levantamiento del sitio de Bilbao, como en la ocupación de Hernani, Irún y Fuenterrabía; sírvase V. E. manifestarlo así á los beneméritos marinos que sirven bajo su mando, y contar siempre con la consideración y respeto que me inspiran las virtudes, decisión y patriotismo de V. E.»

De esta ó parecida opinión eran todos los generales que habían tenido contacto directo con el general Cañas, entre otros: don Leopoldo O’Donnell, don Rafael Cevallos Escalera, don De Lacy Evans y el Conde de Mirasol. Pero el general Cañas siguió al frente de las fuerzas navales del Norte, por ello el 2 de octubre de 1837 dirigió personalmente el desembarco de tropas en las poblaciones de Ondarrua, Motrico y Deva, pasando posteriormente el 21 seguido a ocupar la población fortificada de Guetaria.

Con los vaivenes de la política de aquellos días (no sabemos si decir: desde siempre) se formó un nuevo Gobierno, presidido en esta ocasión por el Conde de Ofalia, quien eligió a Cañas para ocupar la cartera de Ministro de Marina, Comercio y Gobernación de Ultramar, por ello recibió de S. M., la Real cédula de su nombramiento con fecha del 16 de diciembre de 1837, por ello se puso en camino a la Villa y Corte, donde al llegar tomó posesión de su cargo, al que se sumó por Real decreto del 18 de marzo de 1838 la cartera de Guerra interinamente, por que su titular había acabado de ser herido en combate y no podía tomar posesión del cargo.

Viendo in situ los malos artificios que se utilizaban en la política y no estando de acuerdo con ellos, elevó a la Reina su dimisión, aceptada con fecha del 6 de septiembre siguiente. Recibiendo al mismo tiempo, una misiva laudatoria de S. M., por los buenos servicios prestados a la corona.

No descansó, pues al día siguiente, 7 de septiembre, se emitía una Real orden por la que se le nombraba Comandante General del Apostadero de la Habana. (Entiéndase el traslado, ¡no quieres responsabilidades políticas, pues a Cuba, allí no te molestará nadie!)

Zarpó el 17 de noviembre de 1838 arribando a la Habana, tomando el cargo el 26 de enero de 1839, en el cual permaneció hasta la llegada de su sucesor el general don Francisco Javier de Ulloa por haber cumplido el tiempo reglamentario, entregándoselo el 23 de enero de 1842.

Su trabajo en aquellos momentos en la isla, era la lucha contra el contrabando y el tráfico de negros que otros mucho más “nobles” ejercían sin titubear, siendo estos mismos los que acusaban a España de ejercerlo.

Una vez entregado el mando permaneció en la ciudad y visitó la isla, hasta que pudo embarcarse para regresar a la península, arribando el 15 de junio de 1845 (casi dos años y medio para encontrarle un hueco en un buque para poder volver) a la bahía de Cádiz.

Se le destinó como segundo del comandante General del Departamento de Cádiz, reemplazando a su titular cuando era llamado a la Corte. Fue creada el 12 de diciembre de 1844 una Junta, la cual se puso en marcha entrado el año siguiente, al llegar se le añadió el cargo de presidente, ésta estaba encargada de realizar el trabajo de revisar los nuevos Reglamentos con respecto a los armamentos de los buques y cantidad de pertrechos en todos los portes, pues el avance continuado de las nuevas técnicas había dejado obsoleto el anterior.

Encontrándose en estos trabajos, recibió una Real orden del 11 de agosto de 1845, ordenándosele presentarse a S. M., en la Villa y Corte, de quien recibió otra Real orden del 27 de septiembre siguiente, por ella la Reina doña Isabel II le nombraba Consejero Real, tomando posesión de este alto puesto el 25 de noviembre seguido.

En este alto cargo recibió la Real orden del 10 de octubre de 1846, con su ascenso al grado de teniente general, prosiguió en su alto puesto de Consejero y se le notificó por otra Real orden del 17 de octubre de 1849 su nombramiento como Senador del Reino, en agradecimiento de la Soberana a toda una vida dedicada casi por completo y con sobradas pruebas de lealtad a la corona.

Continuó en su alto cargo de Consejero Real, éste tenía gran parte de la responsabilidad del buen Gobierno de la nación, por ello no dejaba de ser una pesada carga en tiempos tan turbulentos y de la Junta del Reglamento.

Ocupando estos altos puestos a las veinte horas del 20 de diciembre de 1850 le sobrevino el fallecimiento en su domicilio, contaba con setenta y cuatro años de edad, de ellos más de cincuenta y nueve de inigualables servicios, a pesar de la intensa y persistente precariedad de medios en la época que le tocó vivir.

Entre las muchas condecoraciones que poseía por su extensa carrera y haber vivido una de las peores épocas de toda la Historia de España, contaba con las particulares de todas las victorias de la guerra civil, pudiéndose destacar la; Gran Cruz de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo.

Bibliografía:

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Estado General de la Armada para el año de 1846.

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Paula Pavía, Francisco de.: Galería Biográfica de los Generales de Marina. Imprenta J. López. Madrid 1873.

Pirala, Antonio.: Historia de la Guerra Civil. Y de los partidos Liberal y Carlista. Turner. Madrid 1984. Reedición de la que comienza en 1853? y al parecer termina, sobre 1869 a 1871. En ésta se recogen sus publicaciones posteriores hasta 1906, en ampliación de los datos hasta el fin de la 2ª guerra civil, (que no tercera).

Ramírez Martín, Susana María.: La Salud del Imperio. La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna. Fundación Jorge Juan. 2002. Primer premio a la « Mejor Tesis doctoral » 2001 de la misma Fundación.

Válgoma, Dalmiro de la. y Finestrat, Barón de.: Real Compañía de Guardia Marinas y Colegio Naval. Catálogo de pruebas de Caballeros aspirantes. Instituto Histórico de Marina. Madrid, 1944 a 1956. 7 Tomos.

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