Bazán y Guzmán, Alonso de1

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Fue tan rápido todo, que los habitantes no se apercibieron de nada y cuando lo hicieron ya estaba hasta la artillería en posición, pero optaron por no hacer frente a semejante fuerza, prefirieon ir abriendo las puertas y darles paso franco, don Álvaro siempre perspicaz se puso al frente, pero dividió sus fuerzas para que se entrara al mismo tiempo por todas ellas, así si había combate en el interior al menos estarían todos los españoles dentro y por todas partes, pero nada ocurrió y fue tomada sin disparar un solo arcabuz. Pudieron admirar que aún había muchas construcciones en pie de las realizadas por los españoles en la anterior toma en el año de 1535.
Fue tan rápido todo, que los habitantes no se apercibieron de nada y cuando lo hicieron ya estaba hasta la artillería en posición, pero optaron por no hacer frente a semejante fuerza, prefirieon ir abriendo las puertas y darles paso franco, don Álvaro siempre perspicaz se puso al frente, pero dividió sus fuerzas para que se entrara al mismo tiempo por todas ellas, así si había combate en el interior al menos estarían todos los españoles dentro y por todas partes, pero nada ocurrió y fue tomada sin disparar un solo arcabuz. Pudieron admirar que aún había muchas construcciones en pie de las realizadas por los españoles en la anterior toma en el año de 1535.
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Según un cronista nos dice de esta ocasión: '''«…que el silencio, el orden en la formación, la colocación de la tropa y el intrépido despejo con que se hizo el reconocimiento, sorprendió al enemigo, que apoderado del miedo, se figuró un repentino asalto, y sin considerar las ventajas de su posición, abandonó la plaza y buscó en la fuga su seguridad »''' Estos nos indica, que a pesar de la medidas de don Álvaro, los habitantes abrieron la puerta principal primero, pero ya por el resto estaban en franca huída, por eso al entrar no había nadie y no hizo falta abrir fuego.
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Según un cronista nos dice de esta ocasión: '''«…que el silencio, el orden en la formación, la colocación de la tropa y el intrépido despejo con que se hizo el reconocimiento, sorprendió al enemigo, que apoderado del miedo, se figuró un repentino asalto, y sin considerar las ventajas de su posición, abandonó la plaza y buscó en la fuga su seguridad»''' Estos nos indica, que a pesar de la medidas de don Álvaro, los habitantes abrieron la puerta principal primero, pero ya por el resto estaban en franca huída, por eso al entrar no había nadie y no hizo falta abrir fuego.
Al entrar don Juan, en vez de ordenar destruir toda la fortaleza como era costumbre, hizo todo lo contrario, ya que en muy poco tiempo se levantaron nuevos alojamientos para ocho mil hombres, que eran los destinados de guarnición de la ciudad tomada. Estando en esto, llegó el alcaide acompañado de otros gobernantes de Bizerta, para firmar la paz y prestar obediencia al Rey don Felipe II, por lo que tampoco hubo razón de utilizar la fuerza contra ellos. Enterado el Rey, envío emisarios a Muley Hamet, para que acudiera a retomar el mando de la ciudad de Túnez, ya que había demostrado ser un buen vasallo de don Felipe II.
Al entrar don Juan, en vez de ordenar destruir toda la fortaleza como era costumbre, hizo todo lo contrario, ya que en muy poco tiempo se levantaron nuevos alojamientos para ocho mil hombres, que eran los destinados de guarnición de la ciudad tomada. Estando en esto, llegó el alcaide acompañado de otros gobernantes de Bizerta, para firmar la paz y prestar obediencia al Rey don Felipe II, por lo que tampoco hubo razón de utilizar la fuerza contra ellos. Enterado el Rey, envío emisarios a Muley Hamet, para que acudiera a retomar el mando de la ciudad de Túnez, ya que había demostrado ser un buen vasallo de don Felipe II.

Revisión de 11:43 5 dic 2015

En el año de 1573 se volvió a reunir el Consejo de Generales de la Santa Liga, pero por las conversaciones realizadas entre Venecia y Turquía, habían llegado al acuerdo de que las tropas del Dux no volverían a atacar a las naves turcas y estos aceptaron de buen grado, así se quitaban un enemigo y producían un desconcierto en la Liga. Colonnna y los Caballeros de Malta, quería llevar a aguas turcas el combate, pero don Andrea Doria y don Álvaro preferían consolidar el Mediterráneo occidental, pero entre ellos, Doria quería atacar a Túnez, mientras que don Álvaro a Argel, ya que con Orán y Mazalquivir formaban una espina dorsal importante, para evitar los ataques al tráfico marítimo de las costas españolas.

Don Juan de Austria sin fijarse en demasía en los beneficios para España de la propuesta de don Álvaro, se inclinó por la de Doria y con esta decisión escribió a don Felipe II. Éste le contestó después de un tiempo, que era necesario pensar con cautela la propuesta y por toda respuesta de momento le dijo: «…que debían de ser tomadas Túnez y Bizerta pero se debía de posponerse la expedición hasta el mes de septiembre de 1573, porque sin un solo real y con muchos centenares de millones de ducados de deuda necesitaba tiempo para conseguir nuevos empréstitos»

Así decidido se fueron preparando los aprestos, pero sin prisa y conforme el dinero iba llegando, ya a principios del mes citado y previsto por el Rey, las cosas estaban casi preparadas, pero faltaba que todos acudieran al puerto de reunión previsto, siendo designado el de Palermo, al estar todos reunidos la expedición se componía de: ciento cuatro galeras, cuarenta y cuatro navíos grandes, veinticinco fragatas, veintidós falúas y doce buque especiales para la carga. El ejército lo componían veinte mil hombres de los Tercios de Mar y Tierra, setecientos cuarenta gastadores, cuatrocientos caballos ligeros, artillería de sitio, cantidad suficiente de munición y de víveres, ya todo embarcado y listo zarparon el día 24 de septiembre.

Arribaron a la Goleta (Halk-el-Uad) el día 7 de octubre por la noche, comenzando el desembarco el día 8 al amanecer y todos en tierra el día 9, uno de los primero en hacerlo fue don Álvaro, ya que como segundo de la escuadra, don Juan le confió estar al frente de todo y así lo hizo, desembarcando los primeros soldados del Tercio elegido por el Marqués, que eran dos mil quinientos hombres todos veteranos en combates y junto a él todos los capitanes que también había seleccionado, siendo su segundo al mando como siempre su hermano Alonso, (como hecho casi anecdótico, entre los soldados se encontraba don Miguel de Cervantes Saavedra), el desembarco se hizo justo donde aún se conservaban los restos de la ciudad de Cartago, cuando todos sus hombres estaban ya en tierra se puso en marcha, presentándose ante los muros de la fortaleza de Túnez.

Fue tan rápido todo, que los habitantes no se apercibieron de nada y cuando lo hicieron ya estaba hasta la artillería en posición, pero optaron por no hacer frente a semejante fuerza, prefirieon ir abriendo las puertas y darles paso franco, don Álvaro siempre perspicaz se puso al frente, pero dividió sus fuerzas para que se entrara al mismo tiempo por todas ellas, así si había combate en el interior al menos estarían todos los españoles dentro y por todas partes, pero nada ocurrió y fue tomada sin disparar un solo arcabuz. Pudieron admirar que aún había muchas construcciones en pie de las realizadas por los españoles en la anterior toma en el año de 1535.

Según un cronista nos dice de esta ocasión: «…que el silencio, el orden en la formación, la colocación de la tropa y el intrépido despejo con que se hizo el reconocimiento, sorprendió al enemigo, que apoderado del miedo, se figuró un repentino asalto, y sin considerar las ventajas de su posición, abandonó la plaza y buscó en la fuga su seguridad» Estos nos indica, que a pesar de la medidas de don Álvaro, los habitantes abrieron la puerta principal primero, pero ya por el resto estaban en franca huída, por eso al entrar no había nadie y no hizo falta abrir fuego.

Al entrar don Juan, en vez de ordenar destruir toda la fortaleza como era costumbre, hizo todo lo contrario, ya que en muy poco tiempo se levantaron nuevos alojamientos para ocho mil hombres, que eran los destinados de guarnición de la ciudad tomada. Estando en esto, llegó el alcaide acompañado de otros gobernantes de Bizerta, para firmar la paz y prestar obediencia al Rey don Felipe II, por lo que tampoco hubo razón de utilizar la fuerza contra ellos. Enterado el Rey, envío emisarios a Muley Hamet, para que acudiera a retomar el mando de la ciudad de Túnez, ya que había demostrado ser un buen vasallo de don Felipe II.

La escuadra seguía fondeada en la Goleta, pero allí si se levantaban los vientos del primer cuadrante podía arruinarla, por lo que don Juan dio la orden de regresar a todas las galeras aliadas, quedándose solo las españolas. Don Álvaro al comprobar que toda la fortaleza estaba en orden de defensa, decidió también salvar sus galeras y zarpar acompañando a don Juan, cuando éste pudo hacerse a la mar por haber cumplido la orden de entregar el mando a Muley Hamet.

Abandonaron la ciudad los dos juntos con sus capitanes, entre ellos se encontraba don Alonso y el resto de fuerzas, embarcaron zarpando al punto con rumbo a Sicilia, pero los vientos se levantaron y zarandearon a las frágiles galeras de tal forma que obligaba a buscar un refugió y rápido, por lo que el Marqués decidió hacer una arribada forzosa a Trápana, en espera de poder hacerse a la mar lo que realizó a pesar de no haber amainado del todo el temporal, consiguiendo con mucho trabajo arribar a Palermo. Don Juan, que había salido su escuadra un poco después, pudo arribar al puerto de Farina, donde se esperó a que amainara el fuerte temporal. El Marqués arribó a su base de destino Nápoles el día 2 de noviembre, poniendo a toda su gente a recuperar las naves, que se encontraban en muy mal estado por el temporal sufrido.

A la amanecida del año de 1574, nada se podía hacer pues las arcas de España ya no soportaban más llevar todo el peso, razón por la que no se formó expedición. Pero ya avanzado el año, se recibieron noticias de que los turcos habían pasado el estrecho de Sicilia con una gran flota, amenazando con tomar La Goleta, Túnez y Bizerta.

Ante el peligro que se le venía encima a don Álvaro, envió correo a su esposa para que vendiera todas las joyas y sacara todo el dinero que tenía disponible, reuniendo en total en torno a los ochenta y cinco mil ducados, con los cuales ya en su poder pagó a las dotaciones y Tercios, haciéndose a la mar con rumbo a Messina, donde se reunieron de nuevo don Juan con sus galeras, Andrea Doria con las de Génova y don Álvaro con las de Nápoles.

Pero de nuevo comenzaron los Consejos de Guerra de Generales y a pesar de ser tan solo tres cada uno tenía unas preferencias, por lo que se fueron dilatando las conversaciones en el tiempo tan estérilmente, que aún estando en ellas llegó la noticia de la caída en poder de los turcos de las tres posiciones. Dinero perdido cuando se tomaron las fortalezas y miles de vidas se habían perdido esperando la llegada del debido socorro, que ya nunca llegaría. Y don Álvaro casi sin un real.

Así que para no perderlo todo se retiró a Nápoles, donde de las cuarenta galeras puestas en armas, se quedó con la mitad y con ellas cruzó las aguas de su responsabilidad sin hacer más caso a nadie. De hecho en la invernada del año de 1574 a 1575, recibió la orden de hacerse llegar a la Corte viajando con don Juan de Austria, que había sido también llamado. Dejando de nuevo a su hermano don Alonso al mando de la escuadra. Después de la audiencia con el Monarca, de nuevo los dos, don Juan y don Álvaro regresaron a Messina y Nápoles donde el Marqués retomó el mando de las galeras de Nápoles.

Ambos solos se unieron en la primavera del mismo año de 1575, zarpando con rumbo a Bizerta, donde don Álvaro y don Alonso desembarcaron al frente de dos mil infantes y dieron un golpe de mano, tal fue la sorpresa de los enemigos, que no les dio tiempo a reaccionar, pero regresaron a sus galeras con un rico botín en monedas de oro y plata, así como algunas joyas. Todo para demostrarle a los turcos que no estaban tan seguros como pensaban.

El año de 1576 lo pasó don Álvaro al mando de sus galeras, vigilando sus costas y acudiendo donde hacía más falta, por ello realizó un ataque a la isla de los Querquenes capturando a mil doscientos enemigos en breve combate, posteriormente acudió en socorro del Peñón de Gibraltar, por haber desembarcado unos moros he intentado capturarlo, por ello muy enfadado por tal atrevimiento (no hay que olvidar que era su Gobernador), los arrojó al mar sin contemplaciones, zarpando inmediatamente con rumbo a Ceuta, donde de nuevo volvió a desembarcar y dar una buena lección a los moros (estaba encolerizado); estando en esto recibió noticia de que en Melilla habían bandas sueltas que estaban molestando mucho el tráfico marítimo, apretado por la necesidad concluyó rápidamente con el problema en Ceuta, embarcó y puso rumbo a Melilla, aquí no tuvo ni que desembarcar, pues solo al ver su pabellón los moros se perdieron de vista.

En una de las arribadas a su base, le fue comunicado que don Juan había sido llamado de nuevo a la Corte y nombrado Gobernador de los Países Bajos. Al mismo tiempo unos meses después recibió la noticia de haber sido nombrado con el más alto cargo de la Armada en aquella época, ya que le llegó la Real cédula por la que era nombrado Capitán General de las Galeras de España, pero por razones de estar ocupado con los enemigos de España y de la Cristiandad, no pudo hacer su entrada como a tal hasta el mes de mayo del año de 1578, arribando con diez galeras a su mando al puerto de la ciudad Condal. Como había sido siempre, don Alonso siguió también como segundo de la escuadra. La verdad es que nunca confió en nadie tanto como en su hermano. Pero éste se lo había ganado a pulso, pues nunca dejó de cumplir sus órdenes a plena satisfacción.

Al arribar y desembarcar don Álvaro, recibió la noticia de presentarse en la Corte, todo estaba provocado por el retraso habido en la toma del mando de las galeras de España y don Felipe II, quería saber de primera mano cuales habían sido las razones, por esta causa fue la primera vez que don Alonso se quedó de general de las galeras de España. Mientras que su hermano viajaba a Madrid, pero no debió de ser muy duro el Monarca o las razones del Marqués fueron de mucho peso, ya que solo le ordenó regresar a la base de las galeras en la Península, siendo desde el principio el puerto de Cartagena.

Desde este puerto zarpaba la escuadra llegando incluso en sus derrotas hasta el cabo de San Vicente, para dar resguardo a una Flota de Indias por estar avisado de la presencia de corsarios franceses. Demostrando en parte, que las frágiles galeras también podían llegar a aguas del océano y si era necesario combatir en ellas con los buques redondos.

A principios del año de 1578 don Felipe II recibió la noticia de que don Sebastián Rey de Portugal, iba a realizar una expedición al norte de África, de lo cual el Rey intentó convencerlo de que no la llevara a término, pero don Sebastián no le hizo caso. Zarpando la escuadra de Lisboa en los primeros días del mes junio con rumbo Arcila donde puso a la gente en tierra, para desplazarse a pie a Larache para sitiarla, pero ya en tierra hubieron dudas de si hacer el camino a pie o volver a embarcar y realizarlo frente a la misma plaza (en tomar las decisiones se perdieron quince días vitales) porque fue el tiempo que necesitó el Sultán Abd-el-Melik para reunir sus fuerzas.

Al fin se decidieron hacerlo por tierra y se pusieron en camino. Pero al llegar frente a Ksar-el-Kebir (Alcazarquivir) se encontraron al ejército del Sultán de Fez, fuertemente atrincherado y compuesto por cuarenta mil jinetes más treinta mil infantes. El ejército portugués se encontró al enemigo bien preparado para el combate, el cual tuvo lugar el día 4 de agosto del año de 1578, el combate fue duro y sangriento, ya que muy pocos de los efectivos del Rey Sebastián se salvaron, pues la potente caballería mora prácticamente los deshizo. Quedando solo unos pocos que fueron hechos prisioneros.

Pereciendo el mismo don Sebastián con sus veintidós años de edad, pero lo grotesco es que nadie encontró su cuerpo (lo que se tradujo en una leyenda más). Al tener conocimiento don Felipe de lo sucedido, envió correo a don Álvaro, para que cargara en sus galeras con cuarenta mil ducados para el rescate de los pocos que habían quedado vivos. A su vez, que reforzara las plazas portuguesas en la costa norteafricana, especialmente la fortaleza de Ceuta y que se informase bien, de la posibilidad de tomar la fortaleza de Alarache aunque fuera de noche.

Al morir el Rey de Portugal ocupó el trono el anciano Cardenal don Enrique y por la sospecha de que fuera quien nombrara al Prior de Crato don Antonio como su sucesor, por estar éste muy apoyado por el Rey de Francia, esta fue la razón que decidió a don Felipe a actuar, pues no estaba dispuesto a que se le colara por la puerta trasera un enemigo más y en su propia península, así que comenzó a disponer la toma del reino, para ello envió carta a don Álvaro para consultarle los medios necesarios para llevar la jornada a buen término. Una vez cumplidas todas sus misiones el Marqués se puso en camino a la Corte para hablar con el Monarca, dejando de nuevo a don Alonso que había estado a su lado en todo momento al mando de las Galeras.

De las conversaciones se llegó al acuerdo de llamar a las galeras de los reinos de la península itálica, que eran en total veinticinco uniéndose a las sesenta y una que había en las costas de España. Al mismo tiempo se formó una escuadra con treinta galeones, fijando su base en Coruña para que realizara cruceros y vigilara, para interponerse ante cualquier ayuda que intentara llegar a Oporto o Lisboa. Y que don Álvaro viajara con sus galeras hasta la ciudad de Lisboa, para prestar su apoyo a don Enrique vigilando con astucia que no se firmara el documento de nombramiento de don Antonio.

El Marqués así lo hizo y costeando se adentró en el océano arribando a la capital de Portugal, allí comenzó su trabajo de ir pagando informaciones para estar al momento de lo que pudiera ocurrir. Como medida de diversión de su verdadera razón de estar allí, zarpaba de vez en cuando con rumbo al cabo de San Vicente, desde donde daba protección a las Flotas provenientes de Tierra Firme. Estando en esto le llegó aviso de que el gobernador musulmán de Argel, estaba formando una expedición con cincuenta bajeles, transportando numeras tropas turcas con la intención de desembarcar y tomar la fortaleza de Tetuán, por lo que intentó acudir en su protección pero ya lo adelantada de la estación otoñal del año de 1579 no hubo movimiento.

Era tanta la confianza de don Felipe II con el Marqués, que al fallecer el Cardenal don Enrique el día 31 de enero del año de 1580, recibió al poco tiempo una carta de S. M. en la que le indicaba que regresará a la bahía de Cádiz con su escuadra, como así lo hizo, al arribar se encontró con otra carta del Rey por la que debía de hacerse llegar a la Corte para concertar la forma de tomar el país vecino.

Una vez acordado con el Rey, éste le indicó que se pusiera en contacto con el Capitán General del ejército, que no era otro que el duque de Alba, III de su título, don Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, conversaciones que se realizaron en la población de Llerena, donde los dos concertaron con gran fijeza y puntualidad los objetivos a conquistar. Terminadas las conversaciones el Marqués se puso en camino a la bahía de Cádiz.

La conquista fue relativamente fácil, ya que por primera vez en la Historia, un ejército y una escuadra actuaban apoyándose mutuamente, a pesar de la falta de comunicación de la época, de hecho el territorio del Algarbe se rindió sin más a don Álvaro, por lo que ni siquiera en esta zona sur del país entró el ejército y en poco tiempo se puso cerco a Lisboa que cayó inmediatamente, mientras que otras unidades perseguían a don Antonio, consiguiendo huir de Portugal embarcado en un pequeño buque de pesca.

Se tuvieron noticias de estar en navegación con rumbo a las islas Azores una escuadra de galeones, que Portugal mantenía acantonada en Brasil. Cuando don Álvaro supo de ello, en el momento que tomaba las ciudades del Algarve, destacó diez galeras al mando de su hermano don Alonso, para que impidiera la posible llegada de las naves portuguesas con ayuda a la capital de la isla Tercera, la ciudad de Angra.

Estando precisamente en la conquista de la ciudad de Lisboa tanto don Álvaro como el duque de Alba, don Alonso divisó a los galeones con el pabellón portugués, como su desventaja en poder artillero era mucha optó por maniobrar, primero de vuelta encontrada para poder descargar su artillería y posteriormente de enfilada por la misma razón, les hizo mucho daño y está forma de combatir les obligó a forzar de vela, poniéndose en franca huída, ya que era muy difícil poderlos apresar por ser buques de alto bordo, los navíos pusieron un rumbo alejado de la costa española para arribar al Sur de Francia, siendo ésta la última acción de esta conquista.

Pero se había quedado un territorio sin conquistar y donde al parecer el pretendiente al reino de Portugal, don Antonio Prior de Crato buscó refugio, que eran las actuales islas Azores, pero entonces más conocidas por las Terceras. A su vez a principios del año de 1581, llegaron a Lisboa unos emisarios de la isla de San Miguel, otorgando su acatamiento a don Felipe II y poniendo en su conocimiento la situación de la isla, esto provocó que fuera nombrado don Pedro de Valdés Capitán General de la Armada de las Azores, por Real cédula del Rey fechada en Roniges el día 1 de marzo del año de 1581, para ponerse al frente de la Armada de Galicia compuesta de ocho buques e intentar conquistarlas.

Por diversas razones don Pedro Valdés fracasó en su intento de conquista, lo que llevó a no realizar de nuevo ese año la conquista, ya que los enemigos estaban alertados y era menester disponer de mucha más fuerzas para no volver a fracasar, por ello don Pedro resolvió regresar a Coruña, desde donde escribió al Rey para ponerlo en su conocimiento.

Como aportación a la Historia de las islas Azores estas fueron descubiertas por don Gonzalo Velho, la primera de ellas bautizada como Santa María, el 15 de agosto de 1432, el 8 de mayo de 1444, la de San Miguel, a partir de ésta ya fueron sucesivamente, la Tercera, San Jorge, Graciosa, Fayal y la de Flores en 1458, siendo ésta la última de ellas. Se les dio el nombre de Terceras, por haber sido descubiertas, después que las islas Canarias y las de Cabo Verde.

Malhumorado don Felipe II por la torpeza de su general, dispuso con fecha del 8 de febrero de 1582, que se formara una escuadra en Lisboa y otra en Cádiz, estando ésta al mando de don Antonio de Oquendo y las dos al de don Álvaro, como General del Mar Océano. Por razones de vientos contrarios no pudo unirse la de Oquendo a la de don Álvaro y como el verano avanzaba, no quiso esperar y zarpó rumbo a las Azores, donde al estar delante de la isla Tercera, tuvo lugar el mayor combate del siglo XVI detrás del de Lepanto, donde se enfrentaron sesenta buques por parte del Prior de Crato, la mayoría franceses contra los veinticinco al mando de don Álvaro, siendo el resultado el que se relata a continuación.

Para saber lo que ocurrió, pasamos a un documento que habla por sí solo de lo que allí sucedió. Comenzó al ser separado de la formación el galeón San Mateo por los vientos, momento en el que un testigo presencial nos dice: «…y siendo nuestro dicho galeón cercado de cinco galeones enemigos, comenzó a pelear con todos cinco, y demás desto fueron reforzados de infantería que bajeles medianos venían a posta cargados de gente, sólo para reforzar sus galeones, y como el viento les era a ellos a favor, nuestra armada, que estava a sotavento, no nos podía socorré sino era dando bordos, de suerte que podía ser con ninguna brevedad el socorrernos. Peleose de esta manera de cuatro a cinco horas del día, dejando a la consideración del que esto supiere y entendiese de cómo debió ser. Fué Nuestro Señor servido de dar tanto valor y gracia a D. Lope de Figueroa y a D. Pedro de Tassi y a los caballeros, aventureros y soldados que adentro estaban, que serían en todos hasta 250, que habiéndoles echado fuego de muchas bombas y artificios del y pegádole en el galeón por más de veinte partes y habiéndole tirado más de quinientos tiros de artillería y trayendo el dicho Phelipe Stroz y conde de Vimioso en su Capitana 400 soldados escogidos sin más de 120 caballeros aventureros para el efecto de embestir con dicho galeón San Mateo y que su Almirante (el galeón de Brissac) se le puso al lado con otros 400 soldados y siendo estos dichos cinco galeones tan grandes y tan bien artillados como el San Mateo se defendió de todos ellos habiendo peleado cerca de cuatro horas sin tener ningún favor ni ayuda de ningún bajel de nuestra armada…»

El resultado del combate se refleja en los datos numéricos: las bajas francesas, se pueden calcular entre los dos mil quinientos y tres mil hombres, de ellos mil quinientos muertos, incluido el almirante Strozzi, que falleció de resultas de sus heridas anteriores y también falleció el conde de Vimioso. Pero estos datos son del combate, debiendo fallecer muchos más en su viaje a Francia puesto que a ella solo llegaron dieciocho buques de los sesenta que formaban la escuadra.

Por su parte los españoles sufrieron un total de doscientos veinticuatro fallecidos, más quinientos cincuenta y tres heridos, sin perder a ningún buque en el encuentro, si bien el galeón San Mateo, que fue el centro del combate, su casco estaba acribillado pero soportó estoicamente el castigo, a más de haber quedado mocho como un pontón y habiendo sufrido entre su dotación, ciento catorce bajas en total, a esto hay que sumar los cuatro buques que se vieron en medio del combate, que también habían sufrido sus cascos, arboladura y la pérdida de algunos hombres.

Pero si el desastre fue en lo personal y material, lo peor de todo fue la pérdida del valor moral de los franceses, que les dejó en desmayo absoluto, ya que a pesar de las pérdidas, aún continuaban teniendo una abrumadora superioridad numérica, que en ningún momento supieron o quisieron aprovechar y la demostración de esto, es que su armada quedó completamente dislocada y sin conexión entre ellos.

Hay constancia de que la derrota fue casi total, ya que de los sesenta buques iniciales a Francia solo regresaron dieciocho. Esto sin haber podido entrar en combate la escuadra de Andalucía. La actuación en él de don Alonso fue premiada por su hermano, con lisonjeras palabras, ya que poco más podía hacer.

Enterado don Álvaro por un correo del Rey de la próxima llegada a las islas de una Flota de Indias, prosiguió desembarcando a los heridos, dejando a su vez soldados que en total sumaron dos mil en la isla de San Miguel, zarpando de inmediato a la espera de la Flota, a la cual encontraron y dieron protección hasta la bahía de Cádiz, puesta a salvo viraron y con rumbo al cabo de San Vicente para doblarlo, arribando a la ciudad de Lisboa donde les esperaba el mismo don Felipe II, siendo recibidos con toda pompa y fiestas.

El Rey de nuevo tuvo noticias de un nuevo armamento en Francia, facilitado por la Reina Madre y el mismo Rey siguiendo sus órdenes. Las pretensiones iniciales eran enviar una flota compuesta por más de cien velas, pero ante el fracaso anterior nadie les seguía, razón que provocó que al final solo enviaran una escuadra con catorce galeones y otras velas de transporte, que llevaban a bordo a un ejército de dos mil hombres, al mando del gobernador del Dieppe señor Chartres.

Estos arribaron a la isla mucho antes, nada más hacerlo se prepararon para el enfrentamiento, construyendo varias fortalezas y con las cien piezas de artillería que llevaban, fueron colocadas donde más podían ofender y así estaban ya concluidas las obras a la llegada de los españoles.

Pero antes de saber este punto final, don Felipe II, por carta a don Álvaro fechada el día 10 de febrero del año de 1583 en la misma ciudad Lisboa, (donde se había desplazado para asegurarse personalmente del nuevo armamento) le ordena formar una nueva escuadra, compuesta de: dos galeazas, doce galeras, cinco galeones, treinta y un pataches, zabras y carabelas, más unos buques a remolque, (que eran los lanchones de desembarco, con una porta plana en proa que por un sistema de polispasto, se elevaba y pegaba a los costados evitando la entrada de agua; soltando los cabos por su propio peso caía hasta tocar el fondo, dejando así el paso libre a las tropas para su desembarco, teniendo muy poco calado en toda ella y de fondo plano) siendo en total noventa y ocho buques, con una dotación de seis mil quinientos treinta y un hombres.

Zarpó de Lisboa el día 23 de junio, pero por culpa de los vientos contrarios, el día 26 ordeno al general de las galeras que se adelantara a la escuadra, las galeras arribaron a la isla de San Miguel el día 3 de julio, el resto de la escuadra lo hizo el día 14, repartiéndose entre los puertos de Villafranca y Punta Delgada, reabastecidos zarparon el día 19 de julio con rumbo a Angra, que es la capital de la isla Tercera, arribando a su vista el día 21, don Álvaro con su hermano Alonso a bordo del galeón San Martín, se acercaron a la costa para averiguar la fuerza del enemigo, la cual quedó patente al ser seguidos a cañonazos desde la costa, calculando que habían en torno a las trescientas piezas en la defensa, lo que indicaba que había que buscar otro sitio.

Por ello esa misma noche y contra toda costumbre de la guerra hasta la fecha, don Álvaro dio la orden de arrumbar a una pequeña cala llamada Das Molas (Las Muelas) que en su inspección anterior había descubierto, al llegar ante ella dio la orden de comenzar a trasbordar tropas a las galeras, zafras y pinazas, ya casi al amanecer del día 26 de julio (aniversario de la victoria del año anterior) las galeras comenzaron a acercarse a la pequeña playa existente, empezando el desembarco sobre las tres de la madrugada desde las pinazas; en la playa habían cuatro compañías de infantería francesa y portuguesas, por lo que fueron descubiertos por los enemigos que comenzaron a hacer un furioso fuego, que al principio era respondido desde las galeras con su artillería para proteger a los infantes españoles.

Las tropas que iban en ellas eran todas del Tercio de don Lope de Figueroa, hombres bien curtidos en la guerra de entre cubiertas. Por el fuego de esa primera línea de defensa, se percataron los que estaban con la artillería en las lomas cercanas, dando principio al bombardeo de las galeras, ya que se distinguían por el fogonazo de los disparos de sus piezas. Pero a su pesar fueron desembarcando todos y por orden de don Álvaro se desembarcaron los cañones de las galeras, con lo que apoyaron el avance de las tropas. Los enemigos al ver la formidable formación de los españoles decidieron darse a la fuga, lo que a su vez permitió que el resto de fuerzas fueran desembarcando sin sufrir pérdidas.

El combate fue recio y sangriento, ya que las tropas francesas eran de viejos soldados en su ejercicio, lo que impedía vencerlos con facilidad por ser combatientes expertos, a lo que se sumaba que al estar más tiempo en la zona eran mejores conocedores del terreno, esto solo retrasó en un día la conquista de la isla incluida su capital, donde en su puerto se capturaron a mil seiscientos hombres, más de trescientas diez piezas de artillería y los treinta y cuatro buques franceses, entre ellos dos ingleses piratas allí refugiados. Don Alonso se quedó al mando de la escuadra y entró en la capital al recibir la orden de don Álvaro, siendo quien realizó las capturas de los buques enemigos.

Todas las disposiciones tomadas, los representantes del Rey nombrados, zarpó del puerto de Angra el 17 de agosto; al poco de salir a la mar rolaron los vientos a contrarios impidiendo avanzar a la escuadra con la velocidad normal, pues no quedando otro remedio que navegar dando bordadas, obligando a un trabajoso esfuerzo a las dotaciones para mantenerse a rumbo, de hecho se avistó el 13 de septiembre el cabo de San Vicente, consiguiendo tirar las anclas frente a la ciudad de Sevilla el 15 siguiente, por lo que casi duro el viaje de regreso un mes. La entrada en el río Guadalquivir fue triunfal, ya que se llevaban las cuarenta y seis banderas capturas arrastradas por sus aguas, a lo que se sumó el estruendo de las salvas mutuas de los fuertes y los buques, acudiendo a recibirlo prácticamente todos los habitantes de la ciudad.

Don Álvaro, estando en el puerto de Angra, ya escribió con fecha del 9 de agosto al Rey, para preparar la siguiente conquista, no siendo otra que la preparación de la Jornada de Inglaterra, pero el Rey tenía en esos momentos estado de paz con la reina de Inglaterra y no quería ser él el primero en comenzar una nueva, por lo que se fue posponiendo a pesar de que don Álvaro le recordaba que dejar pasar el tiempo iría en contra de los buenos servicios a S. M.

En la carta muy larga y pormenorizada de detalles, le expone: «Se necesitaran ciento cincuenta naves, cuarenta urcas de carga, trescientas veinte embarcaciones de cincuenta a ochenta toneladas, cuarenta galeras, seis galeazas, con un total de velas de quinientas cincuenta y seis, sin contar cuarenta fragatas y falúas, y doscientas barcas destinadas al desembarco, con una tripulación de treinta mil trescientos treinta y dos hombres y el ejército debe de estar compuesto por sesenta y tres mil ochocientos noventa hombres y mil seiscientos caballos, siendo el total de la expedición noventa y cuatro mil doscientas veintidós bocas…»

El 15 de septiembre de 1585, zarpaba de Plymounth Drake, con una escuadra de veintitrés buques, poniendo rumbo a Bayona de Galicia donde pensaba terminar de cargar sus buques de alimentos, sobre todo reses y aves; se presentó ante el puerto y avisado el gobernador don Diego Sarmiento de Acuña, movilizó todo los disponible incluso las milicias gallegas, consiguiendo después de unos enfrentamientos devolver a los ingleses a sus buques, pero en vez de mantenerse alerta dio la orden de que abandonaran sus habitantes las poblaciones marineras, prosiguiendo su rapiña en algunas poblaciones del norte de Portugal, de forma que al final el pirata consiguió parte de lo que quería.

Posteriormente pasó (según él, por la capital de Lisboa, llamando al combate a los marinos españoles y estos no salieron de su refugio. Pero él tampoco entró) arribó a Lisboa los pocos días don Álvaro, siendo informado de lo ocurrido y de la presencia del pirata, regresó a su buque y enarboló la bandera de preparase para zarpar, al estar listo el resto de buques zarpó en su búsqueda, de todo esto fue informado el inglés, quien a su vez dio la orden de separarse de la costa con rumbo opuesto, pues lo hizo a las islas Afortunadas donde pensaba cargar el vino que tanta falta le hacía, arribando a la isla de Palma, donde desembarcaron pero las tropas y vecinos unidos los devolvieron a sus barcos, decidiendo acercarse a la isla de Gomera, donde de nuevo intentó previo desembarco tomar prestado el vino, de nuevo las tropas y los vecinos los devolvieron a sus buques, esto le convenció que ya no podría conseguirlo en islas tan bien protegidas, poniendo rumbo a las de Cabo Verde donde al parecer sí que lo logró, embarcando lo robado y continuando viaje con rumbo a las Antillas, donde también le cupo la suerte de apresar a un mercante, que se lo encontró de viaje entre la Guayra a la Habana cargado con plata del Virreinato del Perú.

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