Redin y Cruzat, Tiburcio de Biografia
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Biografía de Tiburcio de Redín y Cruzat
Capitán de Mar y Guerra español del siglo XVII.
Maestre de Campo de los Tercios de Infantería Españoles.
Orígenes
Vino al mundo el día once de agosto del año de 1597, en le ciudad de Pamplona, siendo hijo de los condes de Redín.
Hoja de Servicios
A la temprana de edad de catorce años, ingreso en los Tercios de Infantería Españoles destinados en Nápoles.
Combatió en la península itálica y logró el ascenso a Alférez como recompensa a sus méritos, en el asalto de la fortaleza de San Andrés, en el sitio de Vercelli.
En el año de 1620 se tienen datos de que ocupaba el cargo de capitán de mar y guerra, estando al mando de uno de los galeones de la carrera de Indias, en el que permaneció hasta el año de 1624.
En éste año se le destinó a Portugal, al mando de una compañía de Piqueros de Infantería, estando a las órdenes del marqués de Hinojosa, con el que ya había compartido armas en defensa de los territorios de Nápoles y Sicilia.
Estando otra vez destinado a las escuadra, se encontró a bordo del navío Nuestra Señora de Atocha, estando a las órdenes de don Antonio de Oquendo, al mando de la Infantería entablando un combate contra buques ingleses, en las aguas del cabo de San Vicente.
Pasó de nuevo a la Armada del Océano, prestando su apoyo y auxilio a don Antonio de Oquendo en la conquista de las islas de San Cristóbal y San Marín.
De resultas de este combate resultó herido en un brazo y en el pecho, nada más que de un tiro de arcabuz, siendo muy larga su recuperación, al estar ya en activo fue llamado a la Corte, donde el rey Felipe IV le recompensó su demostrada valentía, regalándole una cadena de oro y dándole el cargo de Gobernador, de la nueva armada que se estaba aprestando en el puerto de Barcelona.
Era un hombre de imprevisibles cualidades, gran inventiva adornada de una gran previsión, con demostrado valor y poco miedo a la muerte, lo que le hacía ser temido por muchos.
Tenía un gran poder de inventiva táctica, tanto que a veces salía por donde nadie se lo esperaba, en una ocasión puso en práctica un ardid, siendo de los que le hicieron pasar a la historia; en cierta ocasión, fue conocedor de que un pirata holandés le estaba esperando a que se hiciera a la mar con su bajel; mandó cargarlo con piedras, para aparentar que iba sobre cargado de tesoros.
Redín ordenó clavar la artillería de su buque y reforzó la dotación de la infantería española, todo preparado se hizo a la mar. Al aparecer el buque holandés, puso rumbo de vuelta encontrada hacía el español, al llegar éstos le pidieron cuartel, aduciendo que su capitán estaba gravemente enfermo, al mismo tiempo todos los presentes aparentaban estar asustados y con miedo.
Convencido el capitán holandés de la veracidad de los hechos, paso con su gente al buque español y se dirigió a la cámara del capitán, al entrar se encontró con que Redín le descerrajó un tiro de su pistola, que lo echó muerto sobre la cubierta, sirviendo al mismo tiempo de aviso a los españoles, para que abordaran al buque holandés.
La reacción de los piratas, fue intentar disparar sobre su propio buque, que ya había sido abordado y conquistado por los españoles, pero se encontraron con la artillería clavada, siéndoles imposible poderla utilizar.
Todo esto además sucedió en una circunstancias especiales, pues Redín iba como arrestado con destino a España, por orden del Virrey del Perú, por una más de sus acostumbradas travesuras o tretas, pues poco más se le podía pedir, ya que las que utilizaba como queda demostrado, sin mirar si eran amigos o enemigos, pero con el conocimiento de salir siempre vencedor, era su carácter.
Se le dio remolque al bátavo y de esa guisa entró en la bahía de Cádiz, después de cruzar más de medio océano Atlántico.
Por su carácter, siempre andaba huyendo de la justicia, pues su vida era una constante, de buscar y encontrar, accidentes en su camino.
Se desplazó a la Villa y Corte, en la que otra de sus travesuras le obligó a huir de la justicia que lo andaba buscando, pero una vez más su ingenio se impuso, pues logró esquivarlos haciéndose pasar por un paralítico.
Regreso a Sevilla y de nuevo tuvo que salir huyendo, por la persecución, está vez de un marido celoso, pero otra vez su inventiva se puso de manifiesto; se dirigió a su general y le pidió le entregara el mando de cuatro bajeles, con el pretexto de tener una misión oficial muy perentoria, de realizar un servicio señalado.
Una vez estuvo a bordo y los buques en movimiento, intento bombardear a la ciudad, como represalia, pero la intervención del Asistente de Sevilla, logró que ésto no se llevara a cabo.
Cansado de tanta aventura, decidió ingresar en un convento, siendo admitido en el de los capuchinos de Tarazona, el día veintiséis de junio del año de 1637, tomando el nombre de fray Francisco de Pamplona.
En su nuevo estatus se comportó muy dignamente, era muy devoto y cumplía a rajatabla las disciplinas de la orden.
Pero donde hubo siempre quedó, por lo que en una ocasión estando de viaje, se encontró en un mesón en la Villa de Cortés, donde unos soldados intentaron abusar de la mesonera y de sus hijas; Redín les recrimino su actitud, pero ellos viendo el hábito se lo tomaron a chacota; esto hizo resucitar al capitán del Océano por lo que sirviéndose de su simple bastón, comenzó a darles tal paliza con él, que no tuvieron otra opción que la de darse a la fuga y renqueantes.
Parecía que las dificultades le buscaban allá por donde iba, de nuevo, en un viaje al norte de África, el buque en el viajaba de trasporte junto a otros frailes y el prefecto de la Orden, fue visto por otro holandés, que inmediatamente se puso a dar caza al español.
Enterado el capitán del buque, de que él estaba a bordo, le rogó al prefecto de los capuchinos, que le pidiese a Redín que se pusiera al mando del buque, pues no encontraba otra solución.
Cuando el prefecto de la Orden le indicó, que era su obligación para evitar caer en manos de herejes y que le obedeciese, quedando de momento a su entera libertad de acción y sin obligación ni pena por su alma, pues estaba en juego la defensa de España y de su Cristianismo.
Redín de un manotazo arrebató la espada del capitán, comenzando a dar oportunas órdenes para defenderse, al poco entraron en combate y después de un corto tiempo, los holandeses se dieron por vencidos en su intento de abordar, puesto que no lo lograban y estaban teniendo muchas bajas, decidiendo picar los cables que los aferraban para poder quedar libres los buques, evitando así ser a su vez abordados y casi seguro exterminados, lo cual consiguieron y se fueron separando para ganar aguas que le distanciaron del buque español. Los españoles no querían guerra, solo seguir su rumbo y al dejarlos en paz, simplemente lo continuaron.
También hubiera sido digno de verme las cara de aquellos lobos de mar, que eran vencidos por un fraile, ¿qué queremos que piensen de nosotros, los que viven allende de los Pirineos, si hasta los frailes les plantan cara empuñando sendas espadas? y para su desgracia encima tienen que salir huyendo.
Una vez más queda constancia clara y el porque, del refrán que dice: «El hábito no hace al monje»
Falleció el día treinta y uno de agosto del año de 1651, en La Guaíra.
Como se ve, fue un gran hombre y casi un referente de la época, tanto en sus formar y maneras, como en sus resultados. Hombres como éste son los que consiguieron que España fuera la más grande, pero en cambio casi nadie se acuerda de ellos y según fuentes foráneas, son los que mataba indios en nuestros virreinatos americanos, una parte de la Leyenda Negra, que se ha ido vertiendo para denigrar a los españoles y que aún seguimos sufriendo con resignación. Pero aquí queda constancia, de que es muy posible que de los otros también hubieran, pero de estos existieron y no pocos. Todo el mundo no es bueno, ¡pero todo el mundo!, no solo los españoles somos malos.
Bibliografía
Aspur, Lázaro de. Padre Capuchino.: Redín Soldado y Misionero (1597-1651) Espasa Calpe. Madrid, 1951.
Enciclopedia General del Mar. Garriga. 1957. Compilada por el contralmirante don Carlos Martínez-Valverde y Martínez.
Estrada, Rafael.: El Almirante don Antonio de Oquendo. Espasa-Calpe. Madrid, 1943.
Fernández Duro, Cesáreo.: La Armada Española desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón. Est. Tipográfico «Sucesores de Rivadeneyra» 9 tomos. Madrid, 1895—1903.
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