Valdes y Fernandez Bazan, Antonio Biografia
De Todoavante.es
Biografía de don Antonio Valdés y Fernández Bazán
IV Capitán General de la Real Armada.
Caballero de la Real Orden del Toisón de Oro.
Caballero de la Soberana y Militar Orden Hospitalaria de San Juan de Jerusalén de Rodas y de Malta. En la que alcanzó los grados de Baylío, Gran Cruz y Comendador de Paradinas. Lugar-Teniente de Gran Prior y Presidente de su Sacra Asamblea en la misma Orden.
Secretario de Estado y del Despacho Universal de Marina.
Secretario de Estado y Despacho Universal de Indias.
Consejero de Estado.
Gentil Hombre de Cámara de S. M. don Carlos IV con ejercicio.
Orígenes
Vino al mundo en la ciudad de Burgos en el año 1744, fueron sus padres don Fernando Valdés y Quirós. Intendente Corregidor de Burgos, y doña Rafaela Fernández Bazán y de Ozío.
Sus padres lo enviaron a la isla de Malta donde recibió una esmerada educación y conocimientos, a su vez corrió caravanas en los buques de la Orden.
Hoja de Servicios
Sentó plaza de guardiamarina en la Compañía del Departamento de Cádiz el día 26 de octubre del año 1757. Expediente N.º 790.
Continuando sus estudios con inmejorables notas, tanto teóricas como prácticas, fue ascendiendo a alférez de fragata el día 29 de junio del año 1761.
Se le dio la orden de embarcar en el navío Conquistador, perteneciente a la escuadra al mando del marqués del Real Transporte, se hallaba en el puerto de la Habana en ocasión del ataque británico de 1762.
Desembarcó para la defensa y fue destinado a guarnecer el Castillo del Morro, a las órdenes de Velasco. Mientras se rendía la fortaleza después de morir su gobernador, Valdés pudo retirarse en un bote con algunos soldados de marina y artilleros al Castillo de la Punta, continuando en la defensa hasta la capitulación de sus jefes.
Las fuerzas españolas fueron transportadas a la península, por dos fragatas en las que iban el gobernador de la plaza Juan de Prado y el general Hevia con sus estados mayores, en otro buque iba el conde de Superunda y don Diego Tabares, en otras nueve, las tropas del ejército, y en dieciocho más, los oficiales, tropa y marinería de la escuadra, en total eran treinta buques de transporte, repatriándose así a los defensores de la Habana con destino a Cádiz, donde arribaron el día 31 de octubre del mismo año 1762.
Después de una merecida licencia para recuperarse, se le destinó al apostadero de Algeciras, con cuyos buques combatió contra los piratas berberiscos; bajo los mismos muros de Argel represó una embarcación española, por su valeroso comportamiento fue ascendido al grado alférez de navío por Real orden del día 17 septiembre del año 1767.
Continuó desempeñando destinos en los Departamentos, ocupó puestos en la Mayoría de divisiones y escuadras, mandó buques y al alcanzar el grado de capitán de navío, se le otorgó el mando de varios de ellos, fue comisionado para Inspeccionar los Arsenales, así como escuadras antes de su salida a la mar, hasta recibir la Real orden del día 5 de mayo del año 1781, notificándole su ascenso al grado de brigadier. Pero no deja de ser curioso que se omitan tantos importantes datos en su biografía, limitándose a dar una somera explicación que poco aporta a conocer su vida de marino, exceptuando por haber demostrado sus grandes dotes fue el mismo rey don Carlos III, quien le tomó gran cariño.
Por esta razón fue nombrado Director de la fábrica de artillería de la Cavada, un importante cargo en el que demostró su valía, consiguiendo sacarla y elevarla de su deplorable estado, a tanto llegó la importancia de su trabajo que S. M. firmó una Real orden para ser conservadas sus instrucciones para el gobierno y régimen interior de esta fábrica, prolongándose a la de Liérganes.
En agradecimiento de S. M. firmó la Real orden del día 1 de marzo del año 1783, siendo ascendido al grado de jefe de escuadra y nombrado Inspector general de Marina.
Al estar gravemente enfermo el marqués González de Castejón, a la sazón Secretario de Estado y del Despacho Universal de Marina, le mandó preguntar el Rey quien consideraba el más idóneo para sucederle en su cargo, quien respondió dando los nombres de tres generales de Marina, pero el primero de ellos fue Valdés, por esta razón S. M. al fallecer su Secretario el día 9 de marzo del año 1783, no lo dudó y nombró a Valdés, haciéndose cargo del Ministerio de Marina cuando sólo contaba con treinta y ocho años de edad.
Fue digno continuador de sus ilustres predecesores en el ministerio: Patiño, Ensenada y González de Castejón.
Toda la obra iniciada por los antecesores estaba falta de «base nacional», es decir, de la independencia económica necesaria, viéndose obligada fundamentalmente a basarse en las importaciones, esta dependencia hacía inviable un buen desarrollo de la industria, a todo esto Valdés supo obviar ese grave inconveniente y emprendió su gran obra.
En el año 1785 presentó al Rey varios modelos para la bandera de los buques y Carlos III escogió la roja y gualda, que más recordaba las glorias españolas, desechando «…todo perecedero signo de linaje…»; se amplió el arsenal de La Carraca y se acometió la construcción de un dique; aprobó el proyecto de la nueva población de San Carlos; llevó a efecto el libre comercio con América, con la institución de consulados en las principales capitales, y se creó la Compañía de Filipinas.
En el año 1787 se inauguró el dique de La Carraca, entrando el Santa Ana, uno de los mayores de la época, de tres puentes y 118 cañones y al año siguiente otro de tres puentes el navío Conde de Regla; se ampliaron los parques de artillería; se atendió al personal, aumentándosele los sueldos y creándose el montepío.
Mejoró también la instrucción de los oficiales; formó una escuadra de « evoluciones », compuesta por nueve fragatas, al mando de don Juan de Lángara; se establecieron en todos los Departamentos cursos de altas matemáticas y bibliotecas; amplió la enseñanza de la artillería; proveyó de material científico al Colegio de Medicina y Cirugía de Cádiz; abrió para la marina mercante un segundo Colegio de San Telmo en Málaga y se constituyeron cátedras en Barcelona, regentadas por el antiguo corsario Cinibaldo Mas.
Se impulsaron las expediciones científicas, tal como las de Antonio de Córdoba al estrecho de Magallanes y la de Malaspina con las corbetas Descubierta y Atrevida y la de los bergantines Descubridor y Vigilante, al mando de Churruca.
Encomendó a Vicente Tofiño el levantamiento del atlas Hidrográfico de las costas de la península, e islas adyacentes y África; creó el Depósito Hidrográfico y se trasladó el Observatorio Astronómico a la Isla de León.
Satisfecho el rey don Carlos III le encargó también la Secretaría de Estado y Despacho Universal de Indias, por fallecimiento de don Juan Gálvez quien lo desempeñaba.
En América siempre perdurará la acertada obra del Baylío Valdés quien supo designar para los puestos de gobierno de Indias a los prohombres más capacitados para ello.
El Rey, al comprobar que todo lo que se encontraba bajo su mando directo mejoraba, le confirmó la plaza en el Consejo de Estado en el año 1787, a la subida al trono de don Carlos IV en el año 1789 le ascendió a teniente general y en el año 1791 en agradecimiento por sus desvelos en el buen funcionamiento de la Armada, le concedió llave de Gentilhombre de Cámara con ejercicio.
En el año 1792, terminadas las obras del arsenal de Cartagena, Valdés fue promovido al empleo de capitán general de la Real Armada y al terminarse la guerra con Francia, por la Paz de Basilea el día 22 de julio de 1795, le otorgó el Rey el Toisón de Oro.
Cuando fue ascendido, exclusivamente por su mérito, ocupaba el puesto número trece del escalafón de tenientes generales, por ello pasó a todos los más antiguos, siendo estos por su orden: Marqués de Casa Tilly, Manuel de Flores, Conde de Casas-Rojas, Antonio de Ulloa, Miguel Gastón, Antonio de Arce, Juan de Lángara, Marqués del Socorro, Antonio Barceló, Adrián Caudron de Cantin, Juan de Araoz y don José de Mazarredo, pero ninguno presentó la menor queja.
A consecuencia de sus numerosas instancias y renuncias cesó al fin en el Ministerio de Marina el día 13 de noviembre de año 1795, y el Rey por un decreto muy encomiástico le dio muestra de su aprecio, ordenando se le conservase el sueldo y los honores de Ministro.
En el año 1797 pasó a Cádiz para presidir el Consejo de Guerra de oficiales Generales que debía juzgar a don José de Córdova, don Francisco Morales de los Ríos y todos los Comandantes y oficiales de los buques que, participaron en el desgraciado combate del cabo de San Vicente estando presentes en el mismo, ello llevó a un análisis profundo de la situación, se sabía que los buques iban faltos de gente, el temporal los agotó y desperdigó, pero unos si pudieron llegar al fuego mientras otros les faltó valor para conseguirlo, con ello causaron un gran daño al resto de compañeros y unas pérdidas en hombres y materiales imperdonables, esto no podía quedar sin castigo.
Al debatirse la cuestión sobre si debía o no existir el Almirantazgo, el rey don Carlos IV pidió reservadamente a Valdés un detallado informe, sobre la mejor organización de la Armada; su parecer se consideraba de gran valor, pues don Antonio Valdés había estado doce años al frente de ella.
El Almirantazgo había quedado suprimido en el reinado de Felipe V por el fallecimiento del infante don Felipe, dictándose por las ordenanzas de 1748 y en las de 1793 el establecimiento de la Dirección General de la Armada, pero el Rey notaba tenían algunos fallos y pretendía mejorar la gestión de la Real Armada.
Valdés contestó al Rey con informe, cuyo título es: «Reflexiones sobre el estado actual de la marina, el origen y progresos de su decadencia y modo de remediarla, teniendo presente las consideraciones que indica la carta confidencial del Sr. D. Mariano Luis de Urquijo, referente á la orden de S. M., en virtud de la cual se ha estendido este papel.»
En el largo documento, después de analizar la decadencia de la Armada por causa del nuevo Ministro, quien comenzó a ahorrar pero sin previsión, llegando a faltar todo tipo de repuestos para el buen armamento de los bajes de S. M. y remediarlo, entre otras muchas cosas le dice textualmente: «Para ello debo exponer, que el modo de procurar el remedio, es el de formar en la Corte una Junta de Generales expertos de la Marina, y un Intendente con título de Almirantazgo (pues que no es necesario para esto que haya Almirante como sucede en Inglaterra), que encargándose de todo lo que es gubernativo, militar y económico de la Armada, dirija este cuerpo bajo reglas constantes y sólidas que nunca altere el sistema y se evite la variedad de ideas con que cada Ministro los gobierna á medida de la suya; pues este plan de uniformidad, bien seguido por un cuerpo ó tribunal que nunca muere ni altera sus pensamientos, es el que ha hecho florecer con su Almirantazgo la marina inglesa, que hasta su establecimiento fue precaria y débil como la nuestra.»
Era manifiesta la idea, siendo bien clara y concreta, y a buen seguro basada en el conocimiento del británico, no había otra forma de evitar lo que venía sucediendo, por no haber cambiado en absoluto lo ocurrido cada que se efectuaba un cambio por cualquier circunstancia del Ministro de turno, éste lo manejara todo a su buen entender, siendo palpable la inestabilidad de rumbo en la forma de gobernar una institución tan compleja como la Armada, por los muchos y variados puntos, muchos de ellos desconocidos para profanos, ocasionando con su decisiones muchas veces la ruptura interna de la Corporación, incluso consiguiendo desunir a sus miembros en vez de los contrario que aumenta la fuerza, esta era y no otra la constante caída de la Armada. ¡Su cabeza no siempre estaba preparada para afrontar sus constates singladuras!
Continúa el escrito y dice: «…juzgo que debería componerse este Tribunal del Capitán General del Departamento de Cádiz D. José de Mazarredo, como Presidente por su mayor antigüedad; el Teniente General y Consejero de Guerra D. Francisco Gil de Lemos, conservándole su plaza; el Teniente General y Capitán General de Ferrol D. Félix de Tejada, cuyos conocimientos en el ramo de arsenales le hacen muy útil; el Teniente General é Ingeniero General de la Armada D. Tomás Muñoz; el mayor General y Jefe de escuadra de ella D. Manuel Núñez Gaona con el Intendente Marqués de Ureña; estos cinco Generales, con el Secretario de la Dirección General de la Armada, el capitán de navío D. José Espinosa Tello (que establecido el Almirantazgo quedaba suprimido), formarían este Tribunal, que por ahora solo trataría de lo gubernativo del cuerpo: pero si se quiere despues darle mayor estension para tratar de las presas y materiales de justicia, se le agregaría un Ministro togado del Consejo de la Guerra y un Fiscal, pues esto requiere más tiempo y se necesita conferenciar en la misma Junta del Almirantazgo, como todo el sistema que desea establecerse, para que, consultando lo que crea conveniente, resuelva S. M. la más útil, y que fuere más de su Real agrado.»
Aunque de momento no fue admitida la idea, sobre todo por el recién nombrado Generalísimo de Mar y Tierra, quien se veía menoscabado en sus poderes, y a él se unió el nuevo Ministro, quedando todo en el aire hasta que los vientos rolaran.
Para no verse sometido a presiones que a nada llevarían, se limitó el Baylío a alejarse de la Corte, con destino a su casa natalicia en la ciudad de Burgos, donde se encontraba cuando se produjo el cambio de monarca, siendo llamado por don Fernando VII para proseguir en su destino de Consejero de Estado, pero no le dio tiempo a llegar a la Corte por la entrada en España de los ejércitos napoleónicos y como su casa estaba muy cerca del principio de la invasión, decidió ponerse en camino a la ciudad de Palencia.
Ocurriendo un hecho que, no sabemos si alguna vez se ha vuelto a dar en la Historia. Conocedores los franceses de la presencia de Valdés y la mucha fuerza que imprimía a los naturales a resistir la invasión en tierras de Castilla, ordenaron a una división compuesta por doce mil hombres, se pusiera en camino para capturarle, pero como las noticias corrían más que los pies y cascos de caballos le llegó con antelación, dándole tiempo a salir con destino a la ciudad de León, donde se encontraba la Junta de Gobierno, nada más llegar y presentarse le nombraron Presidente de ella, corriendo la misma suerte que el resto de compatriotas, hasta llegar a refugiarse en la Isla de León baluarte jamás conquistado por el más poderoso ejército del mundo en esos momentos.
Al saber llegar la noticia que las tropas enemigas comenzaban a retirarse, se puso en camino a la población del Puerto de Santa María y posteriormente a Madrid donde llegó en el mes de noviembre del año 1813.
Al regresar a España don Fernando VII, pudo besarle la mano en Aranjuez y a partir de ahí se convirtió de nuevo en pieza clave para el nuevo Monarca, quien no sabiendo cómo agradecerle todo lo realizado en su ausencia y por todo lo pasado manteniendo vivo en el pueblo su figura, lo nombró Lugar-Teniente de gran Prior de Castilla de la Soberana y Militar Orden Hospitalaria de San Juan de Jerusalén de Rodas y de Malta, por la misma lo volvió a ratificar como su Consejero de Estado, siendo el Decano de la Institución, y un tiempo después lo nombró Presidente de la Asamblea de la misma Orden de San Juan y al crearse la Orden Militar de San Hermenegildo, fue de los primeros en serle otorgada en su categoría de Gran Cruz.
Durante el desempeño de estas altas funciones falleció en Madrid, el día 4 de abril de 1816 a los setenta y dos años de edad siendo su muerte muy sentida.
Don Fernando VII, quien le profesaba gran consideración, mandó se le hiciesen los honores de Capitán General de la Real Armada con mando ‹los más altos entonces› a pesar de no poderse celebrar este tipo de actos estando el Rey en la Villa y Corte.
Bibliografía:
Enciclopedia General del Mar. Garriga. 1957. Compilada por el contralmirante don Carlos Martínez-Valverde y Martínez.
Fernández Duro, Cesáreo.: La Armada Española desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón. Est. Tipográfico «Sucesores de Rivadeneyra» 9 tomos. Madrid, 1895—1903.
González de Canales, Fernando. Catálogo de Pinturas del Museo Naval. Tomo II. Ministerio de Defensa. Madrid, 2000.
Paula Pavía, Francisco de.: Galería Biográfica de los Generales de Marina. Imprenta J. López. Madrid, 1873.
Válgoma y Finestrat, Dalmiro de la. Barón de Válgoma.: Real Compañía de Guardia Marinas y Colegio Naval. Catálogo de pruebas de Caballeros aspirantes. Instituto Histórico de Marina. Madrid, 1944 a 1956. 7 Tomos.
Compilada por Todoavante ©