Topete y Carballo, Juan Bautista Biografía1

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Se lanzaron dos mil seiscientos proyectiles, causando unos daños valorados en catorce millones de pesos, siendo el daño causado el equivalente a 3,6 veces, el coste de las peticiones españolas, para evitar la guerra. ¡Así de listos e inteligentes son algunos gobernantes!.

Terminado el bombardeo, se recibió la orden del comandante en jefe de poner rumbo al puerto del Callao, realizándose en dos divisiones, de ellas una lo haría a la vela por llevar los transportes y la primera con la Numancia a la cabeza, la realizaría con las máquinas de vapor, con destino a la isla de San Lorenzo frente al puerto peruano del Callao.

El 2 de mayo de 1866 amaneció con neblina ocultando la población y fuertes a bombardear, a las nueve de la mañana se realizó una alocución en todos los buques leída por los comandantes a sus respectivas dotaciones:

«Marineros y soldados: después de una larga y ardua campaña, hoy se nos presenta la ocasión de cerrarla dignamente, castigando cual se merece la osadía y perfidia de un enemigo, que nada ha dejado de poner en práctica para vilipendiar a nuestra querida España: a España, que hoy espera de nosotros que la venguemos dignamente.
Un mismo deseo nos anima a todos, y yo no puedo dudar que, con vuestro valor, decisión y entusiasmo, lo veréis satisfecho, volviendo al seno de vuestras familias después de consignar una página de gloria en la historia de la marina moderna, dejando su honra a la altura que nuestra patria tiene derecho a esperar de nosotros. ¡Viva la Reina!—Vuestro Comandante General, Casto Méndez Núñez.»

En la espera por culpa de la neblina la Numancia iba a presentar la banda estribor al enemigo, por ello se trasladaron dos cañones de la de babor a ésta, así presentaría 19 cañones en el combate en vez de 17, al mismo tiempo se arrió la lancha de vapor, para permanecer amarrada al costado de sotafuego, con su oficial al mando, el alférez de navío don Joaquín Lazaga, estando así pronta a desempeñar las comisiones que el mando le pudiera ordenar.

A las 11:15 horas despejaba la atmósfera, se vió ondear en el tope del palo mesana de la Numancia, las banderas que prevenían hacer el zafarrancho de combate, por ello todos los buques se dirigieron a sus puestos ya preestablecidos; entonces se oyeron los toques de genérala y calacuerda en todos los buques, se arbolaron las banderas de combate y fueron ocupando sus puestos.

La Numancia, marchando a la cabeza de la división del Sur, corriendo la menor distancia llegó la primera a su puesto, frente a las fortificaciones de Santa Rosa; y gobernando a presentar su batería de estribor al enemigo, en cuanto estuvo a distancia disparo el primer cañón de proa, rompiendo el fuego a las 11:55 horas.

Se generalizó el fuego por ambas parte, la Blanca llegó a situarse a ochocientos metros de las baterías, desdeñando el antiguo axioma; un cañón en tierra vale por diez en la mar, pero en sus mismas circunstancias estaba toda la escuadra.

El fuego de la escuadra era tan certero que a las 12:10 horas, voló la torre blindada del Sur, al parecer fue una granada de la Blanca, la que penetro en el interior de la torre y alcanzó los repuestos de pólvora, saltando por los aires con toda la dotación y con el Ministro de la Guerra peruano que se hallaba en ella.

A las 15:00 horas se retiro de la línea la Blanca por haber consumido toda la munición.

Su conducta a lo largo de toda la campaña fue elogiada por propios y extraños, Luis Royo Villanova, cabo de mar de a bordo decía:

«Nosotros los de la Blanca teníamos dos ídolos dentro de aquel barco querido, el más audaz, el más ligero, el más inquieto, despierto y decidido de cuantos mandaba el jefe Méndez Núñez. El primero de esos ídolos era la bandera que agujereada por los balazos de chilenos y peruanos flameaba siempre sobre nosotros con movimientos y colores de llama rojo y amarillo. El otro ídolo de los marineros de la Blanca era Topete, nuestro bravo capitán, inquieto, nervioso, segunda hélice y alma verdadera de la fragata a la cual comunicaba su acometividad y su valor. Con su ejemplo nos guió a todos y ante su ejemplo no había manera de volver la cara ni al enemigo ni al trabajo, que era penosísimo e incesante. Vivíamos en continuo zafarrancho, dormíamos armados al pie de los cañones, y cuando la casualidad nos proporcionaba algún regalo como aquel millar de botellas de riquísimo aceite, que nos trajo equivocadamente un vapor mercante en vez de aceite de borras para las máquinas, Topete cogía las botellas, las vaciaba en un aljibe, envenenaba el aceite para que sólo la máquina disfrutara de él, y nosotros seguíamos comiendo legumbres en agua sola y algún pescado azul basto y endemoniado.»

Las sufridas dotaciones de la escuadra del Pacífico, aquellos hombres mal alimentados, enfermos muchos de ellos y agotados por los continuos esfuerzos, hablaban así de sus jefes y conductores.

Pero tampoco los enemigos regateaban en el asunto, en una crónica del 2 de mayo, publicada en Lima, haciendo referencia a la Blanca decía: «Combatía con una especie de rabia y claramente se vió a su comandante pasar del alcázar de popa al de proa y presentar todo su cuerpo al enemigo.» ¿Qué mayor elogio?

El 3 de julio de 1866 se le otorgó la Gran Cruz de la Real Orden Americana de Isabel la Católica, por su meritoria labor en el combate de Abtao.

Con los demás individuos de la escuadra, recibió las gracias de S. M. en una carta autógrafa, fechada el 9 de julio y dirigida al comandante general de la escuadra del Pacífico.

En su regreso a España la escuadra se dislocó en dos divisiones, siendo la Blanca una de las que dobló el cabo de Hornos y a vela, pues no quedaba carbón.

Por otra Real orden del 19 de septiembre, se le concede la Cruz del Mérito Naval, por su decidida actuación en el combate del Callao.

Y por su comportamiento a lo largo de toda la campaña, y por la herida grave recibida en el bombardeo del Callao, se le asciende al grado de brigadier por Real orden del 3 de junio de 1866.

Regreso a Madrid, pero fue recibido con hostilidad, lo cual le desilusionó bastante, por aquellos días el Gobierno miraba de reojo a los que tenían antecedentes revolucionarios.

Se le nombró capitán del puerto de Cádiz, cargo que conservó hasta el triunfo de la Revolución de Septiembre de 1868.

Topete y Carballo, tomó parte muy activa en la preparación del movimiento nacional, ya fuese por sus ideas, pues era más de derechas que el propio Prim, ya por el disgusto contraído, por el nombramiento de Belda como ministro de Marina, pues su primera acción fue rebajar el presupuesto de la Corporación de treinta y un millones a seis, para la construcción de nuevos buques, matando con ello los esfuerzos realizados en los últimos años, viniéndose abajo por una irresponsabilidad política el no poder continuar con la construcción de buques.

Por ello el 17 de septiembre de 1868 estando a bordo de la fragata acorazada Zaragoza, fondeada en la bahía de Cádiz, firmó la primera proclamación de la Revolución que puso fin al reinado de su estimada y apreciada reina doña Isabel II.

La proclama del brigadier Juan Bautista Topete y Carballo a los gaditanos, dice así:

«Gaditanos: Un marino que os debe señaladas distinciones, entre ellas la de haber llevado vuestra representación al Parlamento, os dirige su voz para explicaros un gravísimo suceso. Esta es la actitud de la Marina para con el malhadado Gobierno que rige los destinos de la Nación.
No esperéis de mi pluma bellezas. Prepararos sólo a oír verdades. Nuestro desventurado país yace sometido años a la más horrible dictadura; nuestra ley fundamental rasgada, los derechos del ciudadano escarnecidos; la representación nacional ficticiamente creada; los lazos que deben ligar al pueblo con el trono, y formar la monarquía constitucional, completamente rotos.
No es preciso proclamar estas verdades; están en la conciencia de todos.
En otro caso os recordaría el derecho de legislar, que el Gobierno por sí sólo ha ejercido, agravándole con el cinismo de pretender aprobaciones posteriores de las mal llamadas Cortes, sin permitirlas siquiera discusión sobre cada uno de los derechos que en conjunto les presentaba, pues hasta del servilismo se sus secuaces desconfiaban en el examen de sus actos.
Que mis palabras no son exageradas lo dicen las leyes administrativas, la de orden público y la de imprenta.
Con otro fin, con el de presentaros una que sea la negación de toda doctrina, os cito la de instrucción pública.
Pasando del orden político al económico, recientes están las emisiones, los empréstitos, la agravación de todas las contribuciones. ¿Cuál ha sido su inversión?, la conocéis y la deplora con vosotros la marina de guerra, apoyo de la mercante y seguridad del comercio; cuerpo proclamado poco a la gloria del país, y que ahora mira sus arsenales desiertos, la miseria de sus operarios, la postergación de sus individuos todos y viéndose en tan triste cuadro un vivo retrato de la moralidad del Gobierno.
Males de tanta gravedad exigen remedios análogos; desgraciadamente, los legales están vedados; forzosos es por tanto apelar a los supremos, a los heroicos.
He aquí la razón de la Marina en su nueva actitud; una de las partes de su juramento está violada con mengua de la otra. Salir a la defensa de ambas, no sólo es lícito sino obligatorio.
Expuestos los motivos de mi proceder y del de mis compañeros, os diré nuestras aspiraciones.
Aspiramos a que los poderes legítimos, pueblo y Trono funcionen en la órbita que la constitución les señale, estableciendo la armonía ya extinguida, el lazo ya roto entre ellos.
Aspiramos a que las Cortes Constituyentes, aplicando su leal saber y aprovechando lecciones harto repetidas, de una funesta experiencia, acuerden cuanto conduzca al establecimiento de la verdadera monarquía constitucional.
Aspiramos a que los derechos del ciudadano sean profundamente respetados por los Gobiernos, reconociéndoles las cualidades de sagrados, que en sí tienen.
Aspiramos a que la hacienda se rija moral e ilustradamente, modificando gravámenes, extinguiendo restricciones, dando amplitud al ejercicio de toda industria lícita y ancho campo a la actividad individual y al talento.
Estas son concretamente expuestas mis aspiraciones y las de mis compañeros. ¿Os asociáis a ellas sin distinción de partido, olvidando pequeñas diferencias, que son dañosas para el país? Obrando así labrareis la felicidad de la patria, y ésta es precisamente la bandera que la Marina enarbola.
Como a los grandes sentimientos suelen acompañar catástrofes que empañan su brillo, con ventaja cierta de sus enemigos, creo con mis compañeros hacer un servicio a la causa liberal, prestándonos a defenderla, conteniendo todo exceso. Libertad sin orden, sin respeto a las personas y a las cosas no se concibe.
Correspondo, gaditanos, a vuestro afecto colocándome a la vanguardia en la lucha que hoy empieza y sostendréis con vuestro reconocimiento denuedo.
Os pago, explicándoos mi conducta, su razón y su fin; a vosotros me dirijo únicamente; hablen al país los que para ellos tengan título.
Bahía de Cádiz, a bordo de la Zaragoza, 17 de Septiembre del 1868.
Juan Bautista Topete.»

Acudió Prim y la escuadra sublevada compuesta por las fragatas acorazadas Zaragoza y Tetuán, las de madera Villa de Madrid y Lealtad, más los vapores de ruedas Isabel II, Vulcano y Ferrolano, con las goletas Concordia, Edetana, Ligera y otros buques menores, con ellos intimó a la rendición de la plaza, estando como jefe supremo Topete, al que secundaron los marinos y la guarnición con el pueblo, por ello el Gobernador militar ante un enfrentamiento casi inevitable, decidió entregar la ciudad y unirse a los sublevados.

Lo primero que hizo fue enviar al vapor Buenaventura a las islas Canarias, donde el Gobierno había desterrado a los generales y almirantes que no estaban de acuerdo con él, consiguiendo así un apoyo muy importante y relevante.

Al regreso del vapor, el duque de la Torre que venía en él tomó el mando, acompañándole todos los generales deportados y dirigió un manifiesto a la población y a España, todavía más enérgico que el publicado por Topete.

El general Prim formó inmediatamente un ejército que se puso en marcha en dirección a Madrid, al mando del general Serrano en sus cercanías se libro el combate del puente de Alcolea el 28 de septiembre de 1868, contra los isabelinos al mando de Manuel Pavía y Lacy, ganándolo, provocando el triunfo de la Revolución.

Pero Topete era un autentico caballero y hombre muy leal, por ello no estuvo en principio de acuerdo con el destronamiento de la reina doña Isabel II, quien tan bien le había tratado con sus ascensos y condecoraciones, pero le convencieron que la salvación de España pasaba por ese sacrificio, se unió a la revolución, pero puso la condición de no ser nombrado Rey el duque de Montpensier, a pesar de haber sido un seguidor incondicional.

El duque de Montpensier se había colocado del lado de los enemigos de Isabel II desde antes de su caída, con la vana esperanza de sucederle en el trono, tuvo muchos partidarios, entre ellos Topete, quien ya lo había propuesto, pero sucedió un desafortunado desenlace; pues el duque se enfrentó en duelo al Infante don Enrique de Borbón, duque de Sevilla y primo de la esposa de Topete, cuando el Infante fue herido de muerte en el duelo, Topete lo dejó fuera de la candidatura al trono.

Todo ello dio a Topete una gran popularidad; a su llegada a Madrid el pueblo le proporcionó una gran ovación y al ser constituido el Gobierno Provisional se le dio la cartera de Marina, pero fue después de haber insistido varias veces para que le fuera entregada a don Casto Méndez Núñez, pero ante su rotunda negativa se vio obligado a aceptarla ocupando el puesto el 8 de octubre de 1868 hasta el 6 de noviembre siguiente, volviendo a tomar posesión el 9 de enero de 1870, hasta el 20 de marzo seguido.

Con igual modestia y honradez, rehusó el ascenso a contralmirante, ofrecido por el Gobierno.

Fue elegido diputado para las Cortes Constituyentes de 1869, por Madrid y Vich, ocupando su sillón.

Cuando se decidió que el nuevo rey de España sería don Amadeo de Saboya, la reacción de Topete fue la de siempre, pues presentó su dimisión al duque de la Torre porque él no le había votado.

De su paso por el ministerio de Marina, quedó la labor desarrollada con su esfuerzo al sofocar la insurrección en la isla de Cuba, para ello pidió y obtuvo de las Cortes, levas suplementaria con que completar las dotaciones de los buques. (El sempiterno problema español.)

El diciembre de 1870 se produjo el asesinato del general Prim, principal valedor de la candidatura de don Amadeo de Saboya, por ello el Gobierno apeló una vez más a su patriotismo, encargándole viajar a Cartagena puerto de llegada del nuevo monarca, al que él no había votado, pero como hombre coherente y por el bien de España, aceptó.

La Numancia junto a otros buques españoles e italianos fue la encargada de transportar al nuevo Rey a España, en ella iba su comandante el capitán de navío Díaz Herrera y el ministro de Marina Beránger, el buque enarboló el estandarte Real.

Al llegar a Cartagena, subió a bordo a presentarle sus respetos en nombre del general Prim e inclinándose respetuosamente ante el monarca le dijo: «El Regente del Reino me encargó una misión tan honrosa como inmerecida, esto es, salir al encuentro del Monarca elegido por las Cortes constituyentes soberanas de la nación. Acepté respondiendo de la vida del Rey con mi propia vida.»

Un tiempo después no ocultó sus simpatías a las personalidades más conservadoras del partido Constitucional.

En los asuntos sobre la isla de Cuba se mostró pesimista, pues no olvidaba la premisa norteamericana de vender o conquistar, mientras tanto veía que España se debilitaba por sus luchas intestinas, por ello en el mes de julio de 1871 dijo: «Yo no seré reformista respecto a Cuba, porque es la única manera de conservar algún tiempo más aquella hermosa provincia.»

En noviembre del mismo año afirmó en la Cámara que algún Ministro había propuesto la venta de la isla de Cuba; está manifestación levantó una dura y profunda indignación, obligando a Ruiz Zorrilla a protestar a favor de la integridad nacional y a Figueras a solicitar fuera abierta una comisión de investigación, con el propósito de averiguar el nombre del Ministro en cuestión.

Por Real orden del 1 de febrero de 1872 se le ascendió al grado de contralmirante.

Posteriormente se opuso políticamente a las tendencias de los radicales, no siendo solo en la cámara, si no por sus publicaciones en los periódicos El Debate y El Gobierno.

Fue llamado de nuevo a ocupar la cartera de Marina por el presidente del Gobierno Sagasta, siendo nombrado el 26 de mayo de 1872, permaneciendo hasta el 13 de junio siguiente, al cambiar el Presidente, pues fue nombrado Serrano, continuó en el Ministerio, y se dio el caso que por unos días, por ausencia del Presidente, le fue otorgado el privilegio y la responsabilidad de ocupar el puesto de Presidente de la Nación interinamente.

Al proclamarse la efímera primera República el 11 de febrero de 1873, fue encarcelado por unos días en la militar de San Francisco de Madrid, al salir se alejó de la política y de la ciudad. Hasta ser disueltas las Cortes Federales y el 3 de enero de 1874, formándose nuevo Gobierno presidido por el general Serrano, volviendo a ser llamado para ocupar su cartera del ministerio de Marina, permaneciendo hasta el 13 de mayo seguido. (Por las fechas aportadas se puede averiguar que la primera República Española duró once meses escasos y tuvo cuatro presidentes, todo un récord a batir.)

Al incrementarse la acción de la guerra civil carlista y aún conservando la cartera del Marina, se dirigió al norte al frente de los batallones de Marina, batiéndose con verdadero heroísmo contra las tropas del bando contrario, conquistando a la bayoneta las alturas de Abanto y Somorrostro.

En una de las acciones y estando en primera línea, de las muchas veces que la visitaba, una bala le corto la correa que sujetaba la vaina de su sable, el cual tenía en la mano; sonriendo se giro a sus hombres diciendo: «Esta bala me ha librado de un peso inútil, porque mi espada no ha de envainarse en muchos días.»

De regreso a la capital se le había dejado fuera del Gobierno, por estar ahora presidido por Sagasta.

La sublevación militar de Sagunto, devolvió el trono a los Borbones en la figura de don Alfonso XII, mereció por su parte las más enérgicas censuras y al ver que prosperaba la vuelta de la anterior dinastía, resolvió dejar la carrera militar y vestir de paisano, pero al pedir la exención del servicio, le fue denegado.

Para contrarrestar la negativa de su petición, el Gobierno le concedió por su comportamiento en Abanto y Somorrostro, la Gran Cruz y la Placa de San Hermenegildo. (Todo un detalle, pero el que se había jugado la vida y había conseguido la victoria fue él, pues entonces le correspondían por valor personal, no por agradecimiento del Gobierno, por todo ello no fue un regalo, sino todo lo contrario, se lo había ganado a pulso.)

En 1879, por fin reconoció a la monarquía de don Alfonso XII, por ello fue nombrado presidente del Consejo de Administración de los fondos para premios a la Marina y Senador Vitalicio.

Por Real orden del 28 de agosto de 1880 se le ascendió por rigurosa antigüedad al grado de vicealmirante.

Falleció en Madrid el 29 de octubre de 1885, cuando contaba con sesenta y cuatro años de edad, de ellos cuarenta y nueve de servicios a España.

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