Saavedra y Ceron, Alvaro de Biografia

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Biografía de don Álvaro de Saavedra y Cerón



Capitán de Mar y Guerra español del siglo XVI.

Contenido

Orígenes

Como es normal en esta época se desconoce el lugar y fecha de nacimiento, pues sólo se sabe de ellos al realizar alguna experiencia fuera de lo común.

Lo cierto es que era primo de Hernán Cortés, por lo que podemos afirmar que no estaría muy lejos de la ciudad de Medellín, lugar de nacimiento del conquistador. A esto podemos añadir que por obligación debió trasladarse a Nueva España, donde se le atribuyen ciertos descubrimientos y hazañas, pero todas ella sin confirmar y sin fechas fijas lo que imposibilita saber la verdad, razón por la que se omiten.

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Hernán Cortes al alcanzar el Pacífico ordenó la construcción de unos bergantines del porte de unas veinte toneladas, con los que se fue recorriendo las costas, tanto en el seno mejicano, entre el Pánuco y la Florida, así como por el Oeste, desde Zacátula a Panamá, estando los bajeles a las órdenes de don Gil González Dávila, don Andrés Niño, don Francisco Hernández de Córdoba, don Alonso Álvarez de Pineda, don Andrés de Cereceda y otros que no se relacionan, consiguiendo que ya en el año de 1525 se conocía todo el istmo de Nueva España.

Los buques del Pacífico se construían en la zona Teuhantepec, por tener muy cerca grandes bosques que proporcionaban los materiales indispensables para ello. Estando Cortés en Zacátua, recibió una Real Cédula del don Carlos I, fechada en la ciudad de Granada, el día veinte de junio del año de 1526, en la que le ordena que enterado de que la expedición de Loaysa y la de Caboto ya debían estar en las Molucas, no se encontrarían en muy buen estado, pues solo se tenía noticia de lo ocurrido en la expedición de Magallanes, ordenándole alistara cuatro buques que fueran bien provistos de todo lo posibles, para acudir en socorro de ellos y saber como estaban. A ello contribuyó la llegada a Acapulco de don Juan de Areizaga, que lo hizo a bordo del patache Santiago, y después de una reunión con Hernán Cortés, en la que le informó del mal estado de la expedición, éste dispuso la urgente salida de la pequeña escuadra en busca de los españoles, de los que no se tenía la menor noticia.

Para ello Cortés eligió los buques que se estaban alistándo. (Hay autores que los llegan a llamar galeones, pero a tenor de sus dotaciones y armamento, debían de ser bergantines como los que se habían construido en aquellas costas) No se dan datos de los buques, pero si sus nombres y dotación, la capitana era La Florida, al mando de don Álvaro de Saavedra, con doce hombres de mar y treinta y ocho de guerra; Santiago al mando de de don Luís de Cárdenas, natural de Córdoba, con cuarenta y cinco hombres en total y Espíritu Santo, al mando de don Pedro de Fuentes, natural de Jerez, con quince hombres de dotación. De ésta última si se dice que era un bergantín, las dos más grandes debían de ser del mismo tipo, pero de entre treinta a cuarenta toneladas o quizás de ambos, una de cada, ya que por la experiencia en estas expediciones se utilizaban buques de poco calado, pues a pesar de esta prevención a veces era casi imposible acercarse a las costas descubiertas. El total de piezas de artillería era de treinta las montadas en los bajeles.

El mismo Hernán Cortés las describe: «…los más bien aderezados que jamás se vieron, así de bastimentos y artillería, armas e munición, como de gente de mar y tierra, y oficiales de carpintería, y herreros y ballesteros, e fraguas, y hierro e acero, y albañiles o canteros para hacer fortalezas, y botica, y medicinas, y boticarios, y mucho rescate, chinchorros y aparejos de pesquería, y otras cosas que se pudo alcanzar de que podían tener necesidad, y de capitán suficiente y bien informado de lo que debía de hacer, así por la instrucción de Su Majestad como por la que el marqués le dio, y de lenguas latinas y arábigas, y de las de Calicut…»

Tuvo una larga conversación Cortés con Saavedra, en la que el conquistador lo puso al día de la Real Cédula recibida, le entregó unas Reales Cédulas para la tripulación de la expedición de Sebastián Caboto, otra para el propio Caboto, otra para el Rey de la isla donde llegase Saavedra, otra para el Rey de Zebú y otra para el Rey de Tidore, así como noticias con todo lo referente a la mar y los rumbos que debía de mantener para arribar a las Molucas, ya que se le habían enviado copias de las cartas que se habían levantado en la primera vuelta al planeta, advirtiéndole que encontraría muchas islas, que tuviera cuidado con algunos indígenas y que Dios le acompañara, para poder regresar y darle todas las explicaciones al Rey. Las pertenecientes a Caboto, era porque había zarpado a principios del mes de abril del año 1526 del puerto de Sevilla y se pensaba que estaría ya en las Molucas.

El día treinta y uno de octubre del año de 1527, se hizo a la mar desde Cihuatanejo en Zacatula. En el viaje dos de las naos el día quince de diciembre, se separaron, pero de ellas ya no se ha vuelto a saber nada, continuando viaje con la nao La Florida, hasta llegar a las islas Carolinas. En el derrotero fueron descubriendo varias islas entre ellas, las de Uluti o Reyes y al parecer la de Yap, logrando dejar caer las anclas hacia finales del mismo año en ella.

Se repusieron algunos víveres, volviendo a levar anclas y largar el velamen haciéndose a la mar, en su viaje pasaron por la isla de Gilolo, llegando en el mes de febrero de 1528 a Mindanao, pasando a continuación a las Molucas, siendo el treinta de marzo cuando arribaron a la isla de Tidore, en ésta se encontró a Hernando de la Torre.

Mientras en tierra por fin apareció en el horizonte una noche clara una vela, desde el fuerte se le hizo una salva y el buque contestó con otra, con esta seguridad fondearon; a la mañana siguiente pudieron desembarcar, confirmando así la procedencia de la nao La Florida y las razones que la habían llevado allí.

Lo primero que hicieron fue entregar armas y medicinas a Hernando de la Torre, las primeras para que pudiera seguir manteniendo los combates contra los portugueses, las segundas para ir recuperando a los enfermos que ya eran muchos, al terminar estos trabajos de descarga se corrieron todos los cañones de una borda a la otra, quedando así a la banda para poder verificar los daños en su obra viva, una vez comprobados se pusieron a repararla, pues su juntas y maderamen por la larga travesía estaban necesitando un buen repaso, el cual no se había podido realizar por falta de medios a bordo.

Pero el Gobernador portugués, al enterarse del refuerzo de los españoles y su posible pérdida de autoridad, intenta realizar un combate naval, por lo que alista una nao bien artillada y con cuarenta tripulantes, pero la embarcación por parte española era más pequeña, ya que La Torre no quiere enfrentar a La Florida y con ello perder la posibilidad de regresar a España, para poner en conocimientos de todos sus aventuras y descubrimientos.

El buque español va dotado con treinta y seis hombres, el capitán español era don Alonso de los Ríos, comprende que un ataque al cañón lo tiene perdido, pues el enemigo es muy superior, por lo que resuelve ir de proa por su través y abordarlo, maniobra que le sale perfecta y a los pocos minutos de estar sufriendo un duro castigo la portuguesa fue abordada siendo capturada.

El balance es revelador, hubieron cuatro muertos por parte de los españoles y el resto todos heridos, mientras que por parte portuguesa, fueron muertos ocho y el resto heridos y prisioneros, entre los muertos estaba su jefe Baldaya, aquél que tantas veces había comido con Zarquizano, por lo que Urdaneta anota: «Aquél que dio la ponzoña a Martín Iñiguez de Zarquizano»

La Torre escribe una carta, que entrega a Saavedra, para que a su llegada a Acapulco se pueda a su vez hacer llegar al propio rey don Carlos I, en ella entre otras cosas le dice al Rey: «Le suplico se acuerde de todos estos vasallos y servidores de Vuestra Real Majestad, que con tantos trabajos y peligros de sus personas le han servido y le sirven de noche y de día arriesgando sus personas todas las horas y momentos, por sustentar y defender esta isla y tierras en servicio de Vuestra Real Majestad… Sustentamos a tres reyes de cinco que hay en Maluco… Y debe Vuestra Majestad de mirar que solo una nao que llegó aquí pudo traer hasta cien hombres, entre chicos y grandes, y con hallar a los portugueses muy poderosos en la tierra, con un fortaleza de cal y canto, y como naturales de ella siete años y con muchos navíos de remo y de carga, entramos y tomamos puerto, a pesar de todo ellos, siendo doblada gente que nosotros, y aquí estamos hasta hoy.» Como se ve la carta no puede ser más esclarecedora que la realidad.

En el mes de junio del año de 1528, se hizo a la mar de nuevo, con tan sólo treinta supervivientes de su dotación, más tres prisioneros portugueses que habían logrado escapar de sus captores y se enrolaron en la nao española llevando con él setenta quintales de clavo, para demostrar que era preciso dominar estas islas, ya que eran muy generosa su tierra.

Un mes más tarde arriba a las islas Papuas, por ello fue Saavedra el descubridor de este archipiélago, dando la orden de desembarcar y tomar posesión de ellas en nombre del Rey de España, pero al mismo tiempo los tres portugueses, al desembarcar Saavedra, vuelven a abordar el bote [1], que era el único que llevaba la nao y se dan a la fuga, por lo que el propio Saavedra se ve obligado a que se construyera una balsa para poder regresar a la nao, esto obliga a que Saavedra de la orden de regreso, para procurarse un nuevo bote, pues en aquellas aguas era de primordial importancia, lo que le impidió poder pasar de las islas de los Ladrones.

Al pasar por la isla de los Barbudos, sus habitantes le parecieron blancos, porque eran polinesios, siendo esta apreciación por la diferencia de color con los melanesios de las islas Carolinas, que para él eran mucho más conocidos.

En su regreso, realizó una arribada a la isla de Sarragán, donde en su viaje de ida había dejado a un enfermo de la tripulación llamado Grijalva, quién le suplicó que allí le dejara y así lo hizo, ahora se preocupaba por él y quería saber cómo se encontraba, los indios le respondieron que no podía marchar, por estar al servicio del cacique, pero la realidad fue, que había sido vendido como esclavo.

Cinco meses después de haber zarpado, vuelven a arribar a la isla de Tidor, por lo que el segundo intento de la historia de cruzar el océano Pacífico de Oeste a Este, termina siendo un gran fracaso.

La Justicia como siempre llega, y este es el caso de que estando ya en Tidor, llegan noticias de que tres europeos se encuentran en la isla de Guayamelin, por lo que La Torre encomienda a Urdaneta, que con unos hombres vaya a averiguar quiénes son, y hete aquí la sorpresa, al llegar y con una estratagema, logra poderlos dominar sin daño alguno, resultando ser los tres que se habían escapado de la nao de Saavedra; al regresar con ellos a Tidor y al verlos Saavedra, se lanza sobre uno de ellos con el puñal en la mano, reaccionando La Torre que eso no era justo, por lo que se formó un consejo de guerra, y por las duras Leyes de la época, un mes más tarde se dicta el veredicto de condena a muerte para los dos, que se cumple al día siguiente, siendo ajusticiados los llamados Simón de Brito y Fernando Romero.

Mientras pasaba el tiempo y los constantes encuentros con los portugueses fueron mermando las posibilidades de realizar el viaje tan deseado, pues llegaron a ser solo sesenta hombres, a lo que se sumaba la firma de un tratado amistoso del Rey de Gilolo con los portugueses, lo que mermaba aún más las fuerzas españolas, a parte de un intento de envenenamiento a de La Torre, que a su vez causo la muerte de otros varios hombres, todo decidió que se pusiera en marcha la salida de La Florida.

Por ello se dedicaron por completo a reacondicionar la nao, pues por la carcoma en aquellas aguas ya estaba haciendo que la tablazón se resintiera, por ello Urdaneta nos describe la forma de su necesario refuerzo para tan larga derrota: «Porque hacía agua le echamos otro aforro de tablazón al costado desde la quilla hasta la lumbre del agua.», prosigue: «…tablas delgadas cosidas con el costado con unos clavos.» y lo definitivo: «…calafateo con un betún de resina y aceite y estopa, que es cosa muy buena.»

Sugiere La Torre a Saavedra, que el regreso a España lo realice doblando el cabo de Buena Esperanza, pero su consejo queda en el aire, pues el capitán Saavedra considera que esa derrota con los portugueses durante todo el trayecto detrás de él, resulta algo más peligrosa que el ir directamente a Nueva España.

El día tres de mayo del año de 1529, aprovechando unos buenos vientos se levan anclas y se hacen a la mar con rumbo al Sur, así avistan el día veinticuatro de junio la isla de nombre Paine, situada en la bahía de Geelvinck, que esta al noroeste de Nueva Guinea y dos grados al Sur del ecuador, la bordean y prosiguen su rumbo avistando el día quince de agosto la isla del Almirantazgo, arribando el mismo día.

Este dato nos puede dar una idea de que el avance era muy lento, pues se han recorrido pocas leguas y en mucho tiempo, por ser siempre los vientos contrarios, esto le hace a Saavedra recordar el consejo de La Torre, pero sin pensárselo mantiene el rumbo.

Buscando otra solución ordena cambiar el rumbo al nordeste, con lo que a mediados de septiembre se encuentra en los paralelos 7º y 8º de latitud Norte, avistando la isla de Ualán, del archipiélago de las Marshall, prosiguiendo su navegación costeando estas islas, hasta llegar a la de Utirik, en la que se fondean por encontrarse enfermo Saavedra.

La recepción de los nativos que supera el millar es muy calurosa, pues se les obsequia con cánticos y música de instrumentos muy rústicos, pero los indios se fijan en las armas de los españoles y sienten verdaderos deseos de conocer cómo funcionan, pero estos se niegan a hacer un disparo, porque no es la costumbre, pero ante la insistencia de ellos uno de los españoles, les dice que se separen, los indios hacen un gran hueco en círculo dejando al español en el centro, y este dispara su arcabuz al aire, la reacción de los indígenas fue, que de las primeras filas se cayeron al suelo, el resto salió corriendo y los caídos se levantaron rápidamente siguiendo a sus compañeros, embarcaron en sus paraos y a remo forzado se alejaron hasta alcanzar la isla contigua distante unas tres leguas.

A los pocos días un poco más tranquilizados, regresaron los indios, pero esta vez cargados de vituallas, con las que se llenó la nao, llegándose a cargar más de dos mil cocos entre otras cosas, y ayudando a la aguada para rellenar las pipas vacías, con lo que en muy poco tiempo estuvieron prestos para volver a hacerse a la mar.

Esta vez viran la proa unos grados y enderezan el rumbo a Norte, consiguiendo alcanzar el paralelo 26º de latitud Norte, pero justo en este lugar fallece por las penalidades sufridas el capitán Saavedra, calculándose que esos momentos estaban casi a la vista de las islas Hawái, pero sus hombres aún continuaron subiendo llevados por el afán de proseguir las órdenes emitidas por su jefe, siendo su sustituto en el cargo un toledano llamado Laso, que solo estuvo ocho días al mando por fallecer también, tomando el mando las dos personas más instruidas que quedaban a bordo, siendo el maestre y el piloto.

Los hombres aún continuaron subiendo, hasta llegar al paralelo 31º Norte, pero ya casi agotados de ver que siempre los vientos eran contrarios en su rumbo a Nueva España, decidieron de nuevo dar una virada de 16 cuartas y poner rumbo a las islas de los Ladrones, posteriormente a las Molucas, donde lograron llegar el día ocho de diciembre del año de 1529. (Por investigaciones posteriores, en el momento de virar y a pesar de tener siempre vientos contrarios, se encontraban a mil doscientas leguas del Maluco y a mil de Nueva España, si hubieran subido un poco más, como quedó demostrado por Urdaneta, que encontró los vientos favorables a 39º 30’ de latitud N., hubieran podido regresar)

No deja de ser una lamentable decisión, pero es de imaginar porque se tomó esta decisión, ya que habría que estar en su piel, para saber si navegar hacia lo desconocido o regresar a lo conocido era lo más conveniente, perdiéndose una ocasión de oro para descubrir la vuelta de Poniente.

Los supervivientes de la nao La Florida, que habían conseguido regresar eran veintidós, que se agregaron a las fuerzas de Hernando de la Torre, pero en los sucesivos combates fueron cayendo casi todos ellos y unos pocos se dispersaron por las islas adyacentes.

Todo ello llevó a que sólo quedase uno, que fue el piloto Macías del Poyo, que consiguió llegar a Lisboa, junto con Andrés de Urdaneta, en la tercera parte de los restos de la expedición de Loaysa, que realizaron el viaje en naos portuguesas y siguiendo la ruta de doblar el Cabo de Buena Esperanza, a su llegada y por ser piloto fue retenido Macías, quedando preso de los portugueses, mientras a Urdaneta se le requisaban todos los documentos referentes a aquellas aguas y tierras, consiguiendo Urdaneta escapar y poco tiempo después, se logró que pusieran en libertad a Macías del Poyo, ya en el año de 1536. Todo este final se sabe por el documento que escribió Urdaneta a su regreso a la Corte, el cual se titula: «Relación de su expedición de la Nueva-España al Maluco» encontrándose el manuscrito en el Archivo de Simancas.

La muerte de Saavedra debió de ocurrir a mediados (diecinueve) del mes de octubre año de gracia de 1529, en la mar y a bordo de su nao, su edad no es conocida con exactitud, pero por aproximación basada en diferentes datos, debía de estar en torno a la treintena, su cuerpo, al igual que el de tantos otros españoles encontró sepultura en el «Lago español», o sea, en el amplio océano Pacífico.

Notas

  1. Éstos se perdieron entre las islas, sobre todo porque las corrientes eran muy fuertes y el bote muy pequeño, de forma que fueron a parar a otras islas, donde la mayor parte de ellos se quedaron, pero Simón de Brito, Fernán Romero un esclavo que llevaba éste, embarcaron en una canoa para seguir al Maluco, equivocaron el rumbo y fueron a dar en la isla Batachina en una zona llamada Guayamelin, situada a unas cincuenta leguas de Tidore, enterado Hernando de la Torre de la presencia de portugueses, ordenó a Andrés de Urdaneta junto a dos españoles más, pero acompañados por diez paraos con indígenas que fueran a ver quiénes eran, al llegar los vieron y Urdaneta los reconoció preguntándoles por Saavedra, estos le contestaron que estaba perdido, pero los embarcó y todos retornaron a Tidore, justo en el momento en que Saavedra acababa de llegar, por culpa precisamente de no tener el bote robado por ellos. Hernando de la Torre, pidió consejo y fue Andrés de Urdaneta, quien le dijo que estaba muy clara la situación, ya que los portugueses no querían llegar a Nueva España, para evitar ser llevados a la Península y que el Emperador supiera por su boca la realidad del Maluco, por ello privaron a Saavedra de su único apoyo, ya que sin bote no podía acercarse a ninguna isla y con tan pequeño detalle, le obligaba como había quedado demostrado al fracaso, además de mentirle a él cuando les pregunto sobre el capitán. Personalmente de la Torre los interrogó y los portugueses viendo que más mentir les costaría más caro, dijeron la verdad que coincidía con los explicado por Urdaneta. Así Hernando de la Torre, en razón de lo anterior y por su acción provocar casi pérdida del buque con toda su dotación, sentenció a Simón de Brito a ser arrastrado por la ciudad de los indígenas, después cortarle la cabeza y a continuación hacerlo en cuatro cuartos, siendo clavados cada uno de ellos en una estaca alrededor de la isla, para que fuera visto por sus compatriotas, ya que continuamente estaban pasando muy cerca de la costa, mientras que Fernán Romero, fuera ahorcado, lo que se llevó a efecto ambos castigos en el mismo día.

Bibliografía:

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Orellana, Emilio J. Historia de la Marina de guerra de Española, desde sus orígenes hasta nuestros días. Salvador Manero Bayarri-Editor Tomo II, Primera parte. Barcelona.

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