Mendez Nunez, Casto2

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Foto de la corbeta Vencedora.
Corbeta Vencedora.
Colección de don José Lledó Calabuig.

Fueron designadas para llevar a cabo el bombardeo las fragatas Villa de Madrid, Blanca y Resolución, más la corbeta Vencedora, con la orden expresa de destruir los almacenes fiscales, los edificios de la Intendencia y la Bolsa, más la estación y material del camino de hierro; así todo el daño lo recibiría el Estado y no los ciudadanos de la ciudad en sus propiedades, mientras la Numancia se quedaría entre los buques y la mar para impedir cualquier intento de estorbar en el bombardeo, en el cual ordenó don Casto no utilizar granadas y solo proyectiles redondos como eran los antiguos, para evitar que se produjeran incendios y que estos afectaran a propiedades privadas.

Amaneció el día treinta y uno de marzo, era sábado Santo, el plazo fatal espiraba, desde las seis de la mañana todos los buques estaban en movimiento, a las ocho de la mañana la Numancia se aproximó al centro de la población y disparo dos salvas, anunciando como se había dicho, que en el plazo de una hora comenzaría el bombardeo.

Los buque encargados de realizarlo se fueron colocando en sus lugares predeterminados; la Villa de Madrid y la Blanca se aproximaron a los almacenes fiscales; la Resolución al ferrocarril y la Vencedora a la Intendencia y la Bolsa; a las ocho y media se toco zafarrancho de combate y las banderas que habían estado a media asta por la muerte del Redentor, se izaron al pico.

A las nueve se izó en la capitana la señal de romper el fuego; el fuerte de San Antonio que se suponía debía defender a la ciudad en tales circunstancias, sobre las nueve y doce minutos silbó el primer proyectil disparado por la Blanca, contra él pero no hubo contestación alguna, allí estaba el fuerte, ondeando la bandera tricolor de Chile pero los cañones que debieron afirmarla yacían desmontados, los hombres que debieron defenderla para cumplir la primera obligación que tienen con su patria, allí no estaban; la estrella de la República luciendo en aquel pabellón abandonado, se debió eclipsar de vergüenza, porque dejaba ya de ser un símbolo de gloria.

El fuego se generalizó al momento en toda la línea de los buques españoles, se oía el ruido de los derrumbes de los edificios oficiales, levantando grande nubes de polvo, solo quedaban amortiguados por los disparos de los proyectiles al explosionar la pólvora que los lanzaba, se alzaron algunas columnas de humo por existir en los almacenes productos inflamables, cuando ya casi todo se había conseguido la Villa de Madrid hizo un alarde de su habilidad, disparando por elevación contra la bandera chilena, todos sus proyectiles tangentearon el asta y roto por fin uno de los vientos, (que era mucho más fino que el asta) el peso de la bandera obligó al asta a inclinarse, quedando el pabellón chileno y su estrella tocando el suelo de la fortaleza.

Más tarde los buques intercambiaron sus posiciones, dirigiéndose la Resolución a los almacenes y la Blanca al ferrocarril, a las 11:55 horas, izó la Numancia la señal de cesar el bombardeo. La ciudad quedó sumida en la deserción, desde la bahía los buques se pusieron en movimiento con rumbo a Viña de Mar, en cuyo trayecto se cruzaron con los neutrales, que fueron ejemplo de neutralidad.

En el bombardeo solo catorce proyectiles dieron en lugares no debidos, de ellos tres impactaron en la iglesia Matriz, dos en la de San Fernando, cuatro en un improvisado hospital y cinco en la iglesia de los P.P. Jesuitas, de los dos mil seiscientos disparados, de todos estos, ninguno ofendió en Consulado extranjero alguno, ni el asilo del Buen Pastor, ni el Arsenal, ni la plaza de abastos, ni el hospital inglés, ni en otro privado, ni en ningún otro excepto los nombrados de los muchos que tenía la ciudad, pero nada de esto se dijo, el bombardeo había causado muchos daños a los edificios oficiales, (evaluados después, se supo que en torno a los quince millones de pesos) y que era un ataque fuera de toda la lógica de la guerra (como si la guerra tuviera alguna), pero lo malo si fue arrojado por todos contra don Casto.

El estado anímico de los hombres de armas no se ve complacido atacando a indefensas poblaciones; hay una carta del Mayor general de la Escuadra, don Miguel Lobo, a su esposa Elena, que es muy reveladora, le dice: «2-4-66, Fragata Blindada Numancia, Valparaíso (……). Te aseguro que he pasado un rato desagradabilísimo por ser cosa en extremo bárbara y bien en contra de mis ideas (el bombardeo). Yo me alegraré no volver a presenciar semejante acto; y siento en el alma que los cañones hayan resonado para verificarlo. Méndez Núñez y todos han sufrido bastante en aquellos momentos (……) Era una vista terrible.»

Foto de la fragata de 1ª clase Almansa.
Fragata de 1ª clase Almansa.
Colección de don José Lledó Calabuig.

He aquí a lo que dio lugar la obcecación de un Gobierno, que con una palabra hubiera podido conjurar la tormenta, recodando que se le pedían cinco millones de pesos y se negó a pagar, sufriendo con el bombardeo la pérdida de quince millones, sin mencionar el sufrimiento de su pueblo. ¡Sobre él recaiga toda la culpa!.

El día nueve de abril arriba desde España la grande y poderosa fragata de 1ª clase Almansa, a su mando está el paladín glorioso que ponía en práctica el consejo de Cromwell; «Ten confianza en Dios, pero…conserva seca tú pólvora.», don Victoriano Sánchez Barcáiztegui, que estaba destinado en la Estación Naval del Mar del Plata, permutó su cargo por el del comandante de la fragata, con el único objeto de trasladarse al Pacífico; el buque de muy robusta construcción llegaba al máximo de su capacidad con pertrechos de guerra y boca, pero también con una joven e inexperta dotación.

Como desquite a la desesperada en un diario chileno publicado el día ocho de abril, comentaba: «El Jefe español no castigará igual a los peruanos, porque ellos si tiene plazas fuertes muy bien protegidas, como por ejemplo la de el Callao es plaza poderosamente fortificada, que será con vigor sostenida, y hay en atacarla un lance arriesgado, en el que probablemente quepa a los españoles la peor parte.»

Don Casto nada contento en cumplir la orden del Gobierno y notificado de lo que se hablaba en Valparaíso, decidió el día catorce, incendiar las últimas presas capturadas, formando dos divisiones la Escuadra se hizo a la mar con rumbo al Norte. Su destino la isla de San Lorenzo frente al puerto peruano de El Callao, para dar un descanso a sus hombres y de paso verificar que todo estaba en su lugar.

Las dos divisiones se componían: la primera por la Numancia, Berenguela, y Blanca, corbeta Vencedora y los vapores Marqués de la Victoria, Matías Cousiño y Uncle Sam; la segunda por las Villa de Madrid, Almansa y Resolución, vapor Maule y fragatas de transporte María, Mataura y Lollé-María.

La segunda división realizaría la travesía a la vela levando anclas a las nueve de la mañana, mandando largar todo el aparejo a la orden de la capitana, al mando de don Claudio Alvargonzález en la Villa de Madrid.

La primera división lo realizó a las 16:00, por estar a bordo el comodoro Rodgers, con nuevas proposiciones del Gobierno chileno, que consistía en un canje de prisioneros, pero con la condición de ser pedido por el jefe español; a lo que éste repuso que accedía, a condición también de que se dejase en libertad de salir de Chile a los súbditos españoles que, no siendo militares estaban prisioneros; y agregó que, no siéndole dado en aquel momento detenerse podría recibir la contestación, por el paquete británico en cualquiera de los puertos a donde sus operaciones le llamaban; después de todo esto y desembarcar el comodoro norteamericano la división se hizo a la mar.

El día veinticinco recalo en la isla de San Lorenzo la primera división por haber realizado el viaje a máquina, a su llegada ya estaba la bandera de España en las aguas del Callao y casi al mismo tiempo lo realizaba el vapor Vanderbilt con la insignia del comodoro Rodgers y el monitor Monadnock.

Hasta el día veintisiete no fondeó la segunda división, cuyo viaje fue más lento de lo que debiera, en razón a que la fragata mercante María andaba muy poco, pero la Villa de Madrid encontró una digna rival en su compañera la Almansa, lo cual se había ya presumido por la navegación que hizo ésta desde España; para darse una idea, baste decir que mientras la María navegaba con todo su aparejo de cruz, alas y rastreras, la Villa de Madrid y la Almansa, llevaban sólo el velacho y aún así se adelantaron en varias ocasiones, viéndose obligados a tomar rizos para no dejarla atrás y aguantarse sin pérdida de control de los buques.

El día siguiente a la llegada de la primera división al fondeadero, llegó a bordo una comisión del cuerpo diplomático acreditado en Lima, fueron llevados a la cámara del Comandante general, le suplicaron concediera un plazo para la salvación de los intereses neutrales; a lo que nuestro digno Jefe contestó que accedía, a pesar de lo perjudicial que era darles ese tiempo, que aprovecharía el enemigo para fortalecer sus defensas, lo cual hizo efectivamente y que le asistía todo el derecho para atacar desde luego, ya que el provocador era el Gobierno del Perú; pero quería dar esa prueba más de la consideración con que siempre había mirado los intereses extranjeros, con la intención noble de no perjudicara a España y verse metida en otra guerra.

Concedió en efecto un plazo de cuatro días, que sirvió grandemente al enemigo para dar los últimos preparativos de sus formidables defensas. En los días siguientes, llegó la fragata francesa Venus, que venía cargada al máximo de sus posibilidades con los españoles que, habían podido huir de la persecución del Gobierno peruano, logrando por fin pisar tierra española, gracias a la ayuda prestada por este buque de una nación hermana.

Foto de la fragata de 3ª clase Blanca.
Fragata de 3.ª clase Blanca.
Colección de don José Lledó Calabuig.

Los buques españoles tampoco estuvieron inactivos los días del plazo, todas las fragatas calaron sus masteleros de gavia, echaron abajo las vergas mayores y culebrearon las jarcias, era parte muy importante resguardar en todo lo posible las arboladuras de una avería, pues de ellas solas dependía en caso de éxito poder o no seguir viaje, también se pintaron de negro las fajas blancas de los costados, para disminuir la visualidad del enemigo y evitarle hacer mejor puntería, la Blanca blindó son sus cadenas la parte del centro, correspondiente a la zona de las máquinas, la Almansa realizó un día de ejercicio de fuego al blanco, para que su bisoña tripulación no fuese al combate sin haber disparado ni una sola vez siquiera con bala, en todos los buques se habilitaron hospitales de sangre para la pronta asistencia a los heridos y multiplicaban las precauciones, que sugería la previsión de una lucha en la que se iba a jugar a vida o muerte.

También los peruanos trabajaron con actividad extraordinaria en los últimos preparativos de sus formidables defensas.

El uno de mayo se presentó a don Casto, el alférez de navío don Pedro Álvarez de Toledo, con pliegos en que el Gobierno le ordenaba regresar a España, consciente de que el honor nacional y de las armas españolas necesitaban demostrar de verdad sus gran potencia, no le quedaba otra posibilidad que llevar a efecto el bombardeo y destrucción de las mejores defensas artilleras de toda América, como era el caso concreto del Callao dejando así lavado el honor de España, pues se había castigado a la indefensa Valparaíso.

Abrió los pliegos y los leyó, al saber lo que se le ordenaba, no consideró que era justo para el país a quien representaban seguir sus órdenes (la diferencia de siempre, entre un supuesto político y un militar) optando por hacer la vista gorda y no haber leído aquellos pliegos, se los devolvió a don Pedro diciéndole: «Convengamos que hasta el día tres de mayo no ha llegado usted al Pacífico; entonces me entregará usted esas instrucciones.»

De esta forma tan sutil y educada, desoyó o dejó de cumplir las órdenes que se le daban, aquí precisamente es donde se pone de manifiesto con toda cordura y responsabilidad de Jefe, demostrando que los zorroclocos no saben nunca de verdad, la verdad de lo que ocurre si todos cumplieran sus órdenes al pie de la letra en todo momento. Al mismo tiempo la grandeza de carácter de don Casto, sabiendo que si era conocida esa treta y perdía, se estaba jugando su maravillosa carrera militar, pero como siempre ocurre en estos casos, uno queda en lo más hondo de la fosa, cuando la responsabilidad de la que se le había investido estaba por encima de cualquier Gobierno u orden, que no fuera encaminada a favorecer a España y no solo a unos señores sentados en unas poltronas, quienes por otra parte duraban poco en ellas y no suelen ver más allá del propio cristal de su monóculo.

La escuadra se partió en tres divisiones: La primera división y sus fuerzas oponentes. Destinada a batir la zona Sur del Callao, es decir, el cuello existente entre La Punta y la población y muelle.

Fragata blindada Numancia, 34 cañones, comandante, el capitán de navío don Juan Bautista Antequera. Fragata Blanca, 36 cañones, comandante, el capitán de navío don Juan Bautista Topete. Fragata Resolución, 40 cañones, comandante, el capitán de navío don Carlos Valcárcer.

Se enfrentaría a: un campo minado y con torpedos eléctricos. Batería de Abtao, 6 cañones de á 32 libras. Torre, La Merced, con dos cañones Armstrong de á 300 libras. Batería Maipú, con 6 cañones de á 32 libras. Fuerte Santa Rosa, con dos cañones Blackely de á 500 libras, 1 de á 68 y 7 de á 32. Batería Chacabuco, con 5 cañones de á 32 libras y batería Provisional, con 5 cañones de á 32 libras.

Segunda división y sus fuerzas oponentes. Designada a ofender la zona Norte del Callao, es decir, sobre la población y su puerto. Fragata Villa de Madrid, 50 cañones, comandante, el capitán de navío don Claudio Alvargonzález. Fragata Berenguela, 36 cañones, comandante, el capitán de navío don Manuel de la Pezuela.

Se enfrentaría a: Batería Independencia, con 6 cañones de á 32 libras. Torre Junín, con 2 cañones Armstrong de á 300 libras. Batería Pichincha, con 5 cañones de á 32 libras. Fuerte Ayacucho, con 2 cañones Blackely de á 500 libras.

La tercera división y sus fuerzas oponentes: Su misión consistía en enfrentarse con los buques de guerra peruanos, ofender a la población y muelle del Callao. Fragata Almansa, 50 cañones, comandante, el capitán de navío don Victoriano Sánchez Barcáiztegui. Corbeta Vencedora, 3 cañones, comandante, el teniente de navío don Francisco Patero.

Se enfrentaría a: El cañón del Pueblo, un Blackely de á 500 libras. La escuadra del Perú compuesta por: monitor Loa, monitor Victoria, vapor Tumbez, vapor Sachaca y vapor Colón.

Quedando una batería la Zepita, de 6 cañones de á 32 libras, quedando sin oponentes.

El día dos de mayo del año de 1866, amaneció con neblina ocultando la población y fuertes que debían ser el objetivo de la escuadra.

A las nueve de la mañana se realizó una alocución en todos los buques, leída por los comandantes de estos a sus respectivas dotaciones:

«Marineros y soldados: Después de una larga y ardua campaña, hoy se nos presenta la ocasión de cerrarla dignamente, castigando cual se merece la osadía y perfidia de un enemigo, que nada ha dejado de poner en práctica para vilipendiar a nuestra querida España: a España, que hoy espera de nosotros que la venguemos dignamente.
Un mismo deseo nos anima a todos, y yo no puedo dudar que, con vuestro valor, decisión y entusiasmo, lo veréis satisfecho, volviendo al seno de vuestras familias después de consignar una página de gloria en la historia de la marina moderna, dejando su honra a la altura que nuestra patria tiene derecho a esperar de nosotros. ¡Viva la Reina! — Vuestro Comandante General, Casto Méndez Núñez.»

Las defensas terrestres del Callao consistían en cincuenta y seis cañones, a los que había que añadir los de la escuadra, en total eran (con diferencias en las fuentes) entre 94 y 96. Por parte de la escuadra española montaban en total 249, pero como solo podían disparar al mismo tiempo por una banda (en este caso se presentó la de estribor), quedaba reducido a 123, quedando este número aumentado por los 2 que cambio de banda la Numancia y los 3 restados en la partición son los pertenecientes a la corbeta Vencedora, que por estar en el eje si podían disparar en ambas bandas, siendo los reales 128. Si a esto añadimos que según el propio Horacio Nelson comentó en una ocasión, que: «Un cañón en tierra valía por diez embarcados». Las diferencias aumentan infinitamente a favor de las defensas de la plaza. Es lógico ya que las tareas de carga eran más cómodas y rápidas, pues no tenían el movimiento de balanceo y cabeceo de los buques, lo que les proporcionaba una mejor puntería, de ahí la diferencia marcada por el almirante británico que en poco se desviaría de la auténtica.

En la espera, por culpa de la neblina, la Numancia iba a presentar la banda estribor al enemigo, por lo que se traspasaron dos cañones de babor a ésta, así presentaría 19 cañones en el combate en vez de 17, al mismo tiempo se arrió la lancha de vapor al agua, para amarrada al costado de sotafuego con su oficial al mando, el alférez de navío don Joaquín Lazaga, estuviera pronta a desempeñar las comisiones que el mando le pudiera ordenar.

A las 11:15 horas, ya despejaba la atmósfera, entonces se vió ondear en el tope del palo mesana de la Numancia, las banderas que prevenían entrar en zafarrancho de combate, por lo que todos los buques, se dirigieron a sus puestos ya preestablecidos; entonces se oyeron los toques de genérala y calacuerda en todos los buques, izándose a tope de palo las banderas de combate.

La Numancia, marchando a la cabeza de la división del Sur, que corría la menor distancia, llegó la primera a su puesto, frente a las fortificaciones de Santa Rosa y gobernando a presentar su batería de estribor al enemigo, en cuanto estuvo a distancia disparó el primer cañón de proa, rompiéndose el fuego a las 11:55 horas.

Se generalizó el fuego por ambas parte, la Blanca llegó a situarse a ochocientos metros de las baterías, desafiando casi temerariamente la mala puntería de las defensas, lo que llevó a su comandante don Juan Bautista Topete a acercarse mucho más, pues la mayor parte de los proyectiles le pasaban por alto, aunque la razón era casi seguramente por la dificultad de poder alcanzar mayor depresión los tubos de las piezas, de ahí que decidiera acercarse lo máximo posible, lo que le permitiría quedar más oculto al tiro enemigo y él ganar que el suyo fuera más eficaz.

El fuego de la escuadra era tan certero que a las 12:10 horas, voló la torre blindada del Sur, al parecer fue una bala de la Blanca, la que penetró en el interior de la torre y alcanzó los repuestos de pólvora, haciéndola saltar por los aires.

Para no entrar en los detalles del combate, sólo se mencionan los que correspondan al biografiado. Comenzando por decir, que no se metió como era su obligación en el puente blindado de la fragata, permaneciendo en el de mando a descubierto, para dar ejemplo a sus hombres en todos.

Pasó la Numancia aquel peligroso círculo realizando una tangente, pero por falta de buenos planos de la zona fue a dar con un fondo de cinco brazas, quedando casi embarrancada, siendo necesario ciar apresuradamente pero la hélice solo removió el fango, se tuvo que dar toda la potencia a la maquina alcanzando su máxima potencia, razón por la que todos sus grandes cojinetes se recalentaron, costando excesivo trabajo sacar al buque de aquella crítica posición; al percatarse el enemigo de la mala situación en la que se encontraba el principal buque enemigo, multiplicó sus fuegos contra él y fue en esta ocasión cuando: «En los momentos en que una granada de nuestra escuadra hacía volar la parte superior de la torre del Sur, un proyectil enemigo, rompiendo la baranda del puente y llevándose la bitácora allí situada, me hirió directamente, pasando entre mi costado y brazo derecho, y causándome los astillazos varias heridas en las piernas (seis) y caja del cuerpo. Por el pronto abrigué la esperanza de poder continuar en mi puesto; pero transcurridos algunos minutos, caí en brazos del comandante de este buque, capitán de navío don Juan B. Antequera. Cuando me conducían al hospital de sangre, el señor Mayor general, acercándoseme para averiguar cuáles eran mis heridas, le dije consideraba no eran de cuidado; que se pusiese de acuerdo con el comandante de la Numancia y continuase la acción, sin dar parte del suceso a los demás buques.» Sacado del Parte de Campaña escrito por don Casto.

Recayendo el mando de la escuadra en el Mayor General de ella, don Miguel Lobo Malagamba, porque el jefe más antiguo se hallaba en el otro extremo de la línea y la prudencia aconsejó no revelar tan triste noticia a la escuadra.

Foto fragata de 1ª calse Almansa.
Fragata de 1ª clase Almansa.
Colección de don José Lledó Calabuig.

A las 15:00 horas se retiro de la línea la Blanca, por haber consumido toda la munición.

A la misma hora la Almansa recibió una granada del cañón del Pueblo, un Blackely de á 500 libras, que le reventó en la batería, produciéndose un incendio que amenazaba con hacer saltar al buque por los aires, al ir propagándose de uno a otro de los depósitos de las piezas; avisado el comandante de lo ocurrido, se le aconsejo inundar la Santa Bárbara para evitar la voladura de la fragata, se le insistió en varias ocasiones pues él no contestaba nada al respecto, al último que le pregunto le respondió «Hoy no es día de mojar la pólvora», por toda solución, accedió a salirse de la línea para que toda la dotación se afanara en apagar aquel maldito fuego, lo que se consiguió muy rápidamente, no en balde por las respuesta del comandante, o se apagaba o volaban todos, al estar fuera de peligro regresó a la línea solamente treinta minutos después de haberla abandonado. Éste era nada más ni nada menos que don Victoriano Sánchez Barcáiztegui.

A las 16:00, sólo tres cañones enemigos respondían a los nuestros en toda la línea de las fortificaciones.

El Mayor General ordenó que las fragatas Numancia, Resolución, Almansa y corbeta Vencedora, rompieran el fuego contra la población, aunque convencido estaba de no producirían grandes efectos, por haber consumido todos los buques las granadas y quedar reducidos a tirar sólo con proyectil igual que se hizo en Valparaíso.

A las 16:30 horas, se le comunicó a Méndez Núñez, que sólo contestaba la plaza con tres cañones; entonces don Casto preguntó «¿Están contentos los muchachos?» El oficial que era transmisor de la comunicación le contesto que «¡Sí!» A lo que añadió: «Pues entonces, sólo falta que en España queden satisfechos de que hemos cumplido con nuestro deber. Diga usted a Antequera que cese el fuego, suba la gente a las jarcias y se den los tres vivas de ordenanza antes de retirarnos.»

A las 16:40 horas, no habiendo ya enemigo a quien combatir, pues sólo seguían disparando de tarde en tarde los tres cañones de Santa Rosa, acercándose el ocaso y comenzando a subir la neblina a cerrar el horizonte, se izó la señal desde la capitana de cesar el fuego, las dotaciones cubrieron las jarcias dando tres vivas a la Reina, siendo ardientemente contestados por todas las dotaciones, cumpliéndose así la ordenanza y lo dicho por el comandante General, se dio por terminado el bombardeo del mejor puerto defendido del Perú.

Pusieron rumbo al fondeadero de la isla de San Lorenzo, al llegar se lanzaron las anclas, dando comienzo a repasar los buques y por orden de prioridad empezar las reparaciones, de los daños recibidos en el combate.

A la mañana siguiente se dio la orden del día, que decía:

«Soldados y marineros de la escuadra del Pacífico: Una provocación inicua nos trajo a las aguas del Callao; la habéis castigado apagando los fuegos de la numerosa artillería de grueso calibre, presentada por el enemigo, hasta el punto que sólo tres cañones respondían a los nuestros, cuando la caída del día os obligó a volver al fondeadero.
Habéis humillado los que, arrogantes, se creían invulnerables al abrigo de sus muros de piedra, detrás de sus monstruosos cañones; ¡como si las piedras de los muros y el calibre de la artillería engendrasen lo que ha menester todo el que pelea: corazón y disciplina!.
Impulsados por ambas condiciones, que tan sobradas concurren en vosotros, y movidos por el más puro patriotismo, habéis vengado ayer largos meses de inmundos insultos, de procaces denuedos.
Y si después del castigo que vuestro valor a impuesto al gobierno del Perú, apagando los fuegos de sus cañones, y primero que todos, los de aquellos cuyos proyectiles creía que sepultarían nuestros buques en esta agua, y de haberle destruido una parte de su más importante población marítima, osa presentar ante nosotros las naves blindadas, que con tanta arrogancia anuncia ese mismo gobierno como infalibles destructoras de las nuestras, dejadlas acercarse, y entonces responderéis a sus cañones monstruosos saltando sobre sus bordas y haciéndolas bajar el pabellón.
Tripulantes todos de la escuadra del Pacífico: habéis añadido una gloria a las infinitas que registra nuestra patria: la del Callao.
Os doy las gracias en nombre de la Reina y de esa patria.
Ambas os probarán en todos tiempos, en todas circunstancias su común agradecimiento.
Ambas y el mundo entero proclamarán siempre, y así lo dirá la historia, que los tripulantes todos de esta escuadra, no dejaron por un solo momento de ser modelo de la más extrema abnegación, del más cumplido valor. — Vuestro Comandante General, Casto Méndez Núñez.»
Impactos sufridos por la fragata acorazada Numancia.
Colección de don José Lledó Calabuig.

Los daños recibidos por la escuadra se traducían del siguiente modo: la Numancia había recibido cincuenta y dos impactos; la Almansa, sesenta; la Resolución, treinta; la Villa de Madrid, cinco, pero uno de ellos le inutilizó la máquina, por lo que tuvo que abandonar la línea remolcada por un vapor, al igual que la Berenguela, que también se tuvo que retirar por sufrir graves averías; siendo, cuarenta y tres los fallecidos, ochenta y tres los heridos más sesenta y ocho los contusos, entre los fallecidos se encontraban los guardiamarinas don Enrique Godinez de la Villa de Madrid, dándose el caso que murió en el mismo lugar, donde fue herido en el combate de Abtao don Ramón Rull de la fragata Almansa.

Entre los heridos figuraban el propio Méndez Núñez, el comandante de la Blanca, don Juan Bautista Topete y el alférez de navío don Félix Bastarreche, de la dotación de la Villa de Madrid, resultando contusos varios oficiales más.

Del enemigo no se tiene datos fiables, pero sólo la voladura de la torre Sur, debió de causar más de cien muertos, entre ellos el Ministro de la Guerra, coronel Gálvez, que estaba acompañado por todo el Estado Mayor; el ingeniero General Borda, los coroneles Zavala, Montes y otros, a más la cantidad de dotación para mover aquellos temibles cañones. En algunas fuentes se habla de otras dos mil bajas, dado que el Ministro fallecido en el combate estaba convencido que habría un intento de desembarco, sic., para contrarrestarlo habían sido puestos en línea unos cuatro regimientos de infantería, siendo estos lo que mayores pérdidas sufrieron, pues al disparar con granada la escuadra, los proyectiles caían donde querían pero siempre cercanos a las piezas, de ahí que los que no daban en ellas lo hacían sobre las trincheras de la infantería.

Éste fue el glorioso epílogo de una penosa y larga campaña, de mucho mérito, pues la circunstancias, la falta de abastecimientos y sobre todo la lejanía de ellos, llegó a producir efectos muy nocivos en las dotaciones, como un principio de escorbuto y un cansancio, casi secular, que ya venia sufriendo desde el bombardeo de Valparaíso, pero que en nada se noto en el ataque a la plaza fuerte del Callao.

Al ver lo aprisa y eficazmente que se trabaja en la reparación de los cascos, don Casto fijó zarpar el día diez de mayo, del fondeadero de la isla de San Lorenzo, pues para ese día ya todos los buques habrían reparado sus averías, salvo la corbeta Vencedora, que fue la única que no recibió ni un solo impacto de los enemigos, por lo que estaba dispuesta a realizar el viaje de vuelta a casa desde el primer momento.

Méndez Núñez, mandó formar dos divisiones, una bajo su mando compuesta de las fragatas Villa de Madrid, Almansa, Resolución y Blanca, que doblaron el cabo de Hornos y arrumbaban a la bahía de Río de Janeiro.

Fragata acorazada Numancia.
Colección de don José Lledó Calabuig.

La segunda al mando de don Juan Bautista Antequera y Bobadilla, con la fragata blindada Numancia de su mando y la fragata Berenguela, con rumbo a las islas Filipinas, realizando escala en la isla de la Sociedad. Al entregarle el mando le dice a Antequera: «Nadie mejor que V. S., con quien me unen, además de los estrechos lazos de amistad y de compañerismo, los del reconocimiento que debo al que siempre, y en los momentos más críticos, he visto a mi lado para darme, con franca lealtad y verdadero espíritu militar, su opinión y decidida cooperación; nadie mejor que V. S., repito, podrá expresar a la dotación de la Numancia los sentimientos que hacía ellos me animan…No sólo es el General el que a ellos se dirige, es su antiguo Comandante, su Antiguo compañero, título con que me honro.»

Cuando zarpó de Manila (Filipinas) puso rumbo al cabo de Buena Esperanza y una vez en el Atlántico, lo cruzó fondeando en la bahía de Río de Janeiro, dando así la vuelta al mundo por primera vez un buque acorazado, dejando boquiabiertos a los almirantes de los países, que disfrutaban de poder poseer este tipo de buques; por esto se le concedió al buque el uso de una placa con la inscripción: «Loricata navis quae primo terram circuivit».

Méndez Núñez, por esta brillante actuación en la campaña del Pacífico, fue ascendió al grado de jefe de escuadra, se le concedió la Gran Cruz de Carlos III y la Reina le escribió una carta autógrafa que dice: «Méndez Núñez: La escuadra de tu mando ha sostenido el honor de nuestra bandera en el ataque a El Callao, respondiendo a mis esperanzas, inspiradas ahora, como siempre, por el más ardiente patriotismo. Te doy particularmente las gracias. Y te encargo las des a los jefes y oficiales, soldados y marineros que han cumplido tan notablemente con su deber. Yo tenía la seguridad de que todos esos valientes sabían arrostrar la muerte recordando las glorias de nuestra Marina, a la cual tanto afecto profeso, invocando mi nombre como símbolo nacional. Sepan ellos también, que sus triunfos y sus padecimientos penetran en mi corazón como en el una madre cariñosa, pues sólo esta clase de sentimientos abriga para sus súbditos vuestra Reina. — Isabel. — Palacio de Madrid a 9 de julio de 1866.»

Don Casto Méndez Núñez le contestó: «Comandancia General de la Escuadra de Su Majestad Católica en el Pacífico. — Señora: Los jefes y oficiales, soldados y marineros de la escuadra de V. M. en el Pacífico, han recibido con la más respetuosa veneración y entusiasta gratitud la afectuosa expresión de los sentimientos de "madre cariñosa" con que V. M. honra a todos en la carta autógrafa que se ha dignado dirigir al que suscribe con motivo del ataque de El Callao. Siempre dispuestos a derramar hasta la última gota de su sangre por la Patria, invocando el augusto nombre de V. M. como símbolo nacional, yo, en su nombre y en el mío, reverentemente a V. M. suplico se digne admitir benignamente esta manifestación de nuestro profundo reconocimiento por la insigne merced que a todos, y muy particularmente a mí, se ha dignado hacernos. Así lo esperan, señora, vuestros más respetuosos y leales súbditos, que ruegan a Dios guarde muchos años la vida de Vuestra Majestad. — A bordo de la fragata de Vuestra Majestad Villa de Madrid en Río de Janeiro, a 24 de agosto de 1866. — Señora: A los Reales Pies de V. M. — Casto Méndez Núñez.»

Se quedó en el puerto de Río de Janeiro, por un tiempo con las fragatas Almansa, Navas de Tolosa y Concepción, con las que realizó varias salidas por aquellas aguas, aunque no repuesto totalmente de sus heridas, en algunas de estas salidas hicieron algunas presas, fondeó varias veces en Montevideo, en Buenos Aires, llegó a Santiago de Cuba, regresó a San Thómas y regresó a Río de Janeiro, permaneciendo varios meses de navegación continua, siempre al mando de la escuadra.

En una de sus visitas a la capital bonaerense, se enteró que en ella vivía don Gabriel Álvarez, un veterano del combate de Trafalgar, al que sin pensarlo fue a visitar y a quién don Casto casi interrogó sobre el famoso combate, al fin consiguió que le contará una parte y fue esta: «¡Qué gran persona el general Gravina! ¡Qué afable! ¡Qué sencillo! Yo servía a sus órdenes directas en el navío Príncipe de Asturias, que arbolaba su insignia, y en uno de los momentos más duros de la acción tuve necesidad de cruzar para transmitir una orden; quise dar la vuelta y pasar por detrás de su persona, que es lo correcto y lo que se ajusta a Ordenanza, pero el almirante no lo consintió; me detuvo diciendo: ‹No ande en cumplimientos, amigo› y se crispo su rostro, porque en aquel instante un proyectil le hirió en su brazo.» El señor Álvarez le quiso hacer un regalo, pero no encontraba nada apropiado, al fin lo encontró, siendo un crucifijo que le había acompañado siempre y le tenía en gran estimación, el cual aceptó don Casto maravillado del gesto de don Gabriel y sobre todo por no desairarlo.

Recibió una carta de "alguien" que no se sabe, ya que en la contestación de don Casto, (borrador) se tachó el nombre a quién iba dirigida, solo están unas iníciales y el escrito, que dice así:

«Señor D. X. I. Z. — A bordo de la Fragata Navas de Tolosa, Montevideo y abril de 1868. — Mi estimado amigo: Recibí su favorecida del 8 de marzo último, y agradezco sus bondadosos consuelos y sentido pésame por mis desgracias de familia. También agradezco a usted sus ofrecimientos, pero no están los tiempos para proponer reformas por más que aquéllas sean indispensables, limitándome yo a hacer presente aquellas que, sin faltar a mis deberes, no podrían dejar pasar desapercibidas. Por lo demás, el ceño de los ministros, las contestaciones agrias y las comunicaciones inconvenientes no me hacen la menor mella. A mí se me podrá mortificar, se me podrá maltratar, se me podrá faltar a la consideración a que acaso podría alegar algún derecho, pero mis convicciones no ceden ante ningún interés propio, y firme en la conciencia del cumplimiento de mis deberes y con fe en el porvenir, no hay ni puede haber ninguna consideración personal que me haga desviar de la senda de los principios de honradez que mis padres me enseñaron y de los que me imponen mi empleo y mi uniforme. Sé perfectamente cuáles son las consecuencias de esta conducta en los actuales tiempos, pero esto es para mí de poca o de ninguna importancia. No me importa ser pobre, y si algún día llego a tener hijos y no pueden ser doctores, procuraré que sean zapateros, pero zapateros hombres de bien. Deseo que usted salga pronto avante de la empresa, y es siempre de usted con el mayor respeto y consideración atento y s. s. q. b. s. m., Casto Méndez Núñez.» Como se puede apreciar esta carta la recibió estando todavía en Montevideo.

Cansado ya de casi todo, decidió al enterarse de la firma de la Paz entre Chile y Perú con España, que su misión había concluido, puesto que permanecía en Río de Janeiro a poco más de un mes y medio de navegación para regresar si era necesario a las aguas del Pacífico, lo que le llevó a pedir el relevo en la escuadra o mejor todavía para ahorrar dinero a la Real Hacienda que la escuadra fuera disuelta por innecesaria, su escrito a S. M. dice:

«Comandancia general de la Escuadra de Su Majestad Católica en el Pacífico. — Señora: Don Casto Méndez Núñez, jefe de la escuadra de la Armada y comandante general de la del Pacífico, a V. M. reverentemente expone: que estando en la conciencia de todos que no volverán a renovarse, a lo menos por ahora, las hostilidades entre España y las Repúblicas enemigas, y siendo el estado de guerra la única circunstancia que hasta el día le ha hecho abstenerse de rogar a V. M: tuviera a bien relevarle del mando de esta Escuadra, aunque por ello se haya visto obligado a hacer abstracción de todo, ante un sentimiento de honra que se sobrepone a cuanto le sea personal; viendo hoy terminado de hecho el estado de guerra, a V. M. respetuosamente: Suplica se digne concederle el cuartel para la provincia de Pontevedra, a fin de que en el seno de su familia pueda encontrar el reposo y la tranquilidad que harto necesita; favor que espera le sea concedido por V. M., cuya vida ruega a Dios guarde muchos años. — A bordo de la fragata de V. M. Navas de Tolosa, en rada de Montevideo, 11 de julio de 1868. — Señora. A los R. P. de V. M. — Casto Méndez Núñez.»

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