Fernandez de la Cueva y Enriquez de Cabrera, Francisco Biografia

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Biografía de don Francisco Fernández de la Cueva

 Gravado de Francisco Fernández de la Cueva. VIII Duque de Alburquerque.


Teniente General de la Mar.
Capitán general de las Galeras de España.
Virrey de Nueva España.
Virrey de Sicilia.
Caballero y Trece de la Militar Orden de Santiago.
VIII Duque de Alburquerque.
Marqués de Cuéllar.
Conde de Ledesma y de Huelma.
Señor de Mombeltrán y la Adrada.
Consejero de Estado.
Mayordomo Mayor de S. M. don Carlos II.

Orígenes

Vino al mundo en el año de 1619 en la ciudad de Barcelona.

Era hijo del VII Duque, don Francisco Fernández de la Cueva que fue Virrey de Sicilia y posteriormente de Cataluña, y de su esposa doña Ana Enríquez de Cabrera y Colonna, hija de don Luis Enríquez VIII Almirante de Castilla.

Hoja de Servicios

Quedó huérfano de padre muy joven y a pesar de tener una pequeña fortuna, en cuanto tuvo edad se alistó en las tropas del ejército, que en el año de 1638 combatió en socorro de Fuenterrabía, contando con tan solo diecinueve años, formando parte del tercio del marqués de Mortara.

Por su excelente comportamiento en esta campaña y su alta alcurnia, el Rey lo llamó a su lado, pero él no quiso estar como un objeto más de la decoración, por ello en una conversación el Monarca de dijo: « mandarme donde os pueda servir » Felipe IV, viendo la necesidad de buenos mandos en las guerras de Flandes, lo envió allí cuando corría el año de 1640, pero ‹ con una pica › o sea, como un infante más.

Su comportamiento y su ascendencia, contribuyeron grandemente a que el año de 1642 se le nombrara Maestre de Campo. Con este grado el día 26 de mayo del mismo año, en el combate de Châtelet, su tercio se enfrentó a las tropas del duque de Piamonte, las cuales quedaron deshechas por completo y al final del combate se quedó con seis de las diez piezas de artillería de su enemigo.

En el posterior combate de triste recuerdo del año de 1643 de Rocroy, estaba al mando de la caballería ligera, en el transcurso de él recibió un proyectil de mosquete en una pierna y por dos veces casi fue hecho prisionero, pudiendo escapar gracias a su maestría con la espada, con la que consiguió abrirse camino entre sus enemigos.

Dada sobre todo su frialdad a la hora del combate, se le encomendó el mando en jefe de la caballería, con la que siempre a retaguardia protegía la guerra defensiva a la que se tuvo que recurrir, al haberse perdido casi en su totalidad los tercios de infantería en el combate de Rocroy.

Por este desastre, se ausentó don Francisco Melo jefe interino del ejército, por lo que recayó en él su mando. Pero su capacidad de combate no le impidió dar un gran susto a sus enemigos, pues realizó una hábil maniobra sobre Landrey, para despejar el terreno y poderse enfrentar al mariscal francés Manecamp, lo que obligó al duque de Enghien a evacuar el ducado de Luxemburgo, pues de no hacerlo se quedaba al descubierto su flanco y podía ser arrollado por las tropas españolas, especialmente la caballería a su mando directo.

Cuando finalizó la campaña de Flandes, regresó a España y en el año de 1645 se le nombró general de la Caballería estacionada en los francos condados. En el mismo año, por dejar el cargo de Capitán General de la Galeras de España don Melchor Borja, se le entregó el mando de la Escuadra.

En el año de 1650, al mando de cinco galeras de las de España y una de Génova, localizó a una escuadra francesa de cuatro buques en aguas de Cambrils. La diferencia de cañones era enorme a favor de los franceses, pero maniobró con cautela hasta que se produjo una calma, quedando la mar como un manto, aprovechó el momento y ataco en desenfilada a uno de los buques al que en poco más de media hora lo puso fuera de combate, por lo que se rindió siendo apresado, era un buque de 16 cañones, se le dio remolque por una galera y fondeado en el puerto de los Alfaques.

Mientras él se mantuvo en la mar en vigilancia de los restantes buques, pues tuvo que volver a maniobrar al haberse levantado un poco el viento, pero a media tarde se volvió a quedar plana, lo que volvió a aprovechar para atacar de desenfilada (por las popas de sus enemigos), consiguiendo en un hora que todos se rindieran. Siendo una de las pocas veces en la que se escribieron unas capitulaciones reconociendo la derrota, dando fe definitiva de la victoria de los españoles.

La victoria no era para menos, ya que en este combate habían rendido a la capitana del porte de 30 cañones, y los dos restante de 20, llevando a bordo de ellos a quinientos mosqueteros (de mosquetes, no de espada), aparte de ir cargados al máximo de armas, pólvora y víveres, para auxiliar a la población de Tortosa, lo que provocó a su vez que esta plaza fuera tomada, por no haber llegado a tiempo los auxilios.

Al llegar la noticia al Rey, éste le envío una misiva con grandes halagos a su persona, pues no dejaba de ser una gran victoria, que con seis galeras se hubiera podido batir a cuatro buques redondos, con más del doble de artillería y de hombres de guerra. Así en agradecimiento real se le otorgó una encomienda por el importe anual de cuatro mil reales.

En el año de 1651, participó con la escuadra en la decisiva toma de la ciudad de Barcelona, cuando ésta ya no podía soportar por más tiempo el sitio y bloqueo a que fue sometida.

Manteniendo dos combates navales contra escuadras francesas, uno frete a Mataró y el segundo, y más significativo sobre San Feliu de Guíxol.

En esta población penetró con sus cinco galeras a fuerza, a pesar del fuego que se le hacía desde tierra, lo que le permitió al marqués de Bayona, seguirle con otras cinco aumentando así los efectivos para poder mantener el fuego, mientras don Juan José de Austria con los buques redondos, se enfrentaba a los franceses al mando de la Ferrière.

Divisaron un convoy que muy cerca de tierra pretendía entrar en apoyo de los franceses, por lo que fueron atacados y apresados, evitando así el socorro a la ciudad Condal. Al venir una de las calmas de la zona, remolcaron a sus buques redondos, que ya habían dado cuenta de la flota francesa y se retiraron.

Esta forma de actuar tan eficaz y seria, le proporciono ser nombrado Virrey de Nueva España en el año de 1655. En la capital, Méjico, realizó grandes obras, siendo las más importantes la protección de las ciencias y las artes, así como la fundación de la villa de Alburquerque. Permaneció en el cargo hasta el año de 1662, y cuando presentó las cuentas de su mandato, fue todo a entera satisfacción del Rey.

A su vuelta y por el buen servicio prestado, se le nombró Capitán General de la Armada Real del Océano. En el año de 1663 no tuvo ningún temor, de presentar a S. M. el estado de su Armada, ya que estaba falta de buques y personal, manifestando que difícilmente se podían cumplir las mínimas misiones, en la situación en que se hallaban.

A pesar de ello no dejó de intervenir en cuantas ocasiones hizo falta, como en el año de 1663 en la campaña contra Portugal, impidiendo el aprovisionamiento por mar, mientras que por tierra la atacaba Juan de Austria (no el de Lepanto).

Y mantuvo con cierta regularidad, la protección de las Flotas de Indias en sus recaladas, a las que siempre prestó su protección a pesar de lo justo del material.

Tuvo una desafortunada actuación el día 7 de octubre, pues al parecer se despistó el piloto y estuvo a punto de varar frente a Rota, al darse cuenta del hecho, dio la orden de orzar que se cumplió rápidamente, reacción que salvó a la capitana, pero no así al galeón al mando de don Miguel de Oquendo y otros tres, que al seguir las aguas de la capitana se fueron directos a la varada, pues no hubo tiempo de reaccionar y no medio señal alguna de aviso.

A pesar de este grave fallo, se le ascendió a Teniente General de la Mar, en cuyo mando y como máximo representante en la mar de la Corona, realizó el transporte de la infanta doña Margarita, que junto al Rey de Hungría, zarparon del puerto de Denia con rumbo al de Nápoles, para desde allí seguir camino a su reino por tierra.

Un tiempo después se le nombró Consejero de Estado y Virrey de Sicilia, donde desempeñó un buen trabajo, sobre todo en el tema de las comunicaciones por tierra.

A la muerte del rey don Felipe IV en el año 1665, la reina Regente doña Mariana de Austria, lo llama a su lado como a tal consejero, para que le ayudase a llevar la pesada carga del gobierno de España.

En el año de 1667 don Carlos II lo nombró virrey de Sicilia, cargo en el que permaneció hasta el año de 1670, en que de nuevo como gentil-hombre de Cámara del Rey y Mayordomo Mayor de don Carlos II, regresó a la Villa y Corte.

Permaneció durante el resto de su vida en este cargo de alta responsabilidad, viviendo en el propio Palacio Real, donde el día 27 de marzo del año de 1676 le sobrevino el fallecimiento.

Bibliografía:

Enciclopedia General del Mar. 1957. Garriga. Compilada por el contralmirante don Carlos Martínez-Valverde y Martínez.

Enciclopedia Universal Ilustrada. Espasa. Tomo 23, 1924, pagina 788.

Fernández Duro, Cesáreo.: La Armada Española, desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón. Museo Naval. Madrid. 1973.

Fernández Duro, Cesáreo.: Don Francisco Fernández de la Cueva. Informe presentado en la Academia de la Historia. Madrid 1884.

González-Doria, Fernando.: Las Reinas de España. Editorial Cometa. Madrid 1981.

Mariana, Padre.: Historia General de España. Imprenta y Librería de Gaspar y Roig. Madrid, 1849-1851. Miniana fue el continuador de Mariana.

VV. AA. Historia General de España y América. Ediciones Rialp. Madrid, 1985-1987. 19 tomos en 25 volúmenes.

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