Bazan y Manuel El Viejo, Alvaro de Biografia

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Álvaro de Bazán y Manuel “El Viejo” Biografía



Capitán general de las galeras de España.

Capitán general de la escuadra del mar de Poniente.

Comendador de la Orden Militar de Santiago, encomienda de Castroverde.

Señor de Finelas, Gerafe, El Viso y Santa Cruz de Mudela.

Contenido

Orígenes

Era proveniente del valle de Baztán «Soy uno» en lengua de Navarra, cuando el rey Sancho el Fuerte pidió apoyo para acudir al después famoso combate de las Navas de Tolosa, se unieron todos los hombres útiles del valle y pelearon como los mejores. Se dice que fueron los que llevaron a su tierra las famosas cadenas. Como gratitud el rey don Juan II de Aragón y I de Navarra, después de un largo proceso de investigación dictó una Real Cédula, que entre otras cosas dice: «…que todos los naturales y habitantes del valle del Baztán son hijosdalgo…»

Fue el rey don Alfonso XI, el que se atrajo a los habitantes del valle. Teniéndose la primera noticia de su apellido, por la extraordinaria actuación en el combate del Río Salado el día treinta de octubre del año de 1340, realizada por un miembro proveniente del valle, como consecuencia de su gran demostración de valor, fue llamado por el Rey y con las tropas viajó hasta la ciudad de Valladolid, donde se le castellanizó el apellido, pasando a ser el conocido de Bazán.

Se desconoce su fecha y lugar de nacimiento. Aunque por datos accesorios se puede centrar en torno al año de 1504. El lugar ya es más difícil, dado que su padre formaba parte de la Corte como gran militar que fue al servicio de los Reyes Católicos y estos como sabemos no tenían un palacio fijo de residencia.

Hoja de Servicios

Comenzándose a saber de él, al producirse el levantamiento de los Comuneros en Castilla en el año de 1520, sobre todo por la diferencia entre la alta nobleza castellana y la que había llegado con el nuevo Rey, que era muy díscola y no era bien vista por la más austera de Castilla, aparte de que don Carlos I dio los puestos claves de su gobierno a los flamencos, lo que llevó a un enfrentamiento con la rancia nobleza castellana, pero Bazán se puso del lado del monarca y puso en pie a su costa a doscientos caballeros para defender la causa de su Rey, participando en varias acciones militares que le dieron gran prestigio, sobre todo en el combate casi decisivo de Villalar, teniendo lugar el día veintitrés de abril del año de 1521, donde fue descabezada casi por completo las tropas comuneras, quedando solo un baluarte, la capital de Toledo que se mantuvo durante poco tiempo más.

Quedando demostrado que aquí se ganó la confianza de S. M., por ello al ser atacada la Península por los franceses y penetrar en territorio español hasta que se hicieron fuertes en Fuenterrabía en el año de 1523, le ordenó hacerse cargo de un ejército de diez mil hombres, con el que consiguió poner en fuga y obligar a repasar la frontera a los enemigos, en el año de 1524.

También en este mismo año, Solimán atacó a la ciudad de Rodas, aprovechando muy finamente que los reyes cristianos se estaban matando entre sí, consiguiendo tomar la ciudad y matar a casi todos sus habitantes, quedando solo al final del la guerra el Maestre de la Orden de San Juan de Jerusalén y algunos de sus caballeros cruzados. Contaba al principio con seiscientos de ellos, más unos cinco mil hombres de armas, pero realizaron salidas en las que mataban a todo moro que se ponía a su alcance, actuación tan decisiva que estuvieron a punto de conseguir la victoria, pero la Sublime Puerta envío más y más tropas, y al no poder ser auxiliado por los reyes cristianos sucumbieron al final. Después de una paz el rey Carlos I les entregó las islas de Malta y Gozo, más la fortaleza de Trípoli, para que la Orden pudiera seguir cumpliendo su trabajo.

En el año de 1526, falleció el Capitán General de las Galeras de España, don Juan de Velasco, hermano del Comendador de Castilla, por esta razón había que ocupar el puesto de más responsabilidad entre todas las Armadas. El Rey se encontraba en la ciudad de Granada, al serle comunicada la vacante a pesar de estar rodeado de todos sus caballeros flamencos y castellanos, decidió demostrarle a don Álvaro de Bazán su aprecio, por lo que lo nombró sucesor en el cargo. Pasando a residir en el Darro (Los Cármenes) de la misma ciudad donde se le había dado el cargo.

Por esta razón vino en este lugar al mundo su hijo primogénito y posteriormente primer marqués de Santa Cruz de Mudela.

La Escuadra de Galeras de España, estaba entonces principalmente en la custodia de las múltiples aventuras navales, que realizaban las regencias norteafricanas a tierras de la Península, ya que aún vivían muchos que conocían —su tierra— como los recién llegados cristianos y entraron en el juego de la piratería para dañar, personas, bienes y al mismo Estado. Por esta razón estuvo siempre en la custodia de las costas intentando cortar las correrías de los moros, que tanto daño hacían a vidas y haciendas, ya que su predilección era la de hacerse con cristianas jóvenes para ser vendidas a muy alto precio en su tierra.

En el verano del año de 1532, pasó por el faro de Medina rumbo a Grecia ocupada por Solimán, una expedición formada por diecisiete galeras de España, al mando del condotiero Andrea Doria, a quien acompañaban, cuatro de Sicilia, tres de Nápoles, trece del Papa, cinco de Malta y dos de Monago, sumando cuarenta y cuatro, dando escolta a treinta y cinco naos gruesas más muchas menores, en total un centenar de velas, que transportaban a doce mil hombres del ejército.

Arribaron al puerto de Corón en Morea , donde el día doce de septiembre comenzó el ataque de la escuadra aliada, fondeadas las galeras de proa a tierra comenzaron a bombardear la fortaleza, una vez ya medio destruida, se subieron a las gavias de las naos gruesas sacres y falconetes, con ellos hicieron mucho daño, tanto, que permitió que se acercaran las mismas a los muros, sobre ellos lanzaron con la ayuda de las entenas una especie de escaleras, que por una parte llevaban unos tablones firmemente entrelazados, por los que los infantes iban pasando sobre ellos a la fortificación, de esta forma en muy poco tiempo conquistaron la plaza. Se dejó una fuerza de protección y se hicieron rápidamente a la vela.

Se presentaron sobre Patrás, siendo conquistada igual de rápido su fortaleza, se dejó otra fuerza de protección y volvieron a hacerse a la vela, poniendo rumbo a la entrada del golfo de Corinto, atacando simultáneamente a los dos fuertes que le daban resguardo, en esta ocasión Doria no se paró a pensar, pues ya no tenía la misma fuerza que al principio, por lo que se decidió dar la orden de desembarcar a los zapadores, cubiertos por el fuego de las galeras y la infantería, estos colocaron las minas, que al explotar hicieron saltar por los aires los muros, obligando a los sarracenos a abandonarlos y buscar refugio en la fortaleza de Lepanto. De donde puso rumbo de nuevo a Génova, arribando a finales del mes de noviembre.

Para demostrar la fortaleza de las armas cristianas, al mismo tiempo don Álvaro al mando de diez de las galeras de España y dos mil hombres, desembarcó en el puerto de One, situado al Oeste de la ciudad de Orán, siendo tomada la alcazaba a pura fuerza, causando al enemigo seiscientos muertos y mil prisioneros, con los que se reforzaron los remos de sus galeras, dejó una guarnición para su defensa y al dar la vela, se le presentó el arráez Axaba con dos galeras y seis galeotas, al que presentó combate y tras dura lucha lo venció, aumentando sus prisioneros y algún buque a su escuadra.

Llegaron noticias a mediados del año de 1533 a Messina, lugar donde se encontraba Doria comunicándole, que Solimán había formado una nueva escuadra con sesenta galeras acompañadas de muchas fustas y bergantines, para retomar Zante. Formándose rápidamente una expedición de socorro con las galeras de España al mando de don Álvaro, las de asiento de Doria, las de Sicilia y Nápoles, componiendo una flota de veintisiete galeras y treinta naos, que transportaban al Tercio de don Rodrigo de Machicao con unos dos mil quinientos hombres.

Arribaron el día dos de agosto frente a Zante, en presencia de la flota musulmana, pero ante la impresionante fuerza de las naos, los sarracenos por orden, se fueron separando las galeras que iban en vanguardia y les dejaron pasar. Lo malo fue que justo al estar frente al cabo de Gallo, el viento que hasta ese momento era favorable a las naos, calmó, razón por la que dos de las naos, las de los capitanes don Pedro de Sarmiento y Hermosilla, fueron separadas por efecto de las corrientes.

Momento en el que los enemigos aprovecharon su indefensión para abordarlos entre varias galeras, el de don Pedro de Sarmiento fue ganado a base de meter gente en él, consiguiéndolo cuando ya no había nadie a bordo vivo de su dotación, el de Hermosilla consiguieron ganar la cubierta, pero él y sus hombres se mantenían firmes en la toldilla apoyados por varios falconetes. Momento en que se acercaron las galeras de Antonio Doria, pasando sus fuerzas a bordo y logrando rendir a todos los enemigos que allí se encontraban, pero no contento con esto, se lanzó sobre el apresado y también lo devolvieron a la escuadra, porque viendo la decisión del capitán cristiano las galeras turcas les abandonaron.

Las bajas fueron altas, ya que murieron en torno a los ciento ochenta españoles, que por el efecto de las bombas de las galeras otomanas, cayeron treinta de impacto directo. Un bergantín de los nuestro se fue a pique, por efecto de recibir algunos proyectiles perdidos. De los turcos, fueron muertos doscientos, la mayoría en el galeón de don Pedro de Sarmiento y una cantidad inferior de prisioneros, la mayor parte en la nao de Hermosilla.

En el mes de junio del año de 1534, Barbarroja se hacía a la mar con ochenta galeras y veintidós fustas, ocho mil griegos al remo y diez mil hombres de armas, entre ellos ochocientos genízaros, poniendo rumbo al estrecho de Mesina que tomó, pasando a Reggio matando a sus pobladores, quemando sus casa e incluso sus bosques quedaron arrasados, destruyendo todo lo que encontró a su alcance, igual hizo en Calabria, Nápoles, Gaeta de Civita Vechia, pasando como un autentico terremoto destruyendo hasta los buques en construcción en todos los puertos por los que pasó y los que estaban a flote fueron dados al fuego.

Mientras el rey de Francia, Francisco I le daba su apoyo y mandó invadir el milanesado. Al ocurrir todo esto, Doria escribe a Carlos I y entre otras cosas le dice: :«V.M. tiene 35 galeras, y se podrá pertrechar seis más...diez del Papa, cuatro de Malta, dos de Florencia, una de Génova, una de Lucca y tres de Nápoles, en total 62, para afrontar a Barbarroja. Urge resolver» Barbarroja al no tener noticias del ataque por tierra de los franceses, (que se arrepintieron de llevarlo a término) puso rumbo a Marsella donde se abasteció a satisfacción y pasó a Bizerta.

En Túnez lo reciben como a un nuevo rey, ya que el pueblo odiaba al suyo, llamado Muley Hassán ó Hascén, consiguiendo sin derramamiento de sangre hacerse con el reino, lo que ya llama mucho la atención tener tan cerca a un enemigo tan peligroso, convencido por su Consejo don Carlos I con premura convoca Cortes en Madrid para como siempre recaudar fondos. Ya que la intención era, obligar a Barbarroja a abandonar Túnez antes de que se asentara y fortaleciera.

Al mismo tiempo se hizo una convocatoria de cruzada por el Papa Paulo III, razón por la que fueron acudiendo al puerto de Barcelona las distintas escuadras, que eran saludadas como se merecían, al cañón y música. El primero en llegar fue el infante de Portugal don Luis, hermano de la esposa de Carlos I doña Isabel de Portugal, con una gran nao, veinte carabelas, muchos caballeros y dos mil hombres de guerra. Le siguió Virginio Ursino, conde de Anguillara, con las doce galeras de los Estados Pontificios. Aurelio Botigela, con cuatro galeras muy bien pertrechadas de la Orden de San Juan de Jerusalén o Malta. Don Álvaro de Bazán con quince de las España [1] Don Berenguer de Requeséns, con diez de Sicilia. Don García de Toledo, con seis de Nápoles. Antonio Doria, con cinco de asiento, más algunas de caballeros construidas de su peculio personal para aportar más fuerzas. Y el último en arribar fue don Andrea Doria, con diecinueve galeras.

Nos hacen una descripción de la galera Real de Doria, para que en ella embarcara don Carlos I:

«Magnifico vaso esculpido, dorado y dispuesto como morada del césar. Tenía veintiséis bancos y bogaban cuatro remeros en cada uno, de modo que dejando en claro los dos del fogón y el copano ó esquife, venían a ser ciento noventa los que la impulsaban. A popa arbolaba estandarte de raso carmesí con un crucifijo bordado, y a los lados las efigies de la Virgen María y del evangelista San Juan, y en los palos y entenas otras banderas de tela de oro con las armas imperiales».

Agrupadas todas las fuerzas en el puerto, menos las naos de Nápoles, pasó revista a todos los vasos don Carlos I, zarpando el día treinta de mayo del año de 1535 con rumbo a Mahón, sucediendo que por levantarse un viento de Tramontana (Nordeste a Norte) al tomarlo de empopada les facilitó arribar el día tres de junio, de aquí pasaron a Cagliari y posteriormente a Cerdeña arribando el día doce, a su llegada se incorporaron las naos de Nápoles y el Rey volvió a pasar revista a la expedición, constando en este momento la escuadra con setenta y cuatro galeras, treinta galeotas y fustas, más las que transportaban al ejército que debían de ser unas trescientas velas de todos los tamaños (hay diferencias entre las diversas fuentes, pero hemos optado por dar un número medio entre ellas) para embarcar a los veinticinco mil infantes, dos mil jinetes, de ellos ochocientos eran caballeros, no entrando en la suma todos los aventureros, criados, ni las dotaciones de las embarcaciones.

Zarpó la escuadra el día trece de junio, navegando en la formación de; en vanguardia las carabelas de Portugal, en el centro las galeras de Doria con don Carlos I y a su retaguardia, las galeras de España al mando de don Álvaro de Bazán, detrás de éste el resto de fuerzas navales dando protección al convoy que transportaba al ejército. La expedición arribó sin problemas a Porto Farina, punto intermedio entre Bizerta y la antigua Cartago, donde capturaron a dos naos francesas con cargamento para Solimán.

Mientras, Solimán había intentado reforzar las defensas utilizando a nueve mil cautivos trabajando de día y noche, pero al saber de éste primer encuentro, lo que no se quiso creer, es que el mismo Rey de España iba a por él en persona. Ordenó encerrar a cuatro mil turcos en la Goleta, montando artillería de sitio en la fortaleza, envió a doce galeras a Bona y otras doce a Argel, éstas llevando sus ricos provechos de los robos efectuados para ponerlos a salvo, protegidos por la artillería de la fortaleza y se calcula que sus fuerzas militares sumaban unos cien mil hombres y treinta mil jinetes, la mayor parte de estos eran los típicos llegados al olor de las futuras conquistas, no eran en sí una fuerza militar, pero dada su práctica sobre la montura, sí que eran de tener en cuenta para los ataques en forma de guerrilla y los mismos sobre la retaguardia.

Zarparon de Porto Farina, que dista tres millas de la Goleta, al arribar comenzó el desembarco del ejercito, mezclados, por ver a la caballería mora lo hacían los jinetes de la expedición, quienes se fueron imponiendo poco a poco obligándoles a no molestar, mientras a su espalda los soldados a parte de sus armas llevaban las palas, con las que iban cavando trincheras y aplanando zonas ya señaladas para asentar la artillería, las galeras de proa disparando su artillería y el dato curioso, que las carabelas de Portugal dieron la banda, para poder acometer con toda su artillería. (Lo que nos indica que ya eran más galeones que carabelas, sino no tiene explicación la disposición de su formación)

El arráez el ‹Judío› al mando de la fortaleza viendo los aprestos realizó varias salidas con sus hombres, consiguiendo retrasar la construcción que los atacantes intentaban y causando muchas bajas, ya que los combate eran en campo abierto, pero el día catorce de julio se realizó el ataque por mar y tierra, logrando abrir varios boquetes en la muralla por los que se introdujeron los cristianos, dando por finalizada la conquista, habiendo permanecido veintiocho días en el asedio.

Los moros perdieron a unos dos mil hombres muertos, los más en la retirada desordenada que realizaron, al penetrar los atacantes. Se capturaron más de trescientas piezas de artillería, muchas de bronce, alguna de 60 libras, que curiosamente en sus balas estaban fundidas las flores de Lis o una Salamandra entre llamas y la leyenda, «Nutrisco et extinguo», la cual sólo era grabada en las armas procedentes del cristianísimo rey de Francia. Al igual que al entrar en el puerto habían unas cien velas, de ellas cuarenta y dos eran galeras y entre ellas la capitana de Barbarroja, teniendo la suerte de recapturar la presa hecha por Cachidiablo, que era la galera de Portuondo.

Durante el asedió los buques estuvieron transportando a los heridos a Sicilia, regresando cargados con provisiones de boca y guerra. Algunas galeras recibieron fuego muy efectivo de los moros, de hecho don Álvaro fue herido y a Doria le pasó un proyectil a pocos centímetros de su cabeza, salvando la vida por puro milagro.

Al llegarle la noticia a Barbarroja, éste lo que realmente sintió fue la pérdida de los vasos, ya que los hombres eran fáciles de reemplazar, pero no se quiso mover, ya que pensó que con lo conseguido los cristianos se marcharían ante el rigor del verano, pero fue informado que estaban de camino a Túnez, por lo que reunió a sus fuerzas, que en ese momento eran unos ochenta mil hombres y veinticinco mil jinetes, poniéndose a la cabeza de ellos para recuperar todo lo perdido, (no hay datos del combate, solo los finales) pero en el encuentro con los cristianos su ejército fue destruido por completo. Se dice que fue esta la ocasión en que el marqués de Aguilar, para dar confianza a sus hombres, pues no se creían lo conseguido, les espetó: «á más moros más ganancia».

Barbarroja pudo escapar y buscar refugio en Túnez, pero enterados los cautivos cristianos que se encontraban en la fortaleza, de la cercanía del ejército cristiano y las cuantiosas pérdidas sufridas por sus captores, se amotinaron, consiguiendo arrancar los hierros que les esclavizaban, combatiendo al principio sin armas, pasando a ir delante los que las iban recogiendo de sus enemigos, alcanzaron las almenas y las conquistaron, girando los cañones con la boca al interior, lo que obligó a Barbarroja a salir en total huida, siguiéndole los turcos Sinán y Cachidiablo, éste murió tiempo después de las heridas recibidas en la huida.

Ocurría este memorable hecho el día veintiuno de julio, que debía de haber pasado a la Historia de la Cristiandad, ya que se dieron libertad a veintiún mil cautivos cristianos de los sarracenos.

Para perseguir a Barbarroja dejaron la escuadra quince galeras, al mando de Joanetín Doria y de Adán Centurión, cuando arribaron a Bona lo encontraron, pero ya tenía otras quince y estaba protegido por la fortaleza y su artillería, razón por la que no se atrevieron a atacar. Pero en vez de dejar de guardia a algunas y vigilar los movimientos del turco, regresaron todas para avisar a don Andrea Doria, quien les recriminó la inacción, zarpando inmediatamente él con cuarenta, pero al llegar al lugar ya no había ni rastro del turco, por lo que el enfado de Doria fue mayúsculo. Tanto lo estaba, que se lanzó sobre el puerto, lo conquistó y de la misma rabia, mando destruir todas las fortificaciones y castillos, sin tomar nada.

Mientras el rey don Carlos, para ganarse a un adepto, le devolvió su reino perdido de Túnez y la Goleta, bajo la condición de no dar ni permitir que sirvieran de escondite a los turcos, para ello se quedaría un fuerza española como presidio y debería de pagar un vasallaje, a lo que accedió Muley Hassán, regresando así a su puesto. El día diecisiete de agosto del mismo año, la galera Real izó la señal de largar las velas con rumbo a Sicilia con las galeras de Doria y España, mientras que el resto se reintegraba a sus reinos correspondientes.

Por estos mismos días fallecía el duque de Milán, razón por la que Francia volvía a las andadas con su intento de anexión, pero el ejército español pasó al ataque, estando protegido por la mar al mando de Andrea Doria, que esta vez aportaba cincuentas galeras, cuatro naos y seis velas más, a las que se añadía las galeras de España al mando de don Álvaro de Bazán y la de don Galcerán de Requeséns.

Como por la mar eran imbatibles tales fuerzas, los franceses se concentraron solo en la guerra terrestre, pero como el apoyo de la escuadra al ejército español era constante, se tomaron las poblaciones de Antibes, Tolón, Frejus y al llegar a Marsella, en ella el rey Francisco I había reunido a todo lo que podía, lo que hizo imposible su conquista, pero al mismo tiempo don Carlos I ya había dado una nueva lección a su impenitente enemigo.

Considerando que el riesgo de que regresara a Milán ya era una quimera, decidió dar la orden de embarcar una parte del ejército, ya que el resto se reintegró a su territorios, arribando a la ciudad Condal el día seis de diciembre del año de 1536. Sobre los campos de Marsella encontró la muerte don Antonio de Leyva, siendo depositado su cuerpo en una caja de plomo y trasportado a España, para no dejarle a merced de los enemigos y en su propio territorio.

En el mismo año de 1536, hay una carta en Simancas, que dice: «Don Álvaro de Bazán al Emperador. Sobre el cabo de Creux ha apresado una galeota de veintitrés bancos, que traía a ochenta y cinco cristianos al remo y cuarenta turcos y tres moros. — La escuadra de franceses y turcos se puso en huída y no pudo darles alcance».

Sucedió como siempre, que ante la pujanza con la que don Álvaro estaba acometiendo sus empresas, salieron a relucir las envidias en forma de denuncias al Monarca de que estaba falseando gastos y aprovechándose de los beneficios. Al llegar a sus oídos las calumnias vertidas contra él y siendo un hombre de honor le escribió al don Carlos I rogándole ser exonerado del mando de las Galeras de España, al aceptar S. M. la proposición (no muy conforme), como don Álvaro ya disponía de quince de sus propias galeras, firmó con el Rey un asiento por el que pasaba a proteger las costas Mediterráneas con sus propios buques, desvinculándose así del dinero de la Corona.

Y con fecha del día veinticinco de febrero del año de 1537, hay una carta en Simancas que deja constancia de este hecho, diciendo: «Carta del Emperador á D. Álvaro de Bazán, manifestándose deservido por la dejación que ha hecho de las galeras cuando necesitaba que fueran á Génova; pero vista su voluntad, que haga entrega de ellas al capitán Miguel Breva». En este documento queda reflejada la postura irreductible de don Álvaro, incluso ante el Rey de España y Emperador del Sacro Imperio. Y es que con ciertos hombres es mejor no jugar, ya que la honra como el cristal, hasta con el aliento se mancha y eso no se lo consentía ni al mismo don Carlos I.

Un documento por el que sabemos el tiempo de estancia al mando de la Galeras de España y el pago que recibía por cada uno de sus bajeles construidos y aportados por don Álvaro, que dice así:

«Por asiento del año de 1528, el capitán general de las galeras de España, que había sucedido a don Rodrigo de Portuondo y permaneció en el cargo hasta el año de 1537, que se las entregó a don Bernardino de Mendoza. Empezó á servir con dos galeras suyas y seis del reino, en las mismas condiciones de Portuondo; las subió á diez, y al final eran quince, recibiendo quinientos ducados de oro por mes por cada una».

Durante este tiempo, firmó asientos los años de 1528, 1530, 1532 y 1535. Pero la escuadra de Galeras de España contaba con ocho en el año de 1527; en 1528 las mismas; en 1529 se añadieron dos bergantines y las ocho galeras; en 1530 y 1531 los mismos buques; en el año de 1532 y 1533, habían diez galeras y dos bergantines; en el de 1534 diez galeras y un bergantín; en el de 1535 y 1536 diecisiete galeras y un bergantín; y en el de 1537, contaba con dieciocho galeras y un bergantín. Como se ve fue aumentando su escuadra hasta donde las posibilidades económicas se lo permitieron.

Los años de 1538, se dedicó ya sin el mando de las Galeras de España, pero con las suyas en asiento en misiones de control de los berberiscos, que no dejaban de realizar acciones a naves en solitario. Por otra parte, aunque todos sabían el alto riesgo de navegar solos, los mercaderes por que el dinero mueve montañas y puestos a ganar o perder, no hacían caso de las órdenes y zarpaban en solitario, obligando a las escuadras a su vez a dispersarse para cubrir más mar, a veces daba resultado y se libraban, en otras eran capturados y en el mejor de los casos puestos al remo de los vasos turcos.

En cambio en la primavera del año de 1539, de nuevo Barbarroja arribó al mar Adriático, con doscientas velas, mientras por tierra saliendo de Dalmacia con un ejército de sesenta mil hombres, iba recorriendo y conquistando las ciudades costeras, Kosreu jefe de ellas, se presentó frente al castillo de Castell-Nuevo. Una semana antes la fortaleza había sido abastecida por Joanetín Doria con veinte de sus galeras, se defendieron con valentía pero no pudieron evitar que con sesenta piezas de artillería de sitio que contaba el enemigo, el castillo fuera casi totalmente derruido obligándoles con ello a rendirse, teniendo el hecho lugar el día siete de agosto, habiendo permanecido en su defensa veintiséis días.

Como siempre las diferencias entre bajas y fuentes son confusas, dispares y nada fiables. La única cifra al parece buena, es la de la caída de proyectiles sobre los muros, cifrada en un término medio en nueve mil, también es algo fiable que cayeron las mayor parte de los jenízaros, ya que siempre iban en vanguardia, el resto va desde los nueve mil hombres hasta los treinta y siete mil. Damos las cantidades y que el lector elija.

A la llegada de las fuerzas enemigas se pudo enviar mensajes a Doria, éste ordenó de inmediato la reunión de las fuerzas navales, acudiendo lo antes posible, las galeras de Venecia, Estados Pontificios, Malta y la de España, reuniendo en total entorno a las ochenta galeras, pero las fuerzas de Barbarroja ascendían a ciento cuarenta galeras y setenta galeotas, además de estar protegidas por las defensas del puerto, razón por la que el septuagenario Doria no se le ocurrió atacar y solo estuvo a la espera de noticias. Al saber de la capitulación de Castell-Nuovo decidió regresar a Nápoles.

El segundo de Barbarroja, fue ascendido por éste a arráez, que no era otro que Dragut, dándole la orden de pasar a molestar en aguas de los reinos itálicos y sobre todo a cualquier vela que llevara el estandarte de España. Enterado Doria, envío a su sobrino Joanetín Doria, pero como segundo a don Berenguer de Requeséns, a la sazón capitán general de las galeras de Sicilia, quienes se hicieron a la mar comenzando por bojear la isla de Cerdeña, donde no encontraron nada, pero no desesperaron y pusieron rumbo a la de Córcega, en esta tuvieron noticias de haber visto velas turcas, por lo que conociendo la isla arrumbaron para confirmar si se encontraban en la ensenada de la Giralata, que se haya entre Calvi y Bastia, lugar al que arribaron el día quince de junio del año de 1540.

Error que no hubiera cometido su maestro, Dragut pensando que en esa ensenada abandonada nadie le encontraría, por los que sus dotaciones y tropas habían desembarcado, encontrándose en el momento de aparecer las velas cristianas en el reparto del botín conseguido de su navegación de rapiña. La reacción fue la normal, la mayor parte de todos ellos se internaron en la isla, pero Dragut con los más cercanos a su persona sí embarcaron, pero nada pudo hacer contra los recién llegados que lo apresaron, capturando once galeras turcas, entre ellas se encontraban dos venecianas capturadas a su vez, siendo las Moceniga y Bibiena que fueron reintegradas a su estandarte. Dragut, en espera de mejor ocasión para el canje, pasó directamente al remo.

Barbarroja planeó el ataque a Gibraltar, para ello le dio el mando de una división a Alí Hamet, compuesta de tres galeras, cinco galeotas, seis fustas y dos bergantines, con dos mil hombres. Zarparon de Argel muy sigilosamente, con rumbo al Oeste, pudiendo enterarse que las galeras de España de encontraban en las islas Baleares, lo que les dejaba el campo libre para sus depredaciones.

Arribaron al Peñón sin ser detectados, al amanecer desembarcaron separándose en cuatro grupos y se lanzaron sobre él, consiguiendo adueñarse de la población, pero desde la fortaleza comenzaron a abrir fuego y haciendo señales de ataque, a estas llamadas de socorro se fueron formando unidades acudiendo en su auxilio las fuerzas del ejército y los turcos tuvieron que moverse muy rápidos, consiguiendo llevarse la ropa que encontraron y a setenta y tres pobladores, causando la muerte a veinte. Lo peor fue, que arrasaron el fondeadero robando todo lo que pudieron en las cuarenta velas que allí se encontraban fondeadas y pegándole fuego a una galera en construcción para don Álvaro de Bazán, que iba a llevar cinco hombres en cada remo.

En el año de 1540 don Álvaro mando construir a su costa una galeaza de ochocientas toneladas, con la que comenzó sus cruceros por la mar de Poniente (Cantábrico). Al mismo tiempo se estaba construyendo en Bilbao otra del porte de mil doscientas toneladas y dos galeones ya de su invención. Al respecto hay un documento que dice: :«Asiento con don Álvaro de Bazán, cuyas son las villas del Viso y Santa Cruz, capitán general del Emperador mi Señor del mar Océano, sobre la guarda del mar de Poniente de España, que es desde el estrecho de Gibraltar hasta Fuenterrabía. Se determina que pondrá en la mar la galeaza, que tiene a punto, que es de 800 toneladas; otra que tiene casi acabada en el astillero de Bilbao, de 1.200 toneladas, y dos galeones de nueva invención que entre ambos tiene 1.300 toneladas, que son hechos muy fuertes y doblados y aforrados de dentro». [2]

Al mismo tiempo, que ya tenía construidos otros muy grandes, que se dedicaban al transporte de mercancías con Tierra Firme. Esto además se convirtió en una lucha, ya que los constructores se negaban a seguir sus líneas, por considerar que dada su altura de obra muerta, darían la vuelta al primer golpe de mar. Pero al verlos otros capitanes, comenzaron a pedirlos, entre ellos don Juan de Lezcano, Martín de Rentería, don Ramón de Moncada, don Bernardino de Mendoza y Andrea Doria, a parte de varios mercaderes de la costa, que vieron en ellos la posibilidad de llevar suficiente mercancía y defensas, para tener una buena navegación.

En el año de 1541 también en Simancas hay un documento que dice:

«Veintiuno de octubre, Madrid. — Declaración hecha por don Álvaro de Bazán del orden que se seguía en la escuadra para distribución de presas, que era: cuatro quintos para S. M.; Capitán general la artillería y un esclavo; Capitán de mar, un esclavo; y los soldados la ropa. El dinero, mercancías y ropa nueva, al montón».

Para comparar estos datos con los que se aplicaban a las galeras, que eran muy distintos, ya que el reparto en ellas era:

«Un quinto para el Rey, otro para el General, otro para el capitán, otro para la tripulación y el último quinto, para guardar, ya que de él debía de pagarse las reparaciones de los buques y los víveres para la dotación, ya que el bizcocho siempre lo pagó la Corona».

El día uno de marzo del año de 1543 el Rey le expidió una Real Provisión nombrándolo en desagravio (ya que los secretarios habían investigado el caso y nada habían encontrado) a don Álvaro de Bazán, como jefe de una escuadra que debía él mismo de aprestar, estando destinada como guarda del mar de Poniente y de sus mismas villas, y ciudades costeras extraer los vasos, así salieron de Guipúzcoa, Vizcaya y las cuatro Villas, designando don Álvaro a Laredo como base principal de ella, con la orden del Monarca de transportar a Brujas al maestre de campo don Pedro de Guzmán, que con sus dos mil hombres debía de llegar a los Países Bajos, al mismo tiempo dar protección al tráfico marítimo, el cual siempre estaba siendo molestado por los franceses. Un tiempo después don Carlos I viajaba a Flandes protegido por la misma escuadra.

Casi no le hizo falta ni moverse, solo envío emisarios y en unas semanas su escuadra alcanzó los cuarenta buques, teniendo todos ellos entre las doscientas y quinientas toneladas, de los cuales escogió a quince, zarpando con rumbo a Brujas y dando escolta al convoy trasladó al Tercio sin ninguna incidencia. Al regresar por el mes de junio del mismo año, como era lo normal debía de llevar tropas en sus bajeles, para ello eligió al Tercio del maestre de Campo don Diego García de Paredes, (no el de la conquista del virreinato de Nueva España, porque ya había fallecido) formado por otros dos mil hombres, que embarcaron en sus naves.

El día ocho de julio del año de 1543 le llegó un correo de don Sancho de Leyva, que era Gobernador de Fuenterrabía, porque sus vigías situados en las alturas de Jaizkibel habían visto pasar no lejos de la costa, una escuadra francesa con treinta velas, que se había hecho a la mar desde el puerto de Bayona con rumbo al Oeste, reforzada con quinientos cincuenta arcabuceros escogidos de la «legión», llevando a remolque dos naos vizcaínas apresadas.

Por la rapidez de los acontecimientos, Paredes no había podido reunir a toda la tropa y solo contaba con mil hombres de nueva recluta, por lo tanto inexpertos. Don Álvaro envío un mensajero a Leyva para que le reforzara de tropas y éste envío a los arcabuceros al mando del capitán don Pedro de Urbina, que sumaban quinientos hombres.

La escuadra francesa, aunque alistada por el vicealmirante De Burye, estaba al mando del que se consideraba en aquellos momentos el mejor marino francés, Jean de Clamorgan.

La escuadra enemiga, continuó su navegar pasando el día diez frente a Laredo, cuando don Álvaro todavía no había recibido el apoyo pedido, por lo que no pudo intervenir y los dejó pasar. Pero los franceses tampoco se dieron cuenta de que allí estaba la armada española, si se hubieran fijado y advertido de ello, la podían haber atacado y quizás destruido, pero este despiste favoreció a don Álvaro y no les traería buenas consecuencias a los franceses. (Y es que en la guerra, no se pueden cometer fallos. Nunca perdonan)

(Segundo error, nada desdeñable, pero siempre la historia juzga a tiempo pasado, por lo que las preguntas se suceden sin respuestas, lo que inevitablemente nos lleva a no enjuiciar bien los hechos, ya que nos parecen errores de tal magnitud, que perfectamente podían haber cambiado el resultado de este encuentro naval.)

Continuaba a la espera de los refuerzos, cuando por correos seguidos se enteró del ataque y saqueo de las Villas de Laja, Corcubión y Finisterre. A lo que se sumaba que en la costa no habían tropas para defenderlas, ya que el Gobernador conde de Castro, por no tener suficientes hombres había decidido internarse hasta Santiago, para proteger el tesoro de su catedral. Al llegarle este último mensaje el día dieciocho de julio, lo hicieron los hombres de don Pedro de Urbina, que embarcaron sin descansar y se hizo a la vela inmediatamente, sacando los vasos uno a uno con las lanchas.

Pero al estar fuera de puntas y doblado el cabo Mayor el viento era en parte favorable, por lo que se fueron largando todas las velas, se iban reconociendo todos los lugares posibles para que se escondiera la escuadra enemiga, pero no la hallaron, arribando al cabo de Peñas, para arrumbar al de Estaca de Bares donde se recaló, zarpando lo antes posible alcanzando el cabo de Ortegal, aprovechando los vientos llegó a Toriñana, continuando hasta divisar los picos de Curote y Fanequeira, siendo en este momento cuando una nave a remo de Noya se acercó a la capitana, informándole de lo que estaba ocurriendo en Muros.

Ya informado dio la orden de navegar rumbo a Muros, ya era el día veinticinco de julio (festividad del patrón de España, fecha en la cual España no había perdido nunca un combate, lo que llevó a don Álvaro a gritarlo a las dotaciones y que corrieran la voz, éstas se enardecieron por la segura victoria) no era fácil entrar en la ría a la velocidad que iban, pero los pilotos eran de la zona, conocedores por tanto de sus problemas y marcaron unos rumbos muy adecuados, ya que pronto quedaron atrás los Bruyos y Meixidos, un poco más tarde Ximiela por una banda y por la otra Basoñas, encarando al monte Louro, de donde pusieron ya rumbo directo a Muros.

Pronto divisando a la escuadra francesa sobre Muros, tratando de un rescate para no ser destruirla la Villa. Luego se supo que las conversaciones las alargaron todo lo posible en espera de la escuadra de don Álvaro y que ya estaban llegando al trato final por doce mil ducados, cuando apareció la deseada escuadra.

La francesa casi toda estaba fondeada, por lo que al ver aparecer a la española a todo trapo, picaron los cables e intentaron entrar en combate lo mejor posible, pero la estrechez de la ría no les permitió conseguirlo. Don Álvaro se fue directo a pasar por ojo a la capitana francesa al mando de Clamorgan, lo que consiguió al abordarla con su proa por el centro del costado de la enemiga, pero el golpe fue tan fuerte que la proa de la española también sufrió el encontronazo, en el combate que siguió al abordaje murieron cien españoles, pero de los franceses quedaron muy pocos.

Una nao francesa, la que mandaba Hallerbarde intentó prestar ayuda a su capitana, pero fue aferrada por la de don Álvaro, sobre la cual saltaron las tropas españolas y la rindieron en muy poco tiempo. Mientras habían ido entrando en combate el resto de buques, generalizándose la refriega.

Tuvo una duración de dos largas horas, en la que ambos contendiente se batieron con valor, pero la fuerza de los españoles se fue imponiendo y al terminar el fuego, los franceses habían perdió el galeón capitana hundido, veintitrés capitularon y solo uno pudo zafarse, muriendo unos tres mil hombres y en la española, murieron trescientos y fueron heridos otros quinientos sin pérdida de buque alguno.

En este combate por primera vez participó como ayudante de su padre, el futuro marqués de Santa Cruz que en estos momentos contaba con quince años y ocho meses de edad, pero se batió como el primero demostrando ya sus buenas formas, manchando por primera vez su espada de sangre enemiga.

Esto puede dar una idea de lo encarnizado del enfrentamiento, ya que en menos de dos horas, hubieron por ambas partes casi cuatro mil heridos o muertos, lo que no deja ninguna duda de la dureza con la que se combatió.

Los buques capturados fueron llevados al puerto de Coruña, se desembarcó todo lo que llevaban y se clasificó, así los dueños que habían sido robados por los franceses pudieron reconocer sus pertenencias y se les entregó, luego ya vino el reparto del resto. Mientras don Álvaro envió a don García de Paredes a comunicar al Rey la gran victoria y el capitán Navarrete, hizo lo propio con el Príncipe de Asturias, futuro don Felipe II. A su vez el Rey ordenó a su Secretario don Gonzalo Pérez a escribir con los datos de la victoria, al embajador de España en la República de Venecia don Diego Hurtado de Mendoza, para que lo pusiera al corriente de lo ocurrido.

La carta se encuentra en la colección Muñoz en la Academia de la Historia y dice:

«Estando escribiendo esta, ha llegado un capitan enviado por Don Álvaro de Bazan, capitán general del armada que anda en el mar de poniente, con el cual nos escribió que habiendo tenido nuevas como cierta armada del rey de Francia había saqueado un lugar que se dice Lancha, y a Finisterre y otros casales y iglesias, y hecho mucho daño y muerto muchas mujeres e hijos, y rescatado otros, y que estaban en concierto con un lugar que se dice Muros, que les daba dos mil ducados porque no lo saqueasen, sacó gente de cinco navíos pequeños y metiola en los diez y seis mejores, y el día de Santiago por la mañana se topó con ellos en una cala del cabo de Finisterre, donde conforme al tiempo le pareció que debían estar, y peleo con ellos de manera que los rompió y les tomo diez y seis navios que traian de batalla, y en ellos dos compañias de infantería del Rey de Francia que estaban en Bayona, en que habia quinientos cincuenta arcabuceros, sin la otra gente de pelea que venia en el armada, en la que tomo mucha artillería y liberto mucha gente que llevaba presa. Ha sido buena nueva».

Don Álvaro quiso acercarse a Santiago para dar las gracias al Santo por la victoria, dejando a su joven hijo al mando de la escuadra en la Coruña. Fue recibido en la Catedral con todo el ceremonial que un capitán general se merecía a parte de haber llevado la paz a la zona con su victoria, en cuyo agradecimiento estuvo desde el Gobernador conde de Castro, todo el cabildo y todo el pueblo. Ya que para dar las gracias llevó parte de sus pertenecías del botín conseguido, que fue repartido entre todos y sobre todo para el Santo Patrón de España.

De esta victoria, hasta principios del año de 1549 no hay datos del insigne marino, parece que se dedicó a parte de dar la guarda a las costas del Norte, o mar de Poniente a perfeccionar su invento, el galeón, construyendo alguno para probarlo y saber que había que mejorar, para que se convirtiera en lo que llegó a ser, el primer buque de línea de la Historia Naval Mundial. Pero al mismo tiempo no descuidaba sus negocios, que en definitiva eran los que le daban el dinero para proseguir en sus proyectos y siempre tratando de mejorar el sistema de transporte con Indias.

En el mismo año, hay una carta al Rey, que dice:

«1549. Enero 2.—Carta de los oficiales de la Casa de Contratación diciendo que darán el parecer que S. M. les manda acerca de la capitulación con D. Álvaro de Bazán, para fornecer de veinte galeazas para el trato de las Indias». Original en la colección Muñoz. Real Academia de la Historia.

Por ello hay una carta fechada en la ciudad de Sevilla el día veintisiete de febrero del año de 1549, que dice:

«Prior y Cónsules de la Universidad al Emperador: Cerca de la capitulación con D. Álvaro de Bazán para fornecer de 20 galeazas para el trato de Indias, ofrecen dar el parecer que S. M. les manda en viendo todos los capítulos que propone. Opinan que las naos salgan con la defensa y provisión que se requiere y vayan juntas en flota hasta do se partan para los diversos puertos, especialmente á Nueva España, Tierra Firme y Santo Domingo, y sean tantas las naos que, partiéndose, queden á lo menos cuatro capaces de seguir y volver solas á España.
Hágase nueva ordenanza acerca del porte de las naos, de la artillería que han de llevar, de la carga, de la gente, y visítense con más rigor. En cada división de la flota vaya una nao, con más defensa y menos carga, por capitana, y castíguese rigorosamente la separación de la conserva, sin admitir excusas ni probanzas colondas. Provéase como en los puertos de la Indias no se detengan las naos, como se hace por causas livianas, ni se les deje salir sin vituallas, para ver si están para navegar seguramente. Cuando la artillería y municiones, téngase casa para ello en esta ciudad y en ella toda la artillería que ha restado de las armadas de avería».

(Como se puede apreciar, se recalca que bajo ningún concepto se rompa el convoy, que un buque vaya más artillado, para dar mejor protección al resto, que no pierdan el tiempo por vanas excusas y que regresen lo antes posible. Todo un tratado de cómo manejar las flotas.)

Por un trabajo realizado en su momento por don Juan de Escalante, reunió todas las Reales Cédulas, en la que se divide el documento que vamos a transcribir, que a su vez se conserva en el Archivo de la Casa del Marqués de Santa Cruz, en el que se le concede a don Álvaro el privilegio de construir los galeones de su invención por espacio de diez años, el cual dice:

«El Rey
Por cuanto por parte de vos D. Álvaro de Bazán nos ha sido hecha relación que vos quereis hacer dos maneras de navíos diferentes de los de agora se usan, así en el paresceo y efecto como en las velas y otras cosas dellos, que son en la forma siguiente: La una dellas que entrara en puertos, barras, ríos y abras, donde no pueden entrar otros navíos de cien toneladas ménos que ellos, y que cuando quisieren puedan bogar dos órdenes de remos, la primera órden sobre la primera cubierta, la cual dicha primera cubierta sea calafeteadiza y venga un palmo debajo del agua, porque aunque horaden el navío con muchos golpes de cañón no lo echen en fondo, y lleve en esta misma cubierta muchas portañolas á la redonda para poder tirar una órden de cañones y culebrinas por cada banda, y en la segunda cubierta, donde ha de estar la otra segunda órden de remos, tambien haya portaloñas toda á la redonda para poder tirar otra órden de cañones y culebrinas, y dende esta órden de los remos altos desta segunda cubierta sirva el costado tan alto, que la haga muy fuerte á la mar y á los enemigos, y tenga una órden á la redonda encima de aquel mareaje, á manera de andén de muralla, con su antepecho de filares y batallotas, y pavesada, donde la infantería pueda combatir con arcabuces, ballestas, lanças y dardos y piedras y otras armas; y dende popa hasta proa hay unos cuarteles levadizos con que se podrá cerrar todo el dicho navío de popa á proa para cuando estuviese surto en alguna playa brava y fuera de puerto; y aunque el golpe de la mar la enxagüe por encima, no le pueda entrar dentro, y la gente del dicho navío pueda estar debajo sin rescibir el trabajo que en tales tiempos suelen haber en los navíos, y aunque llueva tampoco se mojan abaxo; y que para recio del sol de verano tampoco haya menester tienda de lienço ó herbaje como ahora la traen; y en caso que algun día se hallasen con poca gente para defenderse, con estar todo cerrado como dicho es, se pueda defender muy bien dende la popa y del castillo de proa, aunque en todo el cuerpo del navío no estuviese gente, por estar cerrado como dicho es; y llevará en la entena mayor dos espigones enlamados con dos medias velas que vengan desde lo alto abaxo engaçonadas con la vela mayor, de manera que en cualquier gurpada que les dé, con sólo quitar un gaçonet ó una lazada y tirando por un guardin, caerán ambas medias velas acrecentadas abaxo livianamente, sin que el navío resciba de la dicha gurpada ningun daño por la presteza con que se quitará, y lo mismo lleve el papahígo del trinquete.
Y asimismo llevará el dicho navío una gata con sus baras de hierro enforrada de cueros de vaca colgado con cuatro cadenas de la punta de la entena, para que cuando combatiere el dicho navío con alguna carraca ó cualquier otro navío pueda traer el car hacia el árbol, y metidos dentro siete ó ocho hombres, quedarán muy más altos que las gavias de las dichas carracas ó navío, y desde allí podrán pelear con piedras y dardos, y medias picas, y alcancines de fuego, de manera que fácilmente podrán ganar las gavias de la dicha carraca ó de cualquier otro navío con quien peleare.
Y que la otra manera de navíos es que entrarán también en puertos, barras, abras y rios como las susodichas, y que cuando quisieren podrán bogar una órden de remos yendo cargadas sobre la segunda cubierta, é yendo varios se han de abaxar la gente y remos á bogar sobre la primera cubierta, y esta primera cubierta terná un palmo debaxo del agua porque no pueda ser metido al fondo con el artillería de los enemigos, y sobre la segunda cubierta, por el costado de estos navíos, ha de ir una órden de cámaras por cada banda, cubiertas y calafeteadas de manera que vengan todas ellas á hacer costado al navío; y por medio del dicho navío, entre las unas cámaras y las otras, ha de ir una cruxía que toda ella se pueda cerrar y abrir á manera de arcas, y encima desta cruxía, dende las unas cámaras á las otras, se ha de cerrar con cuarteles, para que la mar no pueda saltar dentro, y serán levadizos para quitarlos y ponerlos cuando fueren menester, y encima destas cámaras y cuarteles ha de andar la gente para pelear, y sus filares y batallotas y pavesadas por cada banda, y la artillería ha de ir en la primera cubierta y en la segunda por sus portañolas, que se puedan alçar y cerrar, y en el castillo de popa y en el castillo de proa; ha de llevar en la entena mayor dos espigones enlamados con dos medias velas que vengan dende lo alto abaxo con la vela mayor, de manera que en cualquier gurpada que les dé, con sólo quitar un gaçonet ó una lazada y tirando por un guardin caerán ambas medias velas acrecentadas abaxo de manera que está referido en el navío susodicho. Y nos suplicastes y pedistes por merced que teniendo consideración á que de hacer los dichos navíos se nos seguia servicio y mucho beneficio á estos nuestros reinos y señoríos y naturales dellos, y al trabajo que habeis tenido en la invencion dellos y á la mucha costa que teneis en hacellos, os diésemos licencia mandásemos que vos, ó la persona ó personas que vuestro poder para ello tuviesen, y no otras, por tiempo de diez años pudiesen hacer la dicha manera de navíos en estos reinos y señoríos de la Corona de Castilla, ó como la nuestra merced fuere, y nos, acatamos los susodicho, habémoslo habido por bien; por ende, por la presente damos licencia y mandamos que vos el dicho D. Álvaro de…… (continua el documento pero ya no se trata de los buques) Valladolid, 15 de enero de 1550. — Maximiliano. — Yo la Reina. — Juan Vazquez».

Por otra carta sabemos:

«A 14 de febrero de 1550.—Asiento tomado con D. Álvaro de Bazán para navegación á Indias y conducción del oro y plata del Perú».

Por otro documento nos enteramos de que:

«A 13 de noviembre de 1550, firmado en Valladolid. — El Consejo de Indias. Por la de V. M. de 11 de septiembre vimos su descontento de que este Consejo no firmase las provisiones tocantes al negocio de D. Álvaro de Bazán, mandándolo el rey de Bohemia. Pareciónos la capitulación en deservicio de V. M. y daño de los que navegan en aquellos mares, por dar jurisdicción sobrellos á Bazán y sus tenientes que son mercaderes y jueces á un tiempo; por lo poco que con esto se remediaba la necesidad de aquellos mares, siendo tan pocos navíos y no habiendo de guardar conserva ni seguir corsarios por ser lo que se capituló contra los apuntamientos de V. M.; contra el parecer de casi todos aquellos á quienes se pidió como Andrea Doria y Francisco Duarte, desde Génova, a los oficiales de Sevilla, Dr. Hernán Pérez, que allí estaba, Prior y Cónsules de la misma ciudad, D. Bernardino de Mendoza y los más deste Consejo. Serán los que han entendido en este negocio 20 ó 21 y solos cinco o seis fueron en que se capitulase. Fuera de que D. Álvaro no mostró haber cumplido por su parte, pues debiendo tener metidos tres galeones de nueva invención, tenía solos dos. Se añade que el negocio no se trató en el Consejo, y los más dél eran de parecer contrario, y ¿cómo sin faltar al juramento firmaría el Consejo el parecer de los más? Significamos al Rey de Bohemia todo esto, y que los que lo habían capitulado podrían despacharlo como se despachó. Sentimos que el Sermo. Rey, á quien por su persona, mucha virtud y deudo con V. M. y representante de su real nombre amamos y veneramos, lo hay tenido á mal».

(Aquí hay una verdadera muestra del cumplimiento del deber, devolviéndole el golpe al mismo Rey, dejándole caer que ellos solo han cumplido con su responsabilidad, pero que S. M. esté atento a quien le da los poderes para firmar asientos, ya que como es el caso no favorecen a nadie y solo le dan más poder a uno en detrimento de los demás. Es curioso analizar estos escritos, porque a pesar de ser un Rey sin discusión posible, sí se le podía desobedecer, pero con mucha cautela y sin dejar de serle útil. Se le podía llevar la contraria, solo era cuestión de autentica diplomacia y honestidad)

Por «Real Cédula del mes de febrero de 1554 firmada en Valladolid. — Se ordena que sean aprestadas las armadas de los capitanes generales, D. Alonso Pexón y D. Juan de Mendiarechaga, para acompañar al Príncipe en su viaje á Inglaterra. Alistándose también la de D. Álvaro de Bazán y la de D. Luis de Carvajal».

En el viaje que realizó el entonces Príncipe de Asturias don Felipe (posteriormente don Felipe II), para contraer matrimonio con la reina María Tudor de Inglaterra, el Príncipe escogió la galeaza que le había preparado don Álvaro de Bazán, pero como nos narra don Cesáreo Fernández Duro, en su tomo quinto de la Disquisiciones Náuticas. A la Mar madera en sus páginas 18 y 19, terminó por hacer el viaje en la nave de don Martín Jiménez de Bertendona, zarpando el viernes día trece de julio del año de 1554. Pero transcribimos lo que dice, para que se sepa la verdad del porque tuvo que cambiar de opinión el Príncipe:

«Dice Juan Ochoa de la Salde (en su obra la ‹Carolea› Lisboa, 1585 primera parte, folio 430) que para el pasaje del príncipe D. Felipe, cuando iba á casarse con la reina de Inglaterra, tenía D. Álvaro preparada una galeaza riquísimamente aderezada con bravas salas y cámaras aforradas de grana finísima con muchos franjones de oro: que los embajadores pidieron al Príncipe por merced que embarcase en una nave que para este efecto envió la reina doña María, pero que les fue respondido no había lugar á ello por estar ya acordado fuese la embarcación otra. Sentidos los ingleses de semejante respuesta, trazaron (ora fuese de envidia, ora de particular interés) pedir se hiciese el viaje en la que ellos designáran, pues sería tal que S. A. sería bien servido, y deseando el Príncipe no desfavorecer del todo á los embajadores, se lo concedió, y ellos señalaron una nao de Martin de Bretendona, vizcaíno, si bien por desagraviar á D. Álvaro, cuya galeaza había el Príncipe escogido en primer lugar, le mandó se embarcase con él en su nao y que hiciese lo que él quisiese en aquel viaje».

(Es de suponer, porque razones no les faltaba, que la insistencia de este cambio fue motivado por una sola razón, no siendo otra que poder estar más tiempo a bordo para estudiar detalladamente el buque y tomar buena nota de su construcción, más todos los datos posibles de los buques cántabros, que tantas veces en sus combates con los ingleses éstos no habían salido muy bien parados. No en balde este galeón, pues ya estaba construido con las medidas de los de don Álvaro, era de quinientas sesenta y cinco toneladas, con tres gavias y de los mejores de su tiempo, por nombre tenía el de Espíritu Santo, pero era más conocido por la Bertendona, apellido de don Martín Jiménez de Bertendona su propietario, siendo el mismo en el que don Carlos I realizó su último viaje, cuando fue transportado a España. No es de extrañar el interés de los ingleses por él)

Don Álvaro dejó el mando de la escuadra del Cantábrico, siendo nombrado don Luís de Carvajal, que fue quien con su escuadra trajo a España a don Carlos I, cuando ya había abdicado de todos sus reinos y del Sacro Imperio, y con ciertas prisas por llegar al Monasterio de Yuste, lugar escogido por su persona para pasar los últimos año de su vida, apartado de toda Corte, luchas y poder; aunque siempre se mantuvo muy bien informado del devenir de su reino.

Por una carta de don Juan Tello de Guzmán, sabemos que:

«16 de septiembre del año de 1554. — D. Juan Tello de Guzmán da la gracias al Rey por su nuevo nombramiento de capitán general de la Armada. Partirá para las Azores; suplica se revoque la orden de bajar bandera si encuentra á las armadas de D. Álvaro de Bazán y de D. Alonso Pejón.»

(Continua siendo palpable, que cada general quería sus derechos y no verse rebajado en su honor ante otros compañeros, nada que decir de extranjeros, pero para ello como era de precepto debía tener el permiso del Rey, ya que la antigüedad (don Álvaro) siempre ha sido un grado)

En el año de 1557, don Álvaro apresó a un navío francés del porte de cuarenta piezas de artillería, pero analizando una de ellas se dio cuenta que el material era una mezcla de bronce y hierro, siendo en proporciones iguales a las que se fabricaban en España. Teniendo el antecedente que la nao Angela que se pegó fuego en el año de 1518, se recuperaron del mar cuarenta y una piezas de artillería de las que treinta y una, eran de hierro forjado y diez de hierro colado.

Ésta es la última noticia que tenemos de su vida y al parecer debió de fallecer por el año de 1558, pero sin tener confirmada la fecha.

Notas

  1. El doce de mayo del año de 1535, fondeó en el puerto de Barcelona la escuadra de don Álvaro de Bazán con doce galeras; Leona Nueva, Princesa, Garza, Cabra, Soberbia, Esperanza, Buenaventura, Luna, Montecalvario, Fama, Victoria y Envidia. Hay diferencias entre autores, pues unos dan el número de quince y otros el de doce, pero éste incluso da los nombres. Por lo que nos inclinamos por él, ya que aporta datos que no están en ninguna otra fuente de las consultadas.
  2. Hay que tener en cuenta que don Álvaro de Bazán y Manuel, fue el inventor del galeón, de hecho el nombre de estos dos primeros fueron el San Pedro y San Pablo, ambos de seiscientas cincuenta toneladas, pues basándose en las medidas de las naos consideró que la manga de estás era buena para mantener la estabilidad longitudinal, guardando el coeficiente de ellas y subiendo una cubierta, se podía llevar artillería en dos de ellas, lo que aumentaría considerablemente el poder ofensivo del buque, de esta forma y con un par de ejemplos reales, pues se llevaron a efecto las pruebas, en su construcción se utilizó el sistema de darle más poder defensivo, ya que la estructura desde la quilla a la segunda cubierta, llevaba doble forro de madera lo que lo hacía muy resistente, sin aumentar excesivamente el calado; se añadió lo de los remos, que se sacaban al agua por unas ranuras entre las piezas de artillería, lo que les permitía no depender totalmente de los vientos; se les puso una empavesada que a veces se cubría o reforzaba por medio de cubrir la banda con piezas de piel, lo que les daba una primera zona que amortiguaba en parte el efecto de la artillería enemiga y añadido al doble forro de madera, quedaba un conjunto muy resistente; llevaban tres palos de una pieza, por lo que no serían muy altos (solo se conoce la altura máxima de los pinos mediterráneos que alcanzan los veinticinco metros) por ello solo llevaban dos velas cuadras, la mayor y la gavia, pero en el cruce de ambas llevaban unas gavias (luego cofas), en la verga mayor podían ir hasta diez hombres, incluso a veces se podía subir falconetes con los que se barrían las cubiertas enemigas y la verga de gavia, daba cabida a seis hombres, pero en los tres palos, lo que significaba en conjunto una gran potencia de fuego de arriba abajo no dejando esconderse a ningún enemigo. Hay que advertir, que en la descripción que hace de ellos don Juan de Escalante dice: ‹…primera cubierta sea calafeteadiza y venga un palmo debajo del agua…› lo que indica, que estaba por debajo de la flor de agua era la cubierta, no restando así estabilidad al vaso ya que sobre ella iban los cañones. Así se consiguió construir el buque más famoso de la carrera de Indias, que por la experiencia y buen hacer de los carpinteros de ribera, se llegó a auténticos buques de guerra, que a su vez darían paso al más que conocido y denominado como navío de línea, pero con un antecedente que había nacido en España de la mano de don Álvaro de Bazán y Manuel.

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Fernández Duro, Cesáreo.: Disquisiciones Náuticas. Madrid, 1996.

Fernández Duro, Cesáreo.: La Armada Española desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón. Est. Tipográfico «Sucesores de Rivadeneyra» 9 tomos. Madrid, 1895—1903.

Gordillo Courcières, José Luis.: Membranzas de la galera Envidia. Albatros. Valencia, 2003.

Mira Caballos, Esteban.: Las Armadas Imperiales. La guerra en el mar en tiempos de Carlos V y Felipe II. La Esfera de los Libros. Madrid, 2005.

P. Cambra, Fernando.: Don Álvaro de Bazán. Almirante de España. Editora nacional. Madrid, 1943.

VV. AA.: Colección de documentos inéditos para la historia de España. Facsímil. Kraus Reprint Ltd. Vaduz, 1964. 113 tomos.

VV. AA.: Dos Expediciones españolas contra Argel, 1541 y 1775. Servicio Histórico Militar. Madrid, 1946.

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