Avilés y Márquez, Pedro Menéndez de3

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Por consejo de don Felipe II, se cerró el caso sin más discusión y se le dió un mes de licencia para permanecer entre los suyos, ya que había quedado palpable que era hombre de fiar nada esplendido ni mal gastador, fiel a mi persona y grata para el servicio de España. Añadiendo: que el Consejo vería la forma de que el Adelantado pudiera recibir el dinero suficiente para pagar sus deudas, ya que todas ellas había sido producidas por el buen servicio a su Real persona y la grandeza del reino.

Mientras esto pasaba en la Corte, pues no fue una resolución de un día, sino que pasaron casi dos meses en todo este proceso, (las cosas de palacio van despacio) y sabiendo los franceses, que don Pedro estaba en España, se decidieron a enviar una pequeña flota a recuperar sus anteriores posesiones.

El jefe de los luteranos de Francia, un tal Domingo Gourgues, viendo que la Corte de su país no le prestaba ningún apoyo, decidió contratar tres bajeles y con doscientos soldados y ochenta marineros se hizo a la vela. Pero encima, todo iba de engaño en engaño, pues a la gente que contrató le dijo que era para hacer un viaje al Brasil, lugar en el que él había estado varias veces y pretendía establecer allí una colonia de luteranos.

Pero estos advirtieron que los rumbos no eran para llegar al Brasil, así que le pidieron explicaciones, a lo que contestó que no era a donde había dicho que iban, sino a recuperar sus colonias en La Florida, pues ya mantenía a un espía en ella, uno conocido por el nombre Pedro Bren, que estaba en fraternidad con el peor enemigo de los españoles y que eran muchos los descontentos, así que era el momento de desquitarse de las atrocidades que había cometido el Adelantado español en aquellos territorios con sus feligreses.

Arribaron al río Mayo ó de San Mateo, los españoles los vieron pero no les hicieron caso, por que al parecer llevaban banderas Reales españolas, por lo que les dejaron el paso franco, consiguiendo llegar más arriba del fuerte de San Mateo, entablando conversaciones con Saturiba, que a su vez convenció a otros caciques, por lo que al unirse eran miles de indios con sus arcos y flechas.

Se presentaron de noche ante el fuerte de San Marcos y a pesar de la desesperada resistencia de los españoles, eran tantos que no pudieron pararlos, así tomaron el fuerte, del cual solo se salvaron unos pocos entre ellos el Gobernador del fuerte el capitán don Gonzalo de Villarroel, su venganza fue en toda regla, ya que no dejaron nada por robar o destruir, así como ahorcar a todos los españoles, aunque solo les quedara un último aliento. Lógicamente se llevaron la artillería del fuerte, con toda su munición y los víveres, así como la pólvora.

Pero el valiente de Gourgues, temiendo la reacción de los españoles del fuerte de San Agustín, ordenó embarcar en sus dos bajeles que le quedaban, y dejándose caer por la corriente, consiguió alcanzar el mar libre. La noticia fue llevada a San Agustín por el propio capitán Villarroel, quien mientras los luteranos se entretenían destrozando el fuerte, abordaron unas canoas de los indios, teniéndose que esconder al ver venir a las dos naos, continuando posteriormente hasta alcanzar el fuerte, de donde zarparon a toda prisa varios buques españoles en persecución de los luteranos, pero era tanta la ventaja y las prisas con que se abordaron y zarparon, que no llevaban víveres para mucho tiempo, ello les obligó a dejar la persecución y regresar a San Agustín. Los luteranos, solo habían perdido a ocho hombres y el bajel mencionado.

Arribaron los luteranos a la Rochele, de esta población pasaron a Burdeos la artillería que habían cogido del fuerte. Pero en la Corte no se les dio ningún recibimiento y quedó el Gourgues muy desilusionado, pero no quedó aquí el asunto, ya que el embajador de España en la Corte de Francia, demandó justicia, así el Rey francés ordeno se le buscara para ser juzgado y solo se libro de ello, por que el resto de su vida anduvo por todo el país protegido por los suyos.

Don Pedro aún seguía en la Península, hasta que recibió el nombramiento Real, de ser el nuevo Gobernador de Cuba y todos sus territorios anejos, se le entregaron doscientos mil ducados y la orden de desplazarse a Sanlúcar de Barrameda, donde le esperaba una nueva escuadra para conducirla a la isla y en ella iban diez nuevos misioneros, nombrados por el Santo Duque Don Francisco de Borja.

El buen tiempo les permitió hacer un agradable viajes, arribando a la Habana, donde comenzó a trabajar don Pedro, al tener los asuntos un poco claros quiso viajar a La Florida y con ello apreció de primera mano el destrozo causado por el luterano, pero no se cerraba aquí el problema, ya que los españoles estaba ya casi vestidos como los mismos indios, teniendo mucha hambre, con cierto desorden y lo peor las tribus en estado de guerra. Peor panorama imposible.

Ordenó el atender las necesidades de todos ellos, y para ello viajaron a la Habana varios buques, que al poco regresaron con todo tipo de socorros para retornar a la normalidad, pero lo peor seguían siendo las muestras hostiles de las tribus. Para ello ordenó a don Esteban de las Alas que con doscientas setenta y tres personas se dirigiera al lugar, distribuyéndolas a casi doscientas en la ciudad de San Felipe y las demás en el de San Agustín. A estos acompañaron varios religiosos, con ellos a su encargado Padre Rogel, que ya era conocido por los indígenas, con la intención de otra vez poco a poco se los fuera ganando.

De regreso a la Habana, fundó un Seminario, con la función de servir de guía de estudios e instrucción de todos los indígenas que querían abrazar la religión cristiana, para que tuvieran un buen lugar de recogida, siendo nombrado superior el Padre Rogel, pero como éste estaba en San Agustín, nombró como a su segundo al más querido de todos los de la isla, el hermano Villareal. Habiendo tomado todas estas decisiones, embarcó de nuevo con rumbo a la Península.

Esto es parte de la biografía, aunque no le atañe directamente a don Pedro, sino al coste de vidas y grandes sacrificios, que a veces ocurrieron y de los cuales poco o nada se cuenta, y menos aún se escribe, por eso lo incluimos aquí.

Estaba don Pedro en la Península, mientras el Padre Rogel lo estaba en Santa Elena, cuando recibió el Padre Segura a la sazón Vice-provincial, de que regresase a la Habana y se trajese con él a los indios de las tribus de Saturiba y Tacatacuru, que querían ser cristianos e ir al Seminario para recibir las enseñanzas propias de la religión, pero no pudo hacerlo por andar los indígenas revueltos y en constante guerra, pero si se llevó al Padre Sedeño y continuó viaje. Al arribar a la Habana se encontró con el Adelantado, acabado de regresar de la Península, que iba a pasar revista y llevar víveres a las fortalezas cumpliendo las órdenes recibidas, pero don Pedro le entregó unos documentos que traía del Santo Duque don Francisco de Borja.

Al ser leídos por el Padre Sedeño, de inmediato se volvió a embarcar con don Pedro, pues el Adelantado no quería dejar en manos de nadie la custodia de los Padres, ya que las cartas le decían que debía de expandir la religión por toda provincia de Axacán. Al estar en alta mar, se declaró una epidemia nunca vista, que gracias a los auspicios del Padre los que murieron lo hicieron en la Fé, y gracias a estar muy cerca de La Florida se pudieron atender a los enfermos, por lo que fueron pocos los que fallecieron, pero no se libraron de contraer la enfermedad el Padre Sedeño y el hermano Villarreal. Yendo en los bajeles el indio don Luis de Velasco, que era el cacique de la provincia de Axacán, y regresaba a su tierra después de haber conocido al rey don Felipe II, ya que viajó a la Península y regresó con el Adelantado.

Ante las promesas del indio don Luis, de que quería extender la religión por todo su territorio, era la causa de los pliegos que había recibido el Padre Sedeño y por eso se iban a esta provincia, en la creencia de que estarían a salvo, ya que era una de las del interior y con poco apoyo de los fuertes, por lo difícil del terreno y la lejanía de ellos.

Desembarcaron en Santa Elena y ya estaba el Padre Segura esperándolos, así que se pusieron en camino dirigidos por el indio don Luis, la ruta tortuosa con ciénagas y siempre mojados, así como muy pocos descansos por las premuras del cacique, al alcanzar la provincia de Axacán se envió a un indio emisario, para comunicar a don Pedro que ya estaban a salvo en la tribu, por lo que éste que permanecía a la espera de la noticia, ordenó levar anclas y zarpar con rumbo a la Habana, para seguidamente zarpar con rumbo a la Península.

Lo que desconocía don Pedro, es que mientras él tan convencido estaba de viaje, los padres eran asesinados por la mano del cacique don Luis, que lo hizo con todos menos con uno, llamado Alonso, que se escapó de la matanza gracias a que un hermano del indio don Luis lo escondió y en cuanto pudo lo pasó a territorio de otro cacique, que éste sí era fiel a la religión.

En el año de 1572, zarpo del puerto de Sevilla al mando de la flota de Tierra Firme, no hubo problemas de mención en el transcurso del viaje, pero al llegar a las costas de la isla de Cuba, en el golfo de las Yeguas sin que nadie pudiera advertirlo a tiempo el galeón San Felipe, comenzó a arder, siendo tan voraz la propagación del fuego que no se salvó nadie, perdiéndose todo lo que en él iba.

Arribaron a la Habana y solo desembarcar lo que para la isla se traía, se hicieron de nuevo a la mar con rumbo a La Florida, arribaron a la ciudad de San Agustín y en ella se encontró con que ya se habían casado ocho vecinos y se le comunicó que en la de Santa Elena, lo habían hecho otros cuarenta ocho, lo que le afirmó que ya era una realidad su trabajo inicial de poblar y expandir la religión cristiana.

Le llegaron las noticias de la triste suerte corrida por los misioneros, lo que calificó de alta traición, por ello volvió a embarcar con ciento cincuenta hombres con rumbo a la provincia de Axacán, al arribar desembarcaron todos inmediatamente se pusieron en camino y tras una larga caminata alcanzaron la provincia; quedaba claro que el indio don Luis ya estaría advertido de su presencia, pero poco le importaba eso a don Pedro ya que a esas alturas tenía muy claro lo que debía de hacer, que no era otra que vengar la muerte de los misioneros para demostrar que tarde o temprano quien incumplía la Ley sufría sus consecuencias y de verdad pacificar la zona.

Al llegar a la población principal efectivamente el indio don Luis ya no estaba, intentó comprar información pagando sumas de dinero para que le indicaran donde se hallaba, pero no obtuvo ningún resultado eficaz, pero a cambio si le dieron los nombres de quienes habían participado directamente en la matanza, aunque solo fuera sujetando a los misioneros; localizados y hechos presos, los juzgó y colgó de los árboles. Eran en total ocho, que habían sido convertidos por el Padre Rogel, al que se ampararon y el Adelantado les dio tiempo a que fueran bautizados y confesasen para irse al otro mundo en paz con Dios, como así se hizo.

Regresó don Pedro y envió por delante al Padre Rogel y sus compañeros, a quienes se había unido el que se salvó de la matanza, Alonso, con rumbo a la Habana. Don Pedro nombró Gobernador de La Florida a su sobrino don Pedro Menéndez Marqués y a su vez embarcó también con rumbo a la Habana.

El nuevo Gobernador, embarcó en cuatro bajeles y con ciento cincuenta hombres, se dedicó a recorrer sus costas y visitar a sus poblaciones y fuertes. Consiguió atraer a muchos indígenas a la religión, por lo que aumentó el número de pobladores de las colonias. Descubriendo al mismo tiempo nuevas ensenadas donde se podían hacer más ciudades y puertos. Recibió la ayuda de nuevos religiosos, que poco a poco iban aumentando el número de los cristianizados.

Ya en el año de siguiente, don Pedro fue llamado a la Corte por S. M., por ello cruzó de nuevo el océano, al alcanzar el Monasterio de San Lorenzo de El Escorial para besar la mano del Rey, éste le dijo que le necesitaba para poder llevar con conocimiento las cosas de Indias, así que quedó asignado a la Corte. Le fueron pagados un millón quinientos noventa y un mil doscientos maravedíes, por el socorro en su día a unos soldados de la corona y un tiempo después, se le pagaron otros seis mil ducados por parecidos motivos.

El Rey en secreto estaba preparando una escuadra fuerte, con destino a Flandes e Inglaterra, con la intención de acabar de una vez con las falsas religiones en esas tierras, pero su tiempo no era suficiente para atender todo, como era su costumbre, así que decidió nombrar a don Pedro como Capitán General de ella, por ello a su vez tenía que sustituirlo del mando de las Flotas de la Carrera de Indias, por su consejo se nombró a don Diego Flórez de Valdés en su lugar, así don Pedro se podía dedicar totalmente a este trabajo, y al mismo tiempo como un gran honor para con don Pedro, el Rey ordenó que fuera retratado y colgar su cuadro de las paredes de sus estancias, como el mejor general que le había servido.

Don Pedro, como era habitual en él se dedicó de lleno a complacer al Monarca, pero como siempre con las miras de la grandeza de la monarquía, pero sin despilfarrar el dinero que siempre fue escaso. Al mismo tiempo, y como Consejero Real nada ordenaba el Rey en los temas de las Indias que previamente no había contrastado con don Pedro, ello le llevó a mantener una correspondencia muy cotidiana, tanto con el Monarca, como con los Consejeros de Guerra, Estado e Indias.

No en balde, don Pedro había conseguido hacer que la navegación entre la Península y las Indias, fuera algo cotidiano y normal, como muestra de ello él solo había cruzado el océano en cincuenta ocasiones, por lo que había roto al conocimiento de todos y dando a la luz los entresijos de esta nueva ruta, demostrando que ya no era un viaje de angustias y desesperaciones, si no casi un crucero normal como lo eran las comunicaciones en toda la Península.

Una de sus decisiones, fue la de abandonar las navegaciones de los buques de toda la costa norte de la Península, a las costas de Terranova para traer la sal, pues era evidente que los corsarios siempre las interceptaban y no solo se perdía el ansiado elemento, sino que con él se engrosaban de buenos buques los corsarios, que por su fácil aumento después se traducía en más apresamientos y la pérdida de más gentes de mar muy adiestradas, siendo ésta la necesidad más perentoria para la formación de la escuadra.

A esta penuria constante en nuestra historia, se unía la de siempre, la falta de dinero, que es otra constante de todo el devenir de la fortaleza de España en la mar. Pero ésta se pudo subsanar, ya que en un escrito al Rey y las repetitivas demandas de don Pedro, S. M. tuvo a bien dar la orden de que se le diera todo lo que pidiera, así se llegó a completar una escuadra, con trescientas velas y veinte mil hombres.

Justo el día en que por fin se reunió toda la escuadra, cuya celebración fue muy espectacular, ya que hubo momento en que toda ella, disparó en salva y el rugir de los miles de cañones hizo temblar la ciudad. Se sintió enfermo y fue atendido por lo médicos de la escuadra, los cuales diagnosticaron un “tabardillo violento” pero tanto, que lo dieron por muerto, razón por la que le recomendaron aprovechara el tiempo para hacer el testamento, falleciendo el día diecisiete de septiembre del año de 1574.

Lo del testamento era casi un broma macabra, pues habiendo llegado a ser una de las personas con más dinero de España, a su muerte no tenía un maravedí, a parte de haber hecho pobres a todos los de su familia y amigos, por lo que solo le dejó la casa a su mujer e hijos, para que por lo menos tuvieran un techo que les cubriera. Y surgió la verdadera amistad ya que ninguno de sus parientes y amigos le reclamó nada, pues de lo contrario ni eso les hubiera podido dejar a lo que se sumaba, la pérdida de un hijo y dos hermanos, en la empresa que mantuvo en La Florida. Lo que todavía dice más en favor de tan gran soldado de España, que nunca se echo para atrás ni se arredró a proseguir por el bien del reino y de su Monarca.

El dolor fue muy grande en toda la población, tanto que cundió el desánimo y la escuadra se deshizo, por que a su vez el Rey no disponía de nadie más en quien confiar aquella magna empresa. Este fue don Pedro Menéndez Marqués, apodado el «de Avilés», que es como ha pasado a los libros de Historia.

El testamento fechado en la ciudad de Santander el 15 de septiembre de 1574 estaba cerrado y se abrió para saber cuáles eran sus últimos deseos, los cuales se cumplieron siendo los siguientes: Ser enterrado en la parroquia principal de San Nicolás en su ciudad natal de Avilés, pero no fue hasta el 8 de agosto de 1591, cuando fueron depositados en el lugar pedido por él, en el sitio reservado para su familia en el lado del Evangelio, empotrado en la pared a seis pies de altura y encima de él, el escudo otorgado a sus ancestros por el Santo Rey don Fernando; partido en su derecha un buque con proa de sierra, en acción de embestir las cadenas fijadas a dos castillos y en su izquierda, cinco flores de Lís.

Para su transporte desde la ciudad de Santander a su ciudad natal, se le hizo un arca barreteada de hierro, con sus aldabas y cerraduras, así cerrado, se introdujo en el lugar señalado, debajo de él hay una lápida, que ya estaba en el primer enterramiento y se trasladó para colocarla en el segundo y definitivo, con la siguiente inscripción.


AQVI IAZE SEPVLTADO EL MVY YLVTRE CAVALLERO PEDRO MENEZ DE AVI-

LES NATVRAL DESTA VILLA ADELANTADO DE LAS PROVINCIAS DE LA

FLORIDA COMENDADOR DE SANTA CRUZ DE LA ÇARÇA DE LA

ORDEN DE SANTIAGO Y CN GENAL DEL MAR OCCEANO Y DE LA AR-

MADA CATOLICA QUE EL SEÑOR FELIPE 2.º JVNTO EN SANTANDER

CONTRA YNGLATERA EN EL AÑO 1574 DONDE FALLECIO A LOS 17

DE SETIEMBRE DEL DICHO AÑO SIENDO DE EDAD DE 55 AÑOS.


Bibliografía:

Aguilar y de Córdova. Diego de.: El Marañón. Transcripción del códice del año de 1596 e impreso. Atlas. Madrid 1990. El códice se conserva en la Biblioteca de la Universidad de Oviedo.

Basanier, M.: Historie notable de la Historie de la Floride. 1566. Traducida al español por primera vez en 1992.

Gorgues, Capitán.: Historie memorable de la reprinse de I’Isle de la Florida. 1568. Traducida al español por primera vez en 1992.

Enciclopedia General del Mar. Garriga. 1957. Compilada por el contralmirante don Carlos Martínez-Valverde y Martínez.

Enciclopedia Universal Ilustrada Europeo Americana. Espasa-Calpe. Completa 116 tomos.

Menéndez de Avilés, Pedro.: La Florida. Transcrita al castellano actual, por don Eugenio Ruidiaz y Caravia. Madrid, 1893. Premio de la Real Academia de la Historia.

Pi Corrales, Magdalena.: España y las Potencias Nórdicas ‹La otra Invencible ›. Instituto de Historia y Cultura Naval. San Martín, 1983. Premio Virgen del Carmen 1982.

Ribault, Capitán.: Decouverte de la Terra Florida. 1563. Traducida al español por primera vez en 1992.

VV.AA.: Colección de Diarios y Relaciones para la Historia de los Viajes y Descubrimientos. Instituto Histórico de Marina. Madrid 1943 a 1975. Siete tomos. Tomo II: Pedro de Valdivia 1540-50, Menéndez de Avilés 1565-6, Flores Valdés y Alonso de Sotomayor 1581-3, Bodega y Quadra 1776. Revisado por el capitán de fragata don Julio Ffernando Guillén Tato.

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