Antequera y Bobadilla, Juan Bautista Biografia

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Biografía de don Juan Bautista Antequera y Bobadilla


Óleo de don Juan Bautista Antequera y Bobadilla. Vicealmirante de la Real Armada Española. Cruz de la Real y Militar Orden de San Fernando de 1ª clase. 28 de junio de 1844. Gran Cruz de la Real y Muy Distinguida Orden Española de Carlos III. Ministro de Marina en 1876 y 1884. Creador de la Revista General de Marina. Senador del Reino.
Juan Bautista Antequera y Bobadilla.
Cortesía del Museo Naval. Madrid.


Vicealmirante de la Real Armada Española.

Cruz de la Real y Militar Orden de San Fernando de 1ª clase. 28 de junio de 1844.

Gran Cruz de la Real y Muy Distinguida Orden Española de Carlos III.

Ministro de Marina en 1876 y 1884.

Creador de la Revista General de Marina.

Senador del Reino.

Contenido

Orígenes

Vino al mundo en la ciudad de La Laguna en la isla de Santa Cruz de Tenerife de las islas Canarias el 11 de julio de 1824, descendiente de noble familia lo que le permitió el acceso a la Armada, aunque ya en su época no era obligatorio la hidalguía para ingresar.[1]

Hoja de Servicios

En el caso de don Juan Bautista aprobó el examen en 1838, pasando el 1 de noviembre destinado al Arsenal de La Carraca, para realizar sus prácticas de mar.

La escasez de buques no permitía continuar la instrucción náutica, por ello pasó un tiempo en el anterior destino, hasta recibir la orden de embarcar en la fragata Isabel II, navegando principalmente por el Mediterráneo, e interviniendo en las postreras operaciones en las costas de Cataluña, en la guerra denominada de los siete años; teniendo una actuación muy destacada en los Alfaques, siéndole reconocida por sus superiores le fue entregada la Cruz de la Marina de la Diadema Real.

En 1843 trasbordó al vapor Isabel II, continuando en la misma escuadra al mando de don Luis Hernández Pinzón, contribuyendo a reconquistar Rosas, Cadaqués y las islas Medas donde volvió a demostrar un gran valor.

La misma escuadra al terminar sus operaciones en estas aguas y bajo el mando del mismo Pinzón pasó a cubrir por la mar los bloqueos de las ciudades y puertos de Alicante y Cartagena por estar sublevadas, para controlar la salida por mar de los infractores, misión en la que de nuevo mostró su valor y pericia marinera, tanto que se le concedió la Cruz de la Real y Militar Orden de San Fernando de primera clase. Por su valor formando parte de la dotación del bergantín Manzanares en el bloqueo y rendición de la plaza de Alicante, el 6 de marzo de 1844, siéndole entregada después del juicio contradictorio pertinente por Real orden del 28 de junio siguiente.

Por todo lo anterior se le eximió de la permanencia de los seis años como mínimo en la Compañía, siéndole otorgada la gracia de permanecer uno menos, por ello alcanzó el grado de alférez de navío en 1844.

Se le ordenó embarcar en el bergantín Héroe, realizando un tornaviaje a la ciudad de Montevideo, en una complicada misión obteniendo un gran éxito, a su regreso pasó a realizar navegaciones por el mar Mediterráneo. En 1847 se le entregó su primer mando, siendo el falucho Lince permaneciendo en aguas del Mediterráneo hasta finales de 1849.

En 1850 se le entregó la Real orden con su ascenso al grado de teniente de navío, embarcando en la fragata Mazarredo, perteneciente a la División Naval de Instrucción.

Pasado el tiempo obligatorio a bordo, desembarcó. Pero no pasó mucho tiempo pues recibió otra Real orden con nuevo destino, siendo el apostadero de la Habana, al llegar se le otorgó el mando del vapor armado Habanero, en uno de sus cruceros contra el contrabando de los insurgentes, logró capturar a un buque expedicionario al mando de Narciso López, siendo apresado el buque con cincuenta insurrectos. De nuevo por esta acción se le concede la Cruz de caballero de la Real y Muy Distinguida Orden Española de Carlos III.

En la misma isla se le entregó el mando del bergantín Alcalá Galiano, continuó cruzando sus aguas e impedir el tráfico de los contrabandistas. El 1 de septiembre de 1851 cesó en el mando, pasando a tener el de otros buques y al terminar su tiempo de tres años de destino en la isla embarcó de transporte en el vapor Fernando el Católico, llegando a la bahía de Cádiz el 1 de marzo de 1854.

Estuvo un tiempo con licencia y al reincorporarse se le vuelve a destinar a la isla de Cuba, donde de nuevo se le otorga el mando del bergantín Alcalá Galiano, regresando a su principal misión de combatir el tráfico ilegal, permaneciendo hasta finales de 1857, regresando a la península, a su llegada se le destina a la Corte, donde estuvo de secretario de varias Juntas administrativas, un primer paso importante para lo que tendría que desempeñar más tarde.

Estando en el destino anterior se le entrega la Real orden del 23 de marzo de 1859 con su nuevo ascenso al grado de capitán de fragata y pasado un tiempo, a mediados del mismo año se le entrega el mando de la corbeta Villa de Bilbao, pasando en principio a cruzar sobre el Mediterráneo, pero al declararse la guerra de África queda incorporado a la fuerza naval de auxilio al ejército allí destinado.

Participó en los combates del río Martín, Larache y Arcila; por haber desembarcado con su tropa y marinería en varias ocasiones para mejor apoyar el avance del ejército, se le concede el grado de coronel de Infantería de Marina por Real orden de abril de 1860. Al concluir la guerra en África, tuvo que acudir con su corbeta en apoyo del Rey de las Dos Sicilias, arribando al puerto de Nápoles para hacer presente la decisión de España, pues en esos momentos empezaba a nacer el país llamado Italia y se encontraba en una convulsa guerra civil. Por su eficaz actuación el Rey de las Dos Sicilias lo condecoró con la Encomienda de la Orden de Francisco I.

Terminada su misión regresó al Arsenal de Cartagena cesando en el mando de la corbeta, obteniendo una nueva licencia. Al terminar se reincorporó siendo destinado a la isla de Cuba, como capitán del puerto de Matanzas, desempeñando este puesto desde 1862 á 1864, fecha en la que regresó a la península, donde se le entregó el mando del vapor Blasco de Garay, permaneciendo poco tiempo.

Por la razón de haber sido reclamado y él aceptado para pasar a formar parte como Segundo comandante de la nueva fragata acorazada Numancia, al mando de don Casto Méndez Núñez se estaba ya alistando, siendo don Casto quien le "invitó" a aceptar el puesto. Pues solo el viaje en sí era un reto, debiendo llegar a los mares del Sur en las aguas de las repúblicas de Chile y Perú, y hacía muy poco tiempo que un buque de parecidas características, el Captain británico, por falta de estabilidad por la distribución de los blindajes se había ido al fondo. Lo que causó la sorpresa en todos los países europeos que España intentara semejante derrotero para un tipo de buque en el que ningún organismo de marinas militares confiaba demasiado; además debía cruzar por el estrecho de Magallanes, para no arriesgar más doblando el cabo de Hornos, aunque para buques del tamaño de la fragata resultaba también peligroso.

La fragata Numancia zarpó de la bahía de Cádiz el 4 de febrero de 1865, arribando a Puerto Grande de San Vicente el 13 de febrero, donde repuso carbón y agua, saliendo el 16 de las islas de Cabo Verde, desde donde cruzó el océano con rumbo a Montevideo, arribando al caudaloso Rio de la Plata el 13 de marzo, dando un descanso a la dotación saliendo el 2 de abril con rumbo al estrecho de Magallanes arribó y lo cruzó, saliendo de él con rumbo a Valparaíso donde se presentó el 28 de abril, pasando al Callao el 5 de mayo, donde se incorporó a la escuadra del Pacífico. Al ser conocida en la península la feliz llegada, se promovió a Méndez Núñez al grado de brigadier y como no, a su segundo Antequera a capitán de navío, pasando a tomar el mando de la fragata un tiempo después, siendo ambos en el año.

Comenzó la campaña realizando la inspección de toda ensenada, abra o lugar donde se pudieran esconder los buques enemigos, así el 2 de marzo de 1866 se encontraba en el Puerto Oscuro la Numancia acompañada de la fragata Blanca, recibiendo ambas un muy nutrido fuego de fusilería, al que respondieron pero al mismo tiempo levando anclas y saliendo, pues los buques buscaban a los enemigos, no a las tropas del ejército. El 9 siguiente la Blanca apresó en la bahía de Aranco al vapor Paquete de Mauley, transportando a ciento veintiséis hombres de tropas y marinería chilenas, más pertrechos de guerra y carbón.

En el apresamiento de este mercante ocurrió una anécdota: al ordenarle parar lo hizo sin problemas, fue abordado para su inspección por marinos y tropas españolas, ante ellos el panorama era en apariencia de unos civiles vestidos de una forma muy clásica británica, pero con tal pulcritud que le llamó la atención a un oficial, quien ni corto ni perezoso gritó: «¡De dos en fondo y alineación por la derecha!» orden que los civiles cumplieron a rajatabla, quedando demostrado que ni era británicos (entendían español) ni eran civiles. Así cayó en poder de los españoles. Una más de las muchas paradojas de esta guerra. Y la muestra de lo que vale la experiencia de un oficial.

El 31 de abril del mismo año por orden del Gobierno, la escuadra bombardeó la ciudad de Valparaíso, después de dar un plazo de cuatro días para desalojar la población por iniciativa de don Casto. De esta acción hay una carta del Mayor General de la Escuadra, don Miguel Lobo, a su esposa Elena, siendo muy reveladora del ambiente creado entre los mandos de la escuadra, le dice: «2-IV-66, Fragata blindada Numancia, Valparaíso (…) Te aseguro que he pasado un rato desagradabilísimo por ser cosa en extremo bárbara y bien en contra de mis ideas (el bombardeo). Yo me alegraré no volver a presenciar semejante acto; y siento en el alma que los cañones hayan resonado para verificarlo. Méndez Núñez y todos han sufrido bastante en aquellos momentos (…) Era una vista terrible»

Por ello Méndez Núñez en desacuerdo con la orden del Gobierno, tomó la decisión de bombardear el Callao y en fecha tan memorable para toda España como el 2 de mayo. El 1 de mayo se presentó a Méndez Núñez, el alférez de navío don Pedro Álvarez de Toledo, con pliegos en los cuales se le ordenaba regresar a España; consciente de que el honor nacional y de las armas españolas necesitaban enfrentarse a una plaza fuerte como era la del Callao, pues se había castigado a la indefensa Valparaíso, una vez leídos se los devolvió diciéndole: «Convengamos que hasta el día tres de mayo no ha llegado usted al Pacífico; entonces me entregará usted esas instrucciones.»

La escuadra arribó al Callao y como estaba previsto por su jefe, se efectuó el bombardeo de la plaza más protegida de todo el planeta, pues contaba con 94 cañones de ellos habían cinco de á 500 libras Blackely y cuatro Armstrong de á 300 libras, (los más grandes de ese momento) al dejar de disparar la escuadra solo hacían fuego cuatro de los cañones peruanos y de pequeño calibre.

En la acción Méndez Núñez cayó herido y lo recogió del puente el comandante Antequera, siendo trasladado a la enfermería por varios oficiales y marineros acompañados del Mayor General don Miguel Lobo, don Casto le dijo: «Continuar la acción y se pusiese de acuerdo con el comandante de la Numancia sin dar parte a los demás buques.»

Al terminar el bombardeo y contentos todos por lo obtenido, don Miguel Lobo dividió en dos a la escuadra para regresar a la península, haciéndolo la Numancia y la Berenguela por el Pacífico con rumbo a las Filipinas, de aquí al Estrecho de Sonda, para doblar el cabo de Buena Esperanza, volver a cruzar el Atlántico y arribar a Río de Janeiro, donde se reunió con las compañeras de la escuadra que habían doblado el cabo de Hornos, convirtiéndose de esta forma en el primer buque acorazado, no sólo en demostrar que sí podían navegar los nuevos acorazados por los cinco mares, sino que se podía completar una vuelta al planeta, a partir de entonces el buque siempre llevó una placa con la inscripción: «In loricata navis, quoe primo terram circuivit» Añadiéndose a la hoja de servicios de don Juan Bautista Antequera su buen saber bien aplicado a la náutica.

Por esta proeza que dejaba muy alto el pabellón de España, se le ascendió al grado de brigadier el 20 de junio de 1866.

En 1868 se produce la expulsión de la reina doña Isabel II, pero Antequera no movió un dedo en ningún sentido, quedando a la espera de acontecimientos. A finales del mismo año se le nombra Comandante en Jefe de las fuerzas Navales del Mediterráneo. Al tomar el mando la escuadra estaba en muy malas condiciones, pues la marinería y suboficiales estaban por la Revolución, encontrándose en muy alto grado de indisciplina, pero decidido a terminar con aquello a principios de 1869 aprovechó un “aviso” y pistola en mano, junto a otros oficiales y algunos hombres de confianza, descubrió el lugar de encuentro de los principales amotinados a los que sorprendió y así sin armar ruido, ni derramar una gota de sangre los encarceló a todos, teniendo lugar el acto en la fragata acorazada Zaragoza, donde se encontraban los cabecillas de la Villa de Bilbao.

Al mismo tiempo, ordenó realizar prácticas primero en el puerto y después siguieron las salidas al mar, con ello a falta de cabecillas consiguió en poco tiempo poner en orden la escuadra. Esto se le comunicó solo a don Juan Bautista Topete, ministro de Marina en ese instante, quien lo felicitó pero sin papeles oficiales, por temor a ser conocido el grave incidente y se propalara, convirtiéndose así en un arma de doble filo, dado que la reacción a sobrevenir podría ser peor que hacerlo público, pues lo sucedido podía ir de un buque a otro produciendo la sublevación en cadena del resto de la Flota. [2] Pero a cambió el Ministro lo ascendió al grado de contralmirante en septiembre seguido. Con el ascenso se le nombró Vicepresidente del Almirantazgo, por ello tuvo que desplazarse a Madrid, donde además en dos ocasiones sustituyó temporalmente al Ministro; ocupando el alto destino hasta el mes de marzo de 1871, por ser nombrado Comandante General del Departamento de Cartagena, pero por haber sido elegido por la jurisdicción de Santa Cruz de Tenerife para el puesto de Senador, no pudo hacerse cargo de la Comandancia del Departamento por incompatibilidad Constitucional.

Pero como todo, sí dejó su escaño en el Senado para hacerse cargo de la Comandancia General del Apostadero de Filipinas, (o sea a conveniencia de los de siempre, sin mirar si el hombre es algo más importante que el cargo) zarpó de transporte y arribó a Manila en abril de 1873, donde dejó una buena huella de su pasó por aquellas tierras y mares, permaneciendo en ellos hasta 1875.

De nuevo en la península se dedica a ocupar su escaño en el Senado, hasta el 1 de abril de 1877, por ser nombrado Ministro de Marina, pero perfecto conocedor del estado de la Armada, comienza a realizar un plan de escuadra, pues las nuevas tecnologías avanzaban por días, los buques existentes eran viejos y era necesario una seria reestructuración de la Flota y la Corporación, al mismo tiempo que dotarla de medios exigidos por los tiempos del momento, no dejando de explicar tanto en el Senado como al mismo Rey que, de no actuarse rápido la Armada en pocos años quedaría totalmente obsoleta; no pudo conseguir nada, pero sí dejó la simiente para que algo creciera, pues abandonó el Ministerio el 24 de septiembre de 1878.

Pasó a ocupar diversos puestos en la administración central, así como haciendo siempre que podía hincapié desde su sillón en el Senado, de plantear las nuevas construcciones navales que nos iban a hacer mucha falta.

De nuevo el 18 de enero de 1884 se le entrega la cartera del Ministerio de Marina, comenzando por rodearse de marinos jóvenes e inquietos, aplicando parte de sus ideas en breve plazo comenzó una nueva organización, por ejemplo dar a conocer a la Corporación de puertas a fuera, con la publicación de la Revista General de Marina; una Colección legislativa; el Código de Señales de la Armada y de la marina mercante; una serie completa de Reglamentos para la Armada; la creación de un sistema de Semáforos para seguridad de la navegación y consiguiendo los fondos para la construcción del acorazado Pelayo, que por no seguir el programa trazado por él sus sucesores, se quedó con el sobrenombre del ‹Rey Solitario›, permaneció en el Ministerio hasta el 13 de julio de 1885.

Al abandonar el Ministerio como muestra de agradecimiento del Rey le ascendió al grado de vicealmirante pero con fecha 19 de julio de 1884, por no aceptarlo al ser Ministro.

Al año siguiente se disparan las relaciones entre la recién nacida Alemania y España por la posesión de las islas Carolinas. El Gobierno decide poner al mando de la escuadra a Antequera, siendo nombrado por Real orden del 5 de septiembre, saliendo de Valencia el 7 de transporte en el cañonero Paz, llegando a Mahón al día siguiente enarbolando su insignia en la fragata acorazada Vitoria, pero de nuevo la encuentra relajada de disciplina y pronto la recupera, al darles trabajo y menos tiempo para pensar, cuando ya estaba preparada y a punto de zarpar, surgió la decisión del Canciller Bismarck de nombrar mediador al Papa León XIII, éste reunió a las partes y ambos países llegaron a un acuerdo diplomático, por ello la escuadra no llegó a salir de puerto.

Al quedarse parada la escuadra renunció a su cargo, siéndole aceptado, regresando a Madrid, donde al poco de llegar se le nombró Presidente del Centro Técnico y Facultativo de la Armada, estando en este cargó comenzaron a darle unos achaques, encontrando algún alivio a ellos en el balneario de Alhama de Murcia, donde acudía cada poco tiempo, donde el 16 de mayo de 1890 le sobrevino el fallecimiento, se le traslado a la ciudad de Cartagena donde se le dio cristiana sepultura.

Mausoleo en el Panteón de Marinos Ilustres de don Juan Bautista Antequera y Bobadilla. Vicealmirante de la Real Armada Española. Cruz de la Real y Militar Orden de San Fernando de 1ª clase. 28 de junio de 1844. Gran Cruz de la Real y Muy Distinguida Orden Española de Carlos III. Ministro de Marina en 1876 y 1884. Creador de la Revista General de Marina. Senador del Reino.
Mausoleo de don Juan Bautista Antequera y Bobadilla.
Cortesía del Museo Naval. Madrid.

Por Real orden del 21 de mayo siguiente, se ordena que sus restos sean trasladados al Panteón de Marinos Ilustres, por causas lógicas sanitarias no se le pudo trasladar hasta el 4 de septiembre de 1922, siendo trasladados sus resto a bordo del cañonero Álvaro de Bazán.

Entre otras condecoraciones estaba en posesión de: Cruz de la Real y Militar Orden de San Fernando de primera Clase; Gran Cruz de la Real y Muy Distinguida Orden Española de Carlos III; Placa y la Gran Cruz de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo; Placa de la Gran Cruz de la Real Orden Americana de Isabel la Católica; Gran Cruz blanca del Mérito Naval; Medalla de la Campaña de África; Medalla del Combate del Callao; Medalla de Circunnavegación de la fragata Numancia y Encomienda de la Orden de Francisco I, Italiana.

A partir de esta fecha se encargó por medio del Ministerio de Marina al escultor valenciano don Gabriel Borrás, para realizar el mausoleo, el cual tardó un tiempo en ser colocado, en la primera capilla del Este o izquierda.

En la base de su frontispicio se puede leer:

La

Marina

Al

Almirante Antequera

propulsor de su técnica

bienhechor de su orgánica.

Notas

  1. En 1824 se refundieron las tres compañías de Guardiamarinas en un Colegio, el cual debía de establecerse en la población de Puerto Real, pero se decidió trasladarlo a La Carraca, a pesar de ser un establecimiento de la Armada no se pudo poner en marcha. En 1828 se suprimió el Colegio y se dio libertad de enseñanza aplicando la Constitución de 1812, por ello ya no era necesario ser hijodalgo ni pasar las pruebas de limpieza de sangre, al estar preparado se pasaba un examen presidido por una Junta de Jefes de la Armada, quienes al dar el Vº Bº se producía el ingreso en la Corporación. No era fácil superarlo, porque en los exámenes las exigencias eran las justas y conformes a los requerimientos de la profesión, fue una época muy dura pues ante la libertad de estudio los jueces de las pruebas eran implacables en su aplicación, no perdonando ningún error por nimio que fuera. Pasando de esta forma veintiún años en los cuales no hubo academia, ni colegio, ni compañía de guardiamarinas, siendo libre la preparación de todos los aspirantes, viviendo en «casas de confianza» e ingresando al aprobar el examen de la Junta de Jefes, hasta llegar a 1845 cuando por fin se abrió la Escuela Naval Militar en San Carlos. Por esta razón no hay expedientes de estos años.
  2. Tan en secreto se llevó el asunto que solo después de fallecido don Juan Bautista Antequera y pasados varios años, se le hizo entrega en su nombre a su hijo, del título de Conde de Santa Pola.


Bibliografía:

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Bordejé y Morencos, F. Fernando de.: Crónica de la Marina Española en el siglo XIX, 1868-1898 (Tomo II) Editorial Naval. Madrid, 1995.

Ceballos-Escalera y Gila, Alfonso de. Vizconde de Ayala, Ceballos-Escalera y Gila, Luis de, y Madueño y Galán, José María.: Los Marinos en la Orden de San Fernando. Ministerio de Defensa. Madrid, 2011.

Cervera Pery, José.: El Panteón de Marinos Ilustres, trayectoria histórica, reseña biográfica. Ministerio de Defensa. Madrid. 2004.

Cervera y Jácome, Juan.: El Panteón de Marinos Ilustres. Ministerio de Marina. Madrid. 1926.

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Estado General de la Armada para el año 1869.

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Guardia, Ricardo de la.: Notas para un Cronicón de la Marina Militar de España. Anales de trece siglos de historia de la marina. El Correo Gallego. 1914.

Estado General de la Armada para el año de 1886.

Iriondo, Eduardo.: Impresiones del Viaje de Circunnavegación en la fragata blindada Numancia. Madrid, 1868.

Lledó Calabuig, José.: Buques de vapor de la Armada española. Del vapor de ruedas a la fragata acorazada, 1834-1885. Aqualarga Editores. Madrid, 1997.

Rolandi Sánchez-Solís, Manuel.: El intento de sublevación republicana en el arsenal de Cartagena de noviembre de 1885. Revista de Historia Naval. Año 2003, nº 81, página 21.

Santa Pola, Conde de.: La Vuelta al Mundo en la Numancia y el Ataque del Callao—Apuntes para una biografía del Almirante Antequera. Editorial Naval. Madrid, 1993. 2ª Edición.

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