Alas y de Leon, Esteban de las Biografia

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Esteban de las Alas y de León Biografía

Capitán General de la Flota de Tierra Firme.

Orígenes

Vino al mundo en Avilés en fecha desconocida, perteneciendo sus padres a un viejo linaje de la villa, siendo don Rodrigo de las Alas (el Viejo) y María de León.

Hoja de Servicios

Recibió una esmerada educación como correspondía a su alcurnia, es de suponer que pasados unos pocos años embarcara, comenzado a costumbre de la época como grumete, en la que fue ascendiendo hasta comenzar a saber de él en 1561, por haber realizado varios viajes al nuevo mundo. En 1563 se le nombró general de la Flota de la Nueva España, encargada de transportar azogues y regresar con caudales, frutos y especias de aquellas tierras.

En 1565 se encontraba don Pedro Menéndez de Avilés como consejero de don Felipe II, despachando infinidad de documentos, leyéndolos y analizando a su parecer lo conveniente o no para cada caso, le cayó en las manos uno que era la petición de formar una escuadra, para colonizar La Florida. Él era conocedor de que su hijo Juan, estaba en aquellas tierras y llevaba mucho tiempo sin tener noticias suyas, por ello inmediatamente le rogó al Rey le diera licencia para embarcarse en ella.

Don Felipe siempre tan generosos los Austrias, le dio el permiso de formar la expedición, pero con la condición de que la Corona solo aportaría un buque, el resto sería todo de su cuenta y riesgo. A pesar de ello aceptó sin dudarlo un instante.

Se puso en camino a las costas del Cantábrico y comenzó a pedir la construcción de unas naos, en los puertos Gijón, Avilés y Santander, al mismo tiempo que él se dedicaba a buscar tripulaciones, para dotarlas convenientemente con hombres duros y sin temores, propios de aquellas costas.

En Avilés contactó con don Esteban, quien se ofreció a ayudarle, por ello lo nombró su general y encargado de reunir al menos tres velas con sus hombres correspondientes, para ello las Alas vendió parte de su hacienda reuniendo seis mil ducados, con los que aprontó las naves demandas por don Pedro.

Como era de orden la escuadra debía zarpar de Cádiz, así el 28 de junio de 1565 don Pedro sin haber llegado las del Cantábrico se hizo a la vela con rumbo a las islas Afortunadas, al arribar se encontró con las de las Alas, quien les estaba esperando desde el día anterior.

Eran tres robustas naves cantábricas y a su bordo, bien pertrechadas y con artillería para sitio y guarda de fortalezas, más a su mando los principales caballeros de Galicia, Asturias y Vizcaya, con doscientos cincuenta y siete marineros y mil quinientas personas, de casi todos los oficios existentes y sobre todo labradores, muchas de las cuales habían viajado por sus medios hasta las islas, para incorporarse a la expedición.

Zarpó de las islas Afortunadas y tan solo con dos días de navegación, se sufrió un fuerte temporal obligando a dos carabelas por su poco calado y al hacer mucha agua, virar 16 cuadras y regresar a las islas; al mismo tiempo quedó prácticamente dividida la expedición, quedando solo unidos o a la vista cinco de los buques al mando de Las Alas.

Habiendo pasado algo más de la mitad del Atlántico volvió a levantarse otro temporal, el cual dislocó las embarcaciones, por ello don Pedro como pudo se mantuvo a rumbo de arribar a La Florida, mientras las Alas lo hizo sobre la isla de Cuba, unido a la escuadra del sobrino de don Pedro, encontrándose sobre la isla de Puerto Rico volvió a levantarse otro temporal, dividiendo a su vez la escuadra arribando al puerto de la Habana, fondeando con dos velas y doscientos hombres.

En esos momentos don Pedro había arribado un par de días antes al mismo puerto, para poner en conocimiento del gobernador su grave situación, pues nada crecía en La Florida para dar de comer a sus hombres, llevándose una gran alegría al verse de nuevo, los bajeles fueron reparados inmediatamente con otros comprados en el puerto, al estar listos zarparon con las vituallas con rumbo a La Florida.

Navegaban bojeando para ir reconociendo la costa, pues muchos buques se habían perdido en ellas y se decía había un jefe indio que llevaba veinte años haciéndolos prisioneros y sacrificando a alguno todos los años para sus dioses, que eran demonios para los cristianos. Así dieron con él y después de muchas entregas de abalorios, espejos y telas nunca vistas por ellos, consiguió dejaran en libertad a varios de ellos, entre los que se encontraban muchas mujeres, dándose el caso, de que algunas de ellas por no abandonar a sus hijos tenidos con los indios no quisieron embarcar y se escondieron en la selva.

El cacique principal, le dió incluso barras de plata como muestra de su amistad, le entregó a su hermana para que fuera educada en la religión católica y que cuando regresará, si le convencía él sería el primero en convertirse también siguiéndole todos los suyos, pues estaba ya convencido que era mejor ser católico que no indio. Así embarcaron en la nao de don Esteban de las Alas para ser transportada a la Habana y entregadas al tesorero a las órdenes de don Pedro, don Juan de Ynistrosa, para que fueran educadas en la religión cristiana y cuando estuvieran preparadas fuera bautizada, él regresaría en cuatro o cinco meses y los devolvería a su cacique.

Por ello regresa a la Habana con su escuadra de cinco buques, al arribar entregó a la hermana del cacique y cargó sus buques con más víveres, zarpando de nuevo con rumbo a la población de San Agustín fundada por don Pedro. Al regresar don Pedro le nombró su lugarteniente de toda la zona ocupada entre otros por el cacique Saturiba, por estar obligado dadas las penurias a regresar a la Península para hablar con el Rey, pues estaba en la ruina total, estableciéndose en la fortaleza de San Felipe, con ciento diez hombres y seis cañones. La falta de paga y alimentos ocasionó varios y graves inconvenientes, pues los hubo que se pasaban a las zonas de los indios amistosos donde al menos comían, pero otros se revelaba con las armas en la mano, sufriendo el ataque de varios de ellos a lo que se unieron el resto, de forma que fueron aprehendidos y encerrados, embarcando los amotinados con rumbo a la Habana, al poderse deshacer la ligazón se apercibió de que tan solo unos veinticinco hombres estaban con él.

El fuerte fue reforzado con algunos soldados, pero de nuevo la falta de alimentos produjo una nueva rebelión, esta vez quisieron asesinar a don Esteban, antes de que sucediera uno de sus hombres le informó de las intenciones, apresó a los cinco principales y mandó ahorcarlos, esto como era de esperar calmó los ánimos. Enterado un tal Domingo Gourgues jefe de los luteranos en Francia de la ausencia de don Pedro quiso tomar venganza, contrató tres buques con ochenta marineros y doscientos soldados, atravesando el océano se presentó en el fuerte de San Mateo, a pesar de la desesperada resistencia de los españoles, eran tantos que no pudieron pararlos, así tomaron el fuerte, del cual solo se salvaron unos pocos entre ellos su Gobernador el capitán don Gonzalo de Villarroel, su venganza fue en toda regla, ya que no dejaron nada por robar o destruir, así como ahorcar a todos los españoles, aunque solo les quedara un último aliento. Lógicamente se llevaron la artillería, con toda su munición, los víveres, así como la pólvora.

Pero el valiente de Gourgues, temiendo la reacción de los españoles del fuerte de San Agustín, ordenó embarcar en sus dos bajeles que le quedaban, y dejándose arrastrar por la corriente, consiguió llegar al mar libre. Arribaron los luteranos a la Rochele, de esta población pasaron a Burdeos con la artillería que habían cogido del fuerte. Pero en la Corte no se les dio ningún recibimiento y quedó el Gourgues muy desilusionado, no quedó aquí el asunto, pues enterado el embajador de España en la Corte de Francia, demandó justicia, por ello el Rey francés ordeno se le buscara para ser juzgado y solo se libro de ello, por que el resto de su vida anduvo por todo el país protegido por los suyos.

Regresó don Pedro al recibir el nombramiento Real de Gobernador de Cuba y todos sus territorios anejos, se le entregaron doscientos mil ducados y la orden de desplazarse a Sanlúcar de Barrameda, donde le esperaba una nueva escuadra para conducirla a la isla y en ella iban diez nuevos misioneros, nombrados por el Santo duque Don Francisco de Borja.

El buen tiempo les permitió hacer un agradable viaje, arribando a la Habana donde comenzó a trabajar, al tener los asuntos un poco claros quiso viajar a La Florida y con ello apreció de primera mano el destrozo causado por el luterano, pero no se cerraba aquí el problema, pues los españoles andaban casi vestidos como los mismos indios, padeciendo mucha hambre, con cierto desorden y lo peor las tribus en estado de guerra. Peor panorama imposible.

Ordenó atender las necesidades de todos ellos y para ello viajaron a la Habana varios buques, al poco regresaron con todo tipo de socorros para retornar a la normalidad, pero lo peor seguían siendo las muestras hostiles de las tribus. Para ello ordenó a don Esteban de las Alas que con doscientas setenta y tres personas se dirigiera al lugar, distribuyéndolas a casi doscientas en el fuerte de San Felipe y las demás en el de San Agustín. A estos acompañaron varios religiosos, con ellos a su encargado Padre Rogel, quien ya era conocido por los indígenas, con la intención de intentar de nuevo ganárselos poco a poco.

Por orden de don Pedro el 13 de agosto de 1570 zarpa De las Alas de Santa Elena con ciento veinte hombres en el navío Espíritu Santo, arribando a Cádiz el 22 de octubre. Los jueces y oficiales de la Casa de Contratación de Sevilla instruyeron diligencias para averiguar las causas de tal viaje, absolviendo de toda responsabilidad al asturiano al ser expuestas, pues solo cumplía órdenes del gobernador de Cuba.

Al llegar se le dio un permiso que disfrutó en su casa hasta recibir la Real cédula de 1572, siendo nombrado general de la Flota de Tierra Firme, realizando el consabido viaje a Cartagena de Indias, la Guaira y Portobelo desembarcando el azogues y embarcando los caudales, mientras con los buques de la escolta limpio de piratas aquellas costas.

A su regreso, encontrándose sobre la isla Margarita divisaron dos velas, como capitán de la Flota iba en vanguardia, dio instrucciones para dar caza a los piratas, al darles alcance comenzó el fuego, esto frenó a los enemigos, dando tiempo a que se incorporaran los buques de la escolta al enfrentamiento, ante la superioridad de los españoles fueron capturados, arribando a la bahía de Cádiz sin más contratiempos.

Permaneció dos años más al mando de la Flota de Tierra Firme, desembarcando por ser nombrado factor de la propia Flota, falleciendo en la zona de Veragua (costa de los mosquitos) en la villa de Nombre de Dios en 1577.

Bibliografía:

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Enciclopedia Universal Ilustrada Europeo Americana. Espasa-Calpe. Completa 116 tomos.

Faya Díaz, Mª Ángeles y Martínez-Radío, Evaristo. Coordinadores.: Nobleza y Ejército en la Asturias de la Edad Moderna. Krk Ediciones. Oviedo, 2008.

Fernández de Navarrete, Martín.: Biblioteca Marítima Española. Obra póstuma. Imprenta de la Viuda de Calero. Madrid, 1851.

Fernández Duro, Cesáreo.: La Armada Española desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón. Est. Tipográfico «Sucesores de Rivadeneyra» 9 tomos. Madrid, 1895—1903.

Menéndez de Avilés, Pedro.: La Florida. Transcrita al castellano actual, por don Eugenio Ruidiaz y Caravia. Madrid, 1893. Premio de la Real Academia de la Historia.

Ribault, Capitán.: Decouverte de la Terra Florida. 1563. Traducida al español por primera vez en 1992.

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