Oran conquista 16-23/V/1509

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1509 La conquista de Orán V / 16 á 23



Esta extraordinaria conquista, no fue más que la continuación de la política de los Reyes Católicos, pues aunque ya fallecida doña Isabel, constaba en su testamento como ineludible, conseguir tal hazaña, pues significaba alejar de una vez por todas, el constante peligro de tener a los musulmanes a pocas millas de la Península.

En el campo militar, significaba uno de los primeros desembarcos de la Historia Naval, que se realizó con el apoyo de la artillería de los buques, dejando despejado el terreno para ulteriores conquistas en esa zona, alejando por fin y de manera rotunda el constante peligro, que se cernía sobre el estrecho, con un enemigo tan tenaz como persistente, en intentar una y otra vez, el prestar socorros a cuantas revoluciones se producían en la Península.

Ya que todo el Sur de la península quedaba al alcance de ellos, hasta el cabo de Gata y por la parte del norte de África, precisamente el lugar a conquistar, que no era otro que las plazas de Mazalquivir y Orán, lo que haría, que si se conseguía, el hacer desaparecer durante muchos años a la piratería que en estas dos plazas tenía sus bases, lo que traería tranquilidad a la Península.

Aunque la intención como queda dicho venía de lejos, la ocasión propicia se presentó en 1508, cuando el Sultán de Fez se puso en comunicación con el rey don Fernando, ya que el Sultán se encontraba en guerra contra sus dos hermanos, demandándole conquistara la plaza de Orán; para que viera el Rey que su petición era de su conformidad, le envió a su hijo como rehén, confirmando así que la petición era urgente y fiel.

Pero justo en ese momento, la corona no estaba con posibilidades económicas para llevar a cabo tal expedición, por lo que don Fernando recurrió al cardenal Francisco Jiménez de Cisneros, que era el regente de Castilla, al fallecimiento de la reina Isabel, cargo que compartía con don Fernando, por lo que Cisneros, ordenó el establecimiento de una escuadra en el puerto de Málaga.

Pero los problemas no dejaron de acudir, ya que el Rey no estaba muy conforme en que se realizará, pues aducía la falta de poder pecuniario de la monarquía, pero Cisneros como cardenal de Toledo, lo era de España y le planteó el poner todos sus vienes de su archidiócesis, al servicio de tal empresa, lo que terminó por convencer a Monarca.

Lo que no sabemos, es si fue una argucia de las muchas de don Fernando, para sustraerse a sacar el dinero y que la iglesia también aportara algo a su libertad, y como era conocedor de que Cisneros, era un hombre muy temperamental y que seguiría a toda costa el testamento de doña Isabel, nada le pararía hasta conseguir lo por ella pedido.

Por ello se llegó a la firma de la concertación, el día veintinueve de diciembre del año de 1508, en las que figuraba, que el Cardenal recibiría el diezmo de lo que se pudiera realizar como botín y que el resto de lo aportado, la corona se lo iría pagando con las rentas percibidas de los castellanos, hasta pagar el último maravedí de la contraída deuda, a la archidiócesis de Toledo.

Pero el Cardenal, quedaba como responsable del pago de todo, desde los fletes de los buques, hasta el de la soldada, pasando por todo lo necesario para las provisiones de boca y guerra, de toda la expedición.

En este mismo documento, ya se confirma en el cargo de jefe del ejército al conde don Pedro Navarro, pero bajo el mando del propio cardenal Jiménez de Cisneros, que viajaría en la expedición.

Se añadió, el que don Fernando, no era hombre fácil de manejar, pero el sagaz Cardenal, aún lo era menos, por lo que se entabló una lucha de poderes, en cuanto al nombramiento de las jerarquías de la empresa, por lo que el Rey nombró como jefe absoluto de ella al conde de Olivetto, que a su vez no fue muy bien recibida por los altos mandos de la aristocracia, ya que incluso se llegó a decir, que mientras el Gran Capitán se encontraba retirado rezando rosarios, se ponía como jefe a un religioso, como si en el reino, no hubieran suficientes caudillos de relevante nombre, para hacerse cargo de la empresa.

Esto se extendió al nombramiento de los distintos jefes, después de varios días y largas horas de ellos, se convino en que los jefes serian; don Diego de Vera, como jefe de la artillería; el conde de Altamira, don Rodrigo de Moscoso, como jefe de la infantería, que era secundado por don López de Orozco y don Pedro de Arias; el sobrino del Cardenal don García de Villarroel, como jefe de la caballería, nombramiento que era el más duro de admitir por el resto: don Gonzalo de Ayora, como el táctico (título de Jefe del Estado Mayor actual) y por último se añadía a don Jerónimo Vianelli, hombre, que como comerciante había visitado todas estas poblaciones y se consideró de gran importancia.

Y efectivamente la tenía, pues es quizás en los anales de la Historia Militar, la primera vez que por sus indicaciones, se realizó un maqueta, en la que quedó muy claro todas las posiciones enemigas, así como las empinadas cuestas y por donde se podía mejor ascender, como el laberinto de callejuelas de la ciudad, la altura de las fortaleza y sus puntos más fuertes y débiles, todo ello llevó a los mandos españoles, a desarrollar el como, por donde y a donde, para sí facilitar la conquista de la plaza.

La empresa, tenía visos de poder ser realizada, pues a pesar de ser una plaza muy fuerte en su época, se contaba con la reciente conquista de la cercana población de Mazalquivir, lo que facilitaría muy mucho el realizar el desembarco y poder conquistar la plaza de Orán.

Se fueron dando las órdenes, para que tanto los materiales como los hombres se fueran concentrando en la plaza de Cartagena, con la intención de que a primeros del mes de mayo del año de 1509, se pudiera ya embarcar.

Pero al ir enterándose las tropas de que se tenía que cobrar los tres meses de su concentración por anticipado, y esto no se había hecho, comenzaron a surgir descontentos, que animados por algunos jefes, casi se convierte en una revuelta, a parte de que se seguía con el pensamiento por parte de algunos, de que don Gonzalo Fernández de Córdoba se pusiera al frente de la expedición, lo que aún levantaba más los ánimos en contra del Cardenal y del Conde.

Éste, no se ando con contemplaciones, pues en cuanto alguien levantaba la voz en su contra, mandaba el colgar o asaetear, al que se había atrevido a realizar aquel grito en su contra.

Viendo esto, algunos jefes, intentaron el acallar las voces y lo consiguieron, incluso hablando con todos y cada uno de lo que protestaban, pero hubieron otras unidades, que no se avenían a palabras.

Esto llevó al Cardenal a utilizar la astucia, pues mando cargar en unos carros las bolsas con las monedas de cobro de cada buques, y haciéndolas desfilar por entre la tropa, diciéndoles al mismo tiempo, que si embarcaban y no habían más alborotos, se les pagaría a bordo de cada bajel; lo que se tradujo, en carreras y prisas por hallarse a bordo, consiguiendo en muy poco tiempo el que todos estuvieran en sus lugares.

La escuadra concentrada en Cartagena estaba compuesta; por diez galeras y ochenta naves de transporte, algunas de ellas con artillería; en las que iban ocho mil escopeteros; dos mil jinetes; doscientos mosqueteros a caballo y diez mil piqueros o picas; más como escolta del Cardenal, don Francisco Álvarez de Toledo, maestresala del cabildo de Toledo, con ochenta hombres todos familiares de él y don Carlos Mendoza, abad de Santa Leocadia, con una bandera de campesinos de su comarca.

A pesar de las premuras en abordar las naves, el tiempo impidió el hacerse a la mar durante tres días, por lo que no sucedió hasta el día dieciséis de mayo, cuando lograron salir del puerto.

Por lo que con viento favorable, se consiguió alcanzar Mazalquivir el jueves diecisiete de mayo, por lo que solo les quedaba el recorrer las tres leguas de distancia, entre ésta y Orán.

Al ser vistas las velas desde tierra, comenzaron a verse hogueras, que anunciaban la presencia de ellos y de que el alcaide de los Donceles, que a su vez era el gobernador de Mazalquivir, se preparó para facilitar el desembarco de las tropas.

Conforme iban entrando en la plaza, se iba desembarcando a las tropas, lo que duró hasta la mañana del día siguiente, pero aquí saltó la chispa, pues fueron haciéndolo los infantes, mientras que la caballería al mando del sobrino del Cardenal, no se le dejaba desembarcar, por que los jefes consideraban que eran innecesarios, todo esto a sabiendas, de que lo quebrado del terreno y que una vez traspasada la sierra, que separa a una población de la otra con una extensa llanura por delante, eran no necesarios, sino casi imposible de cruzarla sin el apoyo de la caballería.

Aún así los jefes comenzaron esa misma tarde el ataque, que el Cardenal había querido mandar en persona, pero el Conde se le interpuso para negárselo, por lo que Cisneros se dirigió a la ermita de San Miguel de la población de Mazalquivir y se postró allí orando.

Solo dejó de hacerlo el tiempo que le llevó bajar a la playa y dar la orden de desembarcar a la caballería, a la que el Conde se había negado, que como es de suponer y conociendo el terreno, era más por desaire al Cardenal, que por verdadera razón de táctica.

La sierra estaba protegida por tiradores de las cabilas, que eran afines a los hermanos del Sultán de Fez, lo que se unía a la dificultad del paso y lo dura de la pendiente, el estar recibiendo fuego del enemigo, que a su vez y conocedor del terreno, se mantenía fuera de la vista hasta el momento oportuno de efectuar el disparo, a parte de dominar un fuerte repecho, en el que había un manantial, que era la fuente a proteger por los enemigos, ya que si lo perdían el abastecimiento de este necesario líquido quedaba cortado.

Todo esto, llegó a producir en los soldados un cierto pesimismo, a pesar de que las bajas, no eran importantes por el impreciso fuego enemigo, pero surgió la anécdota, que aun pareciendo vana resucitó los ánimos, pues de pronto entre los que iban en vanguardia y al estruendo de los arcabuces, salió corriendo un jabalí, por lo que algún español, se le ocurrió el decir «Ahí va Mahoma», por lo que fue perseguido y muerto, esto produjo un aumento considerable de la moral, lo que a su vez consiguió que los españoles, comenzaran a ascender más rápido y conforme se acercaban a la cumbre, aumentaba la velocidad, lo que los llevo al final a conquistar la cima y dejarla libre de enemigo.

A su vez, fueron también desalojados los enemigos del repecho que contenía el manantial, lo que trajo consigo dos consecuencias vitales, la primera el saciar la sed de la tropa, que por el combate y el continuado ascenso, estaba casi agotada, pero por estar casi en la cumbre, resultaba un posición ideal para colocar allí la artillería y con el esfuerzo de todos, se consiguió el subirla a este lugar, desde donde con sus fuegos puso en fuga a los enemigos.

Una acción, produjo al principio del combate, tuvo la reacción de bajar la moral de los españoles, pero luego, dio la casualidad de que la produjo en el campo contrario, este hecho fue, que el capitán don Luis Contreras cayera herido en los primeros cruces de fuego, un enemigo le cortó la cabeza, que es cuando se produce la bajada de moral entre los españoles.

El ufano decapitador, a costumbre de la época, la ensartó en una lanza, siendo uno de los primeros en alcanzar la población de Orán, en la que entró como gran triunfador, por ser la cabeza del Cardenal, lo que produjo gran alegría entre los suyos, pero unos renegados españoles que en ella habitaban, dijeron que no era la del Cardenal aunque la desconocían, pero que el tuerto que estaba en la punta de la lanza, era seguro que pertenecía al capitán Contreras.

Por lo que al decir esto, se trocó la alegría por temor, al tomarlo por un mal augurio, pues además los musulmanes, se les veía bajar corriendo perseguidos por los españoles, traduciéndose todo en una total desmoralización.

Al ver está huida del enemigo, el Conde, pasó a consultar al Cardenal si se proseguía en la persecución o se paraban y descansaban, a lo que el Cisneros se negó en redondo, ya que había que aprovechar la desarticulación del enemigo, para mejor conseguir la victoria.

Se siguieron las órdenes del Cardenal y en la persecución, se iban haciendo prisioneros, que además los suyos y por la proximidad de los españoles, cerraron las puertas de la muralla y no les dejaron entrar, ante esta situación y llegados los españoles al pie de la muralla, a gritos les dijeron, que sino abrían las puertas, pasarían a cuchillo a todos los prisioneros, lo que comenzaron a hacer.

A su vez la escuadra española, se había dirigido ante las murallas de la plaza de Orán, donde se situaron y comenzaron a bombardearla, viendo que no había oposición, se decidió el realizar un nuevo desembarco de tropas, que consiguió el unirse a los que habían bajado de la sierra, por lo que ante las murallas, estaba toda la fuerza expedicionaria.

Por declaraciones posteriores del mismo Cisneros, se sabe que la plaza estaba protegida con sesenta piezas de artillería, lo que hace incompresible como no intentaron impedir el nuevo desembarco, lo que hay que atribuirlo a la total desmoralización del enemigo.

Como se seguía sin recibir fuego enemigo, se propuso asaltar la muralla, por lo que para ello, fueron los marineros los que lo hicieron en primer lugar, ya que se utilizó un sistema totalmente nuevo, que consistía en amarrar cabeza con pie de una pica sobre la otra, consiguiendo así un largo palo, por el que los marineros más acostumbrados a trepar por lo mástiles y palos de las embarcaciones, fueron los primeros en asaltarlas, al llegar comenzaron a lanzar cabos a tierra, sujetos ó anudados a cualquier parte resistente, por lo que en pocos minutos, la muralla fue conquistada por completo.

Uno de los primeros jefes en conseguirlo fue un tal Sosa ó Sousa, que se le dejó pasó, para colocar el pendón del Cardenal en el adarve, este pendón consistía en una tela, que en una parte estaba la cruz de cristo y en la otra sus armas, cosa que la verla ondear, aún dejó peor a los enemigos.

Al conseguir tan fácilmente el conquistar la muralla, algunos hombres descendieron de ella y violentaron las puertas, hasta dejar abiertas de para en par, por donde comenzó a entrar en tropel la infantería, lo que produjo uno de los más violentos episodios de la época, pues fueron pasando a cuchillo, sin miramiento a todo aquello que se interponía a su paso, sin distinción de ningún tipo, por lo que era casi más una matanza que una conquista.

Viendo que ya no quedaban lugares por explorar, se encaminaron a la mezquita, al querer entrar se encontraron con la puerta atrancada, por lo que todos los esfuerzos resultaron inútiles, pero dos hermanos vascos, de apellido Arriarán, se presentaron y dijeron que ellos abrirían las puertas.

Para ello, escalaron el edifico y al llegar a su techumbre, comenzaron a desmontarla, hasta conseguir hacer un buen boquete, desde donde apreciaron, que se habían refugiado todos los que en ella cabían, a cubierto de su santo lugar, pero de muy poco les sirvió, ya que aprovechando unas cuerdas, los dos hermanos se deslizaron hasta el interior, donde se abrieron paso a cuchilladas, llegando a la puerta y desbloqueándola, por la que entraron la masa de españoles, quienes inmediatamente pasaron a cuchillo a todos los que allí se encontraban, sin miramiento de ninguna clase.

Al parecer, solo la oscuridad que se cernía sobre el lugar, por el ocaso del Sol, paró aquél día de sangre sin miramientos, pues prácticamente toda la población había sido pasada a cuchillo, siendo unos pocos los prisioneros.

Al día siguiente, hizo su entrada en la ciudad el cardenal Francisco Jiménez de Cisneros, a quién esperaba el gobernador de la alcazaba, quien le hizo entrega de las llaves de la ciudad.

Una vez ya dueño de ella, la primera orden fue liberar a los cautivos cristianos que en número de unos trescientos permanecían en ella.

La segunda orden fue, la de que se limpiara la ciudad de tanto muerto, para evitar alguna epidemia que pudiera dar la ciudad por inhabitable.

El parte de bajas es aterrador, pues si bien por parte española se sumaron alrededor de ochenta víctimas, por parte de los habitantes de Orán, se habían producido nada más que diez mil muertos y solo se salvaron unos setenta que fueron los prisioneros, por lo que se puede decir, la dejaron despoblada en unas pocas horas.

La picaresca española volvió a relucir, ya que el botín capturado era inmenso y a pesar de la orden, que todo debía juntarse para hacer posteriormente el reparto, prevaleciendo el quinto del Rey, todas las piezas pequeñas o joyas que encontraron fueron a parar a sus bolsillos, por lo que disminuyó considerablemente el total de lo contado y repartido.

Por su parte el Cardenal, solo se quedó con los libros arábigos, pasando a enriquecer su biblioteca, que había sido creada en la Universidad Complutense, dejando los que menos le parecieron apropiados, para que fueran sumados al total de lo capturado.

Cuando ya todo esto estaba dispuesto, las primeras órdenes fueron, para que se reconstruyera la muralla y la ciudad, pues se tenía conocimiento de que el Sultán del Tremeden quería apoderarse de la ciudad, lo cual dejó para mejor momento, al saber que ya había caído en manos de los españoles.

Al mismo tiempo, que se mantuvieron en pie dos de las mezquitas de la ciudad, que inmediatamente fueron consagras al catolicismo, una con la advocación a Nuestra Señora de la Victoria y la otra a la del apóstol Santiago.

Ya todo administrado, se procedió al reparto del botín, separando en primer lugar el quinto del Rey; siendo aprovechado un gran edificio, para convertirlo en hospital y por último, se dio la orden, de enviar mensajeros al Rey, para poner en su conocimiento la gran victoria obtenida.

Como siempre, surgieron desavenencias entre el Conde y el Cardenal, pero éste más suspicaz, consiguió interceptar una carta del Rey al Conde, en la que le pedía que mantuviera todo el tiempo que le fuera posible al Cardenal en África.

Enterado Cisneros de las intenciones del Rey, ordenó reunión de los jefes y puso en su conocimiento, su pronta partida con rumbo a la Península, ante la protesta de algunos, que el Conde les había comunicado las intenciones reales, pero el Cardenal hizo oídos sordos.

Para demostrar que su victoria había limpiado los mares de piratas, se embarco en solo una galera, sin escolta ni protección, por lo que piso de nuevo tierra el día veintitrés de mayo, quedando demostrado que el riesgo había desaparecido y haciéndolo en el puerto de Cartagena, como en esa galera iba el quinto del botín para el Rey, nada más desembarcada la rica mercancía, se dispuso el desembarcarla y cargarla en los carros preparados para ello, por lo que se pusieron en camino con dirección a Alcalá.

Llegado a la Corte, no tardaron en aparecer las desavenencias entre el Monarca y el Cardenal, ya que por costumbre o norma, el Rey jamás en su vida confió en ninguno de sus políticos, y en esta ocasión, ni siquiera se escapaba de ello el cardenal Cisneros.

Por lo que a pesar de llevar unos buenos libros de contaduría, el Rey no vió otra forma de pararlo, que acusarle formalmente en la Corte de haber sustraído parte de los bienes en su propio provecho.

De esta forma, consiguió el paralizar el pago de lo que estaba obligado por las cláusulas firmadas, pero no quedó ahí el problema, sino que mando que fueran inspeccionadas todas sus propiedades, para aclarar la verdad, por si en alguna de ellas se encontraba lo que se suponía que había robado a la corona.

Después de comprobado, que nada se había encontrado en sus edificios y haciendas, no tubo más remedio que pagar al Cardenal lo que tan escrupulosamente, se encontraba anotado en los mencionados libros y que se repartía así: cinco millones novecientos cincuenta y siete mil novecientos treinta maravedíes, por los fletes de los buques; nueve millones ochocientos treinta y seis mil doscientos setenta y seis, por las soldadas; novecientos seis mil setenta y nueve, para las soldadas de la caballería; cinco millones setecientos noventa y siete mil doscientos setenta y tres, prestados a otros, que a su vez debían presentar sus números al Rey y siete millones ciento veintitrés mil cuatrocientos veintinueve, para provisiones, de boca y guerra; lo que sumado daba un total de veintinueve millones seiscientos veinte mil novecientos ochenta y ocho maravedíes, gastados en la conquista de Orán.

Por último decir, que gracias a las energías y disposiciones del Cardenal, la flota que había quedado en la plaza de Orán, siguió al mando del Conde.

Gracias a la conquista de esta importantísima plaza, permitió al Conde zarpar para nuevas conquistas, que le llevaron a la conquista de Bujía y la de Trípoli, pero también acudió a la desastrosa jornada de los Gelves, que fue la causa del frenazo que sufrió las conquistas españolas en el norte del continente africano.

Pues después de este desastre, decidió el dejar que los buques quedaran libres, por lo que se terminó el contrato de arrendamiento de estos, pero la mala suerte no les dejó, pues al estar ya en franquicia, les sobrevino un temporal que deshizo a la escuadra, en las aguas de la isla de Sicilia, que fue de tal magnitud, que al tiempo aún aparecieron buques, que intentando correr el temporal, pudieron guarecerse en la isla de Malta.

Así, con este desastre concluyó la bien armada y dispuesta escuadra, por el cardenal Francisco Jiménez de Cisneros Regente de Castilla, para la gran victoria y conquista de la ciudad de Orán, cumpliendo así los deseos testamentarios de la desaparecida reina doña Isabel La Católica, que aún después de muerta, se le seguía haciendo caso.

Esta es la muestra palpable, de que hay personas en la Historia, que ostentaron los más altos cargos de la nación, pero que por las pruebas queda claro, que tenían una visión de unidad y una fortaleza de carácter, que a pesar de estar ya enterrada, sus órdenes, además de ser cumplidas, eran de una perspicacia para el bien de España, que ya la hubiéramos querido tener, en otros gobernantes.

Por eso, es tan rica la Historia de España, que es imposible el centrarse en una época determinada, pues a buen seguro que igual la intuición venía (como es el caso), hasta en un testamento, por lo que lo del Cantar del Mío Cid, que ganó combates después de muerto, dejó su influencia en aquellos que intentaron en vida y después de ella, el emularlo para mayor grandeza de España.

Bibliografía:

Enciclopedia General del Mar. Garriga. 1957. Compilada por Santiago Hernández Yzal.

Fernández Duro, Cesáreo.: La Armada Española, desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón. Museo Naval. Madrid. 1973.

García Mercadal, J.: Cisneros 1436-1517. Ediciones Luz. Zaragoza, 1939.

García Villada, Zacarías.: Cisneros, según sus íntimos. Madrid, 1920.

Mariana, Padre.: Historia General de España. Imprenta y Librería de Gaspar y Roig. Madrid, 1849-1851. Miniana fue el continuador de Mariana.

VV. AA.: Historia General de España y América. Ediciones Rialp. Madrid, 1985-1987. 19 tomos en 25 volúmenes.

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