Ulloa y de la Torre Guiral, Antonio de Biografia

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Antonio de Ulloa y de la Torre Guiral Biografía



 Retrato de don Antonio de Ulloa y de la Torre Guiral.
Antonio de Ulloa y de la Torre Guiral.
Cortesía del Museo Naval. Madrid.


Teniente general de la Real Armada Española.

Caballero de la Militar Orden de Santiago.

Caballero de la Militar Orden de Calatrava.

Comendador de Ocaña en la Orden de Santiago.

Comendador de Valdecarábanos en la Orden de Calatrava.

Científico, erudito y escritor.

Orígenes

Vino al mundo en la ciudad de Sevilla, en la calle del Clavel el 12 de enero de 1716, siendo llevado a cristianar a la iglesia de San Vicente, donde se guarda celosamente su fe de bautismo inscrito con los siguientes nombres: Antonio Eustaquio Arcadio Ramón Benito Simón de Ulloa y de la Torre Guiral.

Fueron sus padres don Bernardo de Ulloa y Sosa y doña Josefa de la Torre Guiral, él economista y regidor perpetuo del Ayuntamiento de Sevilla, de familia noble e hidalga sevillana aunque oriundos de Extremadura y Galicia y radicados en Sevilla desde 1480. Sus otros hijos fueron: Martín, nacido en 1714; Pascual, 1718; Zenón, 1720; Fernando, 1721; Margarita, 1722, Luisa, 1725; María de la O, 1726; Josefa, 1727 y Vicente, 1729.

Fueron educados al igual que sus antecesores en centros de élite, como el Colegio de Santo Tomás de los padres Dominicos, al que se accedía tras una estricta selección académica y severas pruebas de nobleza, pero en su caso por ser especial por su fácil forma de aprender se hizo cargo de su educación el mismo director del centro P. fray Pedro Vázquez Tinoco. De los varones uno se dedicó a la jurisprudencia, cuatro a la milicia; de ellos dos en Infantería y dos en la Armada; y el último en la religión; de las hijas, dos fueron religiosas y las otras dos por no poseer dote, fallecieron solteras.

Hoja de Servicios

Antonio de Ulloa se desplazó al departamento de Cádiz a la edad de trece años, con la sana intención de entrar en la Real Compañía de Guardiamarinas, encontrando a su llegada que no había plazas por lo que decidió, a pesar de todo y llevado por su ansia de navegar, embarcarse como aventurero y a su costa, y logró hacerlo en la Flota de Tierra Firme, al mando del general don Manuel López Pintado, íntimo amigo de su padre, don Bernardo de Ulloa, que enarbolaba su insignia en el navío San Luís, alcanzando en él su sueño de adquirir experiencia mientras realizaba sus tareas a plena satisfacción de su jefe. Acompañaba a la Flota como almiranta el navío San Fernando, al mando de don Juan José Navarro.

Zarpó esta Flota de la bahía de Cádiz el 26 de junio de 1730, con rumbo a Cartagena de Indias, adonde llegó sin contratiempos y al arribar descargó los azogues y cargó el situado, volviendo a hacerse a la mar con rumbo a Portobelo donde fueron desembarcadas tropas y artillería. Concluido este trabajo zarparon las naves, en el primer día favorable, con rumbo de regreso a la península que debía hacerse ganando paralelos hasta alcanzar la corriente de empuje, encontrándose de pronto que en el canal de Bahamas se levantó la mar y los fuertes vientos del huracán desarbolaron al San José y a otros buques, lo que les obligó a buscar refugio en el puerto por nombre Guarico, en la parte francesa de la isla de Santo Domingo. Allí pudieron reparar las averías y pasado el fuerte temporal se hicieron a la mar de nuevo, arribando a la bahía de Cádiz el 29 de septiembre de 1732, donde desembarcaron treinta millones de pesos amonedados procedentes del Perú y de particulares.

A Ulloa no se le había ido de la cabeza la idea de entrar en la Compañía de Guardiamarinas por lo que nada más arribar, desembarcó para presentarse a la pruebas de admisión. Fue examinado por el director de la Compañía, el marino y matemático don Pedro Manuel Cedillo y Rujaque, y obtuvo tan buenas notas tanto en las pruebas teóricas como en las prácticas, que éste resolvió calificarlo con sobresaliente, lo que le valió para sentar plaza el 18 de noviembre de 1733. Expediente Nº 164.

Al mismo tiempo se le ordenó unirse a la expedición de don Miguel de Sada, conde de Clavijo, compuesta por dieciséis navíos en tareas de escolta a un gran convoy que transportaba veinticinco mil hombres, al mando del duque de Montemar, con rumbo la península itálica con el objetivo de recuperar el reino de Nápoles para el Infante don Carlos. Se dio el caso de que en esta expedición iban, como oficial subordinado, don Juan José Navarro y como guardiamarinas en prácticas a bordo del navío Santa Teresa, don Jorge Juan y don Antonio de Ulloa. Zarpó el 4 de diciembre de 1733 del puerto de Barcelona, adonde regresó parte de la escuadra a finales de mayo de 1734, una vez dominada la situación.

Por aquel entonces la Academia de las Ciencias de París había decidido enviar dos expediciones que debían realizar los mismos cálculos geodésicos y astronómicos, con el propósito de medir el tamaño del arco de la tierra y averiguar si el planeta era elipsoide y achatado por los polos. Una iría a Laponia, en la que figuraban los científicos Maupertuis, Clairant, Cannis, Lemonier y Outhier, más el astrónomo sueco Celsio, y otra al Ecuador, por entonces parte del virreinato del Perú, en la que figuraban sabios de primer orden como Bouguer, La Condomine, Jusieu y Godin entre otros.

En 1734 esta iniciativa fue apoyada por el monarca francés Luis XV, quien solicitó a su tío el rey Felipe V de España, la autorización necesaria para que esta misión científica pudiese atravesar sus dominios americanos.

Ese mismo año el Rey ordenó al secretario de Marina e Indias, don José Patiño, propusiera a «uno o dos sujetos españoles, inteligentes en la matemática y astronomía», para participar en la misión.

Por Real orden del 3 de enero de 1735 firmada por Patiño, son designados para esta tarea dos jovencísimos guardiamarinas, don Jorge Juan de 21 años de edad y don Antonio de Ulloa de tan solo 19, quienes representarán a España en la comisión investigadora que ha de realizar sus trabajos en el Ecuador para comprobar la forma de la tierra; por ello son ascendidos en la misma orden, al grado de tenientes de navío con su paga correspondiente y se les ordena embarcar.

Con fecha del 22 de abril firmadas por Patiño, entonces Intendente General y a instancias del secretario de marina Ensenada, se les comunica a ambos las siguientes instrucciones definitivas:

«Levantarán planos de las ciudades y puertos, con sus fortificaciones, donde hicieran asiento, y se informarán de los términos de su provincia y gobernación, de los pueblos o lugares que contiene, y lo fértil o estéril de sus campos, como también de la inclinación, industria y habilidad de sus naturales, y la braveza o jovialidad de los indios irreductos, y facilidad o dificultad de su reducción.»

La presencia de los dos marinos en esta expedición se justifica, por el agradecimiento del rey de Francia al Monarca español al autorizar éste la presencia gala en su territorio, dado que el mejor punto del ecuador para poder tomar la correcta medición, se hallaba situado en tierras americanas bajo soberanía española.

Zarpó de Cádiz con rumbo a Cartagena de Indias el 26 de mayo de 1735, el navío Conquistador, de 64 cañones, en el que viajaban Jorge Juan y el nuevo virrey del Perú; donde debían realizarse las operaciones proyectadas; don José Mendoza Caamaño, marqués de Villagarcía. Junto al navío debía viajar la fragata Incendio, en la que iba embarcado Antonio de Ulloa, pero ésta zarpó dos días más tarde y así cruzaron el océano por separado para evitar que en un mal encuentro, ambos marinos cayeran en poder del enemigo. Durante el viaje realizaron varias tomas de posición para comprobar el funcionamiento de los instrumentos.

Arribaron con diferencia de unas horas a su destino el 29 de julio y desembarcaron mientras esperaban allí la llegada de la expedición francesa una vez reunidas ambas, zarparon con rumbo a Portobelo donde arribaron el 29 de agosto. Permanecieron en este lugar hasta el 22 de diciembre y zarparon de nuevo para remontar el río Chagres, llegando al pueblo de Cruces y el siguiente 29 entraron en la ciudad de Panamá, donde estuvieron dos meses a la espera de que algún buque los pudiera trasladar a Guayaquil, a donde arribaron el 25 de marzo de 1736. De aquí salieron el 3 de mayo siguiente, marchando por sendas y caminos casi impracticables hasta llegar al pueblo de Caracol y pasar luego a Tarigagua, en una zona pantanosa infestada de mosquitos, con muy alta maleza. Al cruzar la sierra de San Antonio, que era una empinada rampa, tuvieron que añadir a la expedición unas mulas para liberar de carga a los hombres, y evitar así que por ir cargados se despeñaran. El 18 se encontraban en el pueblo de Guaranda, donde descansaron hasta el 22 en que de nuevo se pusieron en camino, pasando por la falda del valle derecho que forma el Chimborazo, consiguiendo así llegar a Quito el 29 de mayo de 1736

La tarea de las mediciones se terminó en 1744; pero como llevaban el encargo de don Zenón de Somodevilla, marqués de la Ensenada y a la sazón ministro de Hacienda, Guerra, Marina e Indias, de realizar un estudio en profundidad de la situación de aquellas tierras, que debía incluir todas las materias relacionadas con ello, como el estado político y militar, naval, ejército, plazas, arsenales, conducta de los jefes y demás empleados, administración de justicia, costumbres de los habitantes, en particular de los indígenas, etc., para a su vuelta ser puntualmente informado; la citada expedición se prolongó algo más de diez años, que parece mucho, pero entonces como ahora, el tiempo pasaba volando pues los años eran iguales a los de hoy.

Y no permanecieron ociosos ya que se les encargó la vigilancia de las costas de Chile y de la isla de Juan Fernández, misión que realizó Ulloa al mando de la fragata Rosa, protegiendo el tráfico marítimo de las acometidas del almirante británico Anson, que ya había saqueado Paita. El total de las fuerzas navales españolas en aquellas costas se componía de tres fragatas, Rosa al mando de Ulloa, Nuestra Señora de Belém, al mando de Jorge Juan y la Esperanza, siendo ésta toda la flota con la que contaba el general Pizarro en aguas del Mar del Sur.

Terminada su misión Antonio de Ulloa inició el regreso en una fragata de guerra francesa, la Délivrance zarpó de Lima el 22 de octubre, navegando en conserva con otras dos pero en mitad del océano Atlántico, el 13 de agosto de 1745, fueron atacadas por dos navíos británicos que tras de un duro combate las apresaron, y aunque aquella en que navegaba Ulloa pudo zafarse, se dirigió para reparar averías hacia Louisburgo, en la isla Real o de Cabo Bretón, cerca y al SO., de Terranova, ignorando que este puerto acababa de ser ocupado por los británicos, por lo que nuestro marino fue a caer en sus manos.

Ya prisionero Ulloa fue desvalijado de toda su documentación científica. Afortunadamente se había deshecho tirándola al mar, de toda aquella información que pudiera considerarse comprometida. Fue conducido a Porstmouth, donde arribó el 22 de diciembre siguiente, y enviado a un pueblo tierra adentro, alejado de la base naval británica, donde permaneció hasta entrado el mes de abril de 1746, en que fue conducido a Londres a petición de Mr. Martin FolKes, presidente de la Royal Society of London, e invitado a participar en las tertulias de dicha sociedad, saltando de aquí su fama, como uno de mejores científicos del momento en toda Europa. Gracias a la admiración de Mr. Martin, don Antonio de Ulloa fue declarado libre por el conde de Sandwich, en el Almirantazgo a la sazón, ordenando le fueran devueltos todos sus documentos, manifestando que el hecho de estar en guerra las dos naciones no debería entorpecer el progreso de la ciencia.

Recibió en aquellos días el desagravio de los sabios londinenses, quienes le nombraron miembro de la Sociedad así como múltiples muestras de afecto y admiración, regalos y agasajos de todo tipo y honra, pues la fama de los dos marinos españoles ya se había propalado a los 32 vientos.

Se le facilitó embarcar en el puerto de Falmouth con rumbo a Lisboa, desde donde salió arribando a los pocos días a la capital Portuguesa, pasando por tierra a la Villa y Corte llegando el 26 de julio de 1746 a Madrid.

El rey Fernando VI, maravillado por los trabajos de ambos marinos y científicos, premió su labor ascendiéndolos a capitanes de fragata, encargándoles al mismo tiempo la redacción de sus trabajos en América, tanto la parte científica como la histórica, de ésta última se encargó Ulloa.

Entre ambos reconstruyeron los apuntes perdidos por este último y una vez terminada la escritura se la entregaron al marqués de la Ensenada, quien a su vez se la presentó al Rey y éste mandó su publicación con el título de: «Relación histórica del viaje a la América Meridional, hecho de orden de S. M. para medir algunos grados de meridiano terrestre y venir por ellos en conocimiento de la verdadera figura y magnitud de la Tierra, con otras varias observaciones astronómicas y físicas» en cuatro volúmenes, en 4º mayor, publicado en Madrid en 1748.

Ulloa y Jorge Juan fueron nuevamente ascendidos al grado superior de capitán de navío por Real orden del 24 de octubre de 1748 como recompensa por su magnífico trabajo.

En sus navegaciones por el cabo de Hornos, Ulloa observó algunas auroras australes que hasta la fecha no eran tan conocidas como las boreales, y puso el hecho mediante carta en conocimiento de Jean Jacques de Mairan, quien la publicó en la segunda edición de su obra: «Tratado de la Aurora Boreal» a ella le contestó Mairan con otra carta fechada el 2 de mayo de 1750 en París, dándole efusivamente las gracias por el detalle.

Por orden del Rey estuvo viajando durante varios años por toda Europa, a cuenta del erario público, con el objeto de recopilar información para el gobierno que sirvió, con el tiempo, para introducir mejoras en el reino prestando con ello un gran servicio, entre otras nos describe don Martín Fernández de Navarrete:

«…dio los primeros paso en el conocimiento de la electricidad y del magnetismo artificial…hizo visible la circulación de la sangre, proporcionando colas de peces y varios insectos…el haber dado a conocer la platina y sus propiedades, siendo el primero en descubrirlo y traerlo a Europa…dio al conocimiento del mundo, el haber descubierto conchas marinas en la cordillera de los Andes…dio las primeras noticias sobre el árbol de la canela y la del caucho…fabricó el papel en Capelladas…se dispusieron los tipos de metal más consistentes…se adquirieron matrices para fundirlos…se perfeccionó la tinta, para que fuese más permanente…promovió el arte de grabar en cobre y piedras…la relojería y así mismo la cirugía…siendo elegidos por él jóvenes que con su dirección salieron a Suiza, París y Holanda, para su mejor instrucción…realizó el proyecto del canal de navegación y riego de Castilla la Vieja, dirigiendo su construcción hasta conseguir dejarlo navegable y útil, en una longitud de cinco leguas, que iba desde el río Carrión hasta la Tierra de Campos».

Debido a su influencia se formó escuela cartográfica y bajo su dirección se realizó el mapa del territorio en torno a Madrid, hasta las seis leguas de distancia; estableciéndose en esta capital el primer gabinete de metalurgia y el de historia natural; en Segovia se montó una fábrica de paños finos, donde a su vez se dio a conocer la utilidad de las lanas llamadas churlas, semejantes a las de Cantorbery, en el Reino Unido; dio instrucciones para facilitar el comercio de frutos de España con los puertos de América, reglas para la fabricación de jarcias y lonas, organizó de nueva planta los Colegios de medicina y cirugía, mejoró los Arsenales de Ferrol y Cartagena, mejoró el sistema de extracción de las minas de Almadén para que los azogues fueran más rápidamente enviados a las Indias.

En 1758 fue nombrado Teniente de la compañía de guardiamarinas de Cádiz, pero el puesto fue más honorífico que efectivo, porque al poco tiempo, y sin haber cesado en el anterior destino, se le nombró miembro del Gobierno y Superintendencia General de Huancavelica, en el virreinato del Perú, a donde viajó a bordo del navío San Rafael, para que aplicasen en las minas de esta localidad las reformas que ya habían efectuado en las de Almadén.

Encontrándose ya al frente de su gestión escribió: «Relación circunstanciada del gobierno y superintendencia de la Real Mina de azogues de la villa de Guancavelica por el capitán de la Real Armada…de el 4 de noviembre de 1758 hasta el 11 de mayo de 1763»

En noviembre de 1762, por el tratado de Fontainebleau y renovada la cesión por el de Versalles, Francia cedía a España el territorio de la Luisiana, del que Ulloa fue nombrado Gobernador General, lo que no le supuso más que problemas, pues los colonos franceses no aceptaron el cambio de soberanía que les restringía el comercio, les obligaba a cambiar de lengua oficial y de costumbres, llegando a declararse en franca rebeldía contra el nuevo Gobernador quien había tomado posesión del territorio en marzo de 1766 con la exigua fuerza de noventa hombres.

El regimiento fijo de Luisiana se estaba formando en Cádiz, por lo que al no tener fuerzas suficientes, Ulloa embarcó en la fragata César, regresando a la Habana.

En esta capital se organizó una fuerza de dos mil hombres al mando del general O’Reilly para el sometimiento de los pobladores del nuevo territorio. Desembarcó el general en agosto de 1769 y prontamente tomó el control de la situación haciendo que fuerzas sutiles remontaran el río Misisipí, llevando a cabo la pacificación de todo el territorio tras una campaña de ocho meses.

En 1769 Ulloa fue ascendido a jefe de escuadra por Real orden, y como agradecimiento del rey Carlos III por el gran trabajo realizado en el territorio de la Luisiana.

Viendo el Rey el gran saber de Ulloa no quiso que estuviera lejos de la Corte, y por ello en el año de 1772 fue exonerado del gobierno de la Luisiana y se le ordenó regresar a la Villa y Corte.

En realidad su nuevo cargo, aunque no reconocido, era el de consejero personal del Rey, por lo que tenía mucho tiempo libre y como es natural cogió la pluma y con el permiso Real en el mismo año publicó: «Noticias de americanas. Entretenimientos físico históricos sobre América Meridional y la Septentrional y Oriental. Comparación general de los territorios, climas y producciones en las tres especies vegetales, animales y minerales: con relacion particular de las petrificaciones de cuerpos marinos; de los indios naturales de aquellos paises, sus costumbre y usos: de las antigüedades: discurso sobre la lengua, y sobre el modo con que pasaron sus primeros pobladores» Madrid. Imprenta de D. Francisco Manuel de Mena, calle Carretas: 1772: en 4º. Esta obra contiene una parte muy curiosa, pues intenta razonar con mucho sentido la forma en que fue habitado todo el continente americano.

Así mismo en este tiempo no se olvidó de su ciudad natal, por ello elaboró un proyecto para proteger a Sevilla de las peligrosas avenidas del río Guadalquivir, construyéndose los robustos malecones que impidieron en más de un ocasión que la población fuera anegada por las aguas.

En el año de 1773, presentó en el ministerio su obra: «La marina y fuerzas navales de la Europa y del África.»; en dos tomos de 4º.

Entre los años 1776 y mediados de 1778 estuvo al mando de una Flota de Nueva España. Fue la última de toda la historia que había de unir la Península con los virreinatos americanos, porque al regresar con el situado y por Real orden, se dio libertad de tráfico marítimo y dejó de ser obligatoria la formación de Flotas, al mismo tiempo que desaparecía el monopolio del puerto de Cádiz, de forma que cualquier buque particular o de la Armada, ante la presión de los británicos, pudiera escoger el puerto más fácil para su arribada. Ley que con el tiempo se mostró más práctica, pues obligaba a los corsarios y piratas de siempre a desplegar gran número de buques para intentar capturar a un español, y como al mismo tiempo ya se había firmado con el Reino Unido gran parte de la libertad total de comercio, la depredación de los piratas fue declinando hasta desaparecer.

Pero antes de zarpar al mando de esta singular Flota dejó en la imprenta un tratado: «Señales, órdenes é instrucciones para el gobierno de la presente flota, del mando del gefe de escuadra D. Antonio Ulloa», publicado en la ciudad de Cádiz en el año de 1766, en 4º.

En el año de 1779, se publicó: «El eclipse de sol con el anillo refractario de los rayos: la luz de este astro vista del través del cuerpo de la luna, ó antorcha solar en su disco; observado en el navío España, capitana de la flota de Nueva-España, mandada por el jefe de escuadra D. A. de Ulloa, y practicada la observación por el mismo general, con asistencia de otros oficiales del navío, el 24 de julio de 1778». Madrid, 1779. Imprenta de D. Antonio de Sancha.

En el ejercicio de este cargo tuvo que soportar que su conducta militar fuera juzgada por un tribunal que finalmente le absolvió. A pesar de ello, el Rey premió su larga lista de servicios prestados a España nombrándole Comendador de Valdecarávanos, en la Orden de Calatrava, sobre la encomienda de Ocaña que ya poseía en la Orden de Santiago y tomar S. M. bajo su protección a toda su familia.

En el año de 1779 fue ascendido al grado de teniente general cuando le faltaba poco para cumplir los sesenta y cinco años de edad, entregándosele el mando de una escuadra de siete navíos, entre ellos el Real Fénix donde enarboló su insignia. Con esta fuerza permaneció un tiempo en constantes cruceros entre los cabos de Santa María y San Vicente. En ese momento se produce la declaración de guerra al Reino Unido y el general don Luis de Córdova asume la dirección de la campaña del Canal de la Mancha, en la que se proyectaba la invasión de la isla.

Ulloa mandaba una escuadra compuesta por los siguientes buques: los navíos Real Fénix, de 80 cañones e insignia, Gallardo, Diligente, y San Julián, de 70 y las fragatas Santa Magdalena y Santa Mónica, de 34. Zarpó guardando popas junto a la Flota que al mando de Córdova navegaba con rumbo norte, pero recibió la orden de separarse de ella y dirigirse hacia las islas Terceras o de las Azores donde debía esperar su regreso.

En la separación de esta escuadra y su viaje a las Terceras y en concreto a la isla del Cuervo, sucedieron varias cosas, por todas ellas al final obligó a Ulloa a decidir regresar a la bahía de Cádiz; por esta desobediencia tuvo que pasar un Consejo de Guerra.

Para que el lector juzgue lo ocurrido, de las múltiples cartas que dirigió al Director General de la Armada extractamos una de ellas en la que dice: «Hasta el 18 de septiembre en la noche permanecí en las inmediaciones del Cuervo por la latitud de 39 grados 43 minutos y medio, y en aquélla, haviéndose llamado el viento al 3º quadrante, determiné el regreso, obligado a anticiparlo de algunos días por la escased de víveres y de Agua del Diligente, por el peligroso estado del Gallardo, por el progreso que hacía el escorbuto en las Tripulaciones y porque no pudiendo husar el Fénix de la maior, a causa de tener rendida la Verga, no se hallaba en estado de poder permanecer donde necesita valerse de ella para salir de algún empeño. Los vientos han favorecido a proporción de la necesidad, pues de lo contrario huvieran sido mui sensibles las consecuencias, a causa de los progresos rápidos que el escorbuto ha hecho en estos últimos días, pero gracias a dios he llegado al Puerto felizmente, y mediante las acertadas providencias de V. E. podrá repararse todo…Bahía de Cádiz y Octubre 1º de 1779…Antonio de Ulloa. Excmo. Señor, Marqués de González Castejón.»

Fue interrogado por el Mayor General de la escuadra, don Ventura Moreno, que le hizo veintiséis preguntas a las que don Antonio de Ulloa contestó sin titubear, con la firmeza de un hombre de mar curtido en muchas y diferente lides y la autoridad de un sabio. Habían además ocho vocales: el teniente general don Miguel Gastón; los jefes de escuadra don Antonio Posada, don Ignacio Ponce, don Antonio Osorno y don Vicente Doz, junto a los brigadieres don Juan de Soto, don Juan de Araoz y don Francisco Gil de Lemos. Por unanimidad fue declarado inocente quedando probado que había cumplido con las órdenes recibidas, hasta que las circunstancias de quedar los bajeles fuera de combate le obligaron a regresar, pues estaba falto de hombres útiles a causa del escorbuto y no llevaba agua potable, dado que se había podrido en tan solo ciento dos días de navegación, la que estaba prevista durase cinco meses a bordo, por todo ello se vio obligado a tomar la decisión de volver a Cádiz sin cumplir el resto de la misión.

La sentencia se le presentó al Rey quien la firmó el día 14 de febrero del año de 1782, añadiendo «absuelto», siéndole devuelta la Real orden con la decisión al general de la escuadra don Luis de Córdova, quien la hace llegar, fechada el día 11 de marzo y firmada a bordo del navío Purísima Concepción, al Director General de la Armada el Excmo. señor Marqués de González Castejón, quien con fecha del día 15 siguiente se la entrega a don Antonio de Ulloa.

En dos ocasiones se le nombró Director General de la Real Armada.

También fue nombrado ministro de la Junta de Comercio y Moneda del Reino. Fue miembro de la Real Sociedad de Londres y correspondiente de las Academias de Ciencias de París, Estocolmo y Berlín, así como del instituto de Bolonia, de la Sociedad de Leipzig, de las patrióticas de Vizcaya y Sevilla, y de la Academia de Nobles Artes de Madrid.

El navegante británico Townsend, que le visitó poco antes de su fallecimiento, dijo de él: «Don Antonio de Ulloa es el español cuya conversación más me ha interesado…he hallado en él un verdadero filósofo, perspicaz e instruido, vivo en la conversación, libre y desembarazado en sus modales…es pequeño de estatura, sumamente flaco y encorvado por los años».

En el año de 1795, se publicó una obra dedicada a sus hijos: «Conversaciones de Ulloa con sus tres hijos en servicio de la marina, instructiva y curiosa, sobre la navegaciones y modo de hacerlas; el pilotaje y la maniobra; noticias de vientos, mares, corrientes, pájaros, pescados y anfibios, y de los fenómenos que se observan en los mares en la redondez del globo» Madrid, 1795. Imprenta de don Antonio Sancha. 8º mayor, en 262 páginas y dividida en quince conversaciones.

 Fotografía de la lápida en el Panteón de Marinos Ilustres de San Fernando de don Antonio de Ulloa y de la Torre Guiral. Cortesía del Museo Naval. Madrid.

Murió en la Isla de León el 5 de julio de 1795, con setenta y siete de edad, al frente de la Dirección General de la Real Armada.

En el Panteón de Marinos Ilustres hay una placa en su memoria en la que figura la siguiente leyenda:

A LA MEMORIA DEL
EXCMO. SR. D. ANTONIO DE ULLOA
Y DE LA TORRE BERNARDI.

CABALLERO DE LA ORDEN DE SANTIAGO
Y COMENDADOR DE OCAÑA.
TENIENTE GENERAL DE LA ARMADA ESPAÑOLA.
SOCIO CORRESPONDIENTE DE
LAS REALES ACADEMIAS DE PARÍS,
LONDRES, ESTOCOLMO, BERLÍN Y BOLONIA.
ENVIADO CON ALGUNOS ACADÉMICOS PARISINOS,
A LA PROVINCIA DE QUITO PARA MEDIR
ALGUNOS GRADOS TERRESTRES
EN LA REGIÓN EQUINOCCIAL CON LO QUE
SE ACLARA LA MAGNITUD DEL MAR
Y LA FIGURA DE LA TIERRA Y DESPUÉS
OCUPADO EN MUCHOS TRABAJOS PÚBLICOS,
SE MOSTRÓ SIEMPRE CON LOS SERVICIOS PRESTADOS.
FIEL AL REY Y APARECIÓ
COMO MODELO DE AMOR A LA PATRIA QUE,
AGRADECIDA, LE DEDICA ESTA LÁPIDA
EN EL BICENTENARIO DE SU MUERTE.

SEVILLA. 1716 — REAL ISLA DE LEÓN. 1795.


Aparte de las obras ya citadas, se publicaron otras como: «Justa vindicación de mi honor y noticia circunstanciada de mi conducta para la inteligencia de mi posteridad.» Isla de León, 1782. Y un «Tratado físico é historia de la aurora boreal.»

Hay que hacer una aclaración sobre su segundo apellido. Los apellidos de su madre como queda dicho, eran de la Torre Guiral, pero en cambio en la lápida colocada en el Panteón de Marinos Ilustres de San Fernando figura como de la Torre Bernardi, sin que nadie sepa cuál es el motivo de semejante alteración, pues en ningún sitio figura documento alguno que indique un cambio en algún momento de su vida y, para mayor confusión, hacer notar que la mencionada lápida ha sido donada por el mismo Excmo. Ayuntamiento de Sevilla, su ciudad natal.

Bibliografía:

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