General Pizarro en los mares del Sur 1741-1745

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General Pizarro en los mares del Sur 1741-1745



Por otra Real orden fechada el día 9 de abril del año de 1740, se le otorgaba al jefe de escuadra don José Alonso Pizarro el mando de una formada por los navíos: Asía, del porte de 64 cañones, Guipúzcoa, de 74, Hermione, de 54 y Esperanza, de 50 y la fragata San Esteban, de 40.

La escuadra puesta a las órdenes de Pizarro estaba destinada a parar las depredaciones del comodoro Anson en los mares del Sur, para tratar de evitar el movimiento de pinza sobre las posesiones española, dándose la orden de formarla lo más rápidamente posible, se aprestaron los buques y zarparon con rumbo al estrecho de Magallanes, pero les fue imposible atravesarlo, no se desistió de ello y lo intentaron por el cabo de Hornos, pero se desató una gran tormenta, que no solo impidió el paso sino que destruyó a la escuadra española, quedando la mayoría de los buques mochos como pontones; que si bien a la británica también le afecto no fue en la misma cuantiosa proporción, aunque al final no muy lejana.

La táctica que iba utilizar el Reino Unido por medio de su Almirantazgo, consistía en atacar a los territorios de España al mismo tiempo por dos océanos, mientras el almirante Vernon lo efectuaba sobre Cartagena de Indias, sufriendo el mayor desastre naval de la historia del Reino Unido, gracias a la indomable perseverancia y buen hacer del invicto general don Blas de Lezo y Olavarrieta; por el Pacifico e istmo de Panamá se enviaba al comodoro Anson, con la intención de desembarcar y atrapar a las tropas españolas entre dos fuegos, pero el comodoro desde luego tuvo mucha más suerte que su almirante.

Siendo el día 28 de febrero del año de 1741, y encontrándose la escuadra española algo al Oeste del cabo de Hornos, fue cuando se desataron los elementos, que produjeron graves daños en buques y arboladura, siendo a su vez arrojados por los vientos en dirección Este, lo que dispersó la escuadra puesto que cada comandante se esforzó en poder salvar a su buque.

Pero no contento con esto, el día 7 de marzo el dios Eolo volvió a rolar y se produjo un nuevo temporal, siendo del noroeste, en esta ocasión los arrastraba sin remisión contra la costa llegando a tener los buques sobre toda su estructura, media vara de nieve acumulada.

De tal suerte, que los que pudieron pusieron rumbo de nuevo al Río de la Plata, pero sucintamente pasamos a narrar lo ocurrido a cada uno de ellos.

La Hermione, no se logró encontrar, por lo que se dio por seguro que el temporal la echó a pique en los glaciares mares del cabo de Hornos, perdiéndose toda su tripulación formada por quinientos hombres y el buque.

El Guipúzcoa, se vió tan mal, que su comandante dio orden de tirar por la borda un ancla y parte de la artillería, aparte de pasarle seis tortores para tratar de evitar que el buque se abriese, a pesar de todo ello, el día 4 de abril perdió todos sus palos quedando mocho como un pontón, a lo que había que añadir, que ya doscientos cincuenta hombres de su dotación habían fallecido, de los cuales una treintena se encontraban en el combés, estando su dotación compuesta por setecientos hombres.

En estos costosos trabajos de intentar salvar al buque, participaron todos de grumete a comandante, la mayoría de los fallecidos fue por no poder pararse, a pesar de los turnos que se organizaron en las bombas de achique, causado por el agotador trabajo de estar bombeando agua de la que embarcaba el navío, donde caían muertos por agotamiento y eran sustituidos por otros compañeros, lo que no sirvió de nada, pues no se pudo evitar que se fuera a pique el día 25 de abril, a unas diez leguas de la isla de Santa Catalina.

La San Esteban, varó en la costa del Río de la Plata, pero sólo se pudieron salvar unos cuantos de sus tripulantes, a pesar de ello se pusieron a trabajar para ponerlo a flote, al conseguirlo, se dieron cuenta que sus daños eran tales que resultaba casi imposible terminarlos con los medios de a bordo, se convocó Consejo de Oficiales decidiéndose darlo por inútil, siendo su tripulación inicial de trescientos treinta hombres.

La Esperanza, sufrió una gran pérdida de hombres, pues de los cuatrocientos cincuenta de su dotación, solo quedaron cien a bordo y la mayoría casi muertos por el agotamiento, pero a pesar de ello consiguió arribar a los mares del Sur, lo malo fue que a donde llegaron no se podía reparar por la falta de casi todo, así que permaneció en aquellos lares, hasta la llegada del general Pizarro que se pudo volver a poner en servicio y hacerse a la mar.

Del Asía, se salvaron solo cincuenta y ocho hombres de su tripulación que era de setecientos, siendo el único navío que consiguió arribar al Río de la Plata, donde el día 22 de enero del año de 1742, desembarcó Pizarro, para sin pararse pasar a Chile, siendo acompañado por los pocos oficiales que se habían salvado.

Todas las penalidades sufridas por la escuadra son casi inenarrables, la falta de comida obligó a pagar por una galleta cincuenta reales; un marinero metió el cuerpo de su hermano fallecido en su cama, con esta escusa se le daban dos raciones; la ración era de una y media onza de galleta diaria y los enfermos por no poder trabajar solo una onza; era muy frecuente ver caer muertos por extenuación a los hombres.

Es muy posible, que en los anales de la Historia Naval, hallan habido otras tragedias parecidas, pero ésta por sus proporciones con respecto al total de buques, puede estar entre las primeras de ellas, pues pocos quedaron para contarla y una vez más, queda demostrado, que no solo se combatía contra los múltiples enemigos de España, sino que los elementos de vez en cuando parecían aliarse con la pérfida Albión.

Su viaje al vecino virreinato, no fue con otra intención que volver a poner en servicio al único buque que había conseguido cruzar el cabo de Hornos y por ello se encontraba en los mares del Sur, era la fragata Esperanza, que a su llegada estaba como ya se ha comentado, pero por su influjo y recurriendo a todo lo que estaba disponible, se consiguió habilitarla para efectuar misiones en aquellos mares. El puerto no se menciona pero por ser el más lógico, es muy posible que fuera Valparaíso.

A ella se unieron otros buques, que al mando de Pizarro y sus oficiales intentaron dar caza al británico, que también había sufrido el temporal, pero por estar unos días adelantado, sus buques aguantaron un poco más, en realidad fue poca la diferencia de las penalidades y pérdidas, y el resultado táctico tan malo como el intento de pararlo Pizarro por las misma causas, que de ninguna forma se puede achacar a los mandos y sus dotaciones.

La escuadra al mando del comodoro Anson estaba compuesta por los navíos: Centurion, de 64 cañones y cuatrocientos hombres; Gloucester, de 50 y trescientos hombres y el Savern, de 50 y trescientos hombres; fragatas: Pearl, de 40 cañones y doscientos cincuenta hombres y la Wager, de 28, con ciento sesenta hombres, más el bergantín: Trial, de 8, y cien hombres, más dos transportes el Anna Pink e Industry.

Aquí se nos descubre la tan cacareada diferencia de tripulantes entre la escuadra española y la británica, que tantas veces nos hemos preguntado su razón, y es muy sencilla, ya que Pavía en su obra nos advierte que al total dado de los tripulantes, en el caso concreto del Centurión, hay que añadirle la tropa de Infantería de Marina que la Marina Real nunca incluye en sus números y en este caso se sabe que eran ciento veintinueve soldados, en el mencionado buque y unos cuatrocientos en el total. En esta ocasión se sabe que iban a bordo de la escuadra de Pizarro quinientos hombres de un batallón de infantería con destino a Chile. Sigue habiendo diferencia, pero muy posiblemente la sempiterna intención de los españoles de abordar, obligaba a llevar más Infantes de Marina que a británicos.

Del cuaderno de bitácora del Centurión se extrae lo siguiente: «El 23 de mayo, ya rebasados del cabo de Hornos, y próximos á las costas de Chiloé, sufrimos un temporal que nos despedazó todas las velas y nos destrozó mucha maniobra. Como á las ocho de la noche, una ola semejante á una montaña reventó en el costado de estribor dándole al buque una sacudida tan violenta que rompió varios obenques, quedando de este modo los palos en gran riesgo por falta de seguridad; se nos corrió la estiva sobre babor, quedando el Centurion dormido ó muy tumbado sobre esta banda: la consternación en este lance fué grande, esperando zozobrar á cada momento; los balances eran desmedidos y el navío se desguazaba por instantes»

(Recordamos que por ser un documento británico y este país todavía no haber aplicado el calendario Gregoriano, puede haber una diferencia de diez días de más con respecto a la fecha de España) Cuando este navío consiguió arribar a las islas de Juan Fernández, solo le quedaban a bordo cuarenta hombres y no todos podían trabajar en altura. El Gloucester, arribó un mes más tarde habiendo perdido los mismos hombres que el anterior, estando solo para realizar la maniobra los oficiales y sus criados. La Wager, logró doblar el cabo de Hornos, pero al alcanzarle el mismo temporal que ha Pizarro, fue lanzada contra las rocas en Tierra de Fuego en el paralelo 47º al S. de las islas de Chiloé. El Trial perdió cuarenta y dos hombres, estando solo para la maniobra, el capitán, su Segundo y tres hombres. Mientras que el navío Sawern y la fraga Pearl, les fue imposible doblar el cabo, virando sus muy maltrechos cascos consiguiendo arribar a Brasil.

Anson estuvo en todo momento con la suerte de cara, cuando llegó a las islas de Juan Fernández con su navío medio deshecho, hacía tres días que había salido del mismo fondeadero la escuadra de cuatro navíos, al mando de don Jacinto de Segurola, general del Mar del Sur, estando allí de vigilancia desde que llegaron las noticias del posible ataque británico, abandonando el lugar en el mes de junio por considerar que ya estaba entrando el invierno austral siendo imposible que doblaran el cabo de Hornos.

Estando en las islas Anson salió al ver una vela, capturando al mercante español Monte Carmelo, al encontrar documentación en la cámara del capitán supo de la existencia en su persecución de la escuadra de Pizarro, el buque lo aprovechó para reemplazar al Anna Pink uno de los dos mercantes que llevaba en su escuadra, trasbordando la artillería del británico al español, para a continuación pegarle fuego a su mercante, zarpó con rumbo Norte y se encontró con otro mercante español de seiscientas toneladas, Nuestra Señora de Aranzazu, volviendo a repetir la maniobra, reemplazando en esta ocasión al Trial, poco después capturó a una piragua de indios quienes le informaron que en la población de Paita se estaban reuniendo caudales para transportar a la Península, fue cuando decidió atacar y dar fuego a la población, pero el valor que ellos mismos le dieron no pasaba de las treinta mil libras.

Puso rumbo a la isla de Quivo, muy cerca de Panamá, donde apresó otras velas menores, en una de ellas le comunicaron el desastre sufrido por la escuadra del almirante Vernon, confirmándole que ya no podría recibir apoyos, esto le desanimó mucho, de hecho se acercó a las puntas de Manta donde desembarcó a todos los prisioneros y pego fuego a casi todas las presas, así que solo se le ocurrió poder apresar al galeón de Filipinas como otrora hizo su compañero de armas Cavendish, para intentarlo puso rumbo a Acapulco, pero estando en aquellas aguas con su escuadra abierta en distancias para cubrir más mar, se apresó a otra canoa que le informó que el Galeón había entrado en Acapulco el día 9 de enero del año de 1742, unos antes de su llegada.

Decidió entonces poner rumbo a Asia y abandonar las peligrosas aguas por las que navegaba, ya que sabedor del desastre de su almirante frente a Cartagena de Indias, la escuadra española estaría más libre para ir tras él, lo que significaba que si regresaba a las aguas del mar del Sur era un suicidio por estar avisados ya en toda la costa, tomada la decisión trasbordó todo a los dos navío pegándole fuego al resto de presas, el día 20 de agosto se levantó un fuerte temporal del cual el Gloucester quedó en muy malas condiciones, tanto que no se mantenía a flote, decidiendo trasbordar lo importante al Centurion, donde se reunieron los trescientos treinta hombres que quedaban de toda su expedición, dándole fuego al Gloucester.

Con su único navío puso rumbo a las Marianas, fondeando en la isla de Tinian, donde solo había veinte indios y un español, encontrándose allí por haber sufrido una epidemia, lo que paró a Anson y continuo a la isla de Guam, volvió a fondear y desembarcó a ciento veintiocho hombres ya enfermos, los cuales fueron mejorando del escorbuto al comer alimentos naturales y frutas, volviendo a ocurrir algo que no se sabe con certeza si se ha repetido, siendo, que el navío estaba fondeado sin nadie a bordo, se desató un fuerte temporal que zafó los cables de las anclas y la mar se llevó al buque, la desilusión fue total pues quedaban a merced de ser descubiertos por los españoles, pero cuál fue la sorpresa que a los diecinueve días el navío solo por efecto de las corrientes regresó, lanzándose sobre los botes los hombres consiguiendo abordarlo y así recuperarlo. Sin comentarios.

Esto parece que le indicó que aún podría regresar a su isla con "algo" más, pensando que si no había podido capturar al galeón que llegaba a Acapulco, era posible que lo pudiera lograr al salir de Manila, lo que comunicó a sus hombres y de acuerdo con él decidieron regresar a probar fortuna al archipiélago de Filipinas, para ello una vez repuestos todos sus hombres zarpó con rumbo a Macao donde se le dio a la banda al buque, siendo repasado, carenado y calafateado, al terminar se hizo a la mar de nuevo, con el rumbo ya mencionado.

A su vez el día 15 de abril de 1743, el Galeón Nuestra Señora de Covadonga (que ya en esta época no eran galeones, sino navíos algo más pequeños del porte de 50 a 60 cañones) al mando de don Jerónimo Montero zarpaba de Manila con rumbo a Acapulco, cuando unos días antes lo hacía Anson desde Macao, quien puso rumbo a la boca del estrecho de San Bernardino manteniéndose en vigilancia, cuando el día 30 de junio a la vista del cabo del Santo Espíritu, fueron vistas por el británico las velas del galeón, siendo el combate inevitable durando dos horas, esto a pesar de la superioridad del navío de 60 cañones y superior calibre de Anson, contra uno que no llevaba más de 20 disponibles, capturando al buque que transportaba un millón y medio de pesos de plata, más todas las especies acostumbradas. En el combate según el propio Anson, ellos sufrieron la muerte de dos hombres y diecisiete heridos, mientras que el galeón, tuvo sesenta y siete muertos y ochenta y cuatro heridos, estando entre los primeros su comandante y su Segundo.

Mucha es la diferencia, pero así nos honra más de lo que pretenden, al tomar solo una versión de los hecho y siendo de ellos. Ya conocemos que nunca contaban a todos, por ejemplo los heridos eran un numero, pero dado el tipo de heridas producidas casi siempre por las astillas al recibir la madera el balazo, al final pocos, muy pocos solían sanar, dado que la profundidad de las heridas se iban transformando en infecciones que eran intratables en la época y acaban terminado con sus vidas, además de disminuir siempre la cantidad de todos.

Pero nos lo narra mucho mejor don José de Vargas Ponce y dice: «¡Con qué tédio no debe contemplarse un Anson que del helado Norte vuela al hemisferio antártico, le cuesta doblar su extremidad toda su escuadra, cruza el Pacífico, el mar de la India, casi aniquila el equipaje del único navío que le restaba, y después de cuatro años de borrascas vuelve vanaglorioso porque en los Antípodas, bajo un cielo no suyo, entregó á las llamas una aldea de inocente (la población de Paita, en la costa del Perú) y se apoderó de un solo galeón para cebar en su infeliz equipaje la más inaudita impiedad!»

Anson remolcó a su presa a Macao donde vendió el buque a los portugueses por seis mil pesos, poniendo a su vez en libertad a los pocos oficiales y parte de marineros, ya que algunos se tuvieron que quedar a la fuerza para poder maniobrar el buque al completo de su gente, zarpó de nuevo de Macao y por la ruta portuguesa, doblando el cabo de buena Esperanza arribó Spithead en el mes de junio del año de 1744.

Desde mediados de febrero de 1742 en que arribó Pizarro al Río de la Plata, poco después se puso en camino al Perú, intentando dar caza al británico, que por ir mucho más adelantado no lo pudo encontrar, pero a pesar de ello se quedó algo más de dos años en los mares del Sur, patrullando sus aguas impidiendo nuevos ataques, así el día 2 de enero del año de 1745, se encontraba en Valparaíso decidiendo regresar a la Península, desembarcando de su fragata junto a sus oficiales y poniéndose de nuevo en camino por tierra para llegar Montevideo, donde mientras tanto se había ido reparando el navío Asía, nada más llegar se embarcó haciéndose a la mar el 15 de octubre, por haber detectado velas en las aguas de Ferrol e ir cargado con un millón de pesos de las cajas de Buenos Aires burló el bloqueo, arribando sin más novedad a Corcubión el 20 de enero de 1746, donde desembarco el dinero volviendo a zarpar dispuesto al combate, pero no se encontró con enemigos, fondeando el 19 de febrero siguiente en el puerto de Ferrol.

Bibliografía:

Enciclopedia Universal Ilustrada. Espasa. Tomo, 45. 1922, páginas 184 y 185.

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Fernández Duro, Cesáreo.: Disquisiciones Náuticas. Facsímil. Madrid, 1996. 6 Tomos.

Fernández Duro, Cesáreo.: La Armada Española, desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón. Tipográfico «Sucesores de Rivadeneyra» 9 tomos. Madrid, 1895-1903.

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Mariana, Padre.: Historia General de España. Imprenta y Librería de Gaspar y Roig. Madrid, 1849-1851. Miniana fue el continuador de Mariana.

Paula Pavía, Francisco de.: Galería Biográfica de los Generales de Marina. Imprenta J. López. Madrid, 1873.

VV.AA. Historia General de España y América. Ediciones Rialp. Madrid, 1985-1987. 19 tomos en 25 volúmenes.

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