Aramburu, Marcos de Biografia

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Marcos de Aramburu Biografía



General de la Flota de Indias varios años.

Caballero de la Militar Orden de Santiago.

Orígenes

Se desconoce su fecha de nacimiento, aunque es muy probable que fuera al principio de la segunda mitad del siglo XVI, siendo su ciudad natal San Sebastián.

Hoja de Servicios

Comenzamos a saber de él ya en año de 1591, cuando estaba al mando de una de las escuadra de galeones.

Era en ésta época el capitán general de la Armada del Océano era, don Alonso de Bazán, hermano del famoso don Álvaro, que había fallecido tres años antes.

Le llegaron noticias a don Alonso de que una escuadra inglesa, al mando de Thomas Howard conde de Suffolk, se encontraba al acecho en las islas Terceras, así que decidió darle una lección, para ello envío a sus fragatas para transmitir la orden de reunión de todas las escuadra de galeones, a su llamada acudieron todos; Antonio de Urquiola, Martín de Bertedona, Marcos Aramburu, Sancho Pardo y la portuguesa al mando de Luis Coutiño, con ocho de sus filibotes, reuniendo en total sesenta y tres galeones con los filibotes, con una tropa a bordo de siete mil doscientos hombres. Los ingleses por su parte contaban con veintidós velas de las que seis eran grandes galeones.

Sabedor del punto exacto por donde debían cruzar los buques procedentes de Tierra Firme y lugar conocido por los ingleses, se encontraba entre las islas del Cuervo y de Flores, a ese punto arrumbó la escuadra al completo. Don Alonso quiso coger al enemigo al amanecer o comenzando a hacerlo, para que todavía estuvieran fondeados, así que calculó las distancias y velocidad, acoplando a la escuadra para intentar lograr su objetivo, pero una racha de viento repentina arrancó el bauprés de la capitana de Sancho Pardo, lo que obligó a que se quedaran al pairo hasta que se reparara la avería, esto provocó un retraso que impidió dar la sorpresa al enemigo.

Efectivamente se alcanzó el lugar a las cinco de la tarde, cuando la escuadra inglesa ya estaba en alerta, al divisar a la española Howard maniobró para ganar barlovento, pero la española que venía lanzada consiguió estar a tiro de cañón antes de que lo consiguiera, momento en el que comenzó el combate, pero los ingleses con ese miedo total al abordaje de los españoles, permanecieron siempre maniobrando para evitarlo, el único que no lo hizo fue el galeón almirante, que era uno de los más poderosos de la escuadra inglesa, estaba armado con 43 piezas de bronce, de ellas 20 en la primera batería siendo sus piezas de cuarenta a sesenta quintales cada una, el resto por ir más altas de entre veinte y treinta. El galeón era el famoso Revenge de Drake, con el que había realizado el viaje a Indias y el ataque a Coruña. En esta ocasión estaba al mando de Richard Greenville.

Éste cometió el error de no estar pendiente de los movimientos de sus supuestos compañeros, ya que éstos llevados por sus maniobras evasivas se fueron alejando, hasta poder cazar bien el viento y huir sin miramientos hacía su almirante, así que se le vino la escuadra española prácticamente encima, aunque parte persiguió a la inglesa. El ataque se hizo bien organizados, el primero que llegó a aferrarlo fue el galeón de Claudio de Beamonte y ya con diez hombres dentro del buque enemigo se partieron los cables, viendo esto fue Bertendona quien se aferró por la banda contraria, mientras que por el través de popa le entró Aramburu, pero entre tanto ya había comenzado a anochecer.

Al entrar los hombres de Aramburu por la popa, fueron lo que consiguieron el estandarte enemigo, a pesar del fuego que recibían sus hombres consiguieron llegar al palo mayor, pero el enemigo comenzó a aumentarlo protegidos desde el castillo, obligándoles a retroceder, viendo esto acometieron a la vez dos nuevos galeones, el de Antonio Manrique y el de Luis Cotiño, así que ya eran cinco contra uno y a pesar de tener la proa deshecha el galeón inglés seguía soportando el fuego, la bizarría demostrada en esta ocasión por capitán y dotación hay dejarla muy clara, ya que en esa situación aún se mantuvo por espacio de tres horas y ya de noche cerrada, cuando el galeón enemigo estaba sin palos, el casco con más agujeros que madera y ciento cincuenta de sus hombres muertos o heridos, fue cuando decidió rendirse.

Fue trasportado Greenville al galeón de don Alonso, quien lo recibió con todos los honores, como no era menos de esperar después de tan gallarda defensa, los médicos le atendieron por llevar una gran herida en la cabeza, por su forma debía de ser un tiro de arcabuz, lo que no le permitió vivir mucho tiempo a pesar de los esmerados cuidados que se le dieron.

Los daños propios fueron elevados, ya que la embestida de los dos últimos galeones no solo fue contra el buque enemigo, sino entre ellos también se abordaron, lo que les causo graves daños en sus proas, y a lo largo del combate fueron como un centenar las bajas. Por parte de los bajeles enemigos que huyeron, según los partes de los distintos capitanes que les persiguieron, debieron de ser graves, ya que en su huida ‹descubrían los navíos el sebo› o sea que iban muy escorados por cazar el viento, lo que significó que se pudieran contar varios impactos de nuestra artillería en esa zona, lo que es muy posible que alguno no llegara a su isla.

Pero lo más importante, fue poder recibir sin enemigos a las dos Flotas que llegaron, por cierto muy mal tratadas por dos temporales huracanados que sufrieron y casi seguidos, que les hubiera impedido poder defenderse de no estar la escuadra del océano, de hecho arribaron la de don Diego de la Rivera, que había perecido a consecuencia de uno de los temporales y llegó al mando de Antonio Navarro, siendo la Flota de Nueva España, compuesta de once velas y la de Aparicio de Arteaga, con cuarenta y ocho velas, pero al ver la escuadra de protección decidieron fondear para reparar y cómo estarían de maltratados los bajeles, que esa misma noche dieciséis se fueron al fondo solos.

Se recuperó todo lo que transportaban de valor y se cargó en los distintos galeones, finalizado el trabajo y repartidos los hombres, soltaron velas y levaron anclas, hasta alcanzar la bahía de Cádiz.

En el año de 1593, se le dio el mando de la Flota de Indias, zarpando de la bahía de Cádiz en el mes de enero, con rumbo a Veracruz en el Virreinato de Nueva España, en este viaje no tuvo ningún problema a pesar de la constante vigilancia de los buques de la reina Isabel I de Inglaterra, fue algo memorable porque llevó de transporte a cincuenta religiosos de la orden de San Francisco, entre ellos figuraba Martín de la Ascensión, uno de los que posteriormente recibieron el nombre de los: «26 mártires de Japón» que fueron crucificados en la ciudad de Nagasaki en 5 de febrero de 1597.

En 1596 don Felipe II ya enfermo y preocupado por los últimos reveses, quiso hacer caso a don Diego Brochero, quien le propuso armar una escuadra y arribar con tropas, armas y bastimentos a Irlanda, en ayuda del católico conde de Tyrone, que era el principal cabecilla en contra de la Reina de Inglaterra, convencido el Rey ordenó aprestar buques en Cádiz, Lisboa y Ferrol.

Aramburu recibió la orden de acudir al Norte con su escuadra formada por once galeones y cuatro pataches, los cuales fueron cargados de todo, desde pertrechos y armas, así como de infantería y marinería, para dotar a los once galeones que se habían construido rápidamente en el Señorío de Vizcaya y que estaban a las órdenes del Adelantado de Castilla. Una vez más en nuestra historia, los vientos fueron contrarios y Aramburu no pudo arribar a tiempo, lo que ocasionó que el general de la expedición pensara, que ya las fechas se habían echado encima para navegar hacía el Norte y decidió zarpar sin esperarle.

Efectivamente los vientos se desataron y la expedición compuesta de cien naves, el día veintiocho de octubre sufrieron un fuerte temporal del Norte que los lanzó de través contra la costa de Corcubión y del cabo de Finisterre a treinta y dos bajeles, muriendo en torno a los dos mil hombres.

Por una carta fechada el día catorce de diciembre el Adelantado da cuenta al Rey, que las pérdidas son menores a lo que se había dicho, ya que exactamente eran cien velas las que zarparon y una vez revisada toda la costa hasta Finisterre, se contaron setenta y cinco en distintos puertos, por lo que las pérdidas reales eran de veinticinco buques.

En 1597 su escuadra formó parte de otro intento de don Felipe II de acabar con la pérfida Albión, se designó a Ferrol como base de reunión, la escuadra al mando del Adelantado Mayor de Castilla don Martín Padilla, como almirante don Diego Brochero y los capitanes de escuadras, Zubiaurre, Villaviciosa, Aramburu, Bertendona, Oliste y Antonio de Urquiola.

La escuadra se fue formando y en febrero ya contaba con ochenta y cinco buques. Los espías como siempre avisaron a Inglaterra que comenzó rápidamente a alistar buques, consiguiendo en poco tiempo contar con ciento veinte velas los ingleses a las que se sumaron otras veinticinco holandesas, que fueron puestas todas al mando del conde de Essex, zarparon con rumbo a Ferrol para intentar deshacer la flota española, pero estando ya sobre el cabo de Finisterre se desató un gran temporal que los arrojó a las islas Terceras, allí surgieron problemas entre Howard conde Essex y Walter Raleigh, lo que casi les lleva a sacar las espadas.

Se quedaron en aquellas aguas a la espera de la Flota de Indias, pero se enteraron que al mando de ella iba don Juan Gutiérrez de Garybay, lo que ya les descompuso, pues este capitán junto a don Bernardino de Avellaneda eran los que habían acabado con la escuadra de Drake en la isla de los Pinos, de hecho probaron suerte y les salió mal, así que la Flota al mando de Gutiérrez aprovechó el desorden inglés y zarpó, consiguiendo burlar a toda la escuadra inglesa y holandesa, que de los cincuenta y cuatro bajeles que traía, solo de cuatro se pudieron apoderar, lógicamente eran los que menos valores llevaban por ser los más lentos.

El 1 de octubre, la expedición estaba ya formada por ciento treinta y seis velas, con 34.080 toneladas de porte, veinticuatro carabelas, ocho mil seiscientos treinta y cuatro infantes, cuatro mil marineros y trescientos caballos, pero aún faltaba incorporarse Aramburu con su escuadra compuesta por treinta y dos navíos, llevando a bordo a dos Tercios de Infantería de Nápoles y uno de Lombardía, pero de nuevo los vientos contrarios le impidieron llegar a tiempo, ya que el Rey muy enfermo, dio la orden de zarpar al Adelantado Mayor de Castilla sin esperar los refuerzos de Aramburu.

Hay un documento que dice:

«Testimonio de entrega que el general D. Antonio de Urquiola hizo del galeón San Juan Evangelista, construido por él en Pasajes al general Márcos de Aramburu, con inventario del dicho galeón, aparejado y listo, sus dimensiones, etc.» Año 1599.

Otro que dice:

«Marcos de Aramburu, general de una armada de siete galeones y seis pataches, que en 9 de abril de 1600 salió de Sanlúcar para Tierra-Firme»

Éste es el último dato que tenemos de don Marcos de Aramburu, desconociendo su lugar y fecha de fallecimiento.

Existen en el Archivo de Indias:

«Parecer sobre las ventajas que resultaban al servicio de S. M. y seguridad de la navegación de fortificar los puertos de Rio-Janeiro y San Vicente del Brasil»
«Dos pareceres que dio con Anton Pablo á principios del año de 1585 acerca de lo que se debía proveer para el estrecho de Magallanes»

También se encuentra sin saber el año:

«Parecer sobre lo que toca á la seguridad del mar del Sur y de sus costas desde el estrecho de Magallanes hasta Nueva-España»

Así mismo existen copias en la biblioteca del Depósito Hidrográfico de la Real Armada.

En el tomo VI de las Disquisiciones Náuticas, Arca de Noe, en el Diálogo entre un vizcaíno y un montañés sobre la construcción de naves, su arboladura, aparejo. etc. página 218, el vizcaíno pregunta:

«Muchas veces he oido hablar de los inconvenientes tan grandes que se ofrecen sobre las elecciones que se hacen de capitanes de mar y guerra, no siendo capaces en las cosas de mar, siendo como están contra el servicio de S.M. y buenos asientos de su Real servicio. Dígame V. m. lo que cerca desto se le ofrece, y qué remedio podria tener»

Responde el montañés:

«Pregunta es la que V. m. hace dificultosa de remediar, y tan necesaria de enmienda, que no puede ser más, por pender de ella la ejecución de la órdenes de los superiores y buenos secesos della. Llega un soldado á Madrid que ha militado en la armada Real y llegado á ser alférez ó capitán, á pedir á S. M. le hagan merced por sus servicios, y ofrécese haber de proveer algunas compañías de capitanes de mar y guerra, así para galeones de la armada Real como de la plata, que navegan en la carrera de las Indias, á que se oponen todos los que tiene servicios para ello; y sin informarse los consejeros de S. M., por cuyo consejo se pretende de la suficiencia de los opositores, consultan á los que les parece tienen más servicios, y S. M. elige de los consultados los que le parecen son más beneméritos; y muchas veces se eligen personas que, aunque han navegado muchos años, no saben cosa alguna de la mar, porque jamas cuidaron de las desta profesion, y muchas se ofenden de tratar dellas, como si el arte de la mar fuera cosa mecánica é indigna de profesarla ningun hombre de puesto y reputacion; y hallándose con las obligaciones de capitan de mar, no sabe mandar ni disponer lo que es necesario á su oficio, y se halla atajado en gran daño del Real servicio y detrimento de la reputación, que es causa sucedan tantas desgracias y ruines sucesos, para remedio de lo cual deberian los consejeros de S. M., en casos semejantes, examinar en las cosas de la mar los tales opositores; y no lo queriendo hacer por sus personas, cométanlo á personas de practica y experiencia en este arte, como generales y Almirantes de armadas y escuadras, que de ordinario los hay en la córte, y al que hallasen suficiente le consulten, y al otro no, premiándole por otro camino; porque es tan diferente el arte de la milicia al de la mar, como el de un boticario al de un albañil. Esto se debia observar con más puntualidad en las provisiones de los capitanes de los galeones de la plata, por ser los de más importancia que tiene la monarquía; pues pende de cada galeon lo que todos tienen conocido.
Oí decir al general Márcos de Aramburu el año de 600, yendo por general de una armada de la plata, lastimándose de los capitanes que llevaba, por no ser marineros, que debia S. M., buscar en todos sus reinos los más beneméritos en las cosas de la mar y guerra, para que los fueran destos galeones, que pende dellos la reputación y hacienda de España. Esto se debia observar inviolablemente, y no se hace, dejando los sucesos al corriente de la fortuna, sin que de nuestra parte nos ayudemos en nada. Lo mesmo debrian hacer los capitanes generales de la armada del Océano y otros que tienen mano para proveer compañías; pero he visto diversas veces elecciones tan indignas de quien las provee, que me ha causado gran lástima; pues conociendo sus subditos y suficiencia, echan mano de personas que no conocen ni saben qué cosa es un navío, ni el manejo de sus aparejos, dejando muy grandes marineros y de juicio, que han sido pilotos y capitanes de mar, sin hacer caso dellos: el gran daño que recibe el Real servicio no se ignora. En esta parte deben los tales capitanes generales buscar para capitanes de mar, y para de mar y guerra, marineros, y no soldados; pues los tales saben manejar las cosas de la mar, que es lo principal, pues es su profesión, y para las cosas de la guerra no es menester mucha experiencia, por tener pocos lances en la mar, como se sabe. El capitan para el gobierno de la compañía, estando embarcado, no tiene que hacer con ella más que procurar tengan paz y quietud, y cuando llegue la ocasion de pelea, guarnecer con ella los costados del galeon, y esto se aprende en dos veces que se vea; pero las cosas de la mar, si no se cria desde pequeños en ellas, jamás se saben con perfección. Al infante désele compañía, y no galeon, si ya no se conoce que es aficionado á las cosas de la mar y sabe parte dellas.
No se me ofrece qué advertir en las cosas de fábricas y de la mar y guerra, tocantes á las armadas de S. M., que lo contenido en este trabajo; pues por él se da á entender cuanto es menester para ellas, y así podemos dar fin.»

Bibliografía:

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Orellana, Emilio J.: Historia de la Marina de guerra Española, desde sus orígenes hasta nuestros días. Salvador Manero Bayarri-Editor. Dos Tomos con primera y segunda parte. Barcelona, 1900?

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