Filiberto de Saboya, Emanuel Biografia

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Biografía de don Emanuel Filiberto de Saboya
Capitán General de la Mar.
Gran Prior de la Soberana y Militar Orden Hospitalaria de San Juan de Jerusalén de Rodas y de Malta.
Virrey de Sicilia.

Era hijo de don Carlos Manuel “El Jorobado”, duque de Saboya, y de la infanta doña Catalina, por lo que era sobrino carnal del rey don Felipe III y nieto de don Felipe II; vino al mundo en la ciudad de Turín en el año de 1588.

Llegó a Madrid en el año de 1603, junto a dos hermanos, viniendo como prenda de la fidelidad de su padre hacía el Rey, que por su conducta un tanto ambigua, llevado por su ambición de intentar aumentar su Estado, había ofendido al monarca español y que en varias ocasiones tuvo que frenar el gobernador del los Estados de Milán, el conde de Fuentes.

Fue recibido en la Corte, con la distinción de Príncipe, pues le correspondía por su parentesco con el monarca, por lo que se le concedieron los tratamientos inherente a su dignidad.

En el año de 1605, los tres hermanos sufrieron la viruela, de cuyas causas falleció el primogénito; esto motivo el regreso de los dos a su tierra de Turín, por el mes de julio de 1606.

Pero Filiberto se ofreció a regresar a la Península en el mismo año, pero no cumplió su palabra, dado que su padre el Duque proseguía con sus manipulaciones, con el afán de tergiversar las cosas para ponerlas a su favor; de echo estaba en tratos bajo secreto con los embajadores del rey Enrique IV, con la intención de ponerse bajo el mando del Rey francés; pero al ser de conocimiento del conde de Fuentes, éste actuó de inmediato poniendo fin a las conversaciones.

Ayudó no poco, a que por esas fechas fallecía Enrique IV, pero a su vez al duque don Carlos de Saboya en una situación difícil, pues desde Madrid ya se estaban recibiendo noticias reales, de que si no regresaba Filiberto a la Corte en corto plazo, se le desposeería del Priorato de la Orden y por tanto de sus espléndidas rentas, por ello se puso en marcha, llegando en diciembre del año de 1610 a la Corte, donde arguyó el descontento de su padre y con buenas formas convenció al Rey, quién le obligó a firmar unas condiciones y por ellas volvía el duque don Carlos a tener la Gracia Real.

Como resultado de estas avenencias, se nombró a Filiberto, como Capitán General de la Mar en el año de 1612, el mismo que anteriormente había tenido don Juan de Austria y que ahora estaba vacante por el fallecimiento de Juan Andrea Doria.

Pero esto tuvo sus consecuencias, pues las altas facultades donadas con este título, coartaban las de el Capitán General de las costas de Andalucía, que estaban a las órdenes del Duque de Medinasidonia y al mismo tiempo, se afectaban a las del Capitán General de las Galeras de España, que estaban al mando de don Pedro de Toledo, por lo que ambos elevaron sus quejas en sendos « Memoriales » al Rey.

Pero a pesar de todo ello tomo posesión de su mando, el día cuatro de diciembre del año de 1612, en solemne ceremonia celebrada en el Puerto de Santa María, pero sin tener una misión concreta, se dispuso tomar el rumbo de la ciudad de Barcelona, sonde se estaba terminando una galera Real, que le estaba destinada.

Mientras esperaba su terminación, se dedico a buscar fórmulas de mejor funcionamiento de la flota; entre ellas logró del Rey una paga para los forzados en sus galeras, así como el llevar a bordo a un cirujano, que prestara sus conocimientos a estos mejorando así la asistencia médica, a lo que se añadió, el que estuviera abordo también un sacerdote, para prestar los últimos auxilios a los que lo necesitaran.

Así mismo, protegió con su pecunio particular la construcción del nuevo hospital, que se inauguró en el mismo año de 1613; ayudó a la cofradía de la Caridad y Piedad, a que continuara sus servicios, ya que eran muy beneficiosos, pues prestaba asistencia médica a los enfermos de las galeras y cuidaba de que sus cuerpos fueran enterrados piadosamente.

Consiguió por Bula de fecha del día diez de septiembre del año de 1614, que se permitiera la administración del sacramento de la Eucaristía, a los ya desahuciados por la medicina aunque estuvieran con cadenas, siendo llevado su cuerpo desde la galera a la iglesia más cercana, con toda la solemnidad y ceremonial pertinente. Estas son algunas de las meritorias decisiones que tuvo éste Príncipe, que consolidaron una serie de mejoras casi impensables en la época.

Quiso emular a sus predecesores en el alto cargo que ostentaba, por ello pidió al Rey la preparación de una expedición contra el turco, por lo que se hizo a la mar con sus galeras, que en número de veinte formaban su flota con rumbo a Messina, donde se reunieron las galeras de España, Nápoles, Sicilia y Génova, más unas del Papado, Orden de Malta y Florencia, con lo que se formó una escuadra de cincuenta y cinco velas, que no dejaba de ser una demostración de poder, de cara a nuestros enemigos, ya que estos aún no se habían recuperado de los anteriores combates perdidos.

Se hizo a la mar y se puso rumbo a Ambarino, pero al llegar a él, se apercibió, de que la escuadra otomana se hallaba dentro y protegida, por las potentes defensas del puerto; por lo que decidió no arriesgarse a un combate desigual, pues le comenzaban a faltar los víveres para sus hombres, decidiendo regresar a Messina sin haber disparado un solo tiro.

A su llegada, por cuestiones meramente de distinción, jurisdicción, honores y saludos, tuvo un enfrentamiento con el virrey de Sicilia, que era don Pedro Téllez, duque de Osuna, quién le había entregado las escuadras que tan costosamente había ido formando, de Nápoles y Sicilia, estando además enojado por la puerilidad con la que se había mostrado, ante enemigo tan poderoso como siempre lo fue el poder otomano.

Al poco tiempo volvió a hacerse a la mar, con rumbo al Puerto de Santa María, pero en una situación muy desagradable, pues su escuadra había sido puesta a las órdenes del 2º marques de Santa Cruz, precisamente para combatir a su padre el duque de Saboya, por haberse puesto en contra del Rey, por lo que permaneció en esta localidad, hasta que en el año de 1617 se firmó la paz en la ciudad de Milán.

En el año de 1619, volvió a ponerse al frente de una escuadra, pues su reputación estaba en entredicho y solo se hablaba en la Corte, de las victorias de los capitanes escogidos por el duque de Osuna y que estas, no le beneficiaban en nada ante la vista de los demás.

Por ello se decidió a realizar la expedición sobre Susa, que como la vez anterior fue hecha sin mucha decisión, reaccionado de la misma forma, pues a las primeras inconveniencias u obstáculos decidió regresar; esto le causó tener mala reputación y sobre todo, la razón que esgrimió como causante de ella, que fue la de que temió que la epidemia de peste que padecía la escuadra turca, se contagiase a su escuadra al tratar de abordarlos.

Al fallecimiento del rey Felipe III en el año de 1621, viajó hasta la corte para presentar sus respetos al fallecido y al nuevo Rey; de éste obtuvo la gracia de ser nombrado virrey de Sicilia, pues había sido defenestrado el duque de Osuna, pero con ello heredó a su flota y sus capitanes, que eran la causa de las desavenencias sobre Osuna y posiblemente la causa principal de su desgraciado fin, pues fue provocada por los cortesanos y sus siempre presentes envidias, por ello no se descarta que el Príncipe tuviera algo más que ver en este asunto, pero no hay datos que lo confirmen, aunque sí mucha posibilidad de ello, ya que se guardaba el mal recibimiento de su llegada a Nápoles, cuando regresó a Messina con menosprecio de todos.

Al hacerse cargo del virreinato de Sicilia, como se ha dicho recogió los laureles obtenidos por los mismos capitanes de Osuna, pues entre ellos estaban; don Francisco Rivera, don Octavio de Aragón, don Diego Pimentel, don Pedro de Leiva y el marqués de Santa Cruz (2º), que le sirvieron con el mismo tesón que a su antecesor, sirviéndole en bandeja las victorias obtenidas, sobre los turcos y moros.

Entre ellas, la más notable fue la del combate de cabo Passaro en la isla de Sicilia, en el año de 1623, donde se enfrentó la escuadra española contra una turca, en ella se apresaron ocho galeras enemigas, quedando muertos o prisioneros tres mil infantes y jinetes otomanos, que habían desembarcado para saquear la ciudad de Noto, siendo vencidos y desalojados de ella.

Falleció en la ciudad e Palermo el día tres de agosto del año de 1624, precisamente de la enfermedad que le dejó en entredicho con anterioridad, pues contrajo la peste y esta le llevo a la tumba.

Por ser quién era, su cuerpo fue embalsamado y embarcado en su propia galera Real, a la que le dieron escolta las escuadras de Sicilia y Malta, a su paso las de Nápoles y Génova la honraron, teniendo lugar la salida el día tres de septiembre del año de 1625, con rumbo al puerto de Cartagena, siendo en este lugar la última vez que se le rindieron los honores de Capitán General de la Mar.

La suntuosidad y como fue engalanada la galera se nos describe así: « . .encubertada desde el timón á la proa, desde los filaretes al garcés, de paños de dolor; la palamenta negra, los faroles, los estandartes enlutados, el cuerpo de su generalísimo, representado con toda propiedad la galera en su majestuoso aparato funeral un ataúd »

Desde aquí fue trasladado, al Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, siendo depositados sus restos en el Panteón de Infantes de España.

Con él también murió su galera, puesto que el Rey no tenía en mente sustituir a tan alto cargo, por lo que pasó a desarme y poco después se le quitaron los fanales, árboles y remos, quedando en puro abandono que el tiempo seguro dio cuenta de ella.

A su fallecimiento Bartolomé Leonardo de Argensola, le dedico un soneto que dice así:

No turba nuestro llanto la alabanza
que hoy suena, joven Real, con la victoria
que de la vida o muerte transitoria,
en mejor vida tu virtud alcanza.


Sólo se extiende a la fatal mudanza
del gran principio de gloriosa historia,
en quién de antigua hereditaria gloria
émula se mostraba tu esperanza.


Pídele a Dios, para lograr la nuestra,
victorias de su iglesia, pues tu celo
milita ya con armas celestiales.


Será en el orbe general consuelo,
ver que a tu ruego deban los mortales,
lo mismo que debieran a tu diestra.

Bibliografía:

Enciclopedia General del Mar. Garriga. 1958. compilada por el contralmirante don Carlos Martínez-Valverde y Martínez.

Fernández Duro, Cesáreo. El Gran Duque de Osuna y su Marina. Madrid, 1885. Sucesores de Rivadeneyra.

Fernández Duro, Cesáreo.: Disquisiciones Náuticas. Facsímil. Madrid, 1996. 6 Tomos.

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