Malvinas y sus problemas 1768-1771

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1768 — 1771 Malvinas y sus problemas



Las islas no fueron ocupadas hasta 1764, cuando llegó el francés Louis Antoine de Bouganville, al conocerse en Madrid el establecimiento sin autorización se ordenó presentar unas reclamaciones diplomáticamente, ante ellas el Rey francés ordenó retirar sus fuerzas de ellas, pero curiosamente los españoles no las ocuparon, permaneciendo sin estar habitadas por su insalubridad.

Llegó a conocimiento la presencia británica en las islas aprovechando la ausencia de tropas y bandera, ante ellos el Gobernador del Río de Plata don Felipe Ruíz Puente ordenó se les vigilara, por ello zarpó la fragata Santa Rosa y el chambequín Andaluz, estando al mando en jefe el capitán de navío don Juan Ignacio de Madariaga, los cuales arribaron y vigilaron lo que estaban montando los británicos, entre otras cosas era una empalizada con maderas y cañones de á 12, existiendo un documento: «Plano del puerto que llamaron Anunciación á la parte del Este por los oficiales del chambequín Andaluz, año de 1768.» Puesto el hecho en conocimiento del Monarca, éste dio la orden a su embajador en Londres, príncipe de Masserano, para ser devuelta la isla a España, comenzando una larga espera entre ida y venida de explicaciones y demandas, pero nada se sacaba en claro y mientras el tiempo pasaba, razón por la que don Carlos III dictó la orden de ser recuperada en buena armonía, pero si era necesaria la fuerza no se debía de dudar en utilizarla, así recibió la Real orden el capitán general de Buenos Aires don Francisco Buccarelli, ordenando a su vez la organización de una división, formada por las fragatas Industria, Bárbara, Catalina, Santa Rosa y el chambequín Andaluz, transportando un regimiento de infantería a las órdenes del coronel don Antonio Gutiérrez, estando al mando de toda la fuerza don Juan Ignacio de Madariaga.

Arribaron el 10 de junio de 1770 manteniéndose a poca distancia, pues las fuerzas navales británicas estaban formadas sólo por las fragatas, Favourite y Swift al mando de Mr. Hunt, desembarcando Madariaga y entablando conversación con el británico, pero éste le contestó que las islas Falkland eran de propiedad del Rey del Reino Unido, por ello el español embarcó en el bote y regresó a su insignia, a los pocos minutos comenzó el bombardeo y no había hecho nada más que dos descargas cuando se apercibieron del arriado de la bandera del Reino Unido, por ello suspendieron el fuego y desembarcaron los infantes. Hay unos documentos que narran las operaciones: «Extracto del diario de la expedición hecha á Puerto Egmont para el desalojo de los ingleses en él establecidos, el que se verificó el 10 de junio de 1770 por la escuadra del mando del capitán de navío D. Juan Ignacio Madariaga.» y otro: «Capitulación firmada en Puerto Egmont por los comandantes ingleses Guillermo Maltby y Jorge Farmer y los jefes españoles Madariaga y Gutiérrez.»

Uno de los oficiales de la expedición (no hemos podido averiguar su nombre) compuso en octavas reales, la rendición de los ingleses:

«No es valor oponerse á un imposible,

reconociendo fuerzas superiores;

temeridad sí, que lo sensible

experimentará de sus errores.

Tres fragatas en lance terrible,

baten su torreón con mil furores

y su fragata, nuestra hazaña fiera

contienen con pacifica bandera.»

Como era de esperar se retiraron ambos embajadores, pues don Carlos III estaba a la espera de que el Rey de Francia Luis XV le confirmara su alianza, pero en vez del apoyo se recibió un correo en la Corte, diciendo: «Dado que el duque de Choiseul se había ofrecido a socorrer al Rey español, había sido exonerado. Invitando a su amado primo a cualquier sacrificio que conservara la paz sin perjudicar el honor, porque la guerra sería un mal horrible para él y para sus pueblos.» Esto fue una desilusión para el Rey, pero a su vez S. M., no le pareció que el motivo mereciera comenzar una guerra en solitario con Gran Bretaña, así prosiguió un largo proceso típico de la diplomacia, con diferentes momentos de calma y otros de tensión, cuando estos llegaban España siempre cedía concluyendo con la firma de un acuerdo, no sin que antes don Carlos III escribiera: «No quieren dejar de irme haciendo algunos insultos que hasta cierto punto se pueden aguantar, y los voy aguantando hasta no poder más, pues primero es mi decoro y el de mi corona, que Dios me ha dado por su infinita misericordia; y así, en llegando á esto, todos los trapos irán por el aire; pues bien sabes que nunca he tenido á nadie miedo, y que, por gracia de Dios, jamás he conocido el miedo.»

Firmando el acuerdo el 22 de enero de 1771, por parte de España el embajador Príncipe de Masserano y por el Reino Unido, el Secretario de Estado el conde de Rochford. (Por no considerar necesario transcribir todo el convenio, solo lo hacemos con la carta que se envió desde el Ministerio de Marina e Indias, a Buenos Aires porque en ella queda aclarada la soberbia británica): «Habiéndose estipulado entre el Rey y S. M. británica por un convenio firmado en Londres el 22 de enero próximo pasado por el príncipe de Masserano y el conde de Rochford que la Gran Malvina, llamada por los ingleses isla Falckland debe de ser restituida inmediatamente en el mismo estado que tenía antes que fuese evacuada por ellos en 10 de junio del año último: de orden del rey prevengo á V. que tan luego como la persona comisionada por la corte de Londres se presente á V. con esta, disponga se efectúe la entrega del puerto de la Cruzada ó Egmont y su fuerte y dependencias; así como también la de toda la artillería, municiones y efectos que se encontraren pertenecientes á su Majestad británica y á sus súbditos, conforme á los inventarios formados por los señores Jorge Farner y Guillermo Maltby en 11 de julio de dicho año al tiempo de dejar aquel punto, y de los cuales remito á V. las adjuntas copias, autorizadas con mi firma; y que tan luego como se efectúe uno y otro con las debidas formalidades, disponga V. se retire inmediatamente el oficial y demás súbditos del rey que allí pueda haber. Dios guarde á V. muchos años. — El Pardo 7 de febrero de 1771. — El bailío fray don Julian de Arriaga. — A don Felipe Ruíz Puente.»

Recibió el correo don Felipe Ruíz y se preparó el viaje, a la espera de la llegada del representante británico, el cual al presentarse se embarcaron los españoles y acudieron al Puerto de la Soledad ambas escuadras, donde siguiendo las instrucciones se les entregó lo escrito en la carta, firmando otro documento de estar todo en orden y en perfectas condiciones, quedando zanjado el problema.

Como se ve, España cedió en todo por no entrar en guerra, en la que el propio Rey comentó lo anteriormente explicado, pero la guerra se evitó pues no era conveniente en ese momento, pero en el fondo hubiera sido una más de las muchas que al final se demuestran totalmente innecesarias. Pasamos a transcribir la aclaración que hace don Alejandro del Cantillo a continuación de una larga explicación sobre el hecho, concluyendo: «Diéronse nuevas instrucciones al príncipe de Masserano, embajador de España en Londres, para hacer la ‹declaración› que aquí se inserta, la cual serenó felizmente los disturbios y desgracias que se preveían con una guerra dictada por el capricho de un ministro. Reconciliáronse las dos Córtes; la de Inglaterra acreditó como embajador en Madrid á lord Grantham; y aun más adelante (el 22 de mayo de 1774) ya sea por complacer al rey de España, ó porque la fuese costoso sostener el establecimiento de Puerto Egmont, le abandonó voluntariamente.»

Demostrando que esta cesión, era provocaba por la manifiesta insalubridad del lugar, razón por la que los españoles no tenían fuerzas en las islas para su defensa, además de estar a pocos días de navegación de Buenos Aires, lo que les permitía poder enviar rápidamente buques y tropas para reclamar su domino, pero ellos aprovecharon esta causa para robarlas, al mismo tiempo las propias islas los tiraron, pues era insostenible en aquella época, ya que nada o casi se podía criar en ellas, por esta razón las abandonaron, aunque antes hubieran demostrado su orgullo yendo a la guerra que atender a la razón, ocurriendo como siempre que ésta al fin se impuso a favor de don Carlos III.

Hay un apunte más a la cuestión que no deja a ningún rey sin tocar: En el Reino Unido se juzgó como una componenda vergonzosa, pues el pueblo no creyó fuera ningún triunfo; de hecho fue censurado el monarca tanto por la prensa como en el mismo parlamento donde se llegó a calificarla de infame. Y Ferrer del Río, afirma en su obra: «Ninguno de los Reyes que jugaron el lance representó papel brillante, pues deslucía el del francés la poca fe con que correspondió á sus alianzas; el español, la debilidad de desaprobar lo ejecutado por un Gobernador de orden suya, y el del británico la artimaña de satisfacerse con una ficción universalmente conocida; y más recibiendo en aquella sazón la llave de gentilhombre de Cámara el general D. Francisco Buccarelli como galardón de sus servicios.»

Bibliografía:

Cantillo, Alejandro del.: Tratados, Convenios y Declaraciones de Paz y de Comercio desde el año de 1700 hasta el día. Imprenta Alegría y Chalain. Madrid, 1843.

Fernández Duro, Cesáreo.: La Armada Española desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón. Est. Tipográfico «Sucesores de Rivadeneyra» 9 tomos. Madrid, 1895-1903.

Ferrer del Río, Antonio.: Historia del reinado de Carlos III en España. Impta. Sres. Matute y Compagni. Madrid, 1856. 4 Tomos.

Paula Pavía, Francisco de.: Galería Biográfica de los Generales de Marina. Imprenta J. López. Madrid, 1873.

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