Bazán y Guzmán, Alonso de2

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Rodríguez González, Agustín Ramón.: Lepanto. La batalla que salvó a Europa. Grafite. Madrid, 2004.
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Rosell, Cayetano.: Historia del Combate Naval de Lepanto. Y juicio de la importancia y consecuencias de aquel suceso. Real Academia de la Historia. Madrid, 1853. Obra premiada por unanimidad en el concurso del año de 1853.  
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Rosell, Cayetano.: Historia del Combate Naval de Lepanto. Y juicio de la importancia y consecuencias de aquel suceso. Real Academia de la Historia. Madrid, 1853. Obra premiada por unanimidad en el concurso del año de 1853.
VV. AA.: Colección de documentos inéditos para la historia de España. Facsímil. Kraus Reprint Ltd. Vaduz, 1964. 113 tomos.
VV. AA.: Colección de documentos inéditos para la historia de España. Facsímil. Kraus Reprint Ltd. Vaduz, 1964. 113 tomos.
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Revisión de 11:41 27 jul 2015

Como primera respuesta de don Felipe II le envía una carta en la que le ordena, la composición de una escuadra para la vigilancia de las costas Atlánticas. Al mismo tiempo le pide con detalle máximo la composición de la escuadra para la Jornada de Inglaterra, ya que está decidido a llevarla a buen término, pero quiere saber todo respecto a ella y lo que será necesario para ir preparándolo con el tiempo suficiente, terminado la extensa carta: «…con resolución que hecho esto, después os ire avisando de las otras cosas que se fuese ofreciendo y convendrá proveer, para que no quede cosa por prevenir.— De Valencia á 26 de Enero de 1586. — Yo el Rey. — Por mandato de S. A. Antonio de Eraso. »

Vuelve a escribir don Álvaro al Rey y éste al fin se decide a autorizar la Gran Armada contra Inglaterra, siéndole comunicado por una carta fechada en Madrid el día 16 de abril del año de 1586, escrita por el Secretario don Juan de Idiáquez. Anunciándole al mismo tiempo que el Rey envía Cartas orden a los diversos jefes del ejército para que vayan concentrándose en la ciudad de Lisboa, así como a los generales de mar que deben de incorporarse al mismo lugar con sus escuadras respectivas, añadiendo en todas ellas que es nombrado General en Jefe de Mar y Tierra, el mismo Marqués de Santa Cruz.

La constante falta de dinero en la Hacienda de España, impide a don Álvaro ir a la velocidad deseada para la formación de tan importante Jornada, a lo que se añade que el mismo Rey le sigue enviando correos preguntando porque no sale al escuadra, don Álvaro siempre le contestaba lo mismo, que la falta de fondos disponible le impedía acelerar la conclusión y que él era el más interesado por servir de nuevo a su Rey con una nueva victoria. Desconfiando el Rey de la aptitud del marqués, le envía al conde Fuentes para que averigüe e informe al Monarca directamente, lo que no le sentó nada bien a don Álvaro.

Dejando una clara muestra de ello, en la carta que le escribe al Monarca, que dice: « Señor:

Mucha merced me ha hecho V. Md. En imbiar al Conde de Fuentes para que entienda el estado de la armada y pueda informar a V. Md. particularmente a su vuelta de en la orden que va, la qual está tan a punto como he escrito; y assi quando llegue la orde de V. Md. Y el dinero me podré luego hazer a la vela.

Dios guarde la C. persona de V. Md.—De Lisboa 30 de henero 1588.—El Marqués de Sta. Cruz (Rubricado) »


(Obsérvese que le dice « y pueda informar a V. Md. particularmente a su vuelta » dándole a entender, que mientras esté en Lisboa no habrá información que no pase por sus manos antes de ser enviada)

Decir, que en todo esto don Alonso estaba informado al segundo de todo lo que ocurría, ya que seguía siendo la mano de descanso de su hermano, quien incluso le consultaba por si se excedía en el trato o en sus escritos, dado que don Álvaro era un hombre de rápidos reflejos, pero de muy mala pluma y no estaba demás que alguien le ayudara a envainar la pluma, para no caer en desgracia. Cosa muy fácil en la época.

Don Álvaro ya encamado por su incapacidad de poderse mantener en pie, le sobrevino el óbito el día 9 de febrero del año de 1588, contando con sesenta y un años, y cincuenta y nueve días, de los que estuvo a las órdenes del Rey cuarenta y cinco años. Y su hermano se quedó sin su gran ayuda, pues a pesar de ser unos de los mejores generales de Mar y Tierra de la época, como el resto quedó eclipsado por el resplandor de su hermano.

Recibió una carta de don Felipe II, en respuesta a la suya en la que le comunicaba el fallecimiento del Marqués de Santa Cruz su hermano: « He reçebido vuestra carta de 9 deste y la muerte del Marques vuestro hermano es de sentir como gran perdida, pero hase de lleuar con paçiençia todo lo que Dios ordena.

De mi creed vos y vuestros sobrinos que en lo que se offreziere terne con vuestras cosas y las suyas la quenta y memoria que es razón.

De Madrid a 15 de Hebrero 1588 »

Pero la cosa llegó a más en su caso, ya que siendo conocedor el Rey de los inmejorables servicios prestados por don Alfonso y que había estado como siempre en todos los asuntos de su fallecido hermano, no le entregó el mando de ninguna división o parte de ella en la Jornada de Inglaterra, caso curioso que nos deja entrever, que don Felipe II era muy desconfiado, ya que siendo en parte culpable de la muerte de don Álvaro, no se fió de que su hermano cumpliera con su deber de defender a España, cuando quizás detrás del marqués era el mejor informado de todo el aparato que rodeaba la Empresa, no en vano estuvo junto a su hermano los casi dos años que costó el reunir todos los buques, hombres y elementos para ella.

Al año siguiente de 1589, fue la Reina de Inglaterra la que quiso invadir España y favorecer al Prior de Crato para que se instalara en el reino de Portugal, para ello zarpó del puerto de Plymouth el día 13 de abril una escuadra con ciento cincuenta velas y un ejército de veintitrés mil trescientos setenta y cinco hombres, la escuadra al mando del ya almirante Francis Drake y las tropas al de John Norreys, pero desobedeciendo a las órdenes de la Reina, en vez de dirigirse directamente a Lisboa, lo hicieron sobre Coruña, por saber que ésta plaza estaba muy mal guarnecida y suponiendo que en ella se estaba volviendo a concentrar otra Jornada contra Inglaterra.

Pero las cosas no le salieron como espera Drake, ya que la resistencia encontrada le iba causando bajas, efectuando cuatro ataques sobre la fortaleza, los dos últimos después de haber hecho estallar una mina que dejó una gran brecha en la muralla, pero entonces se unieron las mujeres a la defensa y les resultó imposible doblegarla, por lo que Drake decidió abandonar el territorio, lo peor de su huída es que se dejaron casi todo el bagaje del Prior de Crato y entre ellos los documentos de todos los que formaban parte de la expedición.

Variaron el rumbo y arribaron al pueblo de Vigo, que en ese momento solo contaba con ciento cincuenta habitantes, el cual fue dado al fuego, pero la llegada de más tropas españolas le impidió mantenerse, así que volvieron a reembarcar y puso rumbo a Peniche, donde la guarnición desalojó la fortaleza, lo que le permitió a Drake desembarcar a doce mil de sus hombres, llegando Norris a Torres Bedras, donde proclamó al Prior de Crato. Drake continuó viaje hasta alcanzar la desembocadura del río Tajo, pero se encontró en la misma entrada con dieciocho galeras al mando de don Alonso enfiladas en fortaleza, por lo que el almirante inglés no se atrevió ni a intentar forzarla.

Pero se mantuvo a distancia, fuera del alcance de la artillería de las naves españolas, al poco comenzó a caer en la cuenta que no era tan fácil mantenerse, ya que por detrás las fuerzas del conde de Fuentes con su caballería estaba dejando al ejército invasor sin fuerzas, a lo que contribuía don Alonso con el bombardeo constante de las posiciones enemigas y para terminar de desalojar al enemigo, el adelantado mayor de Castilla, don Martín de Padilla con nueve galeras, había transportado a varias compañía de los Tercios.

Esta presión constante, decidió a Norris al tercer día a abandonar sus conquistas y retornar a sus buques, pero en la huída tuvo que abandonar sus caballos y todo objeto que embarazaba la buena marcha, ya que detrás iba el conde de Fuentes, don Pedro Enríquez de Acevedo con sus tropas hostigándole, pero sin apretar, pues solo contaba con mil doscientos hombres contra más de seis mil, se mantuvo un poco a la expectativa sin dejar de hacer fuego, hasta la llegada de don Francisco de Toledo con nuevas tropas de refresco, viendo que ya estaban embarcando los dejaron ir, aunque los arcabuceros a caballo los siguieron hostilizando hasta que se pusieron fuera de alcance.

A finales del mes de mayo, Drake dio la orden de regresar a Inglaterra, porque ya la epidemia declarada en sus buques le estaba dejando sin brazos, al ver la virada del pirata y enseñar sus popas a la escuadra de don Alonso, éste dio orden de perseguirla consiguiendo hundir a tres buques, lo que sumado a los dos que fueron hundidos en Coruña y los cuatro que hundió el adelantado de Castilla, don Martín de Padilla, sumaban en total nueve buques perdidos, pero en la huída se perdieron la inmensa mayoría, ya que hay datos demostrando que al final a Inglaterra solo llegaron cinco mil hombres, a los que sus armadores les dieron cinco chelines a cada uno por su trabajo.

Por una carta del capitán inglés Tho. Fenner sabemos que: « En mi navío de 300 hombres de tripulación, solo tres se libraron del contagio, y murieron 114 » y del libro Europa Portuguesa, se dice: « De las enfermedades contraídas por la falta de lo necesario para sustentarse fueron (los ingleses) arrojando muchos cadáveres al mar y perdiendo navíos; y convertido el mal en pestilencia, la sembraron en Plemua, de donde se transmitió por toda Inglaterra con grave daño, en que se mantuvo largos días. Éstas fueron las ganancias llevadas de Portugal a aquel reino, que tan grande las esperaba, con que apareció agora mas pena en aquella isla por haber enviado una armada a España, que en España antes por la que había enviado allí »

Para una reflexión: A la muerte del Rey de Francia don Enrique III, quien falleció sin sucesor, inmediatamente se levantaron los hugonotes para entregarle la corona a don Enrique de Navarra, conocedor don Felipe II que si llegaba a ser proclamado Rey, con él sobrevendría la pérdida del catolicismo en Francia, actuó rápidamente llegando a varios acuerdos con otros reyes como el Dux de Venecia, pero al mismo tiempo debía de formarse una escuadra para transportar a Bretaña a un cuerpo de entre cuatro a cinco mil hombres, para ello le ordenó a don Alonso formar la escuadra, se puso a trabajar y consiguió reunir a siete naos, cuatro galeazas, dos galeras, veintisiete pataches y zabras, con mil ochocientos doce hombres de dotación y cuatro mil quinientos setenta y ocho de guerra, con un total de treinta y siete naves y seis mil cuatrocientos setenta hombres, zarpando en el mes de septiembre del año de 1590, pero no al mando de don Alonso, sino al de don Sancho Pardo Osorio y como su capitán general de Mar y Tierra don Juan del Águila.

O sea, que sí era bueno para organizar una escuadra (experiencia tenía, desde luego y confirmada), pero no se le entrega el mando. Hay decisiones a veces inconcebibles, que no pueden por demás dejar de llamar la atención y dejarnos asombrados de los movimientos de hilos de los cortesanos, llevados por la envidia y el estar a la sombra de don Álvaro, por ello al morir todos pusieron sus ojos en contra de don Alonso.

En el año de 1591 le llegaron noticias al Rey don Felipe II de que una escuadra inglesa, al mando de Thomas Howard conde de Suffolk, se encontraba al acecho en las islas Terceras, lo puso en conocimiento de don Alonso de Bazán para que tomara el mando de la escuadra a formar, dándole la orden de enviar mensajeros para que acudieran las distintas armadas, ya que S. M. estaba ya cansado de tanta arrogancia y estaba decidió a darle una lección a los ingleses.

Para cumplir la Real orden don Alonso ordenó el envío de sus fragatas para transmitirla al resto de los generales de las escuadra de galeones, a su llamada acudieron todos; Antonio de Urquiola, Martín de Bertedona, Marcos Aramburu, Sancho Pardo y la portuguesa al mando de Luis Coutiño, con ocho de sus filibotes, reuniendo en total sesenta y tres galeones más lo filibotes, con una tropa a bordo de siete mil doscientos hombres de los distintos Tercios. Los ingleses por su parte contaban con veintidós velas de las que seis eran grandes galeones.

Sabedor del punto exacto por donde debían cruzar los buques procedentes de Tierra Firme entre las islas del Cuervo y de Flores, lugar conocido también por los ingleses, a ese punto arrumbó la escuadra al completo. Don Alonso quiso coger al enemigo al amanecer o empezando a hacerlo, para que todavía estuvieran fondeados, así que calculó las distancias y velocidad a mantener para arribar en el momento predicho, acoplando la marcha de la escuadra para que fuera así yendo él en cabeza de ella y la orden de que nadie se separara ni adelantara, pero por causa de una racha de viento arrancó de la cepa el bauprés de la capitana de don Sancho Pardo, lo que obligó a que se quedaran al pairo hasta que se reparara la avería, esto provocó un retraso que impidió dar la sorpresa al enemigo.

Efectivamente se alcanzó el lugar a las cinco de la tarde, cuando la escuadra inglesa estaba ya en alerta, maniobrando Howard para ganar barlovento, al llegar a tiro de cañón comenzó el combate, pero los ingleses con ese miedo total al abordaje de los españoles, permanecieron siempre maniobrando para evitarlo, el único que no lo hizo fue el galeón almirante, que era uno de los más poderosos de la escuadra inglesa, pues estaba armado con 43 piezas de broce, de ellas 20 en la primer cubierta de cuarenta a sesenta quintales, siendo el resto por ir más altas de entre veinte y treinta. El galeón era el famoso Revenge de Drake, con el que había realizado el viaje a Indias y el ataque a Coruña. En esta ocasión estaba al mando de Richard Greenville.

Cometió el error de no estar pendiente de las maniobras de sus supuestos compañeros, ya que estos llevados por las evasivas que realizaron se fueron alejando, hasta poder cazar bien el viento consiguieron huir dejándolo solo y sin ningún miramiento hacía su almirante, así que se le vino la escuadra española prácticamente encima. Pero bien organizados, el primero que llegó a aferrarlo fue el galeón de Claudio de Beamonte y ya con diez hombres dentro del buque enemigo se partieron los cables, siendo visto esto por Bertendona fue quien se aferró por la banda contraria, mientras que por el tercio de cuadra (popa) le entró Aramburu, pero la luz del día comenzó su ocaso.

Al entrar los hombres de Aramburu por el tercio de cuadra, fueron los que ganaron el estandarte enemigo, a pesar de esto sus hombres consiguieron llegar al palo mayor, pero el fuego que se les hacía desde el tercio de amura (castillo), les obligó a retroceder, viendo esto acometieron a la vez dos nuevos galeones, el de Antonio Manrique y el de Luis Cotiño, así que ya eran cinco contra uno y a pesar de tener la proa deshecha seguían soportando el fuego, la bizarría del inglés hay que dejarla muy clara, ya que en esa situación aún se mantuvo por espacio de tres horas y ya entrada la noche, cuando el galeón enemigo estaba sin palos, el casco con más agujeros que madera y ciento cincuenta de sus hombres muertos o heridos, fue cuando decidió rendirse.

Fue trasportado Greenville al galeón de don Alonso, quien lo recibió con todos los honores, como no era menos de esperar después de tan gallarda defensa, los médicos le atendieron por llevar una gran herida en la cabeza, por su forma debía de ser un tiro de arcabuz, lo que no le permitió vivir mucho tiempo a pesar de los esmerados cuidados que se le dieron.

Los daños propios fueron elevados, ya que la embestida de los dos últimos galeones no solo contra el buque enemigo, sino entre ellos, les causo graves daños en sus proas y a lo largo del combate fueron como un centenar las bajas. Por parte de los bajeles enemigos que huyeron, según los partes de los distintos capitanes, debieron de ser graves, ya que en su huída ‹ descubrían los navíos el sebo › o sea que iban muy escorados por cazar el viento, lo que significó que se pudieran contar varios impactos de la artillería española en esa zona, lo que es muy posible que alguno no llegara a su isla.

Al regresar a Lisboa y pasar la correspondiente relación del combate al Rey, se alzaron voces contra don Alonso, del porque no había perseguido a la escuadra enemiga y haber acabado con ella. Pero todo esto fue subrepticiamente, a él solo le llegó otra Real cédula por la que se le exoneraba del mando y que se marchara a su casa hasta que tuviera a bien S. M. llamarlo de nuevo a su servicio.

En este momento se le pierde la pista y no se vuelve a saber de él hasta el año de 1604, cuando ya reinaba don Felipe III quien ordenó llamarle y ante su presencia le entrego el titulo y cargo que ya obtuvo su hermano, como Capitán General de la escuadra del Mar Océano.

Lo que por si demuestra, que durante el reinado de su padre don Felipe II, a don Alonso se le marginó totalmente. Las envidias son siempre parte importante de las pocas o nulas esperanzas de los grandes hombres que no tienen el acceso directo a los Monarcas de turno y sus cortesanos. Que más bien deberían de ser llamados cortemalos.

Pero este reconocimiento fue muy tardío a su persona, no le duró mucho, pues ese mismo año falleció.

Ninguna fuente dice el lugar, por lo que es muy probable que fuera nombrado general del Océano, pero ni siquiera llegara a tomar el cargo, ya que la capital de la escuadra era Lisboa y eso no es tan fácil de olvidar por los biógrafos, por lo que damos como más probable que falleciera en su casa.

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